El
éxito de un empresario depende de su inteligencia, su conocimiento, su
capacidad productiva, su talento económico, y del acuerdo voluntario de
todos con quienes trata: sus clientes, sus proveedores, sus empleados,
sus acreedores o sus inversores. El éxito de un burócrata depende de su
influencia política.
Un empresario no te puede obligar a
comprar su producto; si comete un error, él sufre las consecuencias; si
fracasa, él asume la pérdida. Un burócrata te obliga a obedecer sus
decisiones, sin importar si tú estás de acuerdo con ellas o no, y cuanto
más avanzado sea el nivel de estatismo de un país, más amplios son los
poderes arbitrarios esgrimidos por el burócrata. Si él comete un error,
tú sufres las consecuencias; si él fracasa, él te pasa las pérdidas a
ti, en forma de mayores impuestos.
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Un empresario no puede obligarte a
trabajar para él o a aceptar el salario que te ofrece; tú eres libre de
buscar empleo en otra parte y aceptar una oferta mejor, si la
encuentras. (Recordad que, en este contexto, los trabajos no existen en
“la naturaleza”, no crecen en los árboles; que alguien tiene que crear
el trabajo que tú necesitas, y que ese alguien, el empresario, quebrará
si te paga más de lo que el mercado le permite que te pague.) Un
burócrata puede obligarte a que trabajes para él, una vez que logra el
poder totalitario que busca; puede obligarte a aceptar cualquier pago
que te ofrezca – o ningún pago, como demuestran los campamentos de
trabajos forzados en los países totalmente estatistas.
La herramienta del empresario son los valores; la herramienta del burócrata es el miedo.
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