'El hombre, la economía y el Estado'
Este
texto es el prólogo a la edición española de El hombre, la economía y
el Estado, la obra magna de Murray N. Rothbard, publicada recientemente
por Unión Editorial.
Books have always a secret influence on the understanding, we cannot at pleasure obliterate ideas; he that reads books of science will grow more.Samuel Johnson, 1753.
Para el mundo de lengua española
constituye una excelente noticia el disponer de este texto, escrito en
inglés hace cuarenta años, pero de una notable actualidad, razón que
explica las reiteradas ediciones estadounidenses. Quienes enseñamos
Economía en el mundo universitario celebramos vivamente la iniciativa de
traducir al español una obra que dota al estudioso de una presentación
original, didáctica y atractiva que no suele encontrarse en libros de
esta naturaleza.
Rothbard integra y desarrolla con
claridad y elegancia las contribuciones de la Escuela Austriaca que se
iniciaron a partir de los trabajos más importantes de Carl Menger
(1871/1950 y 1883/1985), cuyo eje central del valor subjetivo fue
ampliado por sus discípulos y continuadores de su generación y de las
siguientes, principalmente Eugen von Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises,
Friedrich A. von Hayek, Israel M. Kirzner y, como decimos, el propio
Rothbard.
Incluso dos de los economistas más destacados del mainstream,
tales como John Hicks y Mark Blaug, finalmente rindieron tributo a las
aportaciones científicas de la Escuela Austriaca. Así, Hicks escribió:
"He manifestado la afiliación austriaca de mis ideas; el
tributo a Böhm-Bawerk y a sus seguidores es un tributo que me
enorgullece hacer. Yo estoy dentro de su línea; es más, comprobé, según
hacía mi trabajo, que era una tradición más amplia y extensa de lo que
al principio parecía" (1973/1976: 21); y Blaug señaló: "Los austriacos
modernos van más lejos y señalan que el enfoque walrasiano al problema
del equilibrio en los mercados es un cul de sac: si queremos entender el proceso de la competencia más bien que el equilibrio final
tenemos que comenzar por descartar aquellos razonamientos estáticos
implícitos en la teoría walrasiana. He llegado lentamente y a disgusto a
la conclusión de que ellos están en lo correcto y que todos nosotros
hemos estado equivocados" (1991: 508).
La teoría walrasiana o, en general,
neoclásica se basa en la noción de equilibrio y competencia perfecta, lo
cual imposibilita el análisis del proceso que transita por sucesivos y
cambiantes desequilibrios que, en un contexto de incertidumbre y
descubrimiento, hacen posible la aparición del empresario, quien no
tiene cabida en los llamados modelos de competencia perfecta, que se
basan en supuestos irreales tales como que los sujetos actuantes cuentan
con información perfecta de los factores relevantes, en cuyo caso no
habría lugar para arbitrajes y, por tanto, desaparecería la competencia y
el propio empresario. Además, como señala Rothbard en este tratado, si
fuera correcto el supuesto del conocimiento perfecto, no habría saldos
en caja, ya que no se producirían imprevistos, en cuyo caso la demanda
de dinero caería a cero, lo cual haría desaparecer los precios
expresados en términos monetarios, situación que, a su vez,
imposibilitaría la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo
económico en general.
Hayek resume bien el punto al señalar
"el absurdo del procedimiento usual en el que se comienza el análisis
con una situación en donde se supone que todos los hechos son conocidos.
