jueves, 19 de mayo de 2016

Böhm-Bawerk refuta la teoría marxista de la explotación (I)

Plusvalía capitalista de Karl Marx
Artículo escrito por José Ignacio del Castillo titulado GRANDES CONTROVERSIAS DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA ECONÓMICA: BÖHM-BAWERK REFUTA LA TEORÍA MARXISTA DE LA EXPLOTACIÓN. Primera Parte. También tienes la segunda parte de Böhm-Bawerk refuta la teoría de Karl Marx.
En la primera mitad del siglo XIX el liberalismo reina triunfante en Occidente. Se trata de un movimiento de emancipación, enemigo de los privilegios que a través del estado y mediante los impuestos y las restricciones a la libertad económica se reservan unas clases sociales —nobleza, clero y gremios— a expensas del resto de la población. El liberalismo opone la razón y la ciencia frente al oscurantismo y la superstición. En el campo de la economía, el liberalismo tiene su expresión en la defensa del laissez faire frente al mercantilismo. Adam Smith primero y David Ricardo después, ya han establecido las bases de la que hoy se conoce como Escuela Clásica de Economía. El sistema de Ricardo aunque adolece de graves fallos, aparenta ser un edificio de construcción lógica impecable, lo que impresiona notablemente a sus contemporáneos.
Paralelamente y además de los reaccionarios partidarios del Antiguo Régimen, existe un movimiento socialista utópico, acientífico y cuasi-místico cuyos principales representantes son Fourier, Owen y Saint Simon y junto a él uno algo más fundamentado aunque no mucho más con Lasalle, Sismondi y Roedbertus. En su Historia del Pensamiento Económico, Murray Rothbard hace un formidable repaso genealógico de este movimiento que abarcaría desde Espartaco a Tomás Moro, de Campanella a Thomas Munzer y los anabaptistas alemanes y de Platón o Esparta hasta Gracus Babeuf y su Liga de los Iguales.



Es en este contexto histórico en el que aparece Karl Marx. Marx había alcanzado notoriedad con la publicación en 1848 del Manifiesto Comunista, pero es en 1857 con El Capital cuando reivindica su lugar dentro de la Ciencia Económica. Lo que caracterizaba a Marx frente al resto de socialistas utópicos era su argumentación científica (pseudo-científica en realidad) y su lenguaje «liberal» para atacar el liberalismo. Marx sostenía que también él quería acabar con los privilegios de clase y con el estado como instrumento de explotación. Igual que los liberales se definía como progresista, racional. No sólo eso. Los liberales eran la derecha. El sistema de laissez faire era una nueva forma de opresión. En el mismo, una clase: los propietarios capitalistas y burgueses explotaba a otra: los trabajadores asalariados por él denominados proletariado. Así como la nobleza vivía de los tributos procedentes del resto de la sociedad y así como los señores feudales se alimentaban del trabajo de los siervos de la gleba, según Marx los capitalistas vivían merced al beneficio empresarial que no podía provenir de otro lado que del excedente sustraído al trabajador al que denominó plusvalía. A partir de ahí Marx cimentó sus conclusiones sobre el futuro del capitalismo: creciente concentración de riqueza en pocas manos y tendencia al monopolio —la eterna cantinela de pobres más pobres y ricos más ricos—, tasa de beneficio decreciente conforme aumenta la acumulación de capital con las consiguientes crisis de cada vez mayor intensidad, para desembocar finalmente en una dictadura del proletariado cuando los desposeídos cada vez mayores en número se apoderasen de la propiedad capitalista.
La acusación era gravísima y la teoría tan tremendamente ambiciosa como intento de explicar la realidad como para ser ignorada. Se hacía por tanto ineludible un examen de la misma en profundidad, pues de su veracidad o falsedad podía depender el futuro de la humanidad. El insigne economista austríaco Eugen von Böhm-Bawerk (1850-1914) se dedicó a tan esencial cometido con el resultado que vemos a continuación.
