¿Por
qué está la izquierda obsesionada con aumentar el salario mínimo? En
cualquier oportunidad, desde el discurso del estado de la Unión de Obama
a la columna de Paul Krugman en el New York Times, los
izquierdistas defienden apasionadamente ese aumento. Los últimos
ejemplos son los esfuerzos que han hecho los demócratas del Senado para
subir el salario mínimo a $10.10, el que el gobernador de Maryland lo
subiera de hecho en su estado, y recientemente el que la ciudad de
Seattle lo subiera a $15.00, el más alto del país. Ciertamente los
izquierdistas son conscientes del daño que cualquier salario mínimo
(especialmente si es alto) le causa precisamente a la gente a la que
pretenden ayudar.
De hecho, sabemos que sí son conscientes de ello.
Por ejemplo, Christina Romer, la
ex-presidenta con tendencias izquierdistas del Consejo de Asesores
Económicos del Presidente Obama, reconoce que el salario mínimo causa
desempleo. Y Paul Krugman, en su libro de economía, explícitamente
describe los efectos destructivos del salario mínimo.
El argumento económico contra el salario
mínimo es fácil de entender. Cuando el gobierno sube artificialmente el
precio de algo, la demanda para ese algo disminuye. Al aumentar el
salario mínimo disminuye la demanda de trabajo no cualificado (que
normalmente son los jóvenes), aumenta el desempleo en ese grupo, y se
acelera la adopción de tecnología que sustituirá a los trabajadores,
sobre todo a los menos cualificados.
Entonces, ¿por qué en el New York Times
defiende Paul Krugman el salario mínimo? Y ¿por qué tantos de sus
colegas de izquierdas pasan por alto el daño económico causado a
aquellos a quienes supuestamente quieren ayudar?
La respuesta es simple: el daño económico no les importa en absoluto.
No les importa el adolescente que
perderá su trabajo y la oportunidad de adquirir nuevas habilidades, o el
inmigrante que intenta alimentar a su familia. La izquierda apoya el
salario mínimo, pero no lo hacen porque supuestamente tenga un impacto
favorable sobre nadie; saben que no tiene ningún impacto favorable, pero
eso les da igual. La izquierda apoya el salario mínimo porque pueden
venderlo como “bueno” y “noble”, mientras mienten y evaden sus
consecuencias económicas.
A la mayoría de la gente le importa
hacer lo que cree que es correcto. La mayoría de nosotros,
desafortunadamente, hemos sido totalmente impregnados con la ética del
altruismo; nos han enseñado desde siempre que sacrificarnos
desinteresadamente por otros, especialmente por los “pobres y
necesitados”, es la esencia misma de la moralidad. Nos han enseñado que
preocuparse por los “pobres” es, por encima de todo, un requerimiento
básico para ser una buena persona. Nos han enseñado a no oponernos a
ningún plan cuyo objetivo sea ayudar a los pobres, a no cuestionarlo, y a
no darle muchas vueltas al tema (incluso eso sería demasiado egoísta y
poco compasivo). Los de izquierdas se aprovechan de nuestra moralidad
altruista – de que no osemos cuestionar su motivación – para vendernos
un programa que les hace parecer buenos, les hace parecer morales.
Observa que Obama no dice que “Estados
Unidos se merece un aumento” porque los trabajadores de salarios bajos
de repente son más productivos y, por lo tanto, más valiosos para sus
empleadores. No; él dice que se lo merecen porque “nadie que trabaja a
tiempo completo debería tener que vivir en la pobreza”. Y ¿qué pasa con
las consecuencias del salario mínimo? ¡Al diablo con las consecuencias!
¿Qué pasa con el empresario que tiene que llegar a fin de mes y sólo
puede pagar un salario por trabajo no cualificado que es más bajo que el
salario mínimo? ¡Al diablo con los empresarios! ¿Y qué pasa con los
trabajadores que están dispuestos a trabajar por un salario más bajo que
el salario mínimo, pero que serán despedidos o sustituidos por cajeros
automáticos y por otras tecnologías? ¡Al diablo con los trabajadores!
¡El salario mínimo es lo correcto! ¡Nos hace sentirnos morales! ¡Al
diablo con la realidad!
Subir el salario mínimo nos hace sentirnos
bien porque recurre al altruismo que impregna nuestra cultura. Y
cualquiera que acepte el altruismo y realmente quiera practicarlo
acabará sobreponiendo la moralidad a las consecuencias económicas, y,
como vimos en el resurgir del colectivismo durante el siglo XX, a la
propia realidad. ¿Qué más da si la gente tiene que sacrificar sus
trabajos? El sacrificio es la esencia del altruismo. ¿Qué más da si hay
que mentir sobre la economía? El altruismo requiere que ignoremos la
forma como el mundo realmente funciona, así que una “mentira noble” de
vez en cuando no es sólo necesaria, es también buena.
Mucha gente entiende que el salario mínimo desafía la realidad económica. Lo que necesitamos es más gente que entienda que la moralidad
del altruismo desafía la realidad. La vida humana y la felicidad
requieren libertad, incluyendo la libertad de competir en el mercado
laboral con salarios más bajos; y, sin embargo, esa es precisamente la
realidad que los altruistas quieren que ignoremos en nombre de los
“pobres”. Por eso es inviable, y por eso cualquier política basada en
esa moralidad acabará siendo destructiva.
Para acercarnos a la libertad – para
derrotar la incoherencia insensata e inmoral que el salario mínimo
representa – es el altruismo al que tenemos que derrotar.
# # #Por Yaron Brook
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