Maximiliano Bauk considera conveniente la
decisión de los suizos de rechazar en referéndum la propuesta de que los
ciudadanos tengan una renta básica mensual garantizada y aquella de un
salario mínimo de 3.270 euros.
Parece ser que, según podría conjeturarse a partir de distintos acontecimientos, en Suiza la
gente quiere ser pobre, cosa que confirmarían una y otra vez. Y es que
en aquellas tierras europeas ya se convirtió en tradición que el pueblo
vote en contra de distintas medidas sociales que probablemente en la Argentina
serían aprobadas por amplios sectores de la población y a partir de las
cuales varios dirigentes sindicales y de izquierda podrían dar por
concluidas sus respectivas “luchas”.
El más reciente acontecimiento que despertó nuevamente mi interés por esta “atrasada” civilización —atrasada en términos de progresismo, claro está— es que hace solo días, se sometió a referéndum una propuesta para que todos los ciudadanos tengan una renta básica mensual garantizada de 2.250 euros (poco menos de 40.000 pesos argentinos), a cambio de hacer absolutamente nada, es más, la única condición era la de no disponer de un ingreso mensual equivalente ¿pueden creer que lo hayan rechazado? Así es, el 78% de los electores votó por el No, tirando por la borda una oportunidad histórica cambiar su pasar sin esfuerzo alguno.
Eso no es todo, en el mes de mayo de 2014 hicieron lo mismo con una propuesta algo similar aunque esta vez el costo sería absorbido por el sector privado. En aquella oportunidad se pretendía imponer un salario mínimo mensual de 3.270 euros (¡más de 50.000 pesos argentinos!) El 76,3% lo rechazó. ¡Pero aún hay más! Poco tiempo antes también lo habían hecho ante un proyecto llamado “salarios equitativos”, mediante el cual se pretendía disminuir notablemente la desigualdad prohibiendo que el sueldo más alto de una compañía pueda ser más de 12 veces mayor que el más bajo de la misma.
Podemos ver que a los suizos se les sirvió en bandeja el triunfo en las peleas que aquí llevan a cabo principalmente quienes se hacen llamar progresistas, pero aquellos en lugar de alegrarse y aprovechar la situación, decidieron rechazar estos “beneficios”. ¿Será que les gustaría llevar una vida austera? ¿O quizás sea que simplemente carecen de los vastos conocimientos que los citados sectores argentinos ostentan?
Todo lo contrario, francamente distan muchísimo de la ignorancia y su decisión se debe, nada más ni nada menos, que a la mismísima lógica. No se dejaron engañar por fantasiosos discursos populistas y lograron quitarle a las propuestas ese oscuro manto utópico con el que se suelen esconder las verdaderas consecuencias de esta clase de medidas “benefactoras”, para ver así lo que realmente resultaría de su aplicación: una mensualidad garantizada de 2.250 euros lo único que haría sería incentivar a aquellos que no ganen más que eso —lo cual es bastante— a que dejen de intentarlo ya que el estado se encargaría de ellos, por lo que el número de mantenidos se iría incrementando a medida que la productividad del país iría decreciendo, con lo que caería también la recaudación del estado con la cual deberían pagarle a aquellos ahora desocupados. A su vez, para contrarrestar este déficit el estado necesitaría financiarse de alguna forma, lo que se reduce a 3 simples opciones: aumentar los impuestos (subiendo los costos de las empresas, haciéndolas menos competitivas por lo que tendrían que achicar gastos, probablemente en salarios), emitir más dinero (generando inflación, lo cual tendría las mismas consecuencias que el punto anterior solo que de una manera más disimulada) y por último está la posibilidad de que el gobierno se endeude para cubrir estos gastos corrientes (lo que tan solo atrasará en algunos días los desenlaces ya anticipados).
No menos erradas estaban las otras dos propuestas: la de un salario mínimo mensual de 3.270 euros y la de los llamados “salarios equitativos”: la primera lo único que lograría sería que aquellos cobraran menos de eso perderían sus empleos ya que si su trabajo antes no era rentable a un sueldo mayor del que se les pagaba, la realidad no cambiaría porque una ley ahora lo imponga. Y, con respecto a la segunda, por las mismas razones que el punto anterior los salarios más bajos no aumentarían, y quizás algunos de los directivos con salarios más altos se conformen con uno menor y continúen en sus puestos —ahora menos remunerados—, pero gran parte de ellos sabrá que no ganaban tanto por un mero favor, sino por lo que le daban a la empresa y lo que ella obtenía gracias a ellos, por lo que se puede presumir que se marcharán a un país en donde se los valore como se debe y su lugar sea ocupado por personas menos competentes, cayendo la productividad de la empresa y así empobreciendo al país en su conjunto.
La lección es simple, los suizos saben que intervenir en su economía no es algo que un grupo de burócratas pueda decidir por ellos ya que traerá consecuencias negativas para el conjunto de la población, es por ello que cada año ocupan los primeros puestos en el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, lo que —viendo su calidad de vida— les ha resultado bastante bien. Por esta razón les pido a los progresistas argentinos: aprendan de un país sabio y dejen que la Argentina realmente progrese.
El más reciente acontecimiento que despertó nuevamente mi interés por esta “atrasada” civilización —atrasada en términos de progresismo, claro está— es que hace solo días, se sometió a referéndum una propuesta para que todos los ciudadanos tengan una renta básica mensual garantizada de 2.250 euros (poco menos de 40.000 pesos argentinos), a cambio de hacer absolutamente nada, es más, la única condición era la de no disponer de un ingreso mensual equivalente ¿pueden creer que lo hayan rechazado? Así es, el 78% de los electores votó por el No, tirando por la borda una oportunidad histórica cambiar su pasar sin esfuerzo alguno.
Eso no es todo, en el mes de mayo de 2014 hicieron lo mismo con una propuesta algo similar aunque esta vez el costo sería absorbido por el sector privado. En aquella oportunidad se pretendía imponer un salario mínimo mensual de 3.270 euros (¡más de 50.000 pesos argentinos!) El 76,3% lo rechazó. ¡Pero aún hay más! Poco tiempo antes también lo habían hecho ante un proyecto llamado “salarios equitativos”, mediante el cual se pretendía disminuir notablemente la desigualdad prohibiendo que el sueldo más alto de una compañía pueda ser más de 12 veces mayor que el más bajo de la misma.
Podemos ver que a los suizos se les sirvió en bandeja el triunfo en las peleas que aquí llevan a cabo principalmente quienes se hacen llamar progresistas, pero aquellos en lugar de alegrarse y aprovechar la situación, decidieron rechazar estos “beneficios”. ¿Será que les gustaría llevar una vida austera? ¿O quizás sea que simplemente carecen de los vastos conocimientos que los citados sectores argentinos ostentan?
Todo lo contrario, francamente distan muchísimo de la ignorancia y su decisión se debe, nada más ni nada menos, que a la mismísima lógica. No se dejaron engañar por fantasiosos discursos populistas y lograron quitarle a las propuestas ese oscuro manto utópico con el que se suelen esconder las verdaderas consecuencias de esta clase de medidas “benefactoras”, para ver así lo que realmente resultaría de su aplicación: una mensualidad garantizada de 2.250 euros lo único que haría sería incentivar a aquellos que no ganen más que eso —lo cual es bastante— a que dejen de intentarlo ya que el estado se encargaría de ellos, por lo que el número de mantenidos se iría incrementando a medida que la productividad del país iría decreciendo, con lo que caería también la recaudación del estado con la cual deberían pagarle a aquellos ahora desocupados. A su vez, para contrarrestar este déficit el estado necesitaría financiarse de alguna forma, lo que se reduce a 3 simples opciones: aumentar los impuestos (subiendo los costos de las empresas, haciéndolas menos competitivas por lo que tendrían que achicar gastos, probablemente en salarios), emitir más dinero (generando inflación, lo cual tendría las mismas consecuencias que el punto anterior solo que de una manera más disimulada) y por último está la posibilidad de que el gobierno se endeude para cubrir estos gastos corrientes (lo que tan solo atrasará en algunos días los desenlaces ya anticipados).
No menos erradas estaban las otras dos propuestas: la de un salario mínimo mensual de 3.270 euros y la de los llamados “salarios equitativos”: la primera lo único que lograría sería que aquellos cobraran menos de eso perderían sus empleos ya que si su trabajo antes no era rentable a un sueldo mayor del que se les pagaba, la realidad no cambiaría porque una ley ahora lo imponga. Y, con respecto a la segunda, por las mismas razones que el punto anterior los salarios más bajos no aumentarían, y quizás algunos de los directivos con salarios más altos se conformen con uno menor y continúen en sus puestos —ahora menos remunerados—, pero gran parte de ellos sabrá que no ganaban tanto por un mero favor, sino por lo que le daban a la empresa y lo que ella obtenía gracias a ellos, por lo que se puede presumir que se marcharán a un país en donde se los valore como se debe y su lugar sea ocupado por personas menos competentes, cayendo la productividad de la empresa y así empobreciendo al país en su conjunto.
La lección es simple, los suizos saben que intervenir en su economía no es algo que un grupo de burócratas pueda decidir por ellos ya que traerá consecuencias negativas para el conjunto de la población, es por ello que cada año ocupan los primeros puestos en el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, lo que —viendo su calidad de vida— les ha resultado bastante bien. Por esta razón les pido a los progresistas argentinos: aprendan de un país sabio y dejen que la Argentina realmente progrese.
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