Mauricio Rojas
EspaƱa vive aĆŗn bajo el impacto de la profunda crisis desencadenada el aƱo 2008. Algo ha mejorado la situación pero al paĆs todavĆa le queda mucho por andar para llegar a superar su difĆcil situación. Para ello deberĆ” llevar a cabo una agenda de reformas mucho mĆ”s audaz que la emprendida hasta ahora. En esta perspectiva puede ser de interĆ©s hacer un paralelo con la situación que atravesó Suecia hace poco mĆ”s de veinte aƱos, cuando se vio enfrentada a una serie de retos que tienen una cierta similitud con los actuales desafĆos espaƱoles. Esto puede ser aĆŗn mĆ”s relevante si constatamos el notable Ć©xito alcanzado por Suecia en superar la crisis para luego transformarse en un ejemplo de estabilidad y dinamismo económico. Esto quedó recientemente de manifiesto, cuando Suecia mostró una gran capacidad de sortear con Ć©xito la crisis internacional que devastó a tantos otros paĆses, ubicĆ”ndose a partir de entonces a la cabeza de los paĆses desarrollados en tĆ©rminos de crecimiento económico (OECD 2014).
GƩnesis y desarrollo de la crisis
La crisis que afectó a Suecia en los años 90 y la que se desencadenó en España a partir de 2008 tienen una serie de semejanzas pero también diferencias importantes. Para analizarlo podemos partir de un diagrama comparativo sobre su desarrollo.
Diagrama 1
Variación porcentual del PIB: Suecia (1987-1997) y España (2005-2015*)

*2014 y 2015 pronóstico de la OCDE. Fuentes: Banco Mundial (2014) y OECD (2014)
Variación porcentual del PIB: Suecia (1987-1997) y España (2005-2015*)
*2014 y 2015 pronóstico de la OCDE. Fuentes: Banco Mundial (2014) y OECD (2014)
Como se observa, la crisis espaƱola es mucho mĆ”s abrupta y dilatada que la sueca, cayendo desde niveles de crecimiento mĆ”s altos y hundiĆ©ndose con mayor profundidad en 2009, para volver a caer en 2012-2013. A su vez, su recuperación es mucho mĆ”s dĆ©bil que la sueca. Ello apunta a significativas diferencias existentes entre las economĆas de EspaƱa y Suecia de pre crisis. Una diferencia importante fue, sin duda, la existencia del euro, que en el caso espaƱol cerró la puerta de la devaluación de la divisa como medio de restablecer la competitividad internacional sin bajar nominalmente los precios internos. EspaƱa ha debido, por ello, seguir el duro camino del ajuste a la baja de los precios internos, especialmente del trabajo y la vivienda. En el caso sueco, la devaluación de la corona tuvo un papel clave en el rĆ”pido restablecimiento de la fuerza competitiva de una economĆa muy dependiente de sus exportaciones. Pero mĆ”s allĆ” de este aspecto monetario tenemos algunas diferencias estructurales de gran significación.
El modelo español de crecimiento fue fundamentalmente extensivo, es decir, basado en la incorporación masiva de capital y trabajo pero con una productividad total de los factores (PTF) estancada o, incluso, decreciente. La singularidad española a este respecto queda de manifiesto en el siguiente diagrama.
Diagrama 2
Variación anual media de la productividad, 2001-2007
Fuente: MarĆn y Bote (2014)
Los motores de este crecimiento –tan anómalo en la Ć©poca
moderna donde el crecimiento intensivo, es decir, con mejoras de
productividad, es la regla– fueron un gran flujo de capital a bajo coste
y una verdadera avalancha de trabajo relativamente poco calificado,
obra de un boom migratorio sin precedentes. Se fortalecieron con ello
las ramas tradicionales de la economĆa, pero su competitividad fue
mermando rĆ”pidamente dado el fuerte incremento salarial del perĆodo. El
autoestrangulamiento de la competitividad espaƱola se ilustra fƔcilmente
mediante la figura que sigue, en la que se compara el aumento del coste
unitario de la hora trabajo con el de su productividad entre 1996 y
2007 en España, Alemania y Suecia.Variación anual media de la productividad, 2001-2007
Fuente: MarĆn y Bote (2014)
Diagrama 3
Variación porcentual acumulada del coste y la productividad de la hora de trabajo, 1996-2007
Fuente: OECD (2014)
Existen muchas otras diferencias estructurales entre la
economĆa sueca de los aƱos 80 y la espaƱola de la primera dĆ©cada del
2000. Entre ellas cabe destacar, por su importancia clave, la que se
refiere al funcionamiento del mercado laboral. Comparando con Suecia se
advierte, en primer lugar, un grado muy bajo de incorporación de la
población en edad activa al mercado de trabajo y una tasa aún mÔs baja
de ocupación. AsĆ, la tasa de empleo entre las personas de 15 a 64 aƱos
llegó en Suecia a 83,1 por ciento en 1990, mientras que en España sólo
se alcanzó el 66,6 por ciento en el punto mÔs Ôlgido del ciclo de
expansión económica (2007). Por otra parte, el desempleo llegó en España
a un mĆnimo en 2007 con una tasa de 8,3 por ciento, mientras que en
Suecia se habĆa reducido al 1,8 por ciento en 1990. Por su lado, el
aumento del desempleo fue proporcionalmente mƔs alto en Suecia durante
la crisis (5,6 veces mientras que en EspaƱa fue de 3,1 veces) pero, dado
el alto punto de partida español, no llegó ni cerca de los niveles de
paro alcanzados por EspaƱa (10 por ciento en Suecia en 1993 contra 26
por ciento en España en 2013 según los datos de la OCDE). Variación porcentual acumulada del coste y la productividad de la hora de trabajo, 1996-2007
Fuente: OECD (2014)
Esto no quiere decir que la estructura del mercado laboral de Suecia no sea problemÔtica, pero lo es en un nivel muy diferente a aquel en que se ubica España. Esto se hace evidente estudiando el informe 2013-2014 sobre competitividad global del Foro Económico Mundial. Allà se destaca que el mercado laboral es, dejando de lado el tamaño del mercado interno, el segundo punto de mayor debilidad comparativa tanto de España como de Suecia. Pero Suecia ocupa el lugar 18 en calidad del mercado de trabajo mientras que España se ubica en el lugar 115 (World Economic Forum 2014).
En este contexto tal vez no sea baladĆ indicar que segĆŗn el mismo informe la mayor fortaleza de EspaƱa es la infraestructura, mientras que ese Ćtem es la mayor debilidad de Suecia. Se trata, diciĆ©ndolo en cristiano, de un contraste notable entre el despilfarro que caracterizó la gestión pĆŗblica espaƱola durante los aƱos anteriores a la crisis y la sobriedad nórdica, pero en este caso mĆ”s porque los suecos supieron aprender de sus propios excesos del pasado que por cuestiones culturales (que tampoco habrĆa que negar).
