La economía de la abundancia
[Extraído de The Critics of Keynesian Economics (1960)]
Ocasionalmente puede prevalecer un
situación en la que haya abundantes reservas sin utilizar de todo tipo
de recursos (incluyendo todos los productos intermedios) en medio de una
depresión. Pero indudablemente no es una situación en la que podría
basarse una teoría que afirme su aplicabilidad general.
Aun así, es un mundo tal el que trata la Teoría General del empleo, el Interés y el Dinero de
Keynes, que en años recientes ha creado tanta agitación entre los
economistas e incluso la opinión pública. Aunque los tecnócratas y otros
creyentes en la capacidad productiva ilimitada de nuestro sistema
económico no parecen haberse dado cuenta aún, lo que nos ha dado
realmente es esa economía de la abundancia que tanto tiempo han venido
reclamando.
O más bien nos ha dado un sistema de
economía que se basa en la suposición de que no hay escasez real y de
que la única escasez de la que tenemos que preocuparnos es la escasez
artificial creada por la determinación de la gente de no vender sus
productos y servicios por debajo de ciertos precios fijados
arbitrariamente. Estos precios no se explican en modo alguno, sino que
sencillamente se supone que permanecen en un nivel históricamente dado,
excepto en los raros intervalos en que nos acercamos al “pleno empleo” y
los diferentes bienes empiezan sucesivamente a convertirse en escasos y
a aumentar su precio.
Ahora, si hay un hecho bien establecido
que domina la vida económica, es la incesante y constante variación en
los precios de la mayoría de las materias primas importantes y de los
precios al por mayor de casi todos los alimentos. Pero al lector de la
teoría de Keynes le queda la impresión de que estas fluctuaciones son
completamente irrelevantes y sin motivo, excepto hacia el final de un
auge, cuando el hecho de la escasez es readmitido en el análisis, como
una aparente excepción, bajo la designación de “cuellos de botella”.[1]
Y no solo se ignoran sistemáticamente los factores que determinan los precios relativos de los distintos productos:[2] incluso
se argumenta explícitamente que, aparte de los factores puramente
monetarios que se supone que son únicos determinantes del tipo de
interés, los precios de la mayoría de los bienes serían indeterminados.
Aunque esto se declara expresamente solo para los activos de capital en
el sentido especial y limitado en utiliza Keynes este término, es decir,
para bienes duraderos y títulos, se aplicaría el mismo razonamiento a
todos los factores de producción.
En lo que respecta a los “activos” en general, toda la explicación de la Teoría general se
basa en la suposición de que su rendimiento solo viene determinado por
los factores reales (es decir, que está determinado por los precios
dados de los productos) y que su precio solo puede determinarse
capitalizando este rendimiento a un tipo concreto de interés determinado
solamente por factores monetarios.[3]
Este argumento, si fuera correcto,
habría de extenderse claramente a los precios de todos los factores de
producción cuyo precio no sea fijado arbitrariamente por monopolistas,
pues sus precios habrían de ser iguales al valor del producto menos el
interés por el intervalo para el cual permanecieron invertidos los
factores.[4] Es
decir, la diferencia entre costes y precios no sería una derivación de
la demanda de capital sino vendría determinada unilateralmente por un
tipo de interés que era enteramente dependiente de las influencias
monetarias.
No necesitamos seguir mucho más esta
explicación para ver que lleva a conclusiones contradictoria. Incluso en
el caso de que hemos considerado antes de un aumento en la demanda
inversora debido a una invención, el mecanismo que restaura la igualdad
entre beneficios e intereses sería inconcebible sin una determinación
independiente de los precios de los factores de producción, es decir, de
su escasez. Pues si los precios de los factores fueran dependientes
directamente del tipo de interés dado, no podría aparecer ningún aumento
en los beneficios ni tener lugar ninguna expansión de la inversión, ya
que los precios se marcarían automáticamente para hacer el porcentaje de
beneficio igual a tipo de interés dado.
O si los precios se consideran
inmutables y se supone una oferta ilimitada de factores disponibles a
estos precios, nada podría reducir la porcentaje aumentado de beneficio
al nivel del tiempo inmutado de interés. Está claro que, si queremos
entender en absoluto el mecanismo que determina la relación entre costes
y precios, y por tanto, el porcentaje de beneficio, debemos dirigir
nuestra atención hacia la escasez relativa de los distintos tipos de
bienes de capital y de los demás factores reproducción, pues es la
escasez la que determina sus precios.
Y aunque puede haber en la mayoría de
los casos algunos bienes en los que un aumento en la demanda de los
cuales pueda producir algún aumento en la oferta sin aumento en los
precios, en general será más útil y realista suponer para los fines de
esta investigación que la mayoría de los productos son escasos, en el
sentido de que cualquier aumento en la demanda, llevará, ceteris paribus,
a un aumento en sus precios. Debemos abandonar la consideración de la
existencia de recursos no empleados de ciertos tipos a investigaciones
más especializadas de los problemas dinámicos.
Esta digresión crítica se ha hecho
desgraciadamente necesaria por la confusión que ha reinado sobre este
asunto desde la aparición de la Teoría general de Keynes.
Lo que significa una política de “pleno empleo”
Con el fin de entender la situación a la
que nos han llevado, será necesario echar un rápido vistazo a las
fuentes intelectuales de la política de pleno empleo del tipo
“keynesiano”. El desarrollo de las teorías de Lord Keynes empezaba con
la idea correcta de que la causa habitual de un desempleo extendido es
que los salarios reales son demasiado altos.
