¿Por qué una práctica sexual y cultural tan relativamente reciente se volvió hegemónica respecto de nuestras decisiones de pareja?
Como casi todo lo humano, las relaciones
de pareja implican una tensión entre el instinto y el proceso
civilizatorio, como fuerzas distintas que nos impulsan cada una a su
propia dirección. La civilización modifica, e incluso puede decirse que
reprime, aquello que la naturaleza manda.
Esa, en parte, es la situación con
respecto a la monogamia. A diferencia de otras especies, la nuestra es
una de las pocas que se impone mantener la elección de una pareja tanto
tiempo como sea posible, incluso hasta la muerte, según reza la fórmula
religiosa.
Sin embargo, ¿cómo podríamos sostener
dicha práctica si sabemos de sobra que no existió siempre? Histórica y
culturalmente es fácil encontrar momentos y sociedades en que la norma
ha sido flexible con respecto a la idea de “pareja”, sea en un sentido
sexual, de procreación o incluso emocional, según podría defenderse
desde el punto de vista reciente del poliamor.
Después de todo, sí es posible argumentar en contra de la monogamia.
1. Va contra natura
Varias investigaciones aseguran que la
monogamia va en contra de nuestra naturaleza como especie y los impulsos
naturales de nuestro cuerpo, el cual se inclina por la promiscuidad y
la multitud de parejas. En el caso de las mujeres, por ejemplo, esta investigación
asegura que su propensión a ser más vocales que los hombres en el
momento del orgasmo podría deberse a que en algún momento funcionó como
llamado para que otros hombres se unieran al encuentro, un
comportamiento a favor de su capacidad multiorgásmica.
En los hombres, por otro lado, además de
que la forma del pene está diseñada para barrer con el esperma de
otros, hay estudios que sostienen que la cantidad de esperma eyaculado
con una pareja aumenta en proporción directa al tiempo que se deja pasar
desde el último encuentro sexual.
En ambos casos, se trata de
características evolutivas de las que se deduce que hombres y mujeres
estamos diseñados naturalmente para tener más de una pareja, al menos en
el ámbito sexual.
2. Nuestro pasado nos delata
Como decíamos al principio del artículo,
la monogamia es una práctica relativamente reciente en la historia de
la humanidad. Decir, por ejemplo, que hace 12 mil años
la paternidad era compartida, es otra forma de decir que antaño no se
otorgaba ese lugar de exclusividad a la pareja sexual ―lo cual comenzó a
modificarse con el desarrollo de la agricultura y las ideas de
acumulación y propiedad que se derivaron de ello.
3. El amor acaba
Quizá no precisamente el amor, pero sí
la pasión. Como casi cualquiera lo sabe por experiencia propia, es
frecuente que la pasión con que inicia una relación monogámica disminuya
paulatinamente. Esto hasta cierto punto es normal, tanto, que basta
teclear algunos cuantos términos de búsqueda al respecto para encontrar
centenares de estudios que han investigado el fenómeno.
4. A nuestro cerebro le gusta la variedad
¿Has notado tu entusiasmo cuando te enfrentas a algo algo nuevo? Puede ser que aprendas un idioma que ignoras o
que pruebes un platillo desconocido hasta ese momento, para tu cerebro
es un poco lo mismo: un estímulo que lo entusiasma. Lo mismo le sucede
con respecto al sexo: la dopamina que se libera es mayor en cantidad
cuando se trata de un encuentro con una persona distinta a la habitual. Esta investigación, por ejemplo, muestra que las mujeres son las primeras en perder el sentido de novedad en el sexo con sus parejas.
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