I LA TEORÍA DE LA EXPLOTACIÓN Y SU REFUTACIÓN
Con el fin de no hacer excesivamente prolija la exposición, he optado por ir simultaneando la argumentación marxista contenida en el primer volumen de El Capital con la refutación de Böhm-Bawerk incluida en el capítulo dedicado a La Teoría de la Explotación dentro de su monumental Historia y crítica de las teorías del interés que es el primer volumen de la obra Capital e Interés. La controversia tiene dos partes como veremos, pues incluso el propio Marx detectó contradicciones en su sistema. Marx prometió resolverlas en el tercer volumen de El Capital. Tras la publicación de este tercer volumen, Böhm-Bawerk examinó dicha «solución» en su Conclusión del sistema marxiano.
II EL PRIMER VOLUMEN DE EL CAPITAL Y LA CRÍTICA DE BÖHM-BAWERK
Marx comienza a construir su teoría invocando la autoridad de Aristóteles: «No puede existir cambio sin igualdad, ni igualdad sin conmensurabilidad». Por tanto, según Marx en las dos cosas intercambiadas tiene que existir «un algo común y de la misma magnitud».
Aquí Bóhm-Bawerk detecta la primera falsedad: En realidad el valor no es intrínseco a las cosas, sino algo subjetivamente apreciado por cada individuo según su situación y necesidades. En efecto, en un intercambio ambas partes valoran en menor medida lo que ceden que lo que obtienen. Para poner a prueba la teoría marxista, Jim Cox planteaba la siguiente pregunta: ¿Cuántas veces ha ido el lector al mercado a cambiar un billete de un dólar por otro billete idéntico y luego otra vez y otra,…? Desgraciadamente, la teoría de la igualdad de valor intrínseco de las cosas intecambiadas es pilar básico tanto de la terrible teoría mercantilista según la cual en el intercambio si alguien gana es porque el otro pierde, como en el no menos pernicioso movimiento contemporáneo que denuncia el «comercio injusto» NorteSur.
Un estudiante de lógica sabe que cualquier conclusión obtenida a partir de una premisa falsa o de un razonamiento falaz carece de valor científico. Pero no es que Marx deduzca coherentemente todo su sistema a partir de esta única falsedad, es que los errores y las falacias se multiplican en cada paso. Seguimos.
Para investigar ese «algo común» característico del valor de cambio, Marx repasa las diversas cualidades que poseen los objetos equiparados por medio del cambio. Eliminando y excluyendo aquellas que no resisten la prueba, se queda sólo con una que según él, sí pasa el examen: «ser productos del trabajo».
Sin embargo Marx hace trampa y Böhm-Bawerk lo evidencia. En primer lugar es falso que todos los bienes intercambiados sean producto del trabajo. Por ejemplo, los recursos naturales tienen valor y son intercambiados, pero no son producto de ningún trabajo.
Certeramente objeta Knies a Marx: «Dentro de la exposición de Marx no se ve absolutamente ninguna razón para que la igualdad expresada en la fórmula: 1 libra de trigo= x quintales de madera producidos en el bosque no sea sustituida con igual derecho por esta otra: 1 libra de trigo = x quintales de madera silvestre = y yugadas de tierra virgen = z yugadas de pastos naturales».
Pero no sólo eso. Es falso que esa sea la única característica común que pueda encontrarse en los bienes que son objeto de intercambio. «¿De veras estos bienes no tienen otras cualidades comunes como puede ser su rareza en proporción a la demanda?», es decir la cualidad de presentarse en cantidades insuficientes para satisfacer todas las necesidades que de ellas tiene el ser humano, o «la de haber sido apropiadas por el hombre» precisamente por esa causa, o «la de ser objeto de oferta y demanda», se pregunta BöhmBawerk. Decídalo el lector.
Marx sigue con sus delirios: «si los bienes que son intercambiados sólo tienen en común la cualidad de ser productos del trabajo, entonces el valor de cambio vendrá determinado por la cantidad de trabajo incorporado en la mercancía». Marx descarta las «excepciones» como algo insignificante.
