Después de todo, la disfunción política de Washington tenía una consecuencia. Esa consecuencia es Donald Trump.
De las muchas fuerzas detrás del ascenso de Trump y el “Trumpismo”, una de las más importantes y menos discutida es paralización de Washington por las desavenencias partidarias. Gran parte del apoyo hacia Trump tiene sus raíces en la idea simple y completamente no ideológica de que él va a ser capaz de hacer algo, aunque sea difícil saber exactamente qué sería ese algo.
De hecho, cuando en la última encuesta de The Wall Street Journal/NBC News se le preguntó a los votantes acerca de una serie de cualidades y atributos, Trump obtuvo sus mejores calificaciones por “ser eficaz y conseguir que se hagan las cosas”.
Ese mismo sentimiento se percibe también en algunos de los mensajes más reflexivos que un columnista recibe de los votantes. John C. Stratakis, un abogado de Nueva York que se describe a sí mismo como un simpatizante de Trump “con dilemas”, escribió recientemente: “El partido también está pagando un precio por no haber actuado de forma coherente cuando tuvo la presidencia de ambas cámaras del Congreso después de la primera elección de George W. Bush...Tal vez Donald Trump sea capaz de arrear a esos tipos”.
De hecho, el ascenso de Trump ofrece una respuesta —finalmente— a una de las preguntas más desconcertantes de la última década de política estadounidense: si los votantes castigarían alguna vez la disfunción de Washington. La tan denostada “clase dirigente republicana” está ahora recibiendo esa respuesta.
En años recientes, lo contrario parecía ser el caso: funcionarios electos y candidatos que se oponían a las concesiones y los acuerdos en Washington eran recompensados con elogios de adentro de su partido y una fácil reelección. Ahora, en cambio, los castigados han sido quienes se animaron a buscar un compromiso, siendo desafiados desde la izquierda o la derecha ideológica de sus propios partidos.
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Quizá lo más notable de todo es que en los últimos días ha dicho que su propuesta de grandes recortes de las tasas de impuestos podría ser objeto de negociación en el Congreso luego de presentada. Esto puede parecer una afirmación obvia sobre la naturaleza del proceso legislativo, pero es un pensamiento radical en el Washington híper-polarizado de hoy, donde la búsqueda de consensos se ha convertido en objeto de desprecio.
Curiosamente, esta percepción de la capacidad de hacer las cosas es también un argumento potencial a favor de la probable oponente de Trump, la demócrata Hillary Clinton. Hace más de un año, un senador demócrata al que se le preguntó cuál sería el mensaje sucinto de una candidatura de Hillary Clinton, respondió en privado: comparto muchas de las posiciones de Barack Obama, pero sé cómo conseguir que se hagan realidad.
Durante su paso por el Senado, Clinton sorprendió a sus colegas en ambos lados del pasillo con su disposición a sumergirse en las trincheras legislativas para encontrar puntos de convergencia entre ambos partidos. Los votantes parecen tener un sentido de eso. En la última encuesta de The Wall Street Journal / NBC News, las opiniones sobre las cualidades de Trump y Hillary variaron ampliamente en la mayoría de las áreas, pero la cualidad de “ser eficaz y lograr que se hagan las cosas” fueron parejamente altas.
¿Por qué es este atributo útil en el año 2016? Un vistazo a algunas tristes estadísticas que describen la disfunción de Washington en los últimos años proporciona el contexto necesario para explicar por qué ha expirado el atractivo político del estancamiento legislativo.
La herramienta de última instancia en Washington para frenar un proyecto de ley es lo que se conoce como la dilación del Senado, en la que se prolonga indefinidamente un debate para impedir la aprobación de una medida. Para cortar esa maniobra obstruccionista y avanzar con la discusión del día, los otros senadores deben presentar una moción de clausura, que debe conseguir el apoyo de 60 senadores.
La mejor manera de hacer un seguimiento del uso de dilaciones es ver el número de mociones de clausura presentadas en el Congreso. Estas acciones solían ser poco frecuentes; en el período 1969 y 1970, según los registros del Senado, se presentaron sólo siete. Veinte años más tarde, el número había aumentado a 38. En el último período completo del Senado, entre 2013 y 2014, se alcanzó la asombrosa cifra de 253.
La aprobación de leyes no es necesariamente el mejor indicador de progreso, porque toda ley puede ser vista como buena o mala dependiendo del punto de vista del observador. Aun así, son un buen indicador de acción legislativa, o de su ausencia.
Las estadísticas compiladas por GovTrack, una firma privada de seguimiento, muestran que los dos últimos períodos del Congreso, 2011-2012 y 2013-2014, se aprobó la menor cantidad de leyes en la historia reciente.
Estas son postales del tipo de futilidad que ayudó a alimentar el auge de Donald Trump.
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