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domingo, 5 de junio de 2016

Una agenda sobre la deuda para el G7

Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read more
 
CAMBRIDGE – El 26 y 27 de mayo los Jefes de Estado del Grupo de los Siete principales países industriales se reunirán en Japón para conversar sobre problemas económicos y de seguridad comunes. Un importante problema común que merece su atención es el aumento insostenible de la deuda nacional de los principales países desarrollados. No abordar la explosión del endeudamiento gubernamental tendrá efectos adversos que afecten a la economía mundial y a los propios países agobiados por la deuda.


El problema es grave y cada vez empeora más, casi en todas partes. En Estados Unidos, la Oficina de Presupuesto del Congreso de la Nación estima que la deuda del gobierno federal se duplicó durante la última década, ya que aumentó desde el 36% del PIB al 74% del PIB. También predice que, en un escenario con supuestos económicos favorables y sin nuevos programas para aumentar el gasto o reducir los ingresos, el ratio de deuda a diez años a partir de ahora se situará en un nivel del 86% del PIB. Los que es aún más preocupante: el ratio de déficit anual se duplicará en la próxima década alcanzando un 4,9% del PIB, lo que pondrá a la deuda en camino de superar el 100% del PIB.
La situación en Japón es aún peor, ya que la deuda bruta de este país supera el 200% del PIB. El actual déficit anual de Japón del 6% del PIB implica que el ratio de deuda seguirá aumentando rápidamente, a menos que se tomen medidas.
Las condiciones difieren entre los países de la eurozona. Sin embargo, tres de las cuatro mayores economías de la Unión Europea – Francia, Italia y el Reino Unido – tienen grandes deudas y déficit anuales que van en dirección de alcanzar ratios de deuda aún mayores en el futuro.
Un nivel en aumento de deuda nacional absorbe fondos que, de otro modo, estarían disponibles para financiar inversiones empresariales que mejoren la productividad. Las empresas ahora temen que los crecientes déficits conduzcan hacia niveles más altos de impuestos, desalentando aún más las inversiones adicionales.
Esa es una perspectiva preocupante para todos. Cuando las tasas de interés suben, como seguramente lo tienen que hacer, el costo del servicio de la deuda requerirá de mayores impuestos, mismos que perjudicarán a los incentivos económicos y debilitarán la actividad económica. Además, la persistencia de grandes déficits reduce el margen que tienen los gobiernos para aumentar el gasto cuando se enfrenta una crisis económica o una amenaza a la seguridad nacional.
La reducción del déficit es, obviamente, una tarea para los responsables de los ingresos fiscales y el gasto público: los gobiernos y las asambleas legislativas. Sin embargo, los bancos centrales también juegan un papel, influyendo en el problema de dos maneras. Las políticas relativas a tasas de interés bajas en los países avanzados están abatiendo el tamaño actual de los déficits presupuestarios, pero el costo de ello es la reducción de la presión que se ejerce sobre los líderes políticos para que aborden futuros déficits, así como el incentivo que reciben los votantes para ponerse a favor de más programas de gasto y mayores recortes fiscales. Los bancos centrales pueden coadyuvar al anunciar claramente que las tasas de interés subirán sustancialmente en el futuro, lo que hará que para los gobiernos sea más caro prestarse y renovar la deuda existente.
La reducción de los déficits anuales requerirá ya sea de un aumento de los ingresos de impuestos o de una disminución de los desembolsos de gastos. El aumento de las tasas de impuestos marginales es por un lado políticamente impopular y por otro económicamente perjudicial. En EE.UU., se tiene margen para aumentar los ingresos sin aumentar las tasas de impuestos, mediante la limitación de los llamados gastos fiscales – es decir, las formas de gasto que se incluyen dentro de las normas fiscales, en lugar de que se las asigne anualmente en el Congreso.
Por ejemplo, un estadounidense que compra un automóvil eléctrico recibe una reducción de impuestos de $7,000. Los gastos fiscales de mayor tamaño en EE.UU. incluyen la deducción de intereses hipotecarios y la exclusión de la base imponible de las primas del seguro de salud que son pagadas por el empleador.
A pesar de que la eliminación de cualquiera de estos grandes gastos fiscales podría ser políticamente imposible, limitar la cantidad en la que un contribuyente podría reducir su deuda tributaria mediante el uso de estas disposiciones podría llevar a recaudar ingresos sustanciales. Por lo tanto, yo hago todo lo posible por convencer a mis amigos republicanos en el Congreso de que la reducción de la pérdida de ingresos provenientes de los gastos fiscales es realmente una manera de reducir el gasto público, a pesar de que la reducción del déficit aparece en la columna de los ingresos del presupuesto.
La buena noticia es que una reducción relativamente pequeña de los déficits anuales puede poner una economía en camino hacia un ratio deuda-PIB mucho menor. En el caso de EE.UU., la reducción del déficit desde el nivel proyectado del 4,9% del PIB al 3% del PIB haría que el ratio de deuda descienda con dirección hacia un 60%.
Lo mismo es cierto en otros lugares. El ratio deuda-PIB a largo plazo es igual al ratio del déficit de presupuesto anual con relación a la tasa anual de crecimiento del PIB nominal. Si se tiene un crecimiento del PIB nominal del 4%, un déficit presupuestario del 2%  haría que el ratio de deuda a largo plazo descienda al 50%. Ese debe ser el objetivo que aspiren alcanza todos los países del G7.

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