Böhm-Bawek examina esas «pocas excepciones sin importancia». Al final vemos que éstas predominan de tal modo que apenas dejan margen a la «regla» Se incluirían por ejemplo, los
bienes que no pueden reproducirse a voluntad como por ejemplo las obras de arte y las antigüedades, toda la propiedad inmueble (¿Cómo explica Marx que un piso de 150 metros cuadrados, construido por los mismos obreros con los mismos materiales, en la calle Serrano de Madrid valga veinte veces más que el mismo piso en una pedanía de la provincia de Teruel?), los productos protegidos por patente o derechos de autor o los vinos de calidad (las horas de trabajo utilizadas para obtener vino de Vega Sicilia son más o menos las mismas que se emplean en producir un vino peleón cien veces más barato). ¿Y qué decir de los productos objeto de trabajo cualificado, provenga esta cualificación de la preparación profesional o de las dotes innatas? Aunque Marx sostenga que ésta última no es una excepción, sino una variante pues según él, «el trabajo complejo es trabajo simple potenciado o multiplicado», Böhm-Bawerk advierte que para explicar la realidad no interesa lo que los hombres puedan fingir que es, sino lo que real y verdaderamente es. ¿Puede alguien en su sano juicio sostener de verdad que dos horas de trabajo de un cantante de opera tienen idéntica esencia que sesenta horas de trabajo de un enfermero?
He dejado para el final la última gran excepción. Una excepción de tal calibre que en la actualidad incluye al 95 por ciento de los bienes. Se trata de todas aquellas mercancías producidas con el concurso de capital o, por mejor decirlo aquellos bienes en los que el tiempo ha jugado un papel importante en el proceso de su producción. Puesto que es sobre estos bienes sobre los que Marx construye su teoría de la plusvalía —considera que estos bienes no constituyen una excepción, sino la confirmación de la explotación capitalista— vamos a examinarlos con detalle.
III LA «PLUSVALÍA» CAPITALISTA
Para Marx, tanto el beneficio, como el interés del capital provienen de la explotación del trabajador. Veamos como trata de probarlo. Como hemos visto, Marx mantiene por un lado que los bienes se cambian en el mercado según el trabajo que llevan incorporado —lo cual se ha probado que es falso—, pero como según él el trabajador no recibe el producto íntegro de su trabajo —la segunda tesis que también demostraremos falsa—, sino tan sólo el mínimo salario de subsistencia, el capitalista puede apropiarse del excedente producido. Dice Marx: «El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de existencia de que tiene necesidad el obrero para seguir vivo como obrero. Por consiguiente, lo que el obrero recibe por su actividad es estrictamente lo que necesita para mantener su mísera existencia y reproducirla».
Para respaldar esta segunda tesis Marx apela al prestigio de la Escuela Clásica. Marx cita a Adam Smith:
En el estado original de cosas, que precede tanto a la apropiación de la tierra como a la acumulación de capital, el producto íntegro del trabajo pertenece al trabajador. No existen ni terratenientes, ni patrón con quienes compartir.
Si hubiese continuado este estado de cosas, los salarios de los trabajadores habrían aumentado con todas las mejoras de la productividad a que la división del trabajo da lugar.
Marx también invoca la «ley de hierro de los salarios» avanzada por David Ricardo y refrendada por Lasalle. Para Ricardo, los salarios no pueden elevarse permanentemente por encima del nivel de subsistencia, ya que en tal caso se produce un incremento de población. Esto obliga a cultivar tierras cada vez menos fértiles con lo que se eleva el coste de producción del cereal —medio de subsistencia por antonomasia del obrero y base de toda la teoría ricardiana de la renta—.
Finalmente Marx se refiere a la teoría clásica según la cual el valor de cambio o precio, coincide con el coste de producción. Según Marx el coste de producción del trabajo es el coste de subsistencia del trabajador. El origen de la plusvalía radicaría pues en «la diferencia entre el coste de la fuerza de trabajo y el valor que ésta puede crear». Es decir, el obrero trabaja diez horas, pero sólo cobra lo producido en dos. De las otras ocho se apodera el capitalista.
IV CRÍTICA DE LA TEORÍA DE LA PLUSVALÍA
Vamos a examinar a continuación las principales falacias incluidas en estos últimos argumentos.
