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miércoles, 1 de junio de 2016

Los perfectos imperfectos

Alfredo Bullard aborda las fallas del mercado de la educación y propone abrir la puerta a la innovación para mejorar la calidad educativa.

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Jaime Saavedra, ministro de Educación, es quizá el mejor ministro de Humala por lo que está haciendo en la mejora de la educación escolar.
Pero al mejor cazador se le va la liebre. Su reciente defensa de la Ley Universitaria y de la Superintendencia Nacional de Educación Superior (Sunedu) en un artículo publicado en este mismo Diario (“Indispensable (e irrenunciable)”, 15 de mayo del 2016), se aleja mucho de sus capacidades y logros.



Parece partir de una premisa sencilla: en educación no puede haber un mercado perfecto, por lo que hay que regularla. Pero en realidad no hay ningún mercado perfecto. El mercado es seres humanos actuando y los seres humanos somos imperfectos. Con un razonamiento tan simple, todos los mercados requieren regulación.
El argumento del mercado imperfecto se repite muy alegremente. Pero ¿es la regulación perfecta para colocarla como alternativa? No, porque también es hecha por humanos imperfectos. La pregunta no es si el mercado es perfecto o imperfecto. La pregunta es si el mercado imperfecto es mejor que la regulación imperfecta.
Luego, el ministro dice que hay fallas de mercado. Estoy de acuerdo. Pero también hay fallas de la regulación. Que el mercado falle no sirve para justificar la regulación. La imperfección no es mala. Es parte del proceso de desarrollo pues, como me dijo hace unos días mi hijo Mariano de solo 6 años, “si todos fuéramos perfectos, no aprenderíamos nada”. Lo que no explica Saavedra es por qué la regulación será menos imperfecta que el mercado que pretende corregir.
El ministro anota dos fallas. La primera es que “la información es asimétrica e imperfecta. La universidad sabe lo que ofrece, pero el joven rara vez tiene toda la información sobre la calidad de lo que adquiere. La calidad de una universidad es difícil de observar, una parte se ve en la experiencia que se vive a lo largo de los años. Pero la calidad real se ve en el futuro, cuando los egresados buscan trabajo”.
Su explicación es correcta, pero no la solución. El mercado de educación universitaria es uno en que hay asimetría informativa, como en todos. Lo que debería explicarse es por qué la Sunedu no sufrirá del problema de asimetría informativa.
Como bien explicó el premio Nobel de Economía Friedrich Hayek, la asimetría nace porque la información está dispersa. Y no se puede centralizar de manera efectiva. El mercado coordina las decisiones entre quienes tienen esa información. Las universidades, efectivamente, saben mejor del servicio que prestan, pero los jóvenes saben más de sus propias capacidades intelectuales, de sus posibilidades de pago y de lo que quieren hacer con su vida.
No hay nada que explique en la posición del ministro por qué los funcionarios van a tener mejor información. Si los estudiantes no saben cuál es la calidad de la educación universitaria porque esta se debe evaluar en el futuro, ¿tiene el Estado una bola de cristal para conocer ese futuro? Al menos los estudiantes saben lo que quieren…mejor que la Sunedu.
En cualquier caso, el problema se enfrenta usando el mecanismo que menciona el propio Saavedra: recopilar información de los resultados laborales de los egresados de distintas universidades. La asimetría se combate con información, no con regulación.
La segunda razón es la “racionalidad acotada”; es decir, que somos siempre un poco irracionales. Y es también tan correcto el diagnóstico como incorrecta la conclusión. El artículo menciona lo que se conoce como la procrastinación: preferimos el presente al futuro, el corto plazo que el largo. Pero si eso es cierto, la pregunta al ministro es: ¿Y los funcionarios de la Sunedu no procrastinan? Por supuesto que sí. Su racionalidad es tan acotada como la de los jóvenes. Y quizá más. Los funcionarios, como los políticos, piensan en su día a día antes que el futuro de los estudiantes. ¿Qué incentivo tendría un funcionario para decir sobre mi futuro mejor que yo mismo?
El verdadero problema es que la regulación acaba con la innovación. Si todo tiene que ser igual para tener buena calidad, ¿cómo hago para diferenciarme? Y es que el ministro olvida que sus funcionarios están más desinformados y tienen una racionalidad aun más acotada y procrastinada que la de los jóvenes que pretenden proteger

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