Otro criterio universitario
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Bertie, uno de mis hijos, me pasó un artículo de Nathan Harden publicado en The American Interest titulado “The End of University as we Know It”.
El autor sostiene que toda la estructura universitaria se está
modificando radicalmente a raíz de la enseñanza por medio de aulas
virtuales que comenzó con los ya muy difundidos MOOC (Massive Open
Online Courses) pero que en última instancia apunta a sustituir en gran
medida la enseñanza presencial en carreras de grado y posgrado (no en su
totalidad puesto que hay asignaturas en ciertas carreras que por el
momento requieren la relación personal).
Con razón el Harden destaca las ventajas
de esta evolución al facilitar a estudiantes que se encuentran ubicados
lejos de la casa de estudios de su preferencia y si deben trasladarse
pierden su trabajo y otras ventajas de su lugar de origen. También
apunta la reducción de costos debido a que no se hace necesario
amortizar cargas fijas de peso, la facilidad de contratar profesores en
otros puntos del planeta sin necesidad de desplazamientos y, sobre todo,
las cargas de los llamados créditos estudiantiles no solo muy
politizados en algunos lugares sino que se están incrementando de modo
alarmante los incobrables.
Más aun, explica el mismo autor que
ahora que existen los ebooks la idea de la biblioteca para consultas e
investigaciones cambia por completo de sentido. Cita a un profesor de
Stanford que subraya la importancia de poder ampliar su número de
alumnos y declaró al New York Times que si no fuera por este
nuevo sistema debería dedicarle 250 años con el método anterior para
enseñar al ritmo que lo venía haciendo. Muestra los avances en esta
dirección moderna en universidades como Yale, MIT, Michigan, Harvard,
Purdue y Carnegie y alude a la inversión en ladrillos como algo en
general arcaico.
Señala que incluso existe la posibilidad
que los alumnos elijan materias diferentes en diferentes universidades y
eventualmente hacer un consolidado con otra institución dedicada a esa
faena. Finalmente, hace un correlato con la música y dice que a partir
de los Mp3 y los iPod ya es anticuado eso de adquirir un álbum completo
sin poder circunscribirse a lo que al comprador le interesa, del mismo
modo viene ocurriendo a paso acelerado en las instituciones educativas.
En lo personal, hace algún tiempo vengo
dictando clase para la maestría en economía de una universidad suiza y
verifico la calidad del audio y la resolución de imagen (salvo tormentas
fuertes que no permiten la señal). También me percato de lo interesante
de entidades que se ocupan de acreditaciones en competencia y tejiendo
una auditoria cruzada al efecto de liberarse de las agencias politizadas
como los ministerios de educación y equivalentes para lograr los
necesarios niveles de excelencia.
Estos procedimientos a través de
Internet también pueden mitigar los problemas financieros de
universidades y su vínculo con el poder de turno. Por ejemplo, Richard
Pipes en su Property and Freedom pone de manifiesto que las
universidades de Columbia, Stanford y Harvard reciben del gobierno
federal estadounidense el 50, 32.4 y 38 por ciento respectivamente de
sus presupuestos. También los problemas que se esconden tras la figura
del tenure alegando libertad académica que podrían sortearse en
la medida en que la legislación no alcance a quienes operan a escala
planetaria y en algunos casos sin asiento visible, tema este de la
desfiguración de la libertad académica que fue muy bien expuesto por
William Buckley, Jr en su God and Man at Yale. The Supertitions of Academic Freedom.
A su turno, en un ámbito mucho más
abierto podrían disminuirse los estragos del adoctrinamiento bajo el
paraguas de la educación estatal tal como lo describió Thomas Sowell en Inside American Education para el baluarte del mundo libre y tal como lo analizó Carlos Escudé para el caso argentino en El fracaso del proyecto argentino.
Para una ilustración detenida, me concentro en este último país y libro
para lo cual reitero parte de lo ya escrito en otra oportunidad.
El proceso educativo requiere la prueba y
el error en un contexto evolutivo y competitivo y, sin embargo, no es
lo que se autoriza cuando está en manos de la burocracia.
Afortunadamente, en la actualidad, por ejemplo, está el home schooling
que se saltean las trabas burocráticas estatales para navegar en
libertad por parte de quienes se dedican a la educación que son
elegidos, precisamente, por su excelencia y no por grados de
politización forzosa, y con programas de actividades sociales sumamente
atractivas (hace poco, The Economist le dedicó bastante espacio a una tarea de investigación al antedicho home schooling en
el que concluye que los oficiales de admisión de las universidades del
Ivy Leage estadounidense declararon su admiración por estudiantes que
aplicaban y que provenían de ese sistema “por sus