El presidente interino de Brasil aprovechará su estadía en el poder para tratar de debilitar a la izquierda neocomunista del siglo XXI
Muy en particular, lo que sucede en Brasil debilitará de una u otra forma a los regímenes, partidos, movimientos, organismos y grupos multilaterales aún dominados por la izquierda castrochavista del siglo XXI.
No podría ser de otra manera, los Gobiernos petetistas de Lula Da Silva y Rousseff (2003-2016), caracterizados por la búsqueda de un lugar más prominente en los asuntos internacionales, fueron fundamentales en la balanza de poder de la política latinoamericana y en el fortalecimiento de la izquierda radical hemisférica. Tan solo recordemos el rol de Brasil en el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y en la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) que fueron utilizadas como paraguas y expansión política, así como en detrimento de la Organización de Estados Americanos (OEA).
También es de recordar el penoso pero decisivo papel que Brasil desempeñó en la condena del supuesto golpe de Estado en Honduras en 2009 y sus ayudas financieras (y negocios) a Cuba y Venezuela; gobiernos “revolucionarios” con quienes no ocultó sus simpatías y apoyos políticos en términos bilaterales y multilaterales.
De allí la elocuente defensa del dúo Lula-Rousseff que han hecho varios gobiernos y actores latinoamericanos en los últimos meses y días. Uno de los primeros en la fila de defensores ha sido el cuestionado -por su falta de imparcialidad política- secretario general de UNASUR, Ernesto Samper, quien tras el inicio del juicio político a Rousseff declaró que el bloque que representa “está preocupado ante la posibilidad de que las circunstancias de inestabilidad que se viven en Brasil, pudieran trasladarse de manera peligrosa a la región”, añadiendo que “si se aceptara que tales cargos tienen valor para ello, cualquier presidente podría ser destituido por una simple actuación administrativa que se considere equivocada”.
Por supuesto, a estas declaraciones le siguieron las de los mandatarios de Venezuela y Cuba, que achacaron la destitución temporal de Rousseff como una “contraofensiva reaccionaria del imperialismo”, como un “paso fundamental para los objetivos golpistas”. Que el impeachment es fraudulento y no más que un golpe de Estado, es la consigna de la exmandataria brasileña y que han hecho suya los de la izquierda castrochavista regional.
Se trata de patadas de ahogado de una izquierda que se sabe débil y que conoce bien que la caída de los amigos brasileros -después de la derrota de Cristina Kirchner en Argentina, de la derrota de Evo Morales en Bolivia, de la renuncia de Rafael Correa a lanzarse de nuevo a la presidencia de Ecuador, y de la fuerte crisis que sufre Venezuela- puede convertirse en una herida de muerte del proyecto continental por el cual tanto han luchado los integrantes de antes y ahora del Foro de Sao Paulo, grupo que en 1990 fue convocado por el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil y el Partido Comunista de Cuba, con el fin de redefinir los objetivos y las actividades de la izquierda del continente.
Pero todo dependerá cómo se maneje, en principio, el nuevo jefe de Estado de Brasil y su gabinete, que deberá centrarse en la economía y en las medidas de austeridad necesarias para enderezar el rumbo financiero del país, al tiempo que lidiar con la fuerte batalla que sin duda le presentarán Lula, Rousseff y el partido de los trabajadores.
Sin embargo, el nombramiento del senador de centro derecha José Serra como nuevo jefe de la diplomacia brasilera, un fuerte crítico de la política exterior de Lula y Rousseff y de sus vínculos con los gobiernos del bloque bolivariano, es una importante señal de que el Gobierno de Michel Temer también aprovechará su estadía en el poder para tratar de debilitar a la izquierda neocomunista del siglo XXI
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