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miércoles, 1 de junio de 2016

A pesar de Venezuela, el socialismo sigue siendo atractivo

Marian L. Tupy señala que nuestras mentes, diseñadas para lidiar con los problemas de la Edad de Piedra, podrían explicar por qué a pesar de que el socialismo siempre ha fracasado, este sigue y probablemente seguirá atrayendo a muchos.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Hace tres años, un izquierdista estadounidense muy conocido, David Sirota, escribió lo siguiente en un ensayo publicado en Salon, el cual se titulaba “El milagro económico de Hugo Chávez”:
“Chávez se volvió el cuco de la política estadounidense porque su defensa firme del socialismo y del redistribucionismo representaban al mismo tiempo una crítica fundamental de la economía neoliberal, y también rendía resultados indiscutiblemente buenos...Cuando un país se vuelve socialista y colapsa, este es subestimado como un relato —risible y fácil de olvidar— con moraleja acerca de los peligros de la economía centralmente planificada. Cuando, en cambio, un país se vuelve socialista y su economía se desempeña como la de Venezuela, esta no es percibida como algo risible—y no es tan fácil descartarla o ignorarla”.


Hace un par de semanas, Nicholas Casey del New York Times reportó en un artículo titulado “Infantes agonizando y sin medicinas: Dentro de la crisis de los hospitales en Venezuela”:
“En la mañana, tres recién nacidos ya estaban muertos. El día había empezado con los peligros usuales: escasez crónica de antibióticos, soluciones intravenosas, incluso alimentos. El apagón afectó a toda la ciudad, apagando los respiradores en la sección de maternidad. Los doctores continuaron ayudando a los infantes vivos bombeando aire a sus pulmones con las manos durante horas. En la noche, cuatro recién nacidos más habían muerto...La crisis económica en este país ha derivado en una emergencia pública de salud, costando las vidas de innumerables venezolanos”.
Empiezo con estas citas relativamente largas y con un corazón pesado. A diferencia de la predicción simplista de Sirota, no pretendo reírme del “relato —risible y fácil de olvidar— con moraleja” que es Venezuela acerca de la “economía centralmente planificada”. No encuentro que unos niños agonizando son algo risible. Tampoco me reí cuando leí acerca de los ucranianos que muriéndose de hambre se comieron a sus hijos durante el Holodomor de Stalin. No me reí cuando leí acerca de los soldados del régimen Khmer Rouge matando niños con sus bayonetas en la Camboya comunista. Y seguramente no me reí cuando vi con mis propios dos ojos a los niños que habían sido reducidos a la inanición por parte del dictador marxista de Zimbabue, Robert Mugabe. De hecho, no hay nada risible acerca del grado casi incomprensible de sufrimiento que el socialismo ha causado a la humanidad donde sea que ha sido intentado.
A pesar de lo mucho que me gustaría restregarle en sus narices a Sirota su propia estupidez, no puedo regocijarme porque yo se que el declive hacia el caos de Venezuela —la hiperinflación, las tiendas vacías, la violencia fuera de control y el colapso de los servicios públicos básicos— no será la última vez que escuchemos de una economía socialista en colapso. Mirando hacia el futuro, es seguro predecir que más países se negarán a aprender de la historia y le darán al socialismo una oportunidad. Y, también estoy igual de seguro que habrán, para utilizar las palabras de Lenin, “idiotas útiles”, como David Sirota, que le cantarán al socialismo alabanzas hasta el momento en que la última luz se apague y llegue la hora de virar la página y encontrar otra cosa acerca de la cual escribir. Esto provoca una pregunta importante: considerando que el socialismo ha fracasado donde sea que haya sido intentado, ¿por qué persistimos en intentar de hacerlo funcionar?

La psicología evolutiva provee una posible respuesta. Según los profersores John Tooly y Leda Cosmides de la Universidad de California en Santa Barbara, las mentes humanas evolucionaron en el llamado “Ambiente de Adaptabilidad Evolucionaria” entre 1,6 y 10.000 años atrás. “La clave para entender como la mente moderna funciona”, escribe Cosmides, “es reconocer que sus circuitos no fueron diseñados para resolver los problemas del día a día de los [humanos] modernos —fueron diseñados para resolver los problemas diarios de nuestros ancestros cazadores-recolectores. En otras palabras, en nuestros cráneos modernos viven mentes de la Era de la Piedra. Entonces, ¿cuáles son algunas de las características de estas mentes de la Edad de Piedra y que nos dicen estas características acerca de la manera en que entendemos la economía?
  • Primero, evolucionamos en grupos pequeños. Nos conocimos y estuvimos, probablemente, emparentados. En un mundo sin especialización y sin comercio, las ganancias de un grupo, “nosotros”, solían llegar a cuestas de otro grupo, “ellos”. Eso dificulta que nosotros comprendamos y apreciemos las ganancias de complejas actividades económicas, tales como el comercio global.
  • Segundo, como muchos otros animales, hemos evolucionado hasta formar jerarquías de dominación. Y, como otros animales, resentimos a aquellos que están arriba y formamos coaliciones para desplazarlos. Nuestro resentimiento de las jerarquías incluye no solamente aquellas que constituyen juegos de suma cero, como las dictaduras, y que canalizan los recursos hacia arriba, sino también las jerarquías que constituyen juegos de suma positiva, como las corporaciones, las cuales mejoran las vidas de los humanos.
  • Tercero, la “naturaleza social de la caza y de la recolección, el hecho de que la comida se dañaba rápidamente, y la total ausencia de la privacidad”, escribe Will Wilkinson, significaba que “los beneficios del éxito individual de la caza o de la búsqueda de alimentos no podían ser fácilmente internalizados por el individuo, y se esperaba que estos fuesen compartidos. La envidia de los desproporcionadamente ricos puede haber ayudado...a aquellos de estatus más bajo en la jerarquía de la dominación a protegerse en contra de una depredación todavía mayor por aquellos que eran capaces de acumular poder”.
Dicho de otra forma, los humanos son, por naturaleza, envidiosos, resentidos e incapaces de comprender, ni mucho menos apreciar, un sistema económico sofisticado que ha evolucionado a pesar de, no gracias a, nuestros mejores esfuerzos.

Por estas y otras razones, personas como Sirota se ponen poéticos cuando hablan acerca de Venezuela, mientras que ignoran los ejemplos del verdadero éxito en la economía global. Chile es un ejemplo de esto. En la década de 1970, Chile realizó la transición del socialismo hacia los mercados libres y le fue muy bien. En 1973, que fue el último año del régimen socialista, el ingreso per cápita promedio en Chile constituía un 37 por ciento de aquel de Venezuela. Para 2015, el ingreso per cápita promedio de Venezuela era 73 por ciento de aquel de Chile. La economía chilena se ha expandido en un 231 por ciento. La economía venezolana se ha contraído en un 12 por ciento. Con algo de suerte, Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez se irá pronto, y los venezolanos podrán reconstruir a su país destruido. Deberían ver a Chile como un ejemplo a seguir.

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