Este Ćŗltimo punto nos invita a analizar lo que es el eje central de ambas crisis: la gestión pĆŗblica y, sobre todo, el gasto fiscal desbocado y las promesas insostenibles propias del populismo del Estado del bienestar hechas durante los aƱos de vacas gordas pero que se deben cumplir en los aƱos de vacas flacas. Esto es lo que desencadena los crecientes desequilibrios y dĆ©ficits fiscales –en EspaƱa el gasto pĆŗblico aumenta de un 39 a un 46 por ciento del PIB entre 2007 y 2009, mientras que el ingreso cae del 41 al 35 por ciento– que terminan hundiendo todo el entramado económico bajo el peso de un endeudamiento pĆŗblico galopante que finalmente debe llevar, a fin de contenerlo, a la adopción de fuertes medidas recesivas en pleno perĆodo de contracción económica.
El diagrama siguiente ilustra este proceso mostrando la evolución del balance de las cuentas pĆŗblicas en ambos paĆses. Como se observa, la similitud entre Suecia y EspaƱa es palmaria y nada casual.
Diagrama 4
Evolución del balance fiscal: Suecia (1987-1997) y España (2005-2015*)
*2014 y 2015 pronóstico de la OCDE. Fuente: OECD (2014)
La caĆda espaƱola es mĆ”s abrupta y se desencadena ya en 2008,
que es un aƱo de transición hacia la crisis que todavĆa muestra un leve
crecimiento económico. Sin embargo, ambos paĆses alcanzarĆ”n un dĆ©ficit
rƩcord muy similar (ligeramente superior al 11 por ciento del PIB), pero
Suecia emprenderÔ entonces un proceso decidido y eficiente de reducción
del mismo que ya en 1998 transformarƔ el dƩficit fiscal en superƔvit,
cosa que no estƔ prevista que ocurra en EspaƱa durante los aƱos
próximos. Estas diferencias tienen que ver, en gran parte, con la
estructura misma de las administraciones pĆŗblicas, caracterizadas en
España por una descentralización caótica y conflictiva, impulsada por
los apetitos localistas, el caciquismo y el nacionalismo que fomentan la
irresponsabilidad financiera, las duplicidades, el despilfarro y la
corrupción. Esto es lo que el ex presidente del Tribunal Constitucional,
Ćlvaro RodrĆguez Bereijo (2013:25), ha descrito como una alocada "carrera hacia la igualación competencial que culminarĆ” en la ‘burbuja polĆtica’ de diecisiete fragmentos de Estado emulando mimĆ©ticamente la arquitectura institucional del Estado y todos sus aparatos". Evolución del balance fiscal: Suecia (1987-1997) y EspaƱa (2005-2015*)
*2014 y 2015 pronóstico de la OCDE. Fuente: OECD (2014)
Tanto en el caso sueco como en el espaƱol tenemos, ademĆ”s, una situación anterior a la crisis con superĆ”vits fiscales, pero no porque los respectivos gobernantes fuesen austeros y previsores sino porque la bonanza económica llenaba las arcas pĆŗblicas de tal manera que ni siquiera el despilfarro mĆ”s evidente lograba vaciarlas. Fue el momento de los rĆos de miel y leche, y quienes gobernaban –socialistas en ambos casos– repartieron generosamente la ilusión del cafĆ© para todos y los derechos sin fin.
La consecuencia de los déficits fiscales fue el rÔpido aumento de la deuda pública y su pesada carga de intereses. El desarrollo comparativo de Suecia y España es, al respecto, plenamente coincidente tanto en cuanto al punto de partida como a la evolución durante los cuatro primeros años de incremento de la deuda, pero luego se hace fuertemente divergente. Esto es lo que muestra el siguiente diagrama, que incluye el pronóstico del Fondo Monetario Internacional sobre el desarrollo de la deuda española de 2014 a 2018.
Diagrama 5
Evolución de la deuda pública en porcentaje del PIB: Suecia (1990-2001) y España (2007-2018*)
*2014-2018 estimaciones del FMI. Fuentes: OECD (2014), Eurostat (2014) y IMF (2014)
Este diagrama nos lleva a la diferencia crucial entre el
desarrollo posterior a la crisis de Suecia y EspaƱa: la capacidad del
sector público de reducir rÔpidamente su déficit y poder con ello,
primero, contener el aumento de la deuda y, luego, reducirla
decididamente. Esto le permitió a Suecia recortar el pago de intereses
por la deuda pública de mÔs del 6 por ciento del PIB a mediados de los
90 a menos del 2 por ciento diez aƱos mƔs tarde hasta situarse bajo el 1
por ciento en 2012-2013. Al mismo tiempo, su impacto en el presupuesto
fiscal tambiĆ©n disminuĆa sensiblemente, tal como se puede observar a
continuación. Allà se exhibe también el desarrollo de España entre 2006 y
2013, que muestra un notable paralelo con el desarrollo de Suecia, si
bien su alza es mucho mÔs pronunciada. AdemÔs, dada la evolución
previsible de la deuda pública, poco hace suponer que España podrÔ
curvar la evolución de la parte del gasto fiscal dedicada a pagar por la
misma de una forma que sea comparable a la de Suecia. Esto no obsta
para suponer que su peso se modere ya en 2014, al caer
significativamente la prima de riesgo y, por ende, el coste de la deuda.Evolución de la deuda pública en porcentaje del PIB: Suecia (1990-2001) y España (2007-2018*)
*2014-2018 estimaciones del FMI. Fuentes: OECD (2014), Eurostat (2014) y IMF (2014)
Diagrama 6
Evolución del porcentaje del gasto público* destinado a pagar por los intereses de la deuda: Suecia (1989-2001) y España (2006-2013)
*Operaciones no financieras. Fuentes: SCB (2014) y SEPG (2014)
Resumiendo lo dicho, la crisis espaƱola ha superado en
intensidad y, sobre todo, en duración a la sueca. Ello tiene que ver con
diversos factores, entre los que se cuentan una mayor debilidad
estructural de la economĆa espaƱola, que crece sin mejoras de
productividad; una fuerte inflación de costes, en particular salariales,
que debió ser corregida sin poder recurrir a la devaluación de la
propia divisa; y un mercado laboral que tiende a generar niveles
inusualmente altos de paro. A ello se le sumó, en este caso en ambos
paĆses, un gasto pĆŗblico que desbordó ampliamente su base sostenible de
financiamiento provocando tanto un fuerte dƩficit fiscal como un aumento
de enormes proporciones de la deuda pĆŗblica que, sin embargo, Suecia
supo poner bajo control con mucha mÔs decisión y eficiencia que España.Evolución del porcentaje del gasto público* destinado a pagar por los intereses de la deuda: Suecia (1989-2001) y España (2006-2013)
*Operaciones no financieras. Fuentes: SCB (2014) y SEPG (2014)
Dos formas de afrontar los retos de la crisis
El diagnóstico anterior indica que tanto Suecia (a partir de 1990) como España (desde el 2008) estaban frente al doble reto de reducir drÔsticamente el déficit fiscal e iniciar reformas estructurales enfocadas a resolver sus problemas de fondo. La necesidad de cambios era, como se ha visto, mÔs intensa en España dada la mayor vulnerabilidad de su modelo de crecimiento y su estructura estatal fragmentada. Con todo, la diferencia decisiva no radica a mi juicio en ello sino en la capacidad de generar un consenso nacional en torno a la urgencia y orientación de las reformas a realizar.