Curiosamente, la teoría económica llama a esto competencia perfecta. No deja espacio alguno para la actividad llamada competencia,
que se presume ya ha realizado su tarea" (1978/1968: 182); en la misma
línea argumental, sostiene que "el punto de partida de la teoría del
equilibrio competitivo asume, precisamente, la tarea que solamente el
proceso de competencia puede resolver" (1948/1946: 96); en el mismo
sentido, escribe que los "economistas usualmente atribuyen el orden que
produce la competencia como un equilibrio, un término poco feliz puesto
que el equilibrio presupone que todos los hechos ya han sido
descubiertos y la competencia, por tanto, ha cesado" (1978/1968: 184);
finalmente, afirma que la "competencia tiene valor solamente y en la
medida en que sus resultados son impredecibles y, en general, diferentes
de aquellos de los que cualquiera podría haber concebido
deliberadamente" (1978/1968: 180). Por su parte, Kirzner subraya que
"las decisiones de los participantes individuales en el mercado de
ningún modo pueden tratarse como si surgieran inexorablemente de
circunstancias objetivas que prevalecen en el instante anterior a las
respectivas decisiones" (1992: 122-3).
Lo dicho respecto del equilibrio en modo
alguno significa seguir la línea argumental Shackle-Lachmann, que,
además de las implicaciones relativistas, se traduce en negar que el
proceso de mercado permite la expansión del conocimiento y que, ceteris paribus,
tienda a un estadio último de ajuste que, aunque permanentemente
renovado, resulta esencial en el análisis económico. Precisamente merced
a la información dispersa que reúnen los precios, el proceso permite
apuntar a la satisfacción de la demanda de los consumidores. Si bien
estos ultimos imputan valores a toda la cadena productiva, a diferencia
de lo sostenido por autores tales como Pareto (1925/1945) y Schumpeter
(1950/1968), para nada deben subestimarse las constantes y actualizadas
valorizaciones que se requieren en cada uno de los segmentos de esa
cadena (Hayek 1945/1948, Kirzner 2000: caps. 2 y 3). Rothbard edifica
sobre estos principios, aunque sus referencias a Ludwig Lachmann en este
tratado son anteriores a las derivaciones ulteriores de este autor en
cuanto a las mencionadas conclusiones respecto del rol del conocimiento
en el mercado.
Contrariamente a lo que se enseña en la
mayor parte de las cátedras de Economía, Rothbard basa su trabajo en la
explicación realista de cómo funciona el mercado. El análisis neoclásico
conduce a errores de apreciación que resultan fatales. Tal vez esta
situación pueda ilustrarse con el caso de Raúl Prebisch, quien escribió:
"Como he afirmado reiteradamente, fui un neoclásico de hondas
convicciones. Creí, y sigo creyendo, en las ventajas de una competencia
ideal [perfecta] y en la eficacia técnica del mercado, y también en su
gran significación política [... por parte de quienes] formularon su
gran concepción doctrinaria del equilibrio económico (...) Como alguna
vez recordé, durante mi juventud me sedujeron estas teorías por su
persuasión y elegancia matemática (...) Siento la necesidad intelectual
–y la responsabilidad moral– de manifestar las razones que me han
llevado a abandonar la ortodoxia (...) no se trata de preguntar por qué
la realidad se ha desviado de la teoría, sino por qué la teoría se ha
desviado de la realidad" (1981: 247-8, 311 y 321-2). En otros términos,
muchos son los colegas economistas que absorbieron los modelos de
competencia perfecta y equilibrio en sus estudios universitarios y
luego, al comprobar que la realidad nada tiene que ver con aquellos
modelos, en lugar de revisar sus estudios optan por un salto lógico para
concluir que el aparato estatal debe intervenir en la economía para
corregir las "imperfecciones del mercado".
El primer grado que obtuvo Rothbard en
la Universidad de Columbia fue en Matemáticas, antes de estudiar
Economía y doctorarse en esta última disciplina en la misma universidad;
sin embargo, en su obra no recurre a instrumentos matemáticos debido a
que, a su juicio, en el mejor de los casos, se duplica innecesariamente
la exposición y, en el peor de los casos, se transmiten conceptos
errados sobre temas económicos. En este sentido, Wilhelm Röpke nos dice:
"Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si no ha tomado inadvertidamente un journal
de química o hidráulica (...) los asuntos cruciales en economía son tan
matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de
Navidad [... T] ras los agregados pseudo-mecánicos hay gente individual,
con sus pensamientos, sentimientos y juicios de valor (...) No
sorprende la cadena de derrotas humillantes que han sufrido las
profecías econométricas, lo que es sorprendente es la negativa de los
derrotados a admitir la derrota y aprender una mayor modestia (...)