El siguiente paso consistía en la
proposición de que una reabata directa de los salarios monetarios solo
podría producirse por una lucha tan dolorosa y prolongada que no podría
considerarse. De aquí concluía que los salarios reales deben rebajarse
por el proceso de rebajar el valor del dinero. Éste es realmente el
razonamiento que subyace a toda la política de “pleno empleo”, ahora tan
ampliamente aceptada.
Si el trabajo insiste en un nivel de
salarios monetarios demasiado alto como para conseguir el pleno empleo,
la oferta de dinero debe aumentarse igualmente para incrementar los
precios hasta un nivel en que el valor real de los salarios monetarios
que prevalecen ya no sea mayor que la productividad de los trabajadores
en busca de empleo. En la práctica, esto significa necesariamente que
cada sindicado por separado, en su intento por superar el valor del
dinero, nunca dejará de insistir en mayores incrementos en los salarios
monetarios y que el trabajo agregado de los sindicatos nos traerá una
progresiva inflación.
“Après Nous Le Déluge”
No puedo dejar de considerar que la
creciente concentración de efectos a corto plazo (que en este contexto
significan lo mismo que la concentración sobre factores puramente
monetarios) no solo como un error intelectual serio y peligroso, sino
como una traición a la tarea principal del economista y una grave
amenaza a nuestra civilización. Para entender las fuerzas que determinan
los cambios diarios de los negocios, el economista probablemente pueda
contribuir en poco que no conozca mejor el hombre de negocios.
Sin embargo, suele considerarse como
tarea y privilegio del economista estudiar y destacar los largos efectos
que pueden quedar escondidos para el ojo no entrenado y dejar la
preocupación sobre los efectos más inmediatos al hombre práctico, que en
cualquier caso solo vería estos últimos y nada más. El objetivo y
resultado de 200 años de desarrollo continuo del pensamiento económico
han sido esencialmente alejarnos del mecanismo monetario más superficial
y descubrir las fuerzas reales que guían el desarrollo a largo plazo.
No quiero negar que la preocupación por
los aspectos “reales”, frente los monetarios, de los problemas pueden
haber llegado a veces demasiado lejos. Pero esto no puede ser una excusa
para las presentes tendencias que ya han avanzado mucho hacia
devolvernos a la etapa precientífica de la economía, cuando aún no se
entendía todo el funcionamiento de mecanismo de precios y solo generaban
interés los problemas del impacto de una corriente monetaria variable
en una oferta de bienes y servicios con precios dados.
No es sorprendente que Keynes encuentre
anticipadas sus tesis en los escritores mercantilistas y aficionados con
talento: la preocupación por el fenómeno superficial ha marcado siempre
la primera etapa de la aproximación científica a nuestro asunto. Pero
es alarmante ver que después de que ya hemos seguido una vez el proceso
de desarrollar una descripción sistemática de estas fuerzas que a largo
plazo determinan los precios y la producción, estemos a punto de
desecharla con el fin de reemplazarla por la miope filosofía del hombre
de negocios elevada a la dignidad de una ciencia.
¿No se nos ha llegado a decir que “como
en el largo plazo todos estaremos muertos”, la política debería guiarse
únicamente por consideraciones a corto plazo? Temo que estos creyentes
en el principio de après nous le délugepueden obtener lo que han sembrado antes de lo que piensan.
F.A.Hayek fue miembro
fundador del Instituto Mises. Compartió el Premio Nobel de Economía con
su rival ideológico Gunnar Myrdal “por su obra pionera en la teoría del
dinero y las fluctuaciones económicas y por su penetrante análisis de la
interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e
institucionales”.
Este artículo esta extraído de The Critics of Keynesian Economics (1960), capítulo 7.
[1] Debería
haber pensado que el abandono de la clara distinción entre los “bienes
libremente reproducibles” y los bines de escasez absoluta y la
sustitución de esta distinción por el concepto de grados variables de
escasez (de acuerdo con los costos crecientes de reproducción) era uno
de los grandes avances de la economía moderna. Pero Keynes evidentemente
quiere que volvamos a la vieja forma de pensar. En todo caso eso parece
ser lo que significa su uso del concepto “cuello de botella”: un
concepto que me parece que pertenece esencialmente a una etapa ingenua
temprana del pensamiento económico y cuya introducción en la teoría
económica difícilmente puede considerarse una mejora.
[2] Es
característico que cuando, por fin, hacia el final del libro, Keynes
empieza a explicar los precios, la “Teoría del Precio” resulte para él
“el análisis de las relaciones entre cambios en al cantidad de dinero y
cambios en el nivel de precios” (Teoría general, p. 296).
[3] Cf. Teoría general,
p. 137: “Debemos determinar el tipo de interés a partir de alguna otra
fuente y solo entonces podemos valorar el activo ‘capitalizando’ su
rendimiento esperado”.
[4] La
razón por la que Keynes no llega a esta conclusión y la explicación
general de esta peculiar actitud hacia el problema de la determinación
de los precios relativos es seguramente que bajo la influencia de la
doctrina del “coste real”, que hasta hoy desempeña y papel tan
importante en la tradición de Cambridge, supone que los precios de todos
los bienes excepto de los más duraderos, vienen incluso a corto plazo
determinados por los costes. Pero pensemos lo que pensemos acerca de la
utilidad de una explicación de los precios relativos basada en los
costes en un análisis del equilibrio, debería estar claro que es
totalmente inútil en cualquier explicación de los problemas del corto
plazo.
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