Miodrag Soric es Editor Jefe en Deutsche Welle Radio.
Al final, la victoria de Trump llegó con
sorprendente rapidez. Con su triunfo en las primarias de Indiana, el
magnate de 69 años obligó a abandonar a su rival Ted Cruz. El senador
anunció su retirada pero en ningún momento se refirió a Trump. Cruz está
herido, amargado, afligido. Y es que durante la campaña, Trump no sólo
le atacó personalmente, sino que también se cebó con su familia. No es
la primera vez que Trump acaba con uno de sus rivales políticos. En los
próximos meses tendrá que temer su venganza y deberá cuidarse de que los
resentidos no hablen mal de él.
Así pues, parece que Trump es el único candidato con opciones de representar al partido republicano en las elecciones presidenciales de noviembre. Su primera tarea será conciliar a un partido dividido. Parece muy fácil decirlo. En el discurso que ofreció tras conocerse su victoria, Trump trató de olvidar los ataques realizados en los últimos meses. Tres veces elogió ayer al derrotado Cruz y en numerosas ocasiones a una dirección del partido que, hasta ahora, sólo había criticado en sus intervenciones. A quien sí atacó es a Hillary Clinton. Y lo hizo apuntando directamente a la más que probable candidata presidencial de los demócratas.
Un extraño en la política. Pero Trump triunfó entre el electorado. Un outsider. Alguien que nunca ha desempeñado un cargo público. Un multimillonario que hizo fortuna en el negocio inmobiliario y una estrella de los realities televisivos. Los votantes querían a cualquiera, menos un político.
El mensaje de Trump apuntaba directamente a las élites corruptas. Su acusación de que Washington es responsable del declive económico de la clase media llegó a su destino. Trump maneja el lenguaje del ciudadano común. Habla sin cortapisas. Sus seguidores le creen o incluso mejor: quieren creerle. Hillary, por su parte, hace creer que tiene la cabeza llena de datos y hechos sobre la gran política. Pero necesita un teleprompter incluso para un discurso breve. Casi nadie está tan bien preparado técnicamente para el trabajo en la Casa Blanca como ella. Pero Hillary tiene un problema de credibilidad. No es del agrado de los estadounidenses. Ella, a diferencia de su marido, carece de un talento político natural.
¿Puede convertirse Trump en un estadista? A partir de este momento, Trump y el partido republicano están a merced del otro. Será interesante observar cómo se transforma el alborotador Trump en un hombre de Estado; o cómo logrará acercarse al electorado femenino –hasta ahora lo rechaza 70% de las mujeres-. ¿Qué le prometerá Trump a los latinos y afroamericanos para que por lo menos lo apoyen más de lo que lo han hecho hasta ahora? ¿Y qué hará para crear más puestos de trabajo? ¿O para lograr más dinero para el sector educativo? La campaña electoral estadounidense va a ser muy emocionante.
Así pues, parece que Trump es el único candidato con opciones de representar al partido republicano en las elecciones presidenciales de noviembre. Su primera tarea será conciliar a un partido dividido. Parece muy fácil decirlo. En el discurso que ofreció tras conocerse su victoria, Trump trató de olvidar los ataques realizados en los últimos meses. Tres veces elogió ayer al derrotado Cruz y en numerosas ocasiones a una dirección del partido que, hasta ahora, sólo había criticado en sus intervenciones. A quien sí atacó es a Hillary Clinton. Y lo hizo apuntando directamente a la más que probable candidata presidencial de los demócratas.
A partir de este momento, Trump y el partido republicano están a merced del otro. Será interesante observar cómo se transforma el alborotador Trump en un hombre de Estado; o cómo logrará acercarse al electorado femenino –hasta ahora lo rechaza 70% de las mujeres-.La campaña electoral estadounidense comenzó hace ya diez meses. Y, a pesar de lo que habían previsto los más reputados expertos y analistas, lo que ha pasado en el seno del partido republicano ha sido de todo menos previsible. Nadie contaba el verano pasado con una victoria de Donald Trump. Después de todo, el partido republicano contaba con grandes nombres entre sus candidatos. Entre ellos, exitosos y experimentados gobernadores y senadores. Políticos con mucha experiencia y que disfrutaban del apoyo de la dirección del partido y de las élites políticas del país.
Un extraño en la política. Pero Trump triunfó entre el electorado. Un outsider. Alguien que nunca ha desempeñado un cargo público. Un multimillonario que hizo fortuna en el negocio inmobiliario y una estrella de los realities televisivos. Los votantes querían a cualquiera, menos un político.
El mensaje de Trump apuntaba directamente a las élites corruptas. Su acusación de que Washington es responsable del declive económico de la clase media llegó a su destino. Trump maneja el lenguaje del ciudadano común. Habla sin cortapisas. Sus seguidores le creen o incluso mejor: quieren creerle. Hillary, por su parte, hace creer que tiene la cabeza llena de datos y hechos sobre la gran política. Pero necesita un teleprompter incluso para un discurso breve. Casi nadie está tan bien preparado técnicamente para el trabajo en la Casa Blanca como ella. Pero Hillary tiene un problema de credibilidad. No es del agrado de los estadounidenses. Ella, a diferencia de su marido, carece de un talento político natural.
¿Puede convertirse Trump en un estadista? A partir de este momento, Trump y el partido republicano están a merced del otro. Será interesante observar cómo se transforma el alborotador Trump en un hombre de Estado; o cómo logrará acercarse al electorado femenino –hasta ahora lo rechaza 70% de las mujeres-. ¿Qué le prometerá Trump a los latinos y afroamericanos para que por lo menos lo apoyen más de lo que lo han hecho hasta ahora? ¿Y qué hará para crear más puestos de trabajo? ¿O para lograr más dinero para el sector educativo? La campaña electoral estadounidense va a ser muy emocionante.
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