Todas las señales apuntan al colapso de Venezuela. Cada minuto que pasa el país se deshace en manos de un Nicolás Maduro que insiste en mantener con la violencia revolucionaria un poder que no ha sabido conservar a partir de la eficiencia ni de los resultados. Su tozudez ha llevado a una nación rica en recursos a la miseria y su incendiaria oratoria la empuja ahora hacia un estallido violento.
Frente a los micrófonos, Maduro dice defender un
quimérico socialismo del siglo XXI que solo ha funcionado en la cabeza
de sus progenitores. Sin embargo, su accionar político y represivo va
dirigido a preservar los privilegios de un clan que despotrica contra
los burgueses mientras vive en medio de la opulencia y del saqueo de
las arcas públicas. Se cree el Robin Hood de las historias infantiles, pero esta vez ha vuelto invivible el bosque de Sherwood, hasta para los pobres.
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Cortes de luz, inseguridad en las calles,
desabastecimiento de alimentos, una emigración que se ha llevado a los
más jóvenes y profesionales, junto a la más alta inflación del mundo,
son algunas de las señales del deterioro que ha vivido una nación
atrapada desde hace casi dos décadas en un populismo que la ha
desangrado en lo económico y ha polarizado su sociedad.
La corrupción, los malos manejos y una recua de países
vecinos que se han comportado más como sanguijuelas que como aliados,
han hundido a Venezuela en menos de veinte años. Pocos tienen aún la
desvergüenza de apoyar públicamente al régimen delirante que se ha
instalado en Miraflores y que ha puesto a la nación a punto del
quiebre. Hasta los antiguos compañeros de ruta, al estilo del partido
español Podemos o el expresidente Pepe Mujica, se han distanciado de Maduro.