Algunas personas aparentemente creen que la función principal de la
economía es preparar el dominio de la sociedad por los especialistas en economía, estadística y planificación, esto es, una situación que describo como economicracia
–una palabra horrible para una cosa horrible" (1958: 247-8-9-50, 149).
Es frecuente que los partidarios de la modelización y la matematización
insistan en que estos ejercicios son correctos si se tienen en cuenta
los supuestos en los que se basan, pero si los supuestos, como es el
caso, no tienen conexión alguna con la realidad, resultan ser del todo
irrelevantes para explicar nexos causales.
El trabajo de Rothbard cubre las áreas
de mayor trascendencia de la ciencia económica, que desmenuza con rigor
académico y destreza de polemista avezado, partiendo de las
implicaciones lógicas de la acción humana que servirán de sustento a la
cuidadosa concatenación de argumentos posteriores. Llama la atención la
fluidez de su pluma para integrar todos los conceptos en un hilo
argumental que revela una gran coherencia y gran cuidado en el
tratamiento de los diversos temas. Tal vez puedan destacarse como
especialmente significativas sus elaboraciones sobre el rol de la tasa
de interés, la estructura de la producción, el pormenorizado estudio del
monopolio, el análisis del marginalismo aplicado al factor trabajo y
extensas disquisiciones que refutan las concepciones que conciben la
riqueza como algo dado y estático, como si fuera el resultado de intercambios que, en cada caso, generan suma cero.
Resultan especialmente clarificantes sus críticas al keynesianismo referidas a la función consumo, al acelerador y al multiplicador, a la preferencia por la liquidez
y al desafortunado tratamiento de Keynes respecto del desempleo, el
atesoramiento, la inversión y el rol del gasto público. El examen
rothbardiano de políticas fiscales es original y contundente, pero no
exhaustivo, ya que continúa con este aspecto en su Power and Market, que hubo de constituir el tercer tomo de este tratado, pero que finalmente se publicó como libro separado.
La lectura de este trabajo proyecta luz
incluso para refutar explicaciones que han sido formuladas con
posterioridad a esa publicación. Tal es el caso de John Rawls en los
años 70 respecto de la distribución de talentos y su principio de compensación, las aportaciones de Ronald H. Coase en los años 80, que, si bien sirvieron para que se apartara la atención de la llamada economía del bienestar
de Pigou, paradójicamente incurre en esquemas que afectan a derechos de
propiedad especialmente en lo que se refiere a la aplicación de la
tesis del cheapest cost avoider. Asimismo, la obra de Rothbard
sirve para contrarrestar los escritos sobre la asimetría de la
información, que ha producido en la presente década principalmente
Joseph Stiglitz, la idea de igualdad y desarrollo de Lester
Thurow y, con algún matiz, de Amartya Sen, y, también
contemporáneamente, para refutar la extrapolación ilegítima que pretende
realizar el llamado socialismo de mercado, que toma los
conceptos de agente y principal del mundo empresarial para aplicarlos a
la relación gobernante-gobernado con un criterio que además desvirtúa la
noción que dio origen a esos conceptos. En este contexto, Rothbard
puede considerarse pionero en la crítica a la concepción convencional de
los bienes públicos, las externalidades y los free-riders,
tema de tanta trascendencia que luego han desarrollado autores tales
como de Jasay (1989), Friedman (1987), Schmidtz (1991), Nozick (1974),
Benson (1998), Narveson (1988), Hoppe (1986/1996), Block (1983),
Holcombe (1989/1998) y Sowell (1980).
Ludwig von Mises ha sido la fuente más
fértil de inspiración de Murray Rothbard, quien asistió regularmente a
sus seminarios en la Universidad de Nueva York, junto con Robert G.
Anderson, Percy L. Graves, Henry Hazlitt, Israel M. Kirzner, George
Koether, Joseph Kecheissen, Robert H. Miller, Toshio Murato, Sylvester
Petro, George Reisman, Hans F. Sennholz, Bettina Bien y Louis Spadaro.
Luego del seminario, los asistentes se congregaban para discutir temas
que habían surgido en clase, lo cual se transformó en lo que
informalmente se denominaba The Mises Circle, como homenaje al célebre
seminario que dirigía Mises en su Viena natal, antes del éxodo que
provocó el totalitarismo nazi.
Entre otras muchas materias, Rothbard
debe a Mises la idea de la imposibilidad de establecer comparaciones
intersubjetivas de utilidades, la aplicación de la teoría subjetiva del
valor al dinero, la comprensión de las falacias inherentes a las curvas de indiferencia,
su concepción epistemológica para abordar las ciencias sociales con un
método y un ángulo visual sustancialmente distinto del aplicado a las
ciencias naturales y la imposibilidad del cálculo económico en un
régimen socialista. En este último sentido, es de interés recordar que
Oskar Lange, el primero en debatir con Mises sobre este tema, escribió
(1936: 53) que, debido a que éste puntualizó el problema y "permitió
resolverlo", debía erigirse "una estatua del profesor Mises para ocupar
un lugar honorable en el gran hall del Ministerio de Socialización o en
el Consejo de Planificación Central de un Estado socialista". Como es
sabido, esta profecía se cumplió, pero en el sentido opuesto al
pronosticado por Lange, ya que la estatua se colocó en 1990 en el
Departamento de Teoría Económica de la Universidad de Varsovia, lugar en
el que Lange dictaba sus clases, como expresión del fracaso del
socialismo.
En cuanto al referido enfoque
metodológico de la economía y a la necesidad de diferenciarlo del
aplicado a las ciencias sociales que destaca el binomio Mises-Rothbard,
cabe consignar que este programa de investigación conlleva una severa
crítica al positivismo. En esta última dirección, Morris R. Cohen
contradice las conclusiones positivistas de Rudolf Carnap al afirmar:
"Carnap y otros niegan significado a las proposiciones no verificables.
Esto constituye un violento tour de force. El significado de
algo no equivale a consecuencias verificables (...) La aseveración de
Carnap de que las proposiciones no verificables carecen de sentido no es
verificable" (1944: 150-2). Por su parte, Bruce Caldwell alude de este
modo a la metodología austriaca: "Es muy importante poner énfasis en que
la posición austriaca no se ve para nada afectada por argumentos que se
limitan a señalar que no hay tal cosa como una proposición que es
simultáneamente verdadera a priori y con significado empírico. Por supuesto que no hay tal cosa, siempre que
se acepte la concepción analítico-sintética del positivismo. Pero Mises
no sólo rechaza tal concepción sino que ofrece argumentos contra ella
(...) La invocación de la concepción positivista de la defensa de
aquella doctrina contra ataques de posiciones expresamente
antipositivistas, claramente no ofrece argumentación convincente (...)
Una crítica metodológica de un sistema (no importa cuán perverso pueda
parecer tal sistema) basado enteramente en la concepción de su rival (no
importa cuán familiar sea) no establece absolutamente nada" (1984:
122-124).
Rothbard muestra la íntima vinculación
entre la propiedad privada, los precios y los procesos de mercado: o
existen los tres o no existe ninguno de los tres, ya que se trata de
conceptos inseparables. Más aún, explica que, ex ante, la
información para el planificador no está disponible, ya que el propio
sujeto actuante no dispone de esa información respecto de sus propias
elecciones futuras, quien podrá realizar conjeturas respecto de lo que
hará, pero, llegado el momento, debido a que se modifican las
circunstancias, se modificarán también sus decisiones. Y, ex post, este conocimiento no siempre es articulable, puesto que, al decir de Hayek, muchas veces se trata de "conocimiento tácito".
Seguramente la mayor contribución
misiana que ha tomado Rothbard es su concepción de la economía, que no
se limita a lo estrictamente crematístico sino que abarca toda la acción
humana o praxeología. Este análisis de Ludwig von Mises (1949/2001) ha
influido también en economistas que no comparten otros aspectos de la
Escuela Austriaca pero que han aplicado el instrumental económico a
esferas que tradicionalmente no habían sido abordadas en este campo del
conocimiento, como es el caso de algunos destacados exponentes de la
teoría de la public choice, los neo-institucionalistas, algunos
miembros de la Escuela de Chicago y autores como Vernon L. Smith
(1999), que si bien no comparte la postura metodológica misiana acredita
que sus trabajos han sido influidos por el pensador austriaco, a tal
punto que hizo que el hoy premio Nobel de Economía abandone la
ingeniería para convertirse en un economista profesional. Durante el
mismo año en que apareció la obra que ahora prologamos para la edición
española se publicó Freedom and the Law, de Bruno Leoni
(1962/1965), donde el autor expone los marcos institucionales y la idea
del derecho como un proceso de descubrimiento y no de diseño, en
paralelo con el tratado de Rothbard, y que abrió espacios para renovadas
elaboraciones sobre la producción y ejecución de normas en un sistema
abierto.
Es pertinente subrayar que las
investigaciones del autor del presente volumen se nutren en la misma
fuente, oportunamente señalada por Böhm-Bawerk de la siguiente manera:
"De igual modo que los fenómenos naturales están gobernados por leyes
eternas que operan independientemente de la voluntad humana y de las
leyes humanas, en la esfera de la economía existen leyes contra las que
resulta impotente la voluntad de los hombres e incluso el poder estatal.
La fuerza de las leyes económicas no puede desviarse de ciertos canales
por medio de interferencias artificiales de control social" (1913/1962:
147).
Aplaudimos la muy valiosa y encomiable iniciativa de Eseade (y ahora de Unión Editorial) de editar esta magnum opus
del profesor Rothbard, y a Norberto Sedaca –laureado de esa casa de
estudios– por haber realizado la ciclópea tarea de traducción. Asimismo,
agradezco la dedicatoria de esta versión española a mi padre, quien en
su momento obtuvo de Rothbard los correspondientes permisos de
traducción y a quien debo la extraordinaria oportunidad de haberme
iniciado en "el otro lado de la biblioteca", tal como lo hizo con tantas
otras personas en nuestro país [Argentina]. La historia contrafactual
tiene sus bemoles, pero es del todo plausible conjeturar que si le
hubiera prestado la debida atención a Rothbard, se habrían podido evitar
muchos de los sucesos que conmovieron adversamente al mundo. Lo que se
ejecuta en la práctica siempre proviene de lo que previamente se ha
elaborado en la teoría. Las justificadas críticas a lo que hoy ocurre
obedecen a concepciones defectuosas anteriores, que deben ser revisadas
si se desea evitar efectos nocivos. Correr el eje del debate es la
función del intelectual, y esto es lo que ha realizado con gran
pulcritud y enjundia el autor de este tratado de economía a través de su
prolífica vida académica. Es de esperar que este texto tenga la acogida
que se merece en los espíritus curiosos por explorar avenidas fértiles
que se apartan de lo que se viene repitiendo en la mayor parte de las
cátedras universitarias. El estudioso encontrará en las páginas que
siguen un gran estímulo intelectual al descubrir vastos horizontes
descritos de un modo llano y directo, muy bien ilustrados y
fundamentados en un sólido andamiaje científico.
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