En una reciente entrevista, le
preguntaron al Primer Ministro de Estonia si era cierto que sólo tomaba
cinco minutos llenar los formularios de impuestos en su país. “No, eso
no es cierto. Ahora es sólo tres minutos en promedio”, respondió. No sorprendentemente, es una de las economías más libres del mundo y de las de más rápido crecimiento.
No mucho tiempo atrás, sin embargo,
Estonia era un país comunista anexado a la URSS (Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas), potencia que la invadió en 1944. Como resultado
de la ocupación, perdió el 20% de su población; la destrucción y las
políticas oficiales de Rusia hacia el país le impidieron crecer
económicamente hasta su independencia en 1991.
Para 1995, el producto per cápita de Estonia era casi un tercio del griego e incluso menor al argentino: U$S 6.302 contra U$S 15.350 de Grecia y U$S 8.973 de Argentina.
Durante toda la década de los noventa,
Estonia se concentró en obtener superávits fiscales y un programa
monetario estable con su nueva moneda, la corona estonia, atada al euro
en un marco de convertibilidad. Las empresas públicas fueron
privatizadas en su totalidad. Se impuso un impuesto uniforme a toda la
población: 26%, sin distinciones de ingreso; entre 2005 y 2008, la tasa
fue recortada a 21%.
La economía fue abierta al comercio
internacional: como miembro de la Unión Europea, tiene sólo un arancel
de 1%; además, tiene tratados de libre comercio con Estados Unidos y
Japón. La mayor parte de las barreras aduaneras, sin embargo,
fueron eliminadas. Los inversores extranjeros y estonios gozan de los
mismos derechos en el sector financiero y existen pocas regulaciones
para los bancos. Curiosamente, Estonia no ha tenido jamás una crisis
bancaria.
Dos décadas después, en 2015, el PBI per cápita de Estonia era U$S 28.940 contra U$S 27.390 de Grecia y U$S 14.750 de Argentina.
Lo fascinante, sin embargo, es que lo
hizo casi sin tomar deuda. La relación deuda pública-producto de Estonia
es la más baja de toda Europa e incluso del mundo: es sólo 14% (en
rojo), comparado con 82% de Alemania o 179% de Grecia.
Aún teniendo un impuesto uniforme en toda la población, su distribución del ingreso había mejorado y
la pobreza había disminuido. Gracias a las reformas económicas, Estonia
había multiplicado su producto bruto interno siete veces y media,
logrando volverse un país desarrollado. En agosto de 2011, justo un día
después de que las calificadoras de riesgo bajaran la nota de la deuda
estadounidense, subieron la nota de Estonia por “sus expectativas de
crecimiento a largo plazo”.
¿Cuál es el secreto de Estonia? ¿Cómo
pasó de ser una economía agricultora pobre dominada por la Unión
Soviética a una economía moderna y rica que llegó a crear servicios como
Skype? No hay ningún secreto, en realidad: su economía es la novena más libre del mundo,
incluso más que la de Estados Unidos o Reino Unido. Gracias a esto, y
sumado a la apertura al mundo y la estabilidad monetaria y fiscal,
Estonia ha conseguido altísimas tasas de crecimiento, incluso durante la
peor etapa de la recesión global en 2008 y 2009.
La libertad económica funciona.
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