Alberto
Mansueti
Conocemos el chiste del señor en cuya ausencia su
esposa le engañó con otro, en el sofá de la sala. ¡Y le echó la culpa al sofá!
Eso parecen ciertos sesudos profesores de libre
mercado, que culpan a la democracia por el predominio electoral de las
izquierdas. Muy aturdidos por el avance arrollador del socialismo en todas
partes, no tienen idea de cómo hacer para detenerlo; ni ganas, porque ellos son
“anarco-capitalistas” (“ancaps”), y por ende enemigos de la democracia, los
partidos y la política.
El marido engañado le echó la culpa al sofá,
porque era lo más fácil. Y también porque si hubiera reflexionado honestamente,
hubiera tenido que admitir tal vez, y sin justificar por esto a su esposa, que ella
necesitaba más atención, que él fue incapaz de brindarle.
En el Centro de Liberalismo Clásico vemos que la gran
mayoría de la gente vota por la izquierda, en todas partes, porque le cree su
falso y hediondo juramento de amor eterno. Pero también vemos que la derecha
hasta ahora no le ha prestado mucha atención a la gente. Desde siempre la
derecha mercantilista y tramposa, y ahora estos sabihondos señorones.
En el colmo de su orgullo y petulancia, estos
profesores desprecian olímpicamente a la gente común y corriente, a la gente
que vota. Piensan que somos una recua de tarambanas, tal vez porque no hemos
asistido a sus brillantes clases magistrales, ni nos leímos todos sus libros
tan enjundiosos. Según ellos, la democracia es un error, y el voto (el sofá) es
culpable del desastre que padecemos.
“Por la democracia se perdió la libertad”,
pontifica Hans-Hermann Hoppe, y glamoriza la monarquía, de la cual tiene una
visión idealizada, así como los “progresistas” tienen de la democracia. Desconoce
que desde la época victoriana hasta hoy, las monarquías occidentales no han
sido barrera eficaz ante el socialismo; y algunas le han sido de ayuda, como en
Inglaterra, Holanda y Bélgica, en ciertos lapsos a lo largo de 200 o 150 años.
Hoppe obtuvo su título doctoral bajo la tutoría de
Jurgen Habermas, de la Escuela de Frankfurt, pilar del marxismo cultural.
Encerrado en su torre de marfil de la capital turca, Hoppe dice que la
monarquía es preferible a la democracia. ¿Acaso propone regresar a la
monarquía? ¿O quizá a un Estado de partido único tipo soviético-hitlerista,
afín al pensamiento de su mentor? No, los “ancaps” no proponen ninguna
solución, en absoluto, excepto "la supresión del Estado", como Marx y
Engels en la Primera Internacional (1864).
La principal diferencia entre ellos y nosotros,
los liberales clásicos, es que ellos no tienen algo que nosotros tenemos: amor
verdadero por nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y estudio,
vecinos y conciudadanos; por eso tenemos mucho deseo de cambio, y ganas de
hacer esfuerzos para convencer a sectores cada vez más amplios de opinión, con
un método que llamamos “La Incubadora”, hasta lograr los votos (sí; ¡votos!)
suficientes. Y mientras, hasta tener partidos numerosos como para ser reconocidos
legalmente, y postular candidatos, promovemos el voto en blanco, tan democrático
como el voto por X, Y o Z. Vamos en contra del estatismo y no del Estado (mejor
dicho: del Gobierno), porque no confundimos el hígado con la hepatitis.
Estos “ancaps” son unos perdedores de la peor
clase: fracasan sin siquiera intentarlo, por puro miedo, cobardía, o comodidad.
O falta de ingenio político. Pero buscan pretextos y excusas, como el Profesor
Huerta de Soto, que sabe mucho de economía, pero de política ni la “p”, aunque
cree que sabe, y grita burradas como “el liberalismo clásico ha fracasado: no
se ha mantenido limitado al Gobierno”.
Desconoce ejemplos claros como los de Jefferson y
Madison, que escribieron la Constitución de EE.UU., pero luego no se encerraron
en sus zonas de confort, porque sabían que “la libertad no es gratis” (freedom
is not free); su precio es “vigilancia permanente”. Fundaron el “Partido Republicano-Demócrata”,
que mantuvo limitado al Gobierno en ese país durante su primer cuarto de siglo como
nación. ¿Cómo? Simple: convenciendo a la gente y ganando elecciones
democráticas. Ese rumbo se mantuvo firme por otras cuatro décadas; y el
Gobierno comenzó a salirse de límites tras la Guerra Civil, con Abraham Lincoln,
fundador del actual Partido Republicano, un ídolo de los “progresistas”, y de
los conservadores inconsecuentes.
A los “progresistas” Lenin les llamó “useful
idiots”, con toda razón. “Progresista” es un idiota que sin ser comunista,
sirve a los fines del comunismo, impulsando los puntos más blandos y populares
de la agenda de izquierda, por ej. leyes laborales, aranceles “proteccionistas”,
o Banco Central. Así de a poco se corre la línea hacia las metas “duras”: impuestos
salvajes, reglamentos prohibicionistas y restrictivos, adoctrinamiento en “educación”,
etc., que serían en principio inaceptables para la mayoría, pero “digeridas” luego
por una opinión “ablandada” con pasos previas de menor fuste.
Estos “anarquistas”, antipolíticos, partidofóbicos
y enemigos de la democracia, son otra clase nueva de “useful idiots” del
socialismo, que ayudan al comunismo debilitando la confianza en los recursos de
la democracia. Que no es perfecta, pero es mejor que cualquiera de las opciones
alternativas, según Winston Churchill, quien no era liberal, pero habló a veces
con sentido común, ausente en los “ancaps”. Aludía desde luego a las opciones
verdaderas, reales, no a las utopías de cafetín.
“Ancap” es un idiota que sin ser comunista, sirve
a los fines del comunismo; de dos maneras. Una es adherir a los postulados y
políticas del marxismo cultural, sin admitir que el derecho a la vida es un
histórico principio liberal, y que un embrión humano es un ser humano; ni admitir
que matrimonio y familia natural son instituciones inseparables del
capitalismo. La otra es embestir y acusar como estatistas y socialistas a
quienes no compartimos sus fantasías, y repetir como loro una serie de falacias
y lemas contra la democracia, sin admitir que la democracia representativa, los
partidos ideológicamente consecuentes, las elecciones y los votos, son las
únicas vías que hoy existen para recuperar nuestras vidas, libertades y
propiedades. No hay otras.
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