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martes, 1 de octubre de 2024

Los verdaderos principios liberales

Ricardo Valenzuela Torres

 

 

La humanidad está viviendo una era en la cual, el estatismo encapuchado ha llegado a dominar el espíritu moderno. Una era la cual ningún partido influyente se atreve abiertamente a abogar “todos los medios de producción” sean privados. ¿Por qué infinidad de artistas, intelectuales, periodistas, empresarios han llegado a odiar con morbo la libertad? ¿Por qué a pesar de los fracasos socialistas estos hombres continúan ejerciendo tanta influencia? La respuesta, en mi opinión, es que no existe una clara filosofía de la libertad, del liberalismo o del capitalismo. Una filosofía con la cual se puedan evaluar los logros de esa libertad y los rotundos fracasos del estatismo. Alguien por ahí ha dicho: “El verdadero capitalismo solo ocurre si no hay nada que lo detenga. El socialismo tiene que ser construido”.

 

A diferencia del socialismo, el capitalismo es simplemente lo que ocurre en ausencia de una planeación central. Cuando los primeros inmigrantes llegaron a los a EU, no llegaron con una receta emitida por alguna Agencia para la Planeación Económica; ellos se dedicaron a hacer lo que querían hacer y era lo natural: Sembraron, cosecharon, compraron, vendieron, intercambiaron. Eso era capitalismo, pero nunca se enteraron, considerando sus acciones como algo normal en una sociedad. Ellos no eran ideólogos; solo hicieron lo que funcionaba y nunca se preocuparon por alguna etiqueta filosófica. Y en cierto sentido esto ha sido una bendición. Pero también ha sido una debilidad porque, sin una filosofía racional que lo distinga, el capitalismo es vulnerable a los insultos, agresiones y ataques de cualquier desarrapado socialista—comunista—marxista, exponiendo sus envidias y frustraciones. Y ellos tienen influencia no porque tengan la razón, sino porque no tenemos una filosofía del capitalismo ampliamente reconocida con la cual combatirlos. Sin principios, estamos destinados a perder, porque una mala idea solo se puede derrotar con una mejor.

 

Sin esos principios ¿Cómo distinguir lo que justo de lo injusto? ¿Podemos asumir que si es legal es justo? Porque la esclavitud era legal. ¿Podemos asumir que algo es lo correcto si está avalado por la mayoría? Una mayoría condenó a Cristo a la cruz. ¿Puede algo ser correcto si se ha concebido a través de un proceso legislativo?  Las prácticas racistas de Sud África eran legales. ¿Por qué no acudimos a la Constitución? Pero la Constitución puede enmendarse por el mismo rugido de la multitud enardecida. Que tal ¿El mayor bienestar para el mayor número de gente? En una sociedad sin libertad no hay justicia, entonces ¿Quién será el que defina lo que es el mayor bienestar? ¿El robar a unos para darles a otros, es lograr mayor bienestar?  ¿Cómo definir lo que es correcto y lo que no lo es? ¿Tiraremos una moneda el aire? Esto es lo que sucede en una sociedad de política patriarcal. Cualquier cosa es lo correcto si hay suficiente gente que lo quiera y lo exija. Cuando alguien roba la tierra de su vecino, lo llamamos así, robo; pero si el estado lo hace por él, lo llamamos justicia social. Cuando el estado expropia la riqueza que un hombre ha sudado para construirla, se les considera “compasivo”; pero al hombre que produce esa riqueza lo llamamos egoísta, materialista. Si una mayoría viola los derechos de un individuo, lo llamamos injusticia; pero si se ha llevado a votación, lo llamamos democracia.   

 

Cuando la gente no tiene idea clara de lo que es bueno o malo, cuando creen que todo es relativo, el resultado es un caos ideológico que provoca una gradual desintegración de la fábrica social. Entonces ¿Qué es lo que necesitamos y no tenemos? Necesitamos principios. Los principios no son legislados o inventados. Ellos son descubiertos. Los diez mandamientos no fueron producto de una larga legislación. Los tres principios básicos de una sociedad libre son el individualismo, la institución de propiedad privada y la economía de mercado. Pero, inclusive algunos hombres que se declaran pro libertad y supuestamente favorecen el individualismo, pasan luego a declarar que el interés público es más importante que los derechos individuales. Cualquier posición libertaria que no esté basada en la primacía de los derechos individuales, está condenada al fracaso.

 

Entre los grandes representantes del liberalismo moderno, estaban los liberales clásicos en Inglaterra. Ellos luchaban por liberar el mercado de restricciones, regulaciones, interferencias de parte del estado. Ese liberalismo rompió las cadenas de la mente de los hombres, pero también sus manos y sus brazos. Por primera vez en la historia de Inglaterra, el gobierno fue finalmente confinado a su verdadera función de proteger, en lugar de regular y acosar a los individuos. El significado del liberalismo no consistió en aprobar más leyes, sino derogar las que encadenaban al país. La ley contra la usura fue derogada. En 1846 la Ley del Maíz fue también derogada. Las leyes de Navegación, que restringían tanto esa industria, fueron derogadas en 1847 y 49, y para el año de 1867 las últimas tarifas proteccionistas eran eliminadas.

 

Nunca el individuo había sido tan libre de las interferencias del estado para conducir su vida y disponer de su propiedad. El comercio floreció e Inglaterra experimentó el surgimiento de progreso material más grande de su historia. De todos los países de Europa, Inglaterra era el más libre y por ello, el que más prosperó. Los hombres que construyeron esa libertad económica sin precedentes eran los “liberales clásicos”, hombres como John Locke, Adam Smith, John Stuart Mill. Lo que ellos forjaron fue el gobierno limitado—un gobierno confinado a su única tarea de proteger la libertad en lugar de violarla; un gobierno que usara fuerza legalizada para proteger la santidad de la propiedad privada, en lugar de agredirla.

 

Y tenemos repetirlo, los tres principios de una sociedad libre que realmente progresa son el individualismo, la institución de la propiedad privada y la economía de mercado. Son los tres ingredientes básicos de la experiencia americana, y lo que hemos empezado a llamar capitalismo. Son los tres elementos únicos de la civilización occidental, y que especialmente fueron desarrollados en Inglaterra y luego exportados a los EU.

 

Pero esta herencia de libertad en estos momentos está amenazada, entre otras cosas, por nuestro fracaso para identificar y, con toda claridad promover esos principios. Los hemos dejado vulnerables a los asaltos socialistas y, muchas veces, también de los conservadores. Y en estos momentos, cuando las economías mundiales flotan en el mar de la desesperación, aunque parezca increíble se incrementan las indignantes llamadas para expandir el control gubernamental. Sin un entendimiento claro de los principios del capitalismo actual, nuestra libertad y nuestro futuro pueden sufrir el mismo destino del liberalismo clásico de inicios de este siglo en Inglaterra, y nos veremos arropados por una nueva y larga era de las oscuras cavernas socialistas. 

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