Alberto
Mansueti
En América latina las Iglesias cristianas
reaccionan contra las políticas pro-aborto, “matrimonio igualitario” y otras de
la “ideología de género”, tomadas de la Agenda del marxismo cultural.
Pero estas políticas progresan porque se
aprovechan del poder tiránico del Estado; y son sólo una expresión, la de más
actualidad, y muy agresiva, del estatismo o “estatolatría”, sistema que ciertos
sectores cristianos han ayudado a erigir y a fortalecer, sea por acción u
omisión.
Según la Biblia, Dios está muchísimo más
interesado en el tipo o sistema de gobierno que en el perfil personal del
gobernante, tema al que la Escritura dedica pocos pasajes, y uno por aquí, otro
por allá. Pero al sistema le dedica un libro casi entero, Deuteronomio, y dos
tercios de cada uno de los dos precedentes, Levítico y Números, y partes de
Éxodo y Génesis: Dios manda un sistema de Gobierno “limitado” a la seguridad y
justicia. ¿Y los gobernantes? Los elige el pueblo, como en la democracia
(Deuteronomio 1:13). O sea: el sistema importa más que el gobernante.
¿Por qué? Hay una respuesta simple, pero
verdadera: porque en un sistema gubernativo inmoral e injusto no hay lugar para
gobernantes morales y justos. Otra respuesta adicional, verdadera pero no tan
simple, es que los sistemas inmorales pervierten y arruinan “el carácter de las
naciones” (y no sólo de las personas), título de un excelente libro del Prof.
Angelo Codevilla, subtitulado "Cómo la política puede hacer y deshacer la
prosperidad, la familia, y la Civilización".
Desde hace un siglo, en todo el mundo las
izquierdas han erigido un sistema despótico: el estatismo; y lo hicieron de
modo “progresivo”, en cuatro “olas” sucesivas:
(1) En la primera impusieron el dinero de mero papel,
sin patrón metálico, emitido a discreción por los Bancos Centrales, desde 1913
en EE.UU.; así crearon inflación, y nos comenzaron a empobrecer.
En 1919 crearon su OIT, y sus “convenios”
internacionales recortando la libertad de trabajo. Así crearon desempleo, y nos
impidieron salir de la pobreza; y de paso fijaron la pauta para las demás
agencias mundiales, las que en otros temas nos dictan sus reglamentos
estatistas en “acuerdos y tratados”, que una vez ratificados por los Gobiernos,
se hacen ley automáticamente.
(2) Creada la crisis de 1929 y la “Gran
Depresión”, la segunda ola fue en los ‘30 y ‘40. Dijeron que sobre todo “para
ayudar a los pobres", los Gobiernos se encargarían de "educación y
salud”; y de ellas hicieron medios de adoctrinamiento y control. Mientras, los
reglamentos comenzaron a multiplicarse, la seguridad y justicia a decaer, los
impuestos a subir, y las burocracias estatales a expandirse.
(3) La tercera ola fue el ataque a la economía
productiva en los '70 y '80: expropiaciones de fincas para su "reforma
agraria", masivas "nacionalizaciones" de industrias, comercios,
bancos, energía y minería. Y las guerrillas marxistas secuestrando, saqueando,
torturando y asesinando.
¿Hubo oposición a esta serie de usurpaciones? Sí,
pero las voces de los “atalayas” fueron descalificadas con adjetivos
denigrantes: reaccionarios, derechistas, “fundamentalistas”, etc.
(4) Adueñados del dinero, el trabajo, la educación
y salud, y los resortes productivos, ahora van más directo contra la vida, la
familia, y la civilización occidental. Es la cuarta ola, cuyos pésimos
resultados se suman a los de las anteriores.
Sectores cristianos han ayudado al estatismo, sea
por acción, como los “teólogos de la liberación”, o por omisión, como los
místicos pietistas, que han aconsejado desentenderse de la política, o peor
aún, obedecer ciegamente a los tiranos. Resultado: sistemas de Gobierno
inmorales e injustos, pero muy poderosos, en todo el mundo.
En las elecciones: los candidatos surgidos del
estatismo son todos estatistas, unos peores, otros “menos malos”, otros
pésimos. Sobre todo en la "segunda vuelta", método discutible, pero
adoptado ampliamente. Un Presidente ya no es “elegido” con votos, sino que su
oponente, que se supone "el mal mayor", es descartado con antivotos o
contravotos. Por eso las campañas son sucias: no encomian a un candidato,
desacreditan al oponente. Es la clase de cosas que pasa cuando enfocamos toda
la atención en el perfil personal del gobernante o del aspirante, y no en el
tipo o sistema de gobierno.
Pero a los candidatos, ¿cabe evaluarlos según los
requisitos bíblicos para la persona del gobernante? Sí, pero entonces ¡ninguno
pasa el examen! Votar en blanco o no votar se hace deber moral. Y sobre todo:
no votar jamás por un candidato “evangélico” que rechaza o desconoce la Ley de
Dios para las naciones y su sistema de Gobiernos, porque busca gloria para sí
mismo, por cuanto se niega a dar mérito y reconocimiento a Dios, por el modelo
político que Él ha diseñado, para nuestro bien.
Muchos evangélicos dicen "todos los sistemas,
capitalismo o comunismo, son humanos..." Grave error. Debemos juzgar sobre
todo los sistemas, y en base a sus requisitos bíblicos, declarados en la Torah
o Pentateuco. Los actuales son lo contrario; todos estatistas, lo que Dios
condena en I Samuel 8 (y concordantes). Los sistemas tampoco pasan este otro
examen, ¡y mucho menos!
Por caminos de la política se arruina “el carácter
de las naciones”, y se destruye la civilización; nos guste o no, por caminos de
la política es que podremos rescatarla de su definitivo hundimiento. No hay
otros. Si dejamos de lado la política, poco se puede hacer desde la familia, la
escuela, la empresa o la Iglesia; por una razón muy simple: tales instituciones
privadas ya han sido minadas, saboteadas, subvertidas e instrumentadas por la
política inmoral. Por eso la necedad de la “antipolítica”, y lo imperioso de
reivindicar la política decente.
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