Benjamin W. Powell
La verdura fresca importada de México no puede protestar, exigir
servicios sociales ni votar. Sin embargo, un trabajador inmigrante de
México que cultiva verduras en una granja estadounidense podría algún
día hacer las tres cosas. ¿Es este un motivo justificable para
preocuparse? Muchos estadounidenses temen que los inmigrantes
procedentes de países más pobres, como México, podrían eventualmente
socavar las mismas libertades que crearon la prosperidad que los ha
atraído a los Estados Unidos. Pero nueva evidencia pone en duda estos
temores.
El gobernador de Luisiana, Bobby Jindal (Republicano), se hizo eco de
los sentimientos de muchos cuando recientemente expresó acerca de los
inmigrantes que “de muchas maneras usted está observando a personas que
desean venir y, de algún modo, quieren abolir nuestra cultura—quieren
venir y casi colonizar nuestros países”. George Borjas, un economista
de Harvard e inmigrante de Cuba, comparte este temor.
En un artículo reciente, se preocupa por que la migración a gran
escala podría socavar la calidad institucional en los Estados Unidos de
manera tal que empiece a parecerse a la de los países más pobres a los
que muchos inmigrantes han dejado atrás. A su vez, esta pronosticada
transformación podría “fácilmente convertir la abundancia esperada
(estática) de un país receptor de una inmigración sin restricciones en
una debacle económica”.
Un hecho real, sin embargo, muestra la falacia de esa idea: La
economía del comercio internacional de la mano de obra (la inmigración)
no difiere fundamentalmente de la del comercio de bienes. El intercambio
en cada tipo de mercado permite una mayor especialización la cual
incrementa la productividad y genera importantes ganancias para ambos
socios comerciales. El temor es que los inmigrantes también pueden traer
un equipaje no económico que socave las libertades económicas que nos
hacen productivos y prósperos.
Estos temores tienen algún fundamento. La Encuesta Social General
realizada en los Estados Unidos revela que los inmigrantes tienden a
sostener más puntos de vista anti-mercado que la población nativa. Sin
embargo, la magnitud de la diferencia es pequeña.
Los inmigrantes también influyen en las opiniones políticas de la
población nativa. Muchos estudios académicos han encontrado que el
aumento de la inmigración tiende a hacer que la población nativa sea
menos receptiva a tener un gran Estado de bienestar.
La cuestión de cómo los inmigrantes podrían influir en las
instituciones es en última instancia una de tipo empírica. Dos estudios
recientes arrojan luz sobre el tema.
En el primer estudio, los economistas Zach Gochenour y Alex Nowrasteh
observaron cómo la inmigración hacia los distintos estados de los
EE.UU. desde 1970 hasta 2010 influyó sobre el gasto público en
asistencia social, la educación del ciclo escolar primario y secundario,
el Medicaid y el seguro de desempleo. Encontraron que la inmigración no
influyó en los gastos totales o en los gastos per cápita en ninguna de
estas categorías. En resumen, la inmigración no tuvo ningún efecto neto
sobre el tamaño del Estado de bienestar.
En el segundo trabajo, yo, junto con cuatro coautores, formulamos
la pregunta: ¿Impacta la inmigración sobre las instituciones? Nuestro
enfoque involucró el análisis de datos de más de 100 países, incluidos
algunos que diferían ampliamente con respecto a las poblaciones de
inmigrantes. Algunos prácticamente no tenían inmigrantes, mientras que
en otros los inmigrantes ascienden a tanto como al 77 por ciento de su
población.
Medimos la calidad institucional utilizando el Informe Anual de la
Libertad Económica en el Mundo, que emplea una medida mucho más amplia
de la calidad institucional que simplemente la del tamaño del Estado de
bienestar. Incluye protecciones a la propiedad privada, las
regulaciones, una moneda sana y la libertad para comerciar con el mundo,
además del tamaño del gobierno.
Analizamos cómo la cantidad inicial de inmigrantes en 1990, acumulada
a lo largo de las décadas anteriores, influyó en el cambio de la
libertad económica entre 1990 y 2011. También examinamos cómo el flujo
de inmigrantes impactó en la libertad durante el mismo periodo.
No importa qué otras variables incluimos en nuestro análisis
estadístico, nunca encontramos que una mayor inmigración disminuyó la
libertad económica. Por el contrario, con frecuencia encontramos que una
mayor población o flujo de inmigrantes aumentaron la libertad económica
de un país. Este hallazgo se sostuvo incluso cuando nos concentramos
sólo en los inmigrantes de los países más pobres.
La opinión de consenso de los científicos sociales que estudian la
inmigración es que ella genera ganancias netas para la economía mundial,
los propios inmigrantes y las personas nacidas en los países de
destino. Mucho menos se sabe acerca de cómo los inmigrantes podrían
impactar en las instituciones económicas de un país de destino. Pero la
evidencia preliminar indica que los inmigrantes tienen más
probabilidades de mejorar nuestras instituciones económicas que las que
tienen de destruirlas.
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