Aunque Böhm-Bawerk no se detiene a criticar la afirmación de Smith —incluso aceptando este marco teórico, demostró la falsedad de la teoría de la explotación y explicó el verdadero fundamento del interés del capital—. Nosotros sí vamos a mostrar la doble falsedad que se esconde en la aseveración según la cual el salario sería la forma original y primaria de ingreso de la que emergería el beneficio como resta de aquel.
Primero: si definimos salario como la retribución al trabajo dependiente (la definición que Marx siempre utiliza), es imposible que éste exista en la etapa pre-capitalista. El salario surge con el capitalismo. Los ingresos que los «trabajadores» percibían anteriormente —por ejemplo en el caso de granjeros o artesanos— no eran salarios, sino beneficio empresarial en la terminología marxista, pues eran los propietarios de la producción los que vendían ésta en el mercado, los que organizaban el proceso productivo y los que eran dueños de los instrumentos materiales que hacían posible la misma. Lo mismo cabe decir de los comerciantes que compraban mercancía para revenderla con beneficio. Es evidente que cuando se compra mercancía no se paga salario y que tampoco se cobra cuando se vende. Los comerciantes compraban capital constante en la terminología marxista que luego explicaré y éste como veremos no puede producir beneficio.
Segundo: Smith, igual que Marx, desprecia e ignora absolutamente los efectos absolutamente decisivos que, para la división del trabajo y el incremento de la productividad, tienen la propiedad privada, la acumulación de capital y la función empresarial. En realidad la «época dorada» a la que parece referirse Smith sería el paleolítico, en donde hordas de salvajes subhumanos se dedicaban exclusivamente a la depredación —caza y recolección—, sin que existiese nada parecido a una transformación de recursos en etapas sucesivas para lograr bienes distintos de los que ofrecía la naturaleza en estado salvaje. La revolución neolítica que introduce el cultivo agrícola y la ganadería y que eleva al primate a la condición de hombre, se basó en una institución fundamental: la propiedad privada.
Por lo que a la ley de hierro de los salarios se refiere, ésta no se basaba tanto en el hecho de que los trabajadores son explotados (por tanto queda fuera del análisis de Böhm-Bawerk) y no perciben íntegramente el fruto de su trabajo —Ricardo no parece compartir esta tesis—, sino en la aplicación combinada de dos principios: la ley de los rendimientos marginales decrecientes en la agricultura y las ideas que sobre el crecimiento de la población había avanzado Thomas Malthus: «la población de los seres vivos tiende a expandirse hasta el límite en el que los recursos disponibles no pueden garantizar más que el mínimo de subsistencia». Estas ideas que han sido refutadas por la realidad en todos los países de Occidente, también han sido contestadas en el campo teórico.
La ley de los rendimientos marginales decrecientees establece que si se aumenta la cantidad empleada de un factor de producción, manteniéndose constantes las cantidades empleadas del resto de factores, la cantidad producida, aumenta, a partir de cierto momento, en proporciones cada vez menores. Es verdad que existe una ley de rendimientos marginales decrecientes, no sólo en la agricultura, sino en todos los campos de la producción (si no existiese o toda la producción se concentraría en un metro cuadrado, o no haría falta acumular capital o todo el trabajo del mundo podría ser realizado por un solo operario), pero —y esto es lo importante— dicha ley convive con otro principio económico como es que la división del conocimiento y la acumulación de capital mejoran las técnicas de producción e incrementan por tanto la productividad. Hayek tenía mucha razón cuando decía que debemos optar entre ser pocos y pobres o muchos y ricos. Es difícil determinar cuál es el volumen óptimo de población en cada momento, aunque advertimos que los seres humanos son bastante racionales —a diferencia de los animales— a la hora de regular la población, mediante lo que se conoce como paternidad responsable, es decir, no echar al mundo hijos a los que no se tenga la oportunidad de proporcionar una vida al menos tan cómoda como la que disfrutan los padres. ¡Si Marx creía que los trabajadores iban a comportarse como animales y no como humanos a la hora de reproducirse, no parece que les tuviera en muy alta estima!

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