martes, 10 de mayo de 2016

Bastiat, Francisco y la absurda "guerra"

Ricardo Avelar considera que así como algunos piensan que no estaría listo El Salvador para las consecuencias de la despenalización de las drogas, habría que comparar ese escenario con las consecuencias negativas actuales de la prohibición de ellas.

Ricardo Avelar es politólogo salvadoreño, coeditor de la sección de Política de El Diario de Hoy y columnista del mismo diario.
En 1850, el abogado, economista y filósofo francés Frédéric Bastiat publicó una de sus obras más certeras, el ensayo “Lo que se ve y lo que no se ve”, en el que pretendía motivar al tomador y al analista de decisiones públicas no solo a ver el impacto inmediato de una política, sino a considerar sus efectos ulteriores, los cuales denominó “consecuencias no intencionadas”.
Recientemente, 22 científicos de la prestigiosa universidad de Johns Hopkins entendieron este mensaje y se sumaron a la ola de renombrados líderes globales que han pedido la despenalización del uso no violento de algunas drogas. ¿Por qué? Porque al estilo de Bastiat, entendieron que la prohibición no solo falla al inhibir el consumo de algunas sustancias, sino también genera resultados más peligrosos que aquello que pretendía solucionar.



Por ejemplo, han entendido que la prohibición trae consigo una escalada de precios, asociados a los altos costos de distribución de drogas, y estos a su vez incentivan a proteger los mercados con violencia, pues nadie quiere perder un negocio tan rentable. Además, comprendieron que en mercados restringidos el consumidor tiene poca información y esto incrementa el riesgo de contraer enfermedades a raíz del uso insalubre de instrumentos para administrar sus dosis. También han notado que los sistemas penitenciarios se han llenado de personas no violentas que realmente no merecen estar ahí.
Tristemente, en El Salvador no sabemos aplicar las lecciones de Bastiat en este tema. Hace unos días, en la cuenta oficial de Twitter de la Policía Nacional Civil se celebró triunfalmente el arresto de Francisco, de 22 años, que en la fotografía publicada luce escuálido y humillado. La razón de su captura es la portación de seis porciones de marihuana. ¡SEIS!
En ningún momento se consigna que el joven haya participado de algún hecho violento, haya estado en posesión de armas o haya afectado la vida de un tercero. Francisco llevaba consigo una ínfima porción de marihuana y eso bastó para volverse el protagonista de la más reciente “victoria” policial, la cual desembocará para él en un engorroso proceso e incluso, según nuestra Ley Reguladora de las Actividades Relativas a las Drogas (LERARD), podría enfrentar prisión.
De acuerdo a numerosas estadísticas, somos el país más violento del mundo y lejos de atacar integralmente este problema, parte de nuestro personal militar y policial se dedica a perseguir este tipo de consumo. La falta de prioridades es, cuando menos, vergonzante.
Mientras en el resto del mundo se montan comisiones de alto nivel para evaluar alternativas a las fallidas políticas de excesiva represión, en El Salvador no nos atrevemos a sostener cuando menos un debate honesto y basado en evidencia y datos, que pueda desembocar en políticas públicas sólidas. Seguimos tratando el tema con base en miedos, mitos, lugares comunes y moralismos. Y, peor aún, seguimos persiguiendo a jóvenes como Francisco que suponen un riesgo nulo a la sociedad.
Las consecuencias no esperadas de esta miopía son latentes: primero, la ridícula persecución de gente cuyo delito es tomar una decisión que solo afecta su cuerpo. Segundo, hemos cerrado las puertas para investigar el potencial que ciertas sustancias tienen en materia médica e industrial, además de los efectos de la regulación de mercados en las finanzas públicas y en la reducción de crímenes violentos. Finalmente, caemos en la tierna ingenuidad de pretender que la prohibición de una conducta la inhibe, cuando lo único que logra es incrementar el costo a quien de cualquier manera lo va a hacer.
Algunos afirman que El Salvador “no está listo para despenalizar las drogas”. Yo me pregunto: ¿estamos listos para la prohibición? ¿Estamos listos para seguir desperdiciando recursos —siendo un país pobre— en perseguir algo que no se puede detener? ¿Estamos listos para emplear parte de nuestras fuerzas de seguridad en perseguir a jóvenes no peligrosos como Francisco? ¿Estamos listos para engañarnos creyendo que prohibir una conducta implica que esta se detenga? Con base en tantas consecuencias no intencionadas, seguramente Bastiat diría que no estamos para nada listos. Diría también que nos urge modernizarnos y yo estaría totalmente de acuerdo.

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