Artículo de Bertrand de Jouvenel.
Observamos
con grave preocupación la actitud de los intelectuales occidentales
respecto a la sociedad en que viven. El hombre posee imágenes mentales,
representaciones a escala progresiva del Universo, de los objetos y de
las fuerzas presentes en él, de sí mismo y de su relación con estos
objetos y estas fuerzas. Estas imágenes se pueden comparar, poco más o
menos, a los antiguos mapas adornados con pequeñas figuras. Obrar
racionalmente significa, en cierto sentido, orientarse con la ayuda de
los mapas, aun cuando sean inexactos, de que cada uno puede disponer.
La amplitud, la riqueza de detalles y la precisión de estos mapas o
representaciones dependen enteramente de la comunicación entre los
individuos. La educación consiste en la transmisión de cierto número de
estas imágenes y en el fomento de la natural facultad de producirlas. En
cualquier grupo social elegido al azar se puede observar que no todos
los miembros son igualmente activos en la comunicación; en toda sociedad
organizada conocida, una parte de los miembros está especializada en el
tratamiento de la misma. Su importancia para la sociedad es inmensa: la
acción “racional”, individual o colectiva, ha de realizarse sobre la
base “conocida” de las imágenes de la realidad que han sido difundidas.
Estas imágenes pueden ser engañosas, y entonces la acción “racional”
que se basa en “mapas” mal trazados es absurda a la luz de un
conocimiento mejor y puede resultar perjudicial; el estudio de las
sociedades primitivas nos proporciona numerosos ejemplos.