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Hay
quienes asignan alegremente a Mauricio Macri responsabilidad por la
aparente "mala situación" en que está la economía de la República
Argentina. |
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Olvidan
que Macri comenzó a gobernar hace menos de 6 meses y que recibió una
amarga “herencia” de sus antecesores: los gobernantes kirchneristas,
cuyo asombroso nivel de corrupción parecería estar hoy a la vista de
todos. El olvido, sin embargo, es injustificable. Entre otras, cosas
porque el propio Mauricio Macri utilizó su discurso de
apertura del año legislativo para describir la situación en la que
recibió a la República Argentina, con algún grado de detalle.
Veamos algo de lo que Macri dijo: Al recibir el gobierno de su
país, el 29% de los argentinos estaba sumido en la pobreza, y el 6%
vivía en la indigencia. Además, el 42% de ellos no tenía cloacas y el
13% carecía de acceso al agua corriente. Durante la larga década
kirchnerista, la inflación subió a un promedio del 20% anual, lo que
compone una inflación acumulada del 700% para el período. La
razón de esto es haber utilizado alegremente la emisión para financiar
el gasto público y pagar deudas. Esto se hizo en medio de una presión
impositiva que, es cierto, no tiene precedentes en la historia reciente
argentina. Por todo ello, el déficit operativo del Estado argentino fue
uno de los mayores de la historia del país: del 7% anual del PBI
argentino. El Estado gastó –es obvio- mucho más de lo que podía,
irresponsablemente.
Además, la Argentina estaba afuera del mercado internacional de
capitales por un conflicto mantenido con los llamados “holdouts”, en
función del cual la deuda impaga para con ellos pasó –en los años
kirchneristas- de 3.000 millones de dólares a 11.000 millones de
dólares.
La tasa de ocupación vivía su propio drama. El
gobierno de los Kirchner la ocultó mediante la creación sostenida de
empleos públicos que durante la era kirchnerista aumentaron un 64%,
llegando a 2.200.000 de empleados públicos. Que se sumaron a las
3.800.000 personas que trabajaban “en negro”, es decir fuera del
circuito oficial de la economía. En los últimos cuatro años de gestión
kirchnerista no hubo creación de empleo, lo que es un récord perverso,
con consecuencias dramáticas para la economía.
La corrupción había teñido toda la actividad del sector público.
Cada rincón. Particularmente el de la construcción de obra pública. En
los últimos días, la justicia argentina ha avanzado enormemente en
develar el verdadero alcance de la inmensa corrupción del kirchnerismo.
La infraestructura pública se entregó absolutamente deteriorada.
Particularmente en materia vial, donde poco y nada se hizo en el
decenio kirchnerista. No podía ser de otra manera, desde que todo lo
vinculado con la infraestructura se transformó en el objetivo principal
de la corrupción. En la forma de ordeñar al Estado.
El país se transformó, además, en una suerte de paraíso para los narcotraficantes.
Sólo el 17% de las extensas fronteras argentinas estuvo radarizado. Los
aviones de la Fuerza Aérea prácticamente no volaban, porque no estaban
en condiciones operativas. Por el mismo motivo, los buques de la Armada
Nacional no navegaban.
La Argentina fue un auténtico festival de sobrecostos y despilfarro que duró 12 años y terminó con un estricto control de cambios que Mauricio Macri ya ha dejado –diligentemente- sin efecto.
El sector energético se entregó también en crisis, habiendo
perdido un stock de reservas equivalente a 2 años de producción de
petróleo y a 9 años de producción de gas entre los años 2003 y 2014.
Las reservas del Banco Central cayeron un 39,8% en los últimos 8 años del kirchnerismo,
habiéndose desperdiciado un ciclo inédito de términos de intercambio
comercial favorables, sin acopiar dólares, ni crecer en el nivel de los
activos públicos.
Para disimular, sino cubrir, todo esto las administraciones
kirchneristas manipularon las cifras y estadísticas oficiales, de modo
de generar un “relato” optimista engañoso. El desvensijado Instituto
Nacional de Estadística y Censos recién volverá a funcionar en el
próximo mes de junio.
Los últimos dos años de la administración de Cristina Fernández de Kirchner,
aumentaron exponencialmente los graves problemas que se habían
acumulado en la década. En ese período, la actividad fabril se contrajo
en 22 de los 24 meses. Lo mismo ocurrió con el comercio exterior, que
alcanzó los niveles más bajos de los últimos 15 años. Y su gestión cerró
–como acaba de señalar UNICEF- con cuatro millones de niños en la pobreza.
Para sostener presuntamente el nivel de actividad económica se
recurrió a consumir aceleradamente las reservas del Banco Central, que
desde un nivel de 52 mil millones de dólares cayeron hasta llegar a un
poco menos de la mitad de esa cifra, en el 2014.
La antedicha (y no otra) es la realidad que recibió Mauricio Macri de
sus antecesores. No obstante, en los 5 primeros meses de su gestión
liberó el mercado de cambios; eliminó sustancialmente los impuestos a la
exportación de productos agropecuarios que mantenían asfixiado al
sector; regresó al mercado internacional de capitales, luego de saldar
la deuda que algunos de sus acreedores habían utilizado para inmovilizar
financieramente al país; recompuso los precios de la mayoría de los
servicios públicos y redujo sustancialmente los subsidios. No es poco.
El producido de la mayor emisión de bonos de la historia argentina,
que resultó ampliamente sobresuscripta, se utilizó para pagar a los
acreedores que estaban en juicio contra la República y no para cubrir
gastos estatales. La tasa de interés de esa emisión fue inferior al 8% y
seguramente, en función de la política económica de la actual
administración, seguirá cayendo. Para un país que estuvo muchos años en
incumplimiento con sus acreedores externos, francamente, no está nada
mal. Los Kirchner ni siquiera podían endeudarse. A ellos sólo les
prestaba la Venezuela de Hugo Chávez, a tasas “solidarias” del orden del 15% anual.
Como la confianza se construye con el paso del tiempo y se destruye
en un instante, es previsible que, a medida que la conducción económica
mantenga el rumbo actual, las inversiones comiencen a llegar,
lentamente. Por el momento, el sector en el que más se advierte una
actitud de apostar a favor del futuro argentino es el dinámico sector
agropecuario, responsable del principal capítulo de las exportaciones
argentinas.
Las inversiones extranjeras directas tardarán en llegar, pero
seguramente superarán rápidamente el deprimido umbral de apenas 6.600
millones de dólares que caracterizó al 2014. Eso es más de 10
veces el monto de la inversión que en ese mismo año llegara a la vecina
Bolivia, de donde se fueron Petrobras y Total en un clima enrarecido por
los conflictos de la administración local con Trimetals Mining, de
Canadá, y Jindal Steel and Power, de la India.
El estado de la economía recibida del kirchnerismo y las medidas que
para enfrentarlo fue necesario adoptar seguramente impedirán a la
Argentina salir en el corto plazo de la profunda recesión en la que
fuera sumergida por los Kirchner. Volver a la normalidad no es soplar y
hacer botellas. Es un esfuerzo duro, particularmente para quienes tienen
ingresos fijos, por la inflación que, contenida, creció con el ajuste
de las tarifas que estaban groseramente atrasadas, en una muestra más de
populismo demagógico. Pero el camino, lejos de alimentar el pesimismo,
genera una sensación de esperanza en un futuro mejor. Sin populismo. Sin
autoritarismo. Sin resentimientos. Sin retórica. Con conducta. Y plena
libertad. No es poco.
Por lo antedicho, el ex presidente del Banco Central, Javier González Fraga acaba
de señalar que la Argentina atraviesa un sinceramiento “inevitable”,
tras haber llegado, con el gobierno anterior, a “una situación económica
que estaba al borde del caos”. Aclarando que el gobierno kirchnerista
dejó la economía al borde del colapso, no en el colapso. Pese a lo cual
“el grueso de la gente cree que si se está mal hoy es por las decisiones
de ayer o de hoy, y le echa la culpa a Mauricio Macri y no a quien
gestionó la situación actual en los últimos 4 años”. La Argentina estaba
“en la anormalidad total”. A lo que agregó: “las medidas de alivio
social se tomaron después de las medidas de ajuste; yo las hubiera
tomado antes, pero prevalece la opinión de los Durán Barba, que dicen
que las medidas buenas van todas después, porque sino se mezclan con las
malas. Yo hubiera privilegiado a la gente y no a la imagen”. Es así.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
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