Este aspecto es esencial si se toma en consideración que los cambios requeridos en ambos paĆses han sido de tal magnitud que fĆ”cilmente pueden desencadenar una ola de confrontaciones a todo nivel de no existir una voluntad clara de hacer causa comĆŗn, proponiendo un derrotero consistente e intentando contener la conflictividad social. En este aspecto la diferencia entre Suecia y EspaƱa no puede ser mĆ”s patente. En Suecia, la crisis fue el detonante de una paz social sin precedentes en las Ćŗltimas dĆ©cadas, mientras que en EspaƱa no ocurrió nada similar. Para ilustrarlo baste mostrar la evolución del nĆŗmero de huelgas en ambos paĆses en torno a sus respectivas crisis.
Diagrama 7
Evolución del número de huelgas: Suecia (1986-2000, eje derecho) y España (2004-2013, eje izquierdo)
Fuentes: SCB (2014) y Ministerio de Empleo y Previsión Social (2014)
Como se observa, la conflictividad laboral cae abruptamente en
Suecia al desencadenarse la crisis. De hecho, el nĆŗmero de huelgas se
reduce en mƔs de un 80 por ciento entre 1990 y 1991. En tƩrminos de la
cantidad de trabajadores involucrados, la caĆda es aĆŗn mayor (un 93 por
ciento), pasando de 73.159 a 5.013 trabajadores. En la segunda mitad de
los aƱos 90 prƔcticamente desaparecen los conflictos laborales, con 8
huelgas y 6.241 trabajadores involucrados en ellas como promedio anual.
El contraste respecto de la situación anterior a la crisis es notable,
ya que entre 1986 y 1990 el promedio anual de trabajadores en huelga
habĆa sido de 56.366. Este desarrollo no puede dejar de sorprender al
observador forÔneo, especialmente tomando en consideración que el año
1997 fue el mĆ”s crĆtico en tĆ©rminos de empleo y que se trata de los aƱos
en que el gobierno socialdemócrata aplicó el durĆsimo programa de
recortes que rÔpidamente restableció el equilibrio de las cuentas
fiscales. Evolución del número de huelgas: Suecia (1986-2000, eje derecho) y España (2004-2013, eje izquierdo)
Fuentes: SCB (2014) y Ministerio de Empleo y Previsión Social (2014)
Lo que observamos en el caso espaƱol es bien distinto. SegĆŗn la estadĆstica del Ministerio de Empleo, el nĆŗmero de huelgas se incrementa un 23,6 por ciento entre 2008 y 2009 y la cantidad de trabajadores en conflicto pasa de 542.508 a 653.483. Ambas cantidades se reducen sensiblemente en 2010 y 2011, para volver a aumentar nuevamente en 2012 y llegar en 2013 a 448.024 trabajadores en huelga. Ahora bien, hay que recordar que este nivel de conflictividad no es nada nuevo en la EspaƱa contemporĆ”nea. Como ilustración, seƱalemos que entre 1996 y 2002 el promedio anual de trabajadores envueltos en huelgas fue de 1,6 millones.
Este recrudecimiento de las disputas laborales, que tanto contrasta con la notable paz laboral que se instaura en Suecia a partir de la crisis, es parte de un clima general de disenso y conflictividad que ha conducido a un fuerte incremento tanto de las movilizaciones sociales como de las reivindicaciones nacionalistas. AsĆ, segĆŗn el Anuario del Ministerio del Interior (2013), en 2012 se registraron mĆ”s de 44.000 manifestaciones, duplicando la cifra de 2011 y cuadruplicando la de los aƱos anteriores a la crisis.
Explicar esta forma autodestructiva de encarar la crisis, donde en vez de la unidad se fomenta la discordia y la defensa cerrada de los intereses propios, harĆa necesaria una profundización, que excede los marcos de este trabajo, en una cultura polĆtica muy confrontativa, formada por una larga historia de conflictos y divisiones fratricidas. EspaƱa tiende, lamentablemente, a enfrentarse consigo misma cuando mĆ”s necesita la unidad y parece ser incapaz de aprender de su pasado. Por ello resaltan tanto, como contraste, esos Pactos de la Moncloa que en 1977 supieron darle a la transición a la democracia un marco de cordura y entendimiento que fue el garante de su Ć©xito. Fue un momento extraordinario y, al parecer, difĆcil de repetir.
Por su parte, el DNA polĆtico sueco funciona exactamente al revĆ©s: el peligro o la crisis une a un pueblo que en su memoria histórica no tiene el recuerdo de guerra civil alguna y cuya cultura estĆ” dominada por la idea fuerza de comunidad. En este sentido, los suecos han hecho plenamente suya la vieja moraleja de Esopo: "Unidos estamos de pie, divididos caemos". Al mismo tiempo, este fuerte sentimiento de comunidad genera la necesidad de buscar acuerdos pragmĆ”ticos, alejados del ideologismo y la defensa obtusa de intereses particulares que, de ser mantenidos a rajatabla, pondrĆan en peligro la supervivencia misma de la comunidad.
En todo caso, mĆ”s allĆ” de sus posibles causas estas formas tan opuestas de reaccionar frente a la crisis tienen consecuencias decisivas respecto de la posibilidad de afrontarla con todo el vigor y la continuidad de propósito que se requieren para superarla. En ello, el factor realmente decisivo en Suecia fue la actitud de la socialdemocracia que, de hecho, depuso su defensa principista y maximalista del viejo Estado benefactor propia de la era de Olof Palme. AsĆ, los socialdemócratas no sólo aceptaron reformas antes impensables llevadas a cabo por el gobierno liberal-conservador de Carl Bildt (1991-94) sino que lideraron el duro proceso que en pocos aƱos saneó las cuentas pĆŗblicas y reestructuró de raĆz el sistema de pensiones. Esta actitud proactiva y responsable juega, por cierto, un papel determinante a la hora de explicar tanto la conducta del movimiento sindical –fuertemente dominado por la socialdemocracia– como, en general, los bajĆsimos niveles de conflictividad social que siguen al estallido de la crisis.
Un hecho que ilustra la forma sueca de encarar el reto de la crisis son los acuerdos acerca de las medidas de austeridad requeridas para afrontarla suscritos entre el gobierno de centroderecha y la socialdemocracia en septiembre de 1992. Se trataba de un momento extremadamente crĆtico y por ello comparecieron, en una conferencia de prensa conjunta, el primer ministro conservador (Carl Bildt) junto al lĆder de la socialdemocracia (Ingvar Carlsson) para dar cuenta del primer gran acuerdo, que implicaba recortes presupuestarios equivalentes a mĆ”s del 4 por ciento del gasto fiscal. Era el 20 de septiembre y en 32 minutos de comparecencia conjunta mĆ”s que hacer pĆŗblico el acuerdo lo que pusieron de manifiesto fue la unidad inquebrantable del paĆs frente a la adversidad.
