¿Qué es una economía mixta, y por qué es inherentemente destructiva?
Hace ya mucho tiempo que no somos un
sistema capitalista: somos una economía mixta, es decir, una mezcla de
capitalismo y estatismo, de libertad y controles. Una economía mixta es
un país en proceso de desintegración, una guerra civil de grupos de
presión saqueando y devorándose unos a los otros.
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Una
economía mixta es una mezcla de libertad y controles — sin principios,
normas, o teorías que definan ni la una ni los otros. Dado que la
implementación de controles exige y conduce a controles adicionales, es
una mezcla inestable y explosiva que, en última instancia, tiene que
acabar derogando los controles o acabar en el colapso de una dictadura.
Una economía mixta no tiene principios que definan sus políticas, sus
objetivos, sus leyes – ni principios que limiten el poder de su
gobierno.
El único principio de una economía mixta – que,
forzosamente, ha de permanecer sin nombrar y sin reconocer – es que
ningún interés de nadie está seguro, que los intereses de cada individuo
están expuestos en subasta pública, y todo vale para cualquiera que
pueda salirse con la suya. Tal sistema – o, más exactamente,
anti-sistema – divide a un país en un número cada vez mayor de grupo
enemigos, grupos económicos luchando entre sí por su auto-preservación,
en una mezcla indeterminada de defensa y ataque, como la naturaleza de esa ley de la selva exige. Mientras que, políticamente, una economía mixta mantiene la fachada de una sociedad organizada con una apariencia de ley y orden, económicamente es
lo equivalente al caos que rigió a China durante siglos: un caos de
pandillas de ladrones saqueando – y drenando – los elementos productivos
del país.
Una economía mixta consiste en el
gobierno de los grupos de presión. Es una guerra civil amoral e
institucionalizada de grupos de intereses especiales y de
influenciadores, todos luchando por agarrar un control momentáneo de la
maquinaria legislativa para extorsionar algún privilegio especial a
expensas uno del otro, a través de un acto de gobierno – o sea, por la
fuerza. Cuando faltan los derechos individuales, cuando faltan todos los
principios morales o jurídicos, la única esperanza que tiene una
economía mixta de preservar su precaria apariencia de orden, de contener
a los grupos salvajes de rapiña desesperada que ella ha creado, y de
evitar que el saqueo legalizado se convierta en un saqueo ilegal,
cotidiano, de todos contra todos – es hacer concesiones, concesiones de
todo tipo y en todos los ámbitos – material, espiritual, intelectual –
para que ningún grupo se salte la línea de exigir demasiadas cosas y
derrumbe toda esa podrida estructura. Para que el juego pueda continuar,
no se puede permitir que nada se mantenga firme, sólido, absoluto,
intocable; todo (y todo el mundo) tiene que ser fluido, flexible,
indeterminado, aproximado. ¿Cuál es el criterio que ha de guiar las
acciones de cada uno? La conveniencia de cada momento inmediato.
El único peligro para una economía mixta
es cualquier valor, virtud o idea que no admita concesiones. La única
amenaza es cualquier persona, grupo o pensamiento intransigente. El
único enemigo es la integridad.
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No
puede haber concesiones entre libertad y controles gubernamentales; el
aceptar “sólo unos cuantos controles” es renunciar al principio de los
derechos inalienables del individuo y sustituirlo por el principio del
poder ilimitado y arbitrario del gobierno, de esa forma poniéndose uno
mismo en una situación de esclavitud progresiva. Como ejemplo de este
proceso, obsérvese la política nacional actual de los Estados Unidos.
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Has
visto, durante los últimos años, que los controles generan más
controles, y que la proliferación de controles genera una proliferación
de los grupos de presión. Hoy día, ves a los manipuladores políticos
creando nuevos conflictos, como el de las minorías étnicas contra la
mayoría, los jóvenes contra los viejos, los viejos contra los de mediana
edad, las mujeres contra los hombres, incluso los beneficiarios de
ayudas sociales contra los que se mantienen a sí mismos. Abiertamente y
cínicamente, esos nuevos grupos claman por tener “una tajada mayor del
pastel” (del pastel que tú tienes que hornear).
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En
una economía controlada (o mixta), el trabajo de un legislador consiste
en sacrificar a unos hombres a otros. No importa qué decisión tome,
ninguna decisión de ese tipo puede ser justificada moralmente (y nunca
lo ha sido). Partiendo de una base de inmoral, ninguna decisión suya
puede ser honesta o deshonesta, justa o injusta – esos conceptos no son
aplicables. Él se convierte, por lo tanto, en un blanco fácil para los
apremios de cualquier grupo de presión, cualquier lobista, cualquier
buscador de influencias, cualquier manipulador – él no tiene criterios
con los que juzgarlos o resistirse a ellos. Tú no sabes qué poderes
ocultos lo manejan o lo que él está haciendo. Y él tampoco.
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Si
el parasitismo, el favoritismo, la corrupción y la avaricia por lo
inmerecido no existiesen, una economía mixta crearía su existencia.
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Una
economía mixta tiene que llegar al día en que se enfrente a una
encrucijada final: o el sector privado recupera su libertad y comienza a
reconstruir. . . o abandona y deja que el Estado absoluto asuma y se
haga cargo de las ruinas.
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Una “economía mixta” es una sociedad en vías de cometer suicidio.
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Si
una nación no puede sobrevivir mitad esclava y mitad libre, considera
en qué condición está una nación en la que cada grupo social se
convierte a la vez en el esclavo y en el esclavizador de cada uno de los
otros grupos. Pregúntate cuánto tiempo esa condición puede durar y cuál es su resultado inevitable.
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Cuando
son introducidos controles gubernamentales en una economía libre, ellos
crean distorsiones económicas, dificultades y problemas que, si los
controles no son derogados, requieren aún más controles, los cuales
requieren aún más controles, etc. De esa forma se establece una reacción
en cadena: los grupos que han sido perjudicados buscan resarcimiento
imponiéndoles controles a los grupos beneficiados, los cuales se
desquitan de la misma manera, en una escala cada vez mayor.
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Dado
que no hay justificación racional para el sacrificio de unos hombres a
otros, no hay ningún criterio objetivo por el que tal sacrificio pueda
ser guiado en la práctica. Toda la legislación de “interés público” (y
cualquier distribución de dinero arrancado por la fuerza a algunos
hombres para el beneficio inmerecido de otros) se reduce en última
instancia a concederles un poder indefinido, indefinible, no objetivo y
arbitrario a algunos funcionarios del gobierno. El peor aspecto de esto
no es que ese poder pueda ser usado deshonestamente, sino que no puede ser usado honestamente.
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