Martin Feldstein
Martin Feldstein, Professor of
Economics at Harvard University and President Emeritus of the National
Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council
of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to
President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read more
CAMBRIDGE
– El 26 y 27 de mayo los Jefes de Estado del Grupo de los Siete
principales países industriales se reunirán en Japón para conversar
sobre problemas económicos y de seguridad comunes. Un importante
problema común que merece su atención es el aumento insostenible de la
deuda nacional de los principales países desarrollados. No abordar la
explosión del endeudamiento gubernamental tendrá efectos adversos que
afecten a la economía mundial y a los propios países agobiados por la
deuda.
El
problema es grave y cada vez empeora más, casi en todas partes. En
Estados Unidos, la Oficina de Presupuesto del Congreso de la Nación estima
que la deuda del gobierno federal se duplicó durante la última década,
ya que aumentó desde el 36% del PIB al 74% del PIB. También predice que,
en un escenario con supuestos económicos favorables y sin nuevos
programas para aumentar el gasto o reducir los ingresos, el ratio de
deuda a diez años a partir de ahora se situará en un nivel del 86% del
PIB. Los que es aún más preocupante: el ratio de déficit anual se
duplicará en la próxima década alcanzando un 4,9% del PIB, lo que pondrá
a la deuda en camino de superar el 100% del PIB.
La situación en Japón es aún peor, ya que la deuda bruta
de este país supera el 200% del PIB. El actual déficit anual de Japón
del 6% del PIB implica que el ratio de deuda seguirá aumentando
rápidamente, a menos que se tomen medidas.
Las
condiciones difieren entre los países de la eurozona. Sin embargo, tres
de las cuatro mayores economías de la Unión Europea – Francia, Italia y
el Reino Unido – tienen grandes deudas y déficit anuales que van en
dirección de alcanzar ratios de deuda aún mayores en el futuro.
Un
nivel en aumento de deuda nacional absorbe fondos que, de otro modo,
estarían disponibles para financiar inversiones empresariales que
mejoren la productividad. Las empresas ahora temen que los crecientes
déficits conduzcan hacia niveles más altos de impuestos, desalentando
aún más las inversiones adicionales.
Esa
es una perspectiva preocupante para todos. Cuando las tasas de interés
suben, como seguramente lo tienen que hacer, el costo del servicio de la
deuda requerirá de mayores impuestos, mismos que perjudicarán a los
incentivos económicos y debilitarán la actividad económica. Además, la
persistencia de grandes déficits reduce el margen que tienen los
gobiernos para aumentar el gasto cuando se enfrenta una crisis económica
o una amenaza a la seguridad nacional.
La
reducción del déficit es, obviamente, una tarea para los responsables
de los ingresos fiscales y el gasto público: los gobiernos y las
asambleas legislativas. Sin embargo, los bancos centrales también juegan
un papel, influyendo en el problema de dos maneras. Las políticas
relativas a tasas de interés bajas en los países avanzados están
abatiendo el tamaño actual de los déficits presupuestarios, pero el
costo de ello es la reducción de la presión que se ejerce sobre los
líderes políticos para que aborden futuros déficits, así como el
incentivo que reciben los votantes para ponerse a favor de más programas
de gasto y mayores recortes fiscales. Los bancos centrales pueden
coadyuvar al anunciar claramente que las tasas de interés subirán
sustancialmente en el futuro, lo que hará que para los gobiernos sea más
caro prestarse y renovar la deuda existente.
La
reducción de los déficits anuales requerirá ya sea de un aumento de los
ingresos de impuestos o de una disminución de los desembolsos de
gastos. El aumento de las tasas de impuestos marginales es por un lado
políticamente impopular y por otro económicamente perjudicial. En
EE.UU., se tiene margen para aumentar los ingresos sin aumentar las
tasas de impuestos, mediante la limitación de los llamados gastos
fiscales – es decir, las formas de gasto que se incluyen dentro de las
normas fiscales, en lugar de que se las asigne anualmente en el
Congreso.
Por
ejemplo, un estadounidense que compra un automóvil eléctrico recibe una
reducción de impuestos de $7,000. Los gastos fiscales de mayor tamaño
en EE.UU. incluyen la deducción de intereses hipotecarios y la exclusión
de la base imponible de las primas del seguro de salud que son pagadas
por el empleador.
A
pesar de que la eliminación de cualquiera de estos grandes gastos
fiscales podría ser políticamente imposible, limitar la cantidad en la
que un contribuyente podría reducir su deuda tributaria mediante el uso
de estas disposiciones podría llevar a recaudar ingresos sustanciales.
Por lo tanto, yo hago todo lo posible por convencer a mis amigos
republicanos en el Congreso de que la reducción de la pérdida de
ingresos provenientes de los gastos fiscales es realmente una manera de
reducir el gasto público, a pesar de que la reducción del déficit
aparece en la columna de los ingresos del presupuesto.
La
buena noticia es que una reducción relativamente pequeña de los
déficits anuales puede poner una economía en camino hacia un ratio
deuda-PIB mucho menor. En el caso de EE.UU., la reducción del déficit
desde el nivel proyectado del 4,9% del PIB al 3% del PIB haría que el
ratio de deuda descienda con dirección hacia un 60%.
Lo
mismo es cierto en otros lugares. El ratio deuda-PIB a largo plazo es
igual al ratio del déficit de presupuesto anual con relación a la tasa
anual de crecimiento del PIB nominal. Si se tiene un crecimiento del PIB
nominal del 4%, un déficit presupuestario del 2% haría que el ratio de
deuda a largo plazo descienda al 50%. Ese debe ser el objetivo que
aspiren alcanza todos los países del G7.
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