Las diferencias con el clima polĆtico de EspaƱa y, en especial, con la actitud de los socialistas espaƱoles no pueden ser mĆ”s marcadas. Si bien los socialdemócratas suecos, tal como sus colegas espaƱoles, negaron inicialmente la existencia de la crisis pasaron luego a reconocerla plenamente y, mĆ”s importante aĆŗn, sacaron la conclusión de que el interĆ©s partidario no podĆa ser puesto por sobre el de la nación. Los tres aƱos que la socialdemocracia pasó en la posición (de septiembre de 1991 a septiembre de 1994) no serĆan de combate sin cuartel ni de agitación irresponsable contra el gobierno, sino de colaboración en la lucha contra la crisis y reflexión autocrĆtica, entendiendo que para salvar el Estado del bienestar era menester revertir sus excesos y reformular su fundamento estructural, abandonando el dogmatismo estatizante y anti empresarial que el partido habĆa seguido desde fines de los aƱos 60. Este redireccionamiento del partido implicó, de hecho, una vuelta a las tradiciones de moderación, pragmatismo, colaboración con el sector empresarial y consenso nacional propias de las primeras dĆ©cadas de gobierno socialdemócrata que van desde los aƱos 30 hasta los 60.
En contraste, parece que los socialistas espaƱoles, usando la cĆ©lebre frase de Talleyrand sobre los Borbones, "no han aprendido nada, ni han olvidado nada". Su incapacidad para hacer frente a la crisis sólo ha sido superada por su falta de sentido autocrĆtico y de responsabilidad frente a una situación de la que, en gran parte, son responsables. En vez de ello, se han dedicado a atizar las tensiones que necesariamente se generan en un contexto de crisis. El resultado estĆ” a la vista: han alentado los vientos del descontento y estĆ”n cosechando una tormenta de la que estĆ”n siendo sus primeras vĆctimas.
En estas condiciones es entendible que el gobierno actual no haya podido plantear una agenda de reformas que vaya mucho mĆ”s allĆ” de lo mĆ”s urgente para que el paĆs no naufrague. Ello es particularmente cierto respecto de las Ć”reas mĆ”s necesitadas de reformas de gran calado, como el mercado laboral, los servicios pĆŗblicos, la educación y la estructura misma del Estado.
Una agenda de reformas a la luz de la experiencia sueca
Las reformas que EspaƱa necesita para poder emprender una senda segura de progreso son muchas y tocan aspectos muy diversos. La experiencia sueca da muchas luces al respecto y el lector ya habrƔ sacado sus propias conclusiones leyendo las pƔginas precedentes. Sin embargo, no quisiera dejar pasar la oportunidad para subrayar aquellas que, a mi juicio, son las mƔs relevantes. Por ello, y partiendo siempre de la experiencia de Suecia, he resumido en seis puntos aquellas reformas que me parecen absolutamente decisivas para el futuro de EspaƱa.
1. Estructura del Estado
El Ć©xito de las reformas suecas tuvo su fundamento en una estructura del Estado que combina altos niveles de descentralización con una repartición clara de las competencias entre las distintas administraciones pĆŗblicas. Es el parlamento unicameral (Riksdag) el que define por ley esta división de funciones y atribuciones, dĆ”ndole al nivel central o Estado propiamente tal, conducido por el gobierno nacional, la responsabilidad privativa de dirigir la polĆtica general del paĆs mediante sus directivas y entes especializados en diversas Ć”reas con tareas de supervisión y control. Por su parte, las administraciones provinciales y municipales disponen de considerables grados de autonomĆa en la gestión de las Ć”reas de actividad que les son propias. Esta estructura estĆ” respaldada por un sistema fiscal simĆ©trico, es decir, donde cada nivel administrativo dispone de ingresos tributarios propios con los cuales solventa gran parte de la realización de sus tareas. Ello se complementa con una cierta redistribución compensatoria a cargo del gobierno nacional a fin de asegurar un nivel relativamente parejo de los servicios pĆŗblicos y garantizar el funcionamiento de la infraestructura bĆ”sica de todo el paĆs.
El supuesto fundamental de un sistema asĆ es la aceptación general de las reglas del juego y, sobre todo, de la división competencial existente. Es decir, los tres niveles administrativos suecos no estĆ”n en lucha unos con otros tratando de expandir sus competencias y tendiendo, por ello, a duplicar las funciones de los otros niveles. Nadie cuestiona el derecho del gobierno central a guiar la marcha general del paĆs en todas las Ć”reas de relevancia, ni Ć©ste cuestiona el derecho de los gobiernos locales a gestionar con autonomĆa la aplicación de sus directivas asĆ como de las leyes que aprueba el parlamento. AdemĆ”s, las diversas administraciones se caracterizan por grados muy altos de profesionalidad, probidad y transparencia.
Este sistema ha permitido, por una parte, darle una conducción unificada a la marcha del paĆs y, por otra, abrir un significativo espacio a la experimentación local. Esto ha dado pie a una diferenciación institucional muy saludable que, como hemos visto, ha sido clave para el desarrollo de la mayorĆa de las reformas aquĆ estudiadas. Lo que se ha desarrollado en un sistema o mĆ©todo de innovación de "prueba y error", donde los experimentos se hacen primero a escala local generalizĆ”ndose luego al probar su eficacia y ganar adhesión en otras partes de Suecia. El resultado ha sido, por una parte, la maximización de la cantidad de los experimentos realizados y, por otra, la limitación de los costes de los eventuales fracasos.
La estructura del Estado espaƱol es, como se sabe, radicalmente distinta, siendo el resultado de un largo proceso de "competencia por las competencias" y, en muchos casos, de cuestionamiento mĆ”s o menos abierto de la unidad del paĆs. Esto ha dado origen a una diferenciación institucional caótica, conflictiva y altamente dispendiosa, donde han primado la duplicación de funciones y un particularismo que hace que nadie aprenda de nadie y todos se empeƱen en repetir los mismos errores. Por ello, poner fin al desorden competencial es vital para el futuro de EspaƱa. Ello requiere de reformas de nivel constitucional que van mucho mĆ”s allĆ” de las medidas, en sĆ loables, propuestas por la Comisión para la Reforma de la Administraciones PĆŗblicas (CORA). Sin embargo, para que ello sea posible se requiere de algo mucho mĆ”s importante: la voluntad de unirse y sacrificar los intereses particularistas en aras del bien comĆŗn de EspaƱa. Y es allĆ donde aprieta el zapato, ya sea por motivos regionalistas o identitarios, que hoy alcanzan expresiones directamente separatistas, o, simplemente, por el deseo de mantener cuotas de poder que permiten crear feudos personales con sus respectivas clientelas locales.
La base de una reestructuración constitucional debiera ser el cierre definitivo del proceso de disgregación competencial, estableciendo una división clara y definitiva de las atribuciones y funciones de cada nivel administrativo que reconozca, sin ambigüedad, la preeminencia del nivel central en la orientación general del paĆs pero tambiĆ©n la autonomĆa de gestión de las administraciones locales. AdemĆ”s, y esto es absolutamente fundamental, este ordenamiento debiera tener como piedra angular los derechos del ciudadano y no de diversas entidades colectivas –llĆ”mense estas culturas, lenguas o identidades–, asegurando por medio de disposiciones de carĆ”cter general que efectivamente se garantice lo que establece la actual Constitución en su artĆculo 139: "Todos los espaƱoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado".
2. Estabilidad fiscal
El camino hacia la superación de la crisis pasó en Suecia por una decidida polĆtica de eliminación del dĆ©ficit fiscal y reducción de la deuda pĆŗblica en paralelo con una disminución de la carga tributaria total que era de vital importancia para incentivar el trabajo y restablecer el dinamismo de la economĆa sueca. Para lograr estos objetivos fue esencial aplicar una polĆtica de reducción del gasto pĆŗblico que lo llevase a niveles no sólo inferiores a los alcanzados en plena crisis sino claramente por debajo de aquellos anteriores a la misma. De esta manera se buscaba remediar las causas estructurales de la crisis y no sólo paliar sus efectos. La crisis habĆa demostrado la alta vulnerabilidad de los niveles de gasto pĆŗblico previos a la crisis en base a las condiciones suecas, que por cierto no son las espaƱolas, y obligaba a una fuerte corrección a la baja de ese gasto.
Ahora bien, comparando el nivel de vulnerabilidad pre crisis de Suecia y EspaƱa se constatan niveles parecidos a pesar de la diferencia del peso especĆfico del gasto fiscal en cada caso. De hecho, el gasto pĆŗblico sube un 21,3 por ciento en Suecia (de 1989 a 1993) a causa de la crisis mientras que en EspaƱa lo hace con 23,1 por ciento (entre 2007 y 2012), y en ambos casos se llega a niveles de dĆ©ficit que superan el 11 por ciento del PIB. Esto indica que EspaƱa, para reducir su vulnerabilidad estructural, deberĆa emprender un programa de reducción proporcional del gasto fiscal al menos similar al de Suecia. El otro camino, que es intentar restablecer el equilibrio vĆa alza de impuestos, deberĆa estar excluido ya que, como lo vimos, la tributación espaƱola ha alcanzado niveles contraproducentes, especialmente en lo que respecta al trabajo. Una eventual subida del impuesto al valor aƱadido (IVA), como se le recomienda hoy al gobierno espaƱol, o de otros impuestos deberĆa, en todo caso, servir para bajar los impuestos al trabajo y el emprendimiento y no para mantener el nivel actual de gasto fiscal.
Si este razonamiento es vĆ”lido, entonces EspaƱa estarĆa frente a una necesidad de reducción del gasto pĆŗblico equivalente en porcentaje al que realizó Suecia para llegar a restablecer su equilibrio fiscal en 1998, es decir, de un 17,8 por ciento (que luego siguió aumentando hasta llegar al 28,7 por ciento en 2007). Esto implicarĆa reducir su gasto pĆŗblico del 48 por ciento del PIB alcanzado en 2012 a menos del 40 por ciento en un plazo de unos cinco aƱos para estabilizarse mĆ”s a largo plazo en torno al 35 por ciento.
Un esfuerzo semejante va, sin duda, mucho mĆ”s allĆ” de lo que el actual gobierno se ha propuesto y, quĆ© duda cabe, de lo que el clima espaƱol de confrontación permite. Sin embargo, es difĆcil ver otra alternativa, en especial si se quiere empezar a reducir el peso de la deuda pĆŗblica y cumplir con las ambiciosas metas propuestas por la Ley de Estabilidad Presupuestaria de 2012, que en gran medida replica la institucionalidad financiera fiscal creada en Suecia a mediados de los aƱos 90.
3. Servicios pĆŗblicos
Las reformas que Suecia emprendió a fin de no sólo restablecer sus equilibrios bĆ”sicos sino transformar el uso mismo de los recursos fiscales abrieron la mayorĆa de los servicios pĆŗblicos a la libertad de elección y empresa. Este fue el camino tanto para aumentar el poder ciudadano como para efectivizar un gasto pĆŗblico que, a pesar de su significativo recorte, seguĆa teniendo un peso sustancial en la economĆa sueca y que, ademĆ”s, cubrĆa Ć”reas vitales para el desarrollo conjunto del paĆs como la educación y la sanidad.
Es en este terreno donde las reformas suecas han sido mĆ”s innovadoras, dando paso a un nuevo tipo de Estado del Bienestar que pone al ciudadano y su libertad en el centro, brindĆ”ndoles a todos una igualdad bĆ”sica de oportunidades para poder ejercerla. El cambio bĆ”sico fue la separación entre responsabilidad y gestión pĆŗblica, entendiendo que el compromiso esencial del Estado del Bienestar es que a nadie le falten ciertos servicios y seguridades sin los cuales se puede caer en una situación social y moralmente inaceptable de privación y exclusión. La gestión de los mismos es una cuestión completamente distinta, que tiene que ver con las preferencias de los usuarios y la eficiencia de los proveedores. Es decir, el Estado del Bienestar no tiene un compromiso con la gestión de lo pĆŗblico, sino con el acceso de todos los ciudadanos a todo aquello que consideramos imprescindible para una vida digna. AdemĆ”s, y este es otro de los pilares del cambio emprendido en Suecia, se entendió que ese compromiso debe basarse en el mayor respeto posible por la voluntad de cada ciudadano acerca de las formas concretas que el mismo debe asumir. AsĆ, las opciones especĆficas que garantiza el Estado del Bienestar dejaron de estar decididas desde arriba, es decir, desde las administraciones pĆŗblicas, para pasar a ser decididas desde abajo, esto es, directamente por los ciudadanos. La forma de lograr este empoderamiento fue creando distintos tipos de subsidio a la demanda, entre los cuales el mĆ”s eficiente ha sido el sistema de vales o vouchers del bienestar.
En este terreno, EspaƱa tiene todo por hacer, desde la discusión de principios acerca de cuĆ”l es el verdadero compromiso y función del Estado del Bienestar hasta la organización concreta de un sistema general de libertad de elección y empresa en Ć”mbitos como la educación, la sanidad y otros servicios sociales. Y digo general en la medida en que se trata de asegurar derechos –a decidir y elegir– que todos los espaƱoles deben poder ejercer "en cualquier parte del territorio del Estado", como dice el ya citado artĆculo 139 de la Constitución. En este sentido, la ley de libre elección actualmente en vigor en Suecia es un modelo interesante a seguir, especialmente porque este tipo de legislación de aplicación general en todo el paĆs se combina con altos niveles de autogestión de los servicios bĆ”sicos del bienestar a nivel regional y local.
4. Funcionarios
Como se habrĆ” entendido, el punto anterior es irrealizable de mantenerse el actual sistema funcionarial espaƱol que le da a ciertas categorĆas laborales el derecho a gestionar de manera monopólica los servicios pĆŗblicos bajo un rĆ©gimen laboral especial que de hecho les confiere la inamovilidad en sus cargos. La apertura de los servicios pĆŗblicamente garantizados a un sistema como el de los vales o cheques del bienestar suecos basados en la libertad de elección y empresa, comporta una situación de competencia donde es evidente que una parte de los proveedores de gestión pĆŗblica pueden verse forzados, tal como ha ocurrido en Suecia, a cerrar sus puertas por falta de usuarios interesados en sus servicios. Ello implica que una cierta cantidad de trabajadores debe abandonar el empleo pĆŗblico para pasar a desempeƱarse en el sector privado, ya sea como emprendedores o empleados. Esto no tuvo ningĆŗn dramatismo ni mayor oposición en el caso sueco debido a la estructura homogĆ©nea de su mercado laboral, donde pasar del sector pĆŗblico al privado no comporta un cambio de estatus ni menos aĆŗn dejar un empleo asegurado de por vida para pasar a uno dependiente del desempeƱo propio y la viabilidad de la empresa o entidad en que uno trabaja.
El asunto es radicalmente distinto en EspaƱa, donde ni la existencia ni el estatus de excepción de los funcionarios conocen hoy cuestionamiento serio alguno dentro del Ć”mbito polĆtico, considerĆ”ndose ese estatus como la garantĆa mĆ”s sólida contra una politización de los servicios pĆŗblicos que podrĆa terminar transformĆ”ndolos –como alguna vez lo fueron– en cotos de caza de los polĆticos de turno y sus clientelas.
Esta no es, por cierto, una objeción baladĆ en el contexto espaƱol, con sus rampantes problemas de caciquismo, corrupción y amiguismo. MĆ”s de alguien podrĆ” decir, no sin razón, que una cosa es no tener funcionarios en una sociedad caracterizada por la probidad, la transparencia y el respeto al mĆ©rito, como la sueca, y otra muy distinta es hacerlo en una sociedad que como la espaƱola tiende, lamentablemente, a destacarse justamente por lo contrario. El argumento serĆa entonces que estamos condenados a optar por el mal menor, que en este caso serĆa mantener el estatus funcionarial mayoritario de una serie de categorĆas laborales del sector pĆŗblico que en Suecia no lo tienen como, por ejemplo, los trabajadores de la sanidad y la educación.
Ahora bien, mĆ”s allĆ” de la eventual validez de este argumento tenemos el hecho puro y duro de que, por razones claramente corporativas, ni los actuales funcionarios ni quienes esperan serlo parecen estar dispuestos a permitir que se cuestione el estatus funcionarial. La experiencia del gobierno de la Comunidad de Madrid es aleccionadora al respecto. Los planes de externalizar la gestión de seis hospitales y una serie de centros pĆŗblicos de salud dieron pie a una prolongada batalla –que fue desde la calle y los platós de televisión hasta los tribunales de justicia– que dejó muy en claro lo difĆcil que es avanzar por la senda de la desfuncionarización de los servicios pĆŗblicos.
Es en esta perspectiva que uno aprecia en toda su magnitud la ventaja que desde el punto de vista de la realización de las reformas brindó en Suecia la ausencia de una clase funcionarial semejante a la española. Esta misma constatación nos obliga a pensar, por una parte, en soluciones de transición que vayan desfuncionarizando paulatinamente el sector público y, por otra parte, en formas de evitar que el clientelismo y la amigocracia devasten los servicios de gestión pública. En el apartado siguiente, dedicado a la educación, se propondrÔn algunas medidas concretas para avanzar en ese sentido
5. Educación
Entre las reformas mĆ”s urgentes y decisivas que EspaƱa tiene por delante estĆ”, sin duda, la de su educación en todos sus niveles. Los resultados comparativos del sistema educativo espaƱol, desde la enseƱanza bĆ”sica a la superior, son muy poco satisfactorios a pesar de que los recursos destinados al mismo superan o igualan los de paĆses como Finlandia o Corea del Sur, con rendimientos educativos muy superiores a los espaƱoles (OCDE 2013).
En cuanto a la educación superior, es conocida, entre otros indicadores preocupantes, la ausencia de universidades espaƱolas entre las mejores del mundo y tambiĆ©n lo son las causas de una situación tan problemĆ”tica para el desarrollo del paĆs. La Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario EspaƱol (2013), convocada por el ministro JosĆ© Ignacio Wert, apuntó con toda razón a la endogamia acadĆ©mica como una causa fundamental del fracaso comparativo de la educación superior espaƱola. Este factor estĆ” indudablemente asociado al estatus funcionarial de mĆ”s de la mitad del personal acadĆ©mico de las universidades pĆŗblicas, incluyendo al de mĆ”s alto rango. A lo que hay que sumarle las trabas del sistema de acreditación vigente, que mĆ”s parecen expresar una defensa corporativa de los insiders o grupos establecidos que otra cosa. El mismo informe de la comisión citada indica una serie de medidas para avanzar hacia universidades mĆ”s acordes con las necesidades del paĆs, entre las que destacan aquellas destinadas a impedir la endogamia y desfuncionarizar la educación superior. Este es sin duda el camino a seguir pero poco o nada ha pasado en este terreno reflejando claramente la fuerza intimidatoria que tiene el establishment universitario espaƱol.
AquĆ hay mucho que aprender de la universidad sueca en la que, por cierto, no existe la clase funcionarial y donde una estrecha colaboración con el sector empresarial ha permitido alcanzar altĆsimos niveles de excelencia, particularmente en el terreno de la investigación y, no menos, de la innovación, tal como queda reflejado en los rankings internacionales sobre patentes. AsĆ, segĆŗn la estadĆstica de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) sobre familias de patentes trĆadicas, en 2011 Suecia ocupaba, en tĆ©rminos per cĆ”pita, el tercer lugar despuĆ©s de Japón y Suiza, superando nada menos que en 20 veces el nivel de EspaƱa.
Dejando ahora de lado la educación universitaria tenemos, como se sabe, una serie de indicadores comparativos muy preocupantes sobre la situación escolar espaƱola, entre ellos, por ejemplo, el alto porcentaje de jóvenes que abandonan la enseƱanza sin completarla, que en 2013 era el mĆ”s elevado de la Unión Europea y triplicaba al de Suecia (23,6 por ciento en EspaƱa contra 7,1 por ciento en Suecia, segĆŗn los datos de Eurostat). A su vez, constatamos que de acuerdo al estudio PISA 2012 los resultados tanto de EspaƱa como de Suecia dejaban mucho que desear, haciendo evidente que ambos paĆses han estado afectados por un mal similar: la escuela progre. Esto ya ha sido analizado anteriormente y la lección de Suecia en este sentido trata, fundamentalmente, de lo difĆcil que es revertir la fuerza destructiva de aquellas ideas y modelos pedagógicos que casi sin contrapeso reinaron durante varias dĆ©cadas en ambos paĆses. Ello pone en claro que se requerirĆ” mucho mĆ”s que una LOMCE (nueva Ley OrgĆ”nica de Educación), por mĆ”s loable que esta sea, para enrumbar a la educación espaƱola hacia un puerto que no sea el de la mediocridad. Se trata, nada menos, que de un cambio cultural de gran magnitud sobre la escuela como institución social que debe impregnar la formación misma del profesorado asĆ como su función docente.
Lo dicho no obsta para emprender reformas del tipo realizado en Suecia destinadas a incrementar la libertad de elección, la diversidad, la competitividad y la equidad del sistema educacional. De esta manera se pondrĆa, finalmente, en manos de los padres y los educandos la tarea de ir reformando, desde abajo y mediante su decisión soberana, la escuela espaƱola.
Una reforma integral del sistema espaƱol de enseƱanza inspirada en las reformas suecas deberĆa, a mi juicio, hacer hincapiĆ© en los siguientes puntos:
-
Dar a los usuarios plena libertad de elección del centro educativo, sea este de gestión pública o privada, mediante la creación de un vale escolar
que sea igual para todas las escuelas tomando eso sà en consideración
las condiciones y necesidades especĆficas de los educandos.
-
Establecer la libertad de creación de centros de enseñanza autorizados con o sin fines de lucro que compitan, en igualdad de condiciones, por la demanda ciudadana respaldada por los vales o vouchers educacionales.
-
Conceder libertad a todas las escuelas para perfilar su oferta educacional,
con independencia de quiƩn sea su gestor, sin por ello dejar de cumplir
con los requisitos mĆnimos del programa educacional vigente para todo
el paĆs.
-
Desfuncionarizar la educación de gestión pública,
elaborando para ello vĆas de transición donde el abandono del estatus de
funcionario sea optativo y se ofrezcan importantes estĆmulos económicos
para ello. La creación, por ejemplo, de escuelas
gestionadas por los mismos docentes que abandonen el estatus
funcionarial deberĆa ser potenciada, brindando un fuerte apoyo
financiero y profesional a la creación de ese tipo de centros. También
se deberĆa apostar por una especie de charter schools,
en las que, a condición de abandonar la calidad de funcionarios, se
delega la gestión del centro a su personal con amplia autonomĆa y
posibilidades de retener, para beneficio propio, el excedente económico
generado por una buena gestión.
-
Establecer un sistema general de certificación y control de calidad de los centros educativos, con independencia de quiĆ©n los gestione y de la parte del territorio espaƱol en que se ubiquen. Este sistema deberĆa estipular
niveles mĆnimos de rendimiento para que el centro educativo, de gestión
pública o privada, mantenga su autorización. SimultÔneamente, debieran
establecerse premios de excelencia para aquellas escuelas o institutos
que, ponderando las caracterĆsticas de su alumnado, sobrepasen
notablemente los niveles medios de rendimiento.
-
Liberar la enseƱanza del intervencionismo y el localismo polĆticos.
Para lograrlo es esencial que el sistema educacional estƩ regulado a
nivel de todo el paĆs por normas comunes bĆ”sicas que dejen un amplio
margen de libertad a los centros para darse un perfil educativo propio.
Fuera de estas normas comunes no debe haber mĆ”s intervención polĆtica en
los contenidos y formas de la enseñanza. Esta liberación de la
injerencia polĆtica serĆa, en las condiciones espaƱolas, una de las
vigas maestras para poner la educación al servicio de los ciudadanos y
no de las elites polĆticas.
A nadie le cabe duda de que uno de los elementos mĆ”s disfuncionales de la economĆa espaƱola es su mercado de trabajo. Se trata de fallas estructurales, como bien lo ponen de manifiesto sus tasas de paro que son excepcionalmente altas con independencia de la coyuntura económica. En este sentido, y dada la magnitud del problema, si bien la reforma de 2012 y sus complementos posteriores dieron algunos pasos significativos en la dirección correcta, quedaron muy lejos de dar una respuesta satisfactoria a los grandes retos que EspaƱa tiene en este terreno.
Estos retos hacen, en lo fundamental, a cuatro aspectos que resaltan claramente al contrastarlos con la experiencia de Suecia y su batalla por mejorar el funcionamiento de un mercado laboral que, sin ser ideal, estƔ a aƱos luz del espaƱol.
El primero de ellos es la dualidad estructural del mercado de trabajo de EspaƱa, entre sectores con fuerte regulación y protección del empleo (situación que abarca desde el empleo de hecho vitalicio de los funcionarios hasta los trabajadores con contrato indefinido) y aquellos altamente desregulados y desprotegidos (que van desde el trabajador contratado temporalmente al informal). Es decir, el mercado laboral espaƱol tiene un nĆŗcleo muy rĆgido y una amplia periferia muy flexible, a lo que se debe sumar una alta rigidez salarial determinada por la primacĆa del nĆŗcleo organizado en la fijación de los niveles salariales. Esta dualidad explica, entre otros rasgos, la altĆsima tasa espaƱola de empleo temporal, ya que de esta manera se ha buscado compensar la rigidez laboral del nĆŗcleo de insiders. Si ademĆ”s se incluyese, como se debe, la tasa de informalidad o trabajo en la economĆa sumergida, la realidad dual del mercado de trabajo espaƱol se harĆa aĆŗn mĆ”s patente.
El segundo aspecto problemĆ”tico, ya tocado tangencialmente en el punto anterior, es la asimetrĆa existente entre la limitada extensión de la organización sindical y la amplia cobertura de sus negociaciones. SegĆŗn MarĆn y Bote (2014) la "densidad sindical" llegaba en 1996-2010 al 15,6 por ciento de la fuerza laboral legal, mientras que sus negociaciones salariales cubrĆan al 81,3 por ciento de la misma. Esta asimetrĆa le permite al nĆŗcleo organizado dictar condiciones laborales a su conveniencia, pero que pueden ir en detrimento del conjunto de la fuerza laboral y de las empresas incapaces de sostener los niveles salariales establecidos, encarecidos ademĆ”s por un coste tributario que, como ya lo vimos, ha aumentado sensiblemente durante los Ćŗltimos aƱos. Esto, tomado en su conjunto, constituye el motor mĆ”s poderoso que propulsa tanto la alta tasa de paro como de informalidad reinante en EspaƱa.
En este aspecto, el contraste con Suecia en muy notable, ya que en ese paĆs existe una gran simetrĆa entre densidad sindical y cobertura de los acuerdos colectivos. SegĆŗn MarĆn y Bote (2014) la sindicalización abarcaba al 75,8 por ciento de la fuerza de trabajo sueca entre 1996 y 2012 (la mĆ”s alta registrada en un paĆs democrĆ”tico) y los convenios colectivos regulaban el 92,2 por ciento de los salarios. Esta estructura simĆ©trica reduce el riesgo de que el sector organizado adopte conductas irresponsables ya que ello, de llegar a daƱar la marcha general de la economĆa, afectarĆa inevitablemente a sus propios miembros. Esto se ajusta perfectamente a las reflexiones teóricas sobre esta materia, donde los dos modelos óptimos son simĆ©tricos, es decir, con una baja tasa de sindicalización y negociaciones a nivel de empresa (modelo descentralizado) o con un alto nivel de sindicalización y negociaciones de cobertura nacional (modelo centralizado). EspaƱa vive, en este sentido, en "el peor de los mundos posibles", con un sistema asimĆ©trico que ha demostrado ser altamente daƱino para el conjunto de la sociedad.
Los aspectos reciĆ©n mencionados determinan el tercer aspecto problemĆ”tico que caracteriza al mercado de trabajo espaƱol, que no es otro que su rigidez, tanto en lo salarial como en lo referente a la estabilidad y condiciones laborales de su nĆŗcleo. Esta rigidez estĆ” determinada, como se mencionó, por la amplitud de la validez de las negociaciones colectivas pero tambiĆ©n por la fijación legal del salario mĆnimo interprofesional y, sobre todo, por los altos niveles de indemnización en caso de despido. En este sentido, cabe destacar que en Suecia ni existe el salario mĆnimo legal ni se paga indemnización alguna por el despido justificado.
Los principales efectos de este conjunto de elementos que conforman la estructura dual, asimĆ©trica y rĆgida del mercado laboral espaƱol son una alta tasa estructural de paro y una dinĆ”mica de ajuste coyuntural mediante la destrucción masiva de empleo desprotegido o, en general, de corta duración, que afecta sobremanera a los jóvenes y a los inmigrantes, es decir, a los grupos mĆ”s vulnerables de la fuerza laboral.
Por último, tenemos un cuarto aspecto en el que España y Suecia contrastan fuertemente: el sistema de prestaciones y apoyo al desempleado. A partir de la crisis de los 90 Suecia reestructuró drÔsticamente este sistema, incrementando el grado de exigencias y controles para el acceso y uso tanto de las prestaciones de paro y enfermedad como de la pensión anticipada. También se reorientó la prestación por desempleo de formas preferentemente pasivas a aquellas ligadas a programas de reinserción laboral. Todo ello, junto con fuertes incentivos económicos dados por las rebajas tributarias al trabajo, condujo a una dramÔtica reducción del uso de los diversos tipos de subsidios y prestaciones asà como a un vigoroso incremento del empleo. En este terreno es indudable que queda mucho por hacer en una España caracterizada por la laxitud de sus sistemas de prestaciones y la carencia de apoyos eficientes a la activación y reincorporación laboral.
Estos razonamientos comparativos sugieren la necesidad de evolucionar hacia un sistema laboral caracterizado por los siguientes rasgos:
-
RƩgimen laboral homogƩneo y formas contractuales unificadas.
-
Descentralización de la negociación colectiva a nivel de la empresa.
-
Eliminación de la indemnización en caso de despido justificado y mejoramiento compensatorio de la prestación por desempleo.
-
Prestaciones por enfermedad y desempleo con controles
rigurosos y ligadas, desde el primer momento, a medidas de
rehabilitación y reactivación laboral asà como, de prolongarse el
desempleo, a tareas de utilidad social.
MĆ”s allĆ” de las reformas concretas realizadas en Suecia y de lo que de ellas se pueda aprender existen ciertas lecciones fundamentales de la experiencia de ese paĆs que quisiera, cortamente, resaltar a manera de conclusión.
La primera trata del sentido general de las reformas emprendidas. Su norte no fue desmontar el Estado del bienestar sino, muy por el contrario, darle formas mÔs sostenibles reduciendo su tamaño excesivo, rompiendo sus monopolios de gestión de "lo público" e invirtiendo la relación Estado-sociedad civil, de manera tal que sea el Estado el que esté al servicio de los ciudadanos y no al revés.
La segunda hace a la definición misma del Estado del Bienestar, cuya responsabilidad esencial no es hacer ni financiar todo aquello que asegura nuestro bienestar, sino velar porque a nadie le falte el acceso a ciertos servicios y seguridades imprescindibles para poder vivir dignamente y participar en el desarrollo social.
La tercera lección es que el ejercicio de esta responsabilidad solidaria nada tiene que ver con una forma determinada de gestión de los servicios del bienestar. El compromiso público es con los ciudadanos y su bienestar, no con la gestión pública de determinados servicios.
La cuarta lección tiene que ver con la conformación concreta de los servicios pĆŗblicamente garantizados y la gestión de los mismos, pero toca la relación misma entre Estado y sociedad civil. El cómo se cumple con la responsabilidad pĆŗblica debe ser determinado desde abajo, mediante las decisiones soberanas de los ciudadanos y no desde arriba, es decir, desde las cĆŗpulas polĆticas y tecnocrĆ”ticas.
La quinta lección es que la forma mÔs eficaz de empoderar al ciudadano que no tiene recursos se logra mediante vales del bienestar, es decir, cubriendo, total o parcialmente, el coste de su demanda de servicios bÔsicos pero sin por ello coartar su libertad de elección.
La sexta lección es que la libertad de elección ciudadana encuentra su mejor aliado en la libertad de empresa, que amplĆa la oferta de alternativas entre las que el ciudadano empoderado puede optar. Ello implica superar los supuestos antagonismos del pasado entre Estado, mercado y sociedad civil para, en su lugar, pasar a instaurar una relación colaborativa entre los mismos con el fin de potenciar la libertad ciudadana.
La sĆ©ptima lección hace a la necesidad de volver a entender la importancia vital de una serie de relaciones que han sido enturbiadas por ese tipo de retórica populista que tanto daƱo le ha hecho a la sostenibilidad de nuestro bienestar comĆŗn. Se trata de la relación entre trabajo y bienestar, deberes y derechos, responsabilidad y libertad. Suecia cayó en la trampa de las promesas irresponsables sobre un bienestar, unos derechos y unas libertades que parecĆan fluir de la varita mĆ”gica del polĆtico de turno y no del trabajo, los deberes y la responsabilidad de los ciudadanos. Para volver a la senda del progreso hubo que restablecer la relación causal que existe entre unos y otros, fomentando no sólo la cultura del deber y el esfuerzo sino creando tambiĆ©n sistemas que claramente los incentivan.
Finalmente, pero no por ello menos importante, tenemos la gran lección de unidad y realismo que fue la base de todo el proceso que hizo nuevamente de Suecia un paĆs admirado internacionalmente. Izquierdas y derechas hicieron un notable esfuerzo por encontrar las bases de un nuevo consenso en torno a la creación de un Estado solidario del bienestar que actualmente se destaca en el contexto europeo como una alternativa pujante y esperanzadora frente a los Estados benefactores de viejo cuƱo.
OjalÔ que España sea capaz de seguir una senda de unidad y realismo similar a la de Suecia. Lo hizo hace ya casi cuarenta años, dÔndole asà un cauce de estabilidad a la transición a la democracia. Hoy hay que afrontar una nueva transición, hacia una sociedad sostenible del bienestar, y derrotar nuevas amenazas a la unidad de los españoles. Es un momento que exige coraje y generosidad, pero no para quedarse en el pasado sino para avanzar hacia un futuro que serÔ todo lo grande y promisorio que los españoles sepan hacerlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario