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miércoles, 18 de mayo de 2016

Estado del bienestar

Dado que las cosas que el hombre necesita para sobrevivir han de ser producidas, y dado que la naturaleza no garantiza el éxito de ningún esfuerzo humano, no hay y no puede haber tal cosa como garantía de seguridad económica. El empleador que te da un trabajo no tiene ninguna garantía de que su negocio seguirá existiendo, o de que sus clientes seguirán comprando sus productos o servicios. Los clientes no tienen ninguna garantía de que siempre podrán y estarán interesados en hacer negocios con él, ni tampoco de cuáles serán sus necesidades, gustos o ingresos en el futuro. Si te jubilas y te vas a vivir a una granja auto-suficiente, no tienes ninguna garantía que te proteja de lo que una inundación o un huracán puedan hacerle a tus tierras y a tus cosechas. Si se lo entregas todo al gobierno y le das poder total para planificar la economía entera, eso tampoco garantizará tu seguridad económica; lo que sí garantizará es que la nación entera caiga a un nivel miserable de pobreza — como los resultados prácticos de todas las economías totalitarias, comunistas o fascistas, han demostrado.


Moralmente, la promesa de un imposible “derecho” a la seguridad económica es un intento infame de derogar el concepto de derechos. Sólo puede significar – y de hecho significa – una cosa: la promesa de esclavizar a los hombres que producen, en beneficio de los que no producen. “Si algunos hombres tienen un derecho a los productos del trabajo de otros, eso significa que esos otros están despojados de derechos y condenados a trabajos forzados.” (“Derechos del Hombre” en Capitalismo: El Ideal Desconocido) No puede existir tal cosa como el derecho a esclavizar, es decir, el derecho a destruir los derechos.
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Es cierto que los estatistas del bienestar no son socialistas, que ellos nunca abogaron por o tuvieron como objetivo la socialización de la propiedad privada, que quieren “preservar” la propiedad privada… con control del gobierno sobre su uso y disposición. Pero esa es la característica fundamental del fascismo.
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El patrón oro es incompatible con el gasto deficitario crónico (la nota distintiva del estado del bienestar). Despojado de su jerga académica, el estado del bienestar no es más que un mecanismo a través del cual los gobiernos confiscan la riqueza de los miembros productivos de una sociedad para apoyar una amplia gama de esquemas de prestaciones sociales. . .
La política financiera del estado del bienestar requiere que no haya ninguna forma de que los propietarios de riqueza puedan protegerse a sí mismos. Ese es el mezquino secreto de los ataques de los estatistas contra el oro. El déficit público es sencillamente un ardid para “ocultar” la confiscación de riqueza. El oro se interpone a ese insidioso proceso como protector de los derechos de propiedad. Si uno entiende esto, no debería tener dificultad en comprender la causa del antagonismo de los estatistas hacia el patrón oro.
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Moral y económicamente, el estado del bienestar crea una fuerza decadente cada vez más acelerada. Moralmente, la posibilidad de satisfacer las demandas por la fuerza extiende esas demandas más y más, con intentos cada vez menores de justificarlas. Económicamente, las demandas forzadas que hace un grupo crean dificultades para todos los demás grupos, lo cual produce una mezcla inextricable de víctimas reales y parásitos puros. Como la necesidad, no el logro, es considerada la norma para dar recompensas, el gobierno necesariamente sigue sacrificando a los grupos más productivos en aras de los menos productivos, poco a poco subyugando al nivel más alto de la economía, luego al nivel siguiente, luego al siguiente. (¿De qué otra forma, si no es así, pueden ser proporcionadas recompensas que no han sido producidas?)
Hay dos tipos de necesidades que intervienen en este proceso: la necesidad del grupo que hace las demandas, una necesidad abiertamente proclamada y que sirve para encubrir otra necesidad, de la que nunca se habla: la necesidad de los que buscan el poder, que requiere un grupo de dependientes de favores para poder ascender al poder. El altruismo alimenta la primera necesidad, el estatismo alimenta la segunda. El pragmatismo ciega a todo el mundo, incluyendo tanto víctimas como aprovechados; les impide ver, no sólo la naturaleza mortal del proceso, sino incluso el hecho de que está habiendo un proceso.
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Un verdadero punto de inflexión se produjo cuando los estatistas del bienestar hicieron el cambio de economía a fisiología: comenzaron a buscar una nueva base de poder en un racismo fomentado deliberadamente, el racismo de grupos minoritarios, luego en los odios y complejos de inferioridad de las mujeres, de “los jóvenes”, etc. El aspecto significativo de este cambio fue el separar completamente las recompensas económicas del trabajo productivo. La fisiología sustituyó a las condiciones de empleo como base de las reivindicaciones sociales. Las demandas ya no eran para tener una “compensación justa”, sino simplemente para tener una compensación, sin que ningún trabajo fuese requerido.
Mientras que los buscadores de poder se aferraron a las premisas básicas del estado del bienestar, manteniendo que la necesidad era el criterio para dar recompensas, la lógica les obligó, paso a paso, a defender los intereses de grupos cada vez menos productivos, hasta llegar al último callejón sin salida: el de pasar de ser los defensores de un “trabajo honrado” al papel de ser los defensores de un parasitismo abierto, del parasitismo por principio, del parasitismo como un “derecho” (su famoso eslogan convirtiéndose en: “Quien no trabaja se comerá a aquellos que sí lo hacen”).
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En los negocios, el surgimiento del estado de bienestar congeló el régimen existente, perpetuando el poder de las grandes corporaciones de la era anterior al impuesto sobre la renta, colocándolas fuera del alcance de la competencia con los recién llegados, que estaban estrangulados por los impuestos. Un proceso similar tuvo lugar en el estado de bienestar del intelecto. Los resultados, en ambos campos, son los mismos.

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