La riqueza es una noción abstracta, que para qué cobre sentido necesita
ser particularizada, es decir debe convertirse en relativa. Por ejemplo: Si A
tiene dos trajes y B tiene uno, se dirá que A es "más
"rico"" que B. Pero si C tiene un gabán, para saber si C es
"más o menos rico" que A y que B, necesitaríamos conocer qué valor le
dan A, B y C a los trajes y los gabanes, cosa que ningún tercero ajeno a ellos
es capaz de determinar a priori, habida cuenta que el valor es subjetivo
y no objetivo. La cuestión se complica aún más –y resulta cada vez menos
definida- si pasamos del rubro del vestido al de la alimentación, vivienda,
recreación, trabajo, etc. En suma, hablar de la "riqueza" y de la
"pobreza" en abstracto y como significaciones absolutas es una pérdida
de tiempo y siempre lleva a juicios y conclusiones erróneas.
No hay pues "un" concepto de riqueza o pobreza
"objetivo", sino muchas concepciones de naturaleza -todas ellas-
"subjetiva". Esto implica que personas que podemos -desde nuestro
propio punto de vista- calificar de "ricas" o "pobres",
podrían no compartir nuestra apreciación.
Muchos son los individuos que no ambicionan posesiones materiales y -sin
embargo- se consideran a sí mismos ricos. De análoga manera, gente que -desde
la opinión de un tercero- abunda en peculio puede pensarse a sí misma
"pobre". En este sentido, no hay un único criterio, ni menos
aún "objetivo" que pueda determinar quién es "rico" o
"pobre".
Esto no quiere decir que cuantitativamente puede calificarse un
patrimonio cualquiera como "rico" o "pobre", pero nada nos
dirá sobre la cualificación del mismo. Es decir, cualitativamente
los respectivos titulares de esos patrimonios pueden -como señalamos arriba- no
coincidir con la etiqueta de "riqueza" o "pobreza" que
terceros les asignen. Incluso esos terceros también pueden no estar de acuerdo
entre ellos al respecto. Es por eso que autores como Alberto Benegas Lynch (h)
afirmen -con acierto- que pobreza y riqueza son términos relativos y que
todos somos "ricos" o "pobres" dependiendo de con quienes
nos comparemos.
Dado que resulta imposible determinar siquiera aproximadamente quienes
son "ricos" o "pobres", lo mejor que puede hacerse es dejar
a la gente en la más completa y absoluta libertad para que ella decida qué
quiere o no poseer, cuánto quiere o no ganar, por cuánto tiempo, en qué lugares
y en qué condiciones. Nadie mejor que uno mismo (y cada uno) para decidir sobre
estas y demás cuestiones. Es por esta razón que la libertad está por encima de
cualquier noción de "riqueza" o de "pobreza", porque
sencillamente resulta imposible para nosotros saber qué es "lo mejor"
para los demás. Cualquier cosa que pensemos al respecto no será más que nuestra
propia apreciación subjetiva acerca de lo que nos parece a nosotros
"óptimo" para los demás. Pero esto es en absoluto irrelevante, desde
el momento en que no tenemos forma de saber qué es lo que los demás piensan y
desean para sí mismos como "lo mejor".
Ni siquiera podemos tener certeza de que es "lo bueno" para
"los demás", ni aun cuando esos "demás" nos lo manifiesten
verbalmente, por la simple razón de que podrían estar mintiéndonos al respecto
o, en el mejor de los casos, ser ellos víctimas de un error o confusión en
relación a sus objetivos. O, más sencillamente, el sujeto en cuestión carece de
la información suficiente como para saber qué es "lo mejor" para él,
o -aun teniendo esa información- no posee los medios para lograr el objetivo
deseado. En fin, las variables son muchísimas, y lo único cierto respecto de
ellas es que no podemos conocerlas todas, ni siquiera para nuestros propios
fines y necesidades como individuos.
Sin embargo, muy a menudo, la gente procede como si supiera con absoluta
certeza qué es lo que los demás "realmente necesitan", y la mayoría
de las veces supone que "lo mejor para los demás" pueden ser dos de
estas cosas: o exactamente lo mismo que para ella, o algo menos que para ella,
ya sea en cantidad o en calidad. Raramente encontraremos a alguien que esté
convencido que lo que otros "realmente necesitan" sea algo más que lo
que esa persona posea, siempre y cuando no se trate de un familiar, como -por
ejemplo- un padre o madre respecto de sus hijos, ya que -en estos casos- suele
ser habitual que los padres deseen para sus hijos mayor y mejor fortuna que la
que ellos lograron (aunque también en este punto frecuenta haber excepciones).
Pero -como decíamos- salvo esta última observación, el promedio de la gente
quiere para los demás lo mismo o menos de lo mismo que esa gente posee.
En este punto, el discurso de la mayoría acostumbra ser fuertemente
declamativo. No hay -prácticamente- quien no diga que quiere que los
"pobres" tengan más de lo que tienen, o que posean "lo
suficiente para cubrir sus necesidades", pero muy escasamente quienes así
se pronuncian estén dispuestos a darles a esos "pobres" (que
generalmente nunca particularizan y sólo se refieren a ellos como una masa
o globalidad) algo de sus propios recursos. Y es muy usual que quienes
más fuertemente dictan que "se ayude" a los "pobres" sean
quienes menos se encuentran personalmente proclives a hacerlo, aun cuando
cuenten con los medios suficientes para ello. No es casual, tampoco, que muchas
de las personas que así hablan o escriben lo hagan posicionados desde posturas
de izquierda, progresistas, socialistas, populistas, en suma, colectivistas.
Más allá de cualquier discurso (encendido o no) el análisis revelador de tales
ideologías siempre se descubre a través de la observación del actuar de esas
personas que, como hemos dejado señalado, reitera orientarse en sentido opuesto
al de sus palabras, denotando un rotundo contraste entre su decir y su
proceder.
Contrariamente, es mucho más frecuente que las personas que
verdaderamente ayudan a los más necesitados, no solamente no se sientan
identificadas con tales ideologías, sino que efectúen sus obras benéficas en el
más completo anonimato.
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