miércoles, 25 de mayo de 2016

Las mujeres hicimos historia

Guillermina Sutter Schneider destaca tres mujeres que contribuyeron a revolucionar el rol de la mujer en la sociedad.

Guillermina Sutter Schneider es Asistente de Investigaciones del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Hoy en día es moneda corriente encontrar mujeres en gran parte del mundo entrando en una biblioteca, leyendo un libro, informándose sobre las propuestas de candidatos políticos, dirigiendo grandes empresas multinacionales, emitiendo su voto, ejerciendo un sinnúmero de oficios al igual que el hombre, accediendo a la educación superior, cultivando sus propias parcelas de tierra, publicando libros, escribiendo artículos de opinión, trabajando jornadas completas. En fin, realizando actividades que para muchos hoy nos resultan cotidianas pero que hace siglos atrás no lo eran.



A propósito de la conmemoración del mes de la mujer, las Naciones Unidas lanzó en marzo de este año una sección en su sitio web que reconoce a un grupo pequeño de mujeres que, de alguna u otra forma y entre tantas otras, hicieron historia y merecen reconocimiento. He aquí una breve mención a quienes, a mi criterio, fueron las más influyentes de este grupo y contribuyeron a revolucionar la concepción y el rol de la mujer en la sociedad.
De acuerdo con la mitología griega, Agnodice (400 a.C.) fue la primera mujer ateniense que se dedicó a la medicina ginecológica en Atenas. Preocupada por el creciente aumento de muertes de mujeres durante el parto, decidió quebrantar la ley que prohibía en ese entonces a las mujeres practicar la medicina y se hizo pasar por hombre para así poder acceder a una educación formal. Una vez formada, comenzó inmediatamente a ejercer la medicina ayudando a otras mujeres. Su popularidad fue creciendo a tal punto que las mujeres ya no buscaban atención médica de hombres sino que requerían los servicios de Agnodice. Cuando los hombres dieron cuenta de que sus servicios ya casi no eran requeridos, la acusaron y llevaron ante un tribunal para que sea juzgada. Al revelar su verdadera identidad inmediatamente la condenaron por violar la ley, pero una gran cantidad de mujeres se aparecieron durante el juicio para dar fe de la gran ayuda que había significado Agnodice en sus vidas. Así, no fue absuelta de los cargos sino que fue a partir de este momento en que la ley ateniense fue modificada para permitir que las mujeres practicaran la medicina.
Sor Juana Inés de la Cruz nació en México en 1648. Desde muy temprana edad aprendió a leer y exigió a sus padres asistir a la escuela –todo un desafío para aquella época ya que las instituciones educativas estaban únicamente reservadas a los varones. Incluso varias veces intentó vestirse y actuar como hombre para acudir a clases de filosofía y matemáticas. A sus 21 años, ingresó al Convento de Santa Paula donde se inclinó más hacia la lectura y la filosofía que a la misma religión. Entre sus obras más destacadas se encuentra “Los empeños en una casa”, una obra de teatro cuyo personaje principal es una mujer, que además de protagonista, es mostrada como una figura de lucha y determinación. Fue también un intercambio de cartas con el obispo Manuel Fernández de la Cruz lo que atrajo más la atención hacia Sor Juana. En protesta a la prohibición a que las mujeres aprendan de filosofía y de las Sagradas Escrituras escribe: "Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley (que es quien las rehúsa); y así hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una herejía, no están contentos. De éstos dice el Espíritu Santo: In malevolam animam non introibit sapientia. A éstos, más daño les hace el saber que les hiciera el ignorar".
Kate Sheppard (1847-1934) fue probablemente la neozelandesa que más influencia tuvo a nivel mundial en lo que al sufragio femenino se refiere. Fue gracias a Sheppard que Nueva Zelanda se convirtió en el primer país en permitir el voto femenino. Su interés por el sufragio universal la llevó a proponer un primer proyecto de ley en 1887 para permitir que las mujeres votaran. Un año después publicó un panfleto titulado “Diez razones por las que las mujeres de Nueva Zelanda deberían votar” en donde, entre otros argumentos, sostenía que como la prosperidad de la Colonia incidía sobre las mujeres y éstas sufrían al igual que los hombres todos los errores cometidos a nivel nacional, se preocupaban por preservar la libertad de la Colonia y sus instituciones libres. Tras presentar al Parlamento neozelandés no una, sino tres peticiones a favor del voto femenino, finalmente en 1893 la ley fue aprobada y se concedió a las mujeres pleno derecho a votar. Sin embargo, las elecciones en Nueva Zelanda tendrían lugar en diez semanas y no muchas estaban inscribiéndose como votantes. Sheppard no tardó en alentar a las mujeres a registrarse como votantes. Tan grande y activo fue su trabajo, que para esas elecciones cerca de dos tercios de las mujeres neozelandesas pudieron votar. Poco tiempo después fue nombrada presidente del Consejo Nacional de Mujeres de Nueva Zelanda, desde donde continuó promoviendo los derechos de las mujeres abogando por la independencia económica y legal respecto del hombre.
A lo largo del tiempo fueron mujeres como éstas quienes sin duda influenciaron a muchas otras en otros países, y que tuvieron la valentía suficiente para cuestionar el status quo que imperaba en esos tiempos y que impedía que las mujeres sean iguales a los hombres ante la ley. Todavía queda mucho por hacer en algunas partes del mundo, y es el ejemplo de estas mujeres el que debería guiarnos.

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