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martes, 31 de mayo de 2016

El descalabro de Venezuela es peor de lo que parece

Entre el hambre, la escasez y la represión, los venezolanos se acercan al destino que ya han transitado los cubanos durante largas décadas

situación de Venezuela
En Venezuela, la gente está descontenta, muy descontenta. Los saqueos y los asaltos a camiones y comercios ya son algo común. (Wikipedia)
Suele decirse que, debido a las increíbles dificultades que atraviesa, Venezuela ya está a punto de un estallido social. En los últimos meses se ha acentuado la escasez de productos básicos como alimentos, medicinas, repuestos y artículos de tocador, mientras la inflación se dispara de un modo incalculable.
El Gobierno ha dejado que el dólar al que se realizan las importaciones se vaya acercando al precio que éste tiene en el mercado libre, lo que ha hecho subir los precios de un modo vertiginoso, y como resultado, se destruye en pocos días el sueldo mensual de la mayoría de los trabajadores.



La gente está descontenta, muy descontenta. Los saqueos y los asaltos a camiones y comercios, las colas que se convierten en agresivas muchedumbres y las protestas aisladas, se han convertido en algo común. Pero esto no basta para que se produzca un verdadero “estallido social”, un movimiento que sea capaz de producir la caída del impopular Gobierno de Nicolás Maduro.
Para que tal cosa suceda, es necesario que estén presentes dos condiciones por completo ausentes en la Venezuela de hoy: una organización más o menos amplia y estructurada de la población y una dirección política que cuente con el firme propósito de acabar con el Gobierno empleando todos los medios a su alcance.
Lo primero no existe porque los sectores que hoy se oponen a Maduro y se sienten desesperados ante la situación que se vive, son personas de toda condición, que nunca se han organizado.
La oposición, por otra parte, es un conjunto de grupos y partidos coordinados en la MUD (Mesa de Unidad Democrática), que sólo acierta a moverse acatando las limitaciones que el propio régimen le ha impuesto. Por eso, su solución no es otra que el referéndum revocatorio, un recurso legal que debe activarse este año para que tenga algún valor político pues, de otro modo, si se espera hasta 2017, habrá pasado ya la mitad del período de Gobierno de Nicolás Maduro y, si éste lo pierde, asumirá simplemente el vicepresidente: uno nombrado por el mismo Maduro.
Lo que la MUD no acaba de tomar en cuenta es que el régimen tiene todos los resortes del poder y que, por lo tanto, podrá demorar por procedimientos burocráticos el mencionado referéndum hasta que, por la fecha en que se realice, resulte prácticamente intrascendente.
Apegada a soluciones legalistas e ilusionada con la posibilidad de que el chavismo se derrumbe por sí solo, la oposición protesta, intenta recursos legales, acude a organismos internacionales y hasta entabla negociaciones con el chavismo, pero no se decide a pasar a la acción y no asume el liderazgo que las circunstancias requieren.
¿Qué podrá ocurrir, entonces? Podrán producirse disturbios y saqueos, pero es muy improbable que estos puedan generalizarse al punto de hacer caer al régimen: para eso hay una enorme fuerza represiva, despiadada y muy bien equipada, que ejercerá un efecto disuasivo sobre quienes protesten.
El referéndum, por otra parte, no se podrá realizar este año, y las conversaciones y las iniciativas diplomáticas sólo servirán para que los herederos de Chávez ganen tiempo.
El Gobierno, manejando a precio alto las escasas reservas en dólares que tiene, podrá aguantar así un tiempo más, con la esperanza de que suban otra vez los precios del petróleo y pueda mantener así el control de la situación.
Lentamente, ahogados por el hambre y la escasez, acosados por la indecisión de sus líderes y la represión del Gobierno, los venezolanos se acercan al destino que ya han transitado los cubanos por largas décadas. Ojalá me equivoque.

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