Ignacio Moncada
Íñigo Errejón, número dos y uno de los principales ideólogos de Podemos, relataba
recientemente la agradable experiencia que vivió en unos grandes
almacenes, en los que una trabajadora se despidió entonando un “¡Sí se
puede!”. No tardaron los usuarios de las redes sociales en señalar un
detalle que el político había pasado por alto: el día en cuestión era
domingo. En realidad nada cabe objetar contra el hecho de comprar en
domingo en unos grandes almacenes. Más bien al contrario: todo el mundo
debería ser libre de poder realizar sus compras cuando más le convenga.
Sin embargo, lo que muchos recriminaban a Errejón era la flagrante
contradicción entre sus actos personales y la decidida ofensiva contra
la libertad de horarios comerciales que está comandando su grupo
político.
En las últimas elecciones municipales y autonómicas, la coalición entre PSOE y Podemos logró hacerse con multitud de gobiernos regionales y locales. A menudo se denominan “gobiernos del cambio” a dichas coaliciones, aunque la insinuación de que es un cambio hacia algo nuevo es irónica: por un lado el PSOE es el partido más viejo de España, y por otro, bajo el disfraz con aspecto a nuevo de Podemos, no hay más que ideas anticuadas y caducas. No han tardado en demostrarlo allí donde gobiernan, dando máxima prioridad a sus iniciativas reaccionarias contra la libertad comercial.
El último caso de restricción de horarios comerciales ha sido, hace escasas fechas, el del gobierno de Extremadura, que ha revocado las Zonas de Gran Afluencia Turística de las principales ciudades extremeñas, reduciendo al mínimo legal, diez, el número de festivos en los que no les está prohibido abrir sus puertas. Extremadura por tanto se suma al proceso de involución en materia de libertad comercial que, en menos de un año, ya se ha iniciado en autonomías como Baleares, Aragón, Comunidad Valenciana, Navarra o Canarias, y en municipios como Barcelona, Valencia o Vigo.
Se podrían alegar múltiples razones económicas en favor de levantar las barreras y restricciones al comercio, entre ellas la creación de empleo y de actividad económica, la mayor oferta de productos y la mayor comodidad para los consumidores. Sin embargo, no es por ninguna de estas razones por las que debemos oponernos al trasnochado proteccionismo comercial, sino por el mero respeto a la libertad de las personas. Cada establecimiento comercial debería de ser libre de configurar su oferta de la forma que crea más atractiva para el consumidor, incluyendo, entre otras muchas cosas, los horarios que considere más oportunos; y a su vez el consumidor debería de ser libre y soberano para elegir dónde comprar sus productos. Pero el político de turno, en especial desde la izquierda, se empeña en negar a las personas dicha libertad.
Lo que la izquierda anticapitalista, así como la vieja derecha proteccionista, suele argumentar es que el respeto a la libertad comercial tiende a perjudicar a los pequeños establecimientos y beneficia a las grandes superficies. De ser así, lo único que demostraría es que los consumidores prefieren las grandes superficies, que éstas satisfacen mejor sus necesidades, y por tanto el principal perjudicado por las restricciones comerciales sería el propio consumidor. Además, el argumento trata de explotar el prejuicio que identifica a los pequeños comercios con los pobres y a las grandes superficies con los malvados ricos. Pero ni siquiera esto es verdad. Muchos de los empleados de grandes superficies tienen ingresos tan o más bajos que los que trabajan en establecimientos pequeños. A la trabajadora de los grandes almacenes en los que compraba Íñigo Errejón no la está beneficiando, precisamente, al intentar restringir la actividad comercial.
La obsesión ideológica de partidos como PSOE y Podemos contra la libertad comercial, además, renace anticuada. Parece que los “gobiernos del cambio” no se han dado cuenta de la revolución comercial que está en marcha. Cada vez más consumidores compran sus productos online o realizan intercambios mediante aplicaciones de móvil. Pronto los envíos a domicilio llegarán casi al instante. Los políticos aún no han asumido que las nuevas formas de distribución comercial ya no tienen horarios: funcionan las 24 horas del día durante todos los días del año. Al final resulta que los políticos, con la excusa de querer proteger el pequeño comercio mediante trabas y restricciones, acaban desarmándolo frente al innovador comercio online. Todo un ejercicio de ignorancia económica.
En las últimas elecciones municipales y autonómicas, la coalición entre PSOE y Podemos logró hacerse con multitud de gobiernos regionales y locales. A menudo se denominan “gobiernos del cambio” a dichas coaliciones, aunque la insinuación de que es un cambio hacia algo nuevo es irónica: por un lado el PSOE es el partido más viejo de España, y por otro, bajo el disfraz con aspecto a nuevo de Podemos, no hay más que ideas anticuadas y caducas. No han tardado en demostrarlo allí donde gobiernan, dando máxima prioridad a sus iniciativas reaccionarias contra la libertad comercial.
El último caso de restricción de horarios comerciales ha sido, hace escasas fechas, el del gobierno de Extremadura, que ha revocado las Zonas de Gran Afluencia Turística de las principales ciudades extremeñas, reduciendo al mínimo legal, diez, el número de festivos en los que no les está prohibido abrir sus puertas. Extremadura por tanto se suma al proceso de involución en materia de libertad comercial que, en menos de un año, ya se ha iniciado en autonomías como Baleares, Aragón, Comunidad Valenciana, Navarra o Canarias, y en municipios como Barcelona, Valencia o Vigo.
Se podrían alegar múltiples razones económicas en favor de levantar las barreras y restricciones al comercio, entre ellas la creación de empleo y de actividad económica, la mayor oferta de productos y la mayor comodidad para los consumidores. Sin embargo, no es por ninguna de estas razones por las que debemos oponernos al trasnochado proteccionismo comercial, sino por el mero respeto a la libertad de las personas. Cada establecimiento comercial debería de ser libre de configurar su oferta de la forma que crea más atractiva para el consumidor, incluyendo, entre otras muchas cosas, los horarios que considere más oportunos; y a su vez el consumidor debería de ser libre y soberano para elegir dónde comprar sus productos. Pero el político de turno, en especial desde la izquierda, se empeña en negar a las personas dicha libertad.
Lo que la izquierda anticapitalista, así como la vieja derecha proteccionista, suele argumentar es que el respeto a la libertad comercial tiende a perjudicar a los pequeños establecimientos y beneficia a las grandes superficies. De ser así, lo único que demostraría es que los consumidores prefieren las grandes superficies, que éstas satisfacen mejor sus necesidades, y por tanto el principal perjudicado por las restricciones comerciales sería el propio consumidor. Además, el argumento trata de explotar el prejuicio que identifica a los pequeños comercios con los pobres y a las grandes superficies con los malvados ricos. Pero ni siquiera esto es verdad. Muchos de los empleados de grandes superficies tienen ingresos tan o más bajos que los que trabajan en establecimientos pequeños. A la trabajadora de los grandes almacenes en los que compraba Íñigo Errejón no la está beneficiando, precisamente, al intentar restringir la actividad comercial.
La obsesión ideológica de partidos como PSOE y Podemos contra la libertad comercial, además, renace anticuada. Parece que los “gobiernos del cambio” no se han dado cuenta de la revolución comercial que está en marcha. Cada vez más consumidores compran sus productos online o realizan intercambios mediante aplicaciones de móvil. Pronto los envíos a domicilio llegarán casi al instante. Los políticos aún no han asumido que las nuevas formas de distribución comercial ya no tienen horarios: funcionan las 24 horas del día durante todos los días del año. Al final resulta que los políticos, con la excusa de querer proteger el pequeño comercio mediante trabas y restricciones, acaban desarmándolo frente al innovador comercio online. Todo un ejercicio de ignorancia económica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario