Macri lidera dos transiciones: la de una economía subsidiada y la de la hegemonía política
Por Carlos Pagni
En las elecciones del
año pasado la mayor parte de la ciudadanía montó un experimento
singular. Puso al frente del Poder Ejecutivo a una agrupación que carece
de mayoría en el Senado, pero también en Diputados. Con una
peculiaridad adicional: ningún bloque puede controlar la Cámara baja por
sí solo. El electorado quitó la endiablada provincia de Buenos Aires de
las manos del PJ, y la depositó en las de Cambiemos, que tampoco
controla la Legislatura. Cambiemos es una coalición recién formada, en
un país poco acostumbrado a las coaliciones. Y está centrada en Pro, un
partido nuevo, surgido del derrumbe del año 2001, que lleva en su
genética la marca del malestar con la política que acompañó aquella
crisis colosal. Como obliga esa carta natal, al frente de esa fuerza
figura un empresario, rodeado de colaboradores formados en la cultura
corporativa, más que en la del comité o la unidad básica. Por si
faltaran novedades, la de Macri es la primera administración que accedió
al poder a través de un ballottage. Parte del consenso en el que se
sostiene no se debe al propio encanto, sino a la animadversión al
kirchnerismo. Por eso le resulta tan difícil garantizar "la unidad de
los argentinos".
En este marco inédito, Macri está liderando dos transiciones. La de una economía subsidiada, gracias al alto precio de las commodities,
a otra que, para que mejoren los estándares de vida, debe volverse
muchísimo más competitiva. Y la de un orden político
hegemónico-autoritario a otro pluralista, en el que ningún actor puede
resolver en solitario el rumbo de la navegación.
Estas mutaciones estuvieron siempre en
las promesas de Pro. Pero también están determinadas por el agotamiento
de la experiencia populista. Por eso casi todas las decisiones del
Gobierno se orientan a poner en el centro de la economía, allí donde el
kirchnerismo había entronizado al consumidor, al inversor. Éste es el
reordenamiento que le toca encabezar a Macri. Éste es el ajuste. Con
perdón de la palabra.
A la luz de esta agenda resulta más
natural que la mayoría del electorado haya apostado a una tecnocracia
empresarial. Y se entiende con toda claridad el realineamiento
occidental que gestiona Susana Malcorra, y que Macri lidera con un
entusiasmo que no se le conocía.
A diferencia de los Kirchner, que
confiaban en las relaciones interestatales con Venezuela, China o Rusia,
el oficialismo mira el mundo como una red infinita de inversores
privados. El veto a la doble indemnización, o la salida de la Anses de
los directorios privados, es un homenaje para ellos.
El Presidente optó por atenuar el costo
social de esta reconversión apalancándose en la única ventaja material
que dejó Cristina Kirchner: la capacidad de endeudamiento. Es decir,
intenta evitar la dramática reducción del gasto que reclama el déficit
fiscal heredado a través del financiamiento internacional. Esta opción
se entiende más por las restricciones que impone la política: Cambiemos
está en minoría en el Congreso, y tiene frente a sí a un club de
gobernadores poco dispuesto a compartir limitaciones.
Facilitar la receta
Las dos operaciones más importantes de
Alfonso Prat-Gay en estos meses apuntaron a facilitar esta receta. El
cepo cambiario, que era presentado, sobre todo por Daniel Scioli, como
un monstruo inmanejable, se levantó en menos de cien horas, tal cual lo
prometido. Y el precio del dólar se mantuvo estable desde entonces.
El desafío más exigente es absorber el
traslado de la devaluación a precios, aun cuando es mucho menor que el
que provocó Axel Kicillof en enero de 2014. El otro éxito fue la salida
del default a través del acuerdo con los holdouts, negociado por Luis Caputo y aprobado con la colaboración del peronismo.
El blanqueo que se discute ahora en
Diputados tiene la misma orientación: el plan fiscal se sostiene en el
financiamiento externo. No quiere decir que no haya recortes en el
gasto. Su capítulo principal, el más costoso, es la quita de subsidios,
que aumenta el precio de los servicios públicos. Y la reducción de los
giros discrecionales a las provincias, que explican la parálisis de la
obra pública.
Estas decisiones desnudan algunas
disfunciones del Gobierno. Al diagramar su equipo, Macri incurrió en dos
audacias. Prescindió de un jefe de Gabinete clásico, como fue Horacio
Rodríguez Larreta en la ciudad. Marcos Peña, el colaborador que más
aprecia el Presidente, sigue siendo, antes que nada, un jefe de campaña.
Con todo lo que eso significa para Pro, un partido que se sostiene en
la opinión pública más que en su inserción territorial. Ese sesgo de
Peña se compensó con dos segundos: Mario Quintana y Gustavo Lopetegui.
No se puede entender la acción oficial sin la tarea de este dúo.
Pero Quintana y Lopetegui ¿coordinan o
lideran? Mientras se resuelven estos enigmas, Macri se ha convertido en
el árbitro de todas las decisiones, lo que significa una carga
impresionante de trabajo. Se entienden las arritmias.
A esta innovación el Presidente agregó
otra: temeroso de que le nazca un Carlos Bianchi, a quien en Boca
llamaban "el Virrey", prescindió también de un ministro de Economía. De
Prat-Gay se espera que doblegue la inflación. Pero las tarifas son
fijadas por Juan José Aranguren y Guillermo Dietrich; la política
comercial, por Francisco Cabrera, y la monetaria, por el Banco Central,
con el que la coordinación es escasísima. Esta dispersión de autoridad
se refleja en una dispersión discursiva: el Gobierno tiene dificultades
llamativas para ofrecer una explicación sistemática y completa de su
jugada económica.
El ajuste es inevitable. Y, para Macri,
más traumático que para cualquier otro dirigente. Él debe demostrar que,
dado que no conoció privaciones materiales, no es indolente ante las
penurias económicas. Para decirlo con su eslogan: que sueña con "pobreza
cero". Por eso, el Gobierno ha volcado en la gestión social y laboral
más recursos que Cristina Kirchner. Es el testimonio de los
sindicalistas que negocian con Jorge Triaca, que administra paritarias
libres. O de los dirigentes sociales, hasta ayer talibanes
kirchneristas, que tratan con Carolina Stanley. La reparación
jubilatoria de la Anses se elaboró dentro de este marco.
Para llevar adelante su reforma
económica, Macri cuenta con un auxilio estratégico: la crisis del PJ. El
primer golpe, en 2013, fue la secesión de Sergio Massa. Ahora se agrega
el deterioro de la señora de Kirchner.
Feligresía política
La feligresía política, social y
judicial de la ex presidenta giró la cabeza hace seis meses hacia Jorge
Bergoglio, a quien el liberal agnóstico Loris Zanatta acaba de definir
como "el Papa populista". Bergoglio es un jefe invalorable: está lejos,
lejano y permanece inmaculado.
El concepto de justicia social no se regula desde El Calafate ni en la CGT. Se administra en el Vaticano.
La fractura peronista ha eximido a Macri
de enfrentar una mayoría unificada. Era un fantasma tan temido como el
cepo. El bloque de senadores, que conduce Miguel Pichetto, disimula
mejor una fisura. Los intereses de los gobernadores difieren de los del
ultrakirchnerismo. Emilio Monzó, coordinado con Rogelio Frigerio, avanza
en medio de ese archipiélago. Primero pareció que el Frente Renovador
sería un socio principal. Pero las intermitencias de Massa, y la
convergencia de intereses fiscales y financieros de los gobernadores,
hicieron que Macri renuncie al matrimonio. Preservar la división del
adversario fue y será su objetivo principal. Sobre todo para cruzar las
grandes aguas: la elección del senador bonaerense del año próximo. La
estrella principal de esa saga seguirá siendo, como anticipa la
coreografía macrista semana tras semana, María Eugenia Vidal.
El Gobierno ha desarrollado su tarea
sobre el telón de fondo de un gran espectáculo de corrupción. Y, lo que
es más grave, de impunidad. Se liberó un caudal impresionante de
información sobre delitos que no habían sido penalizados por la
complicidad de la Justicia.
En contraste con este panorama se
constituye la legitimidad del oficialismo. Cambiemos recibió un mandato
de regeneración institucional, que vuelve más grave cualquier pecado
propio. Panamá Papers, por ejemplo.
La falta de sensibilidad frente a ese
mandato es, hasta ahora, la carencia más notoria del programa de Macri.
Salvo por la calidad de los dos candidatos propuestos para la Suprema
Corte de Justicia, su estrategia judicial no ha ido más allá de un
balbuceo. Y lo que es peor, es cada vez más llamativa la continuidad con
el orden que se pretende reemplazar, tanto en los organismos de
Seguridad como en el aparato de Inteligencia. Es delicado, porque el
Gobierno se ha comprometido a combatir el narcotráfico.
La única respuesta notoria de Cambiemos a
la demanda de regeneración han sido las denuncias de la diputada Elisa
Carrió. Por ahora son una esperanza. Pero pueden transformarse en un
problema. La función del Gobierno no es agitar. La función del Gobierno
es resolver.
Curiosidades de un semestre de alta intensidad
Faltaba
poco para que el presidente Mauricio Macri se encontrara nuevamente con
su par estadounidense, Barack Obama, en Bariloche. El mandatario
argentino se bajó del Tango 01 en la ciudad rionegrina e inmediatamente
se subió a un helicóptero rojo junto a su familia. ¿Quién era el
propietario de esa nave? Joseph Lewis, dueño del club inglés Tottenham y
de miles de hectáreas en la Patagonia.
En
uno de sus primeros viajes al exterior, en el Foro Económico de Davos
que tuvo lugar en Suiza, el Presidente sorprendió en una conferencia de
prensa al contestar varias preguntas en inglés, diferenciándose de sus
antecesores. Un detalle: el viaje a Davos estuvo en suspenso hasta
último momento por una lesión que Macri sufrió en sus costillas por
jugar con su hija Antonia.
Estaba
de visita en el interior y Macri tuvo un pequeño percance: durante un
acto en Formosa, la bandera argentina que decoraba el paisaje atrás suyo
cedió ante una ráfaga de viento y terminó en la cabeza del Presidente.
El gobernador de la provincia, Gildo Insfrán, fue el primero en
socorrerlo.
Como
un gesto más para diferenciarse del kirchnerismo, el Gobierno bajó los
cuadros del ex presidente Néstor Kirchner y del venezolano Hugo Chávez
de las paredes de la Casa Rosada. Fueron trasladados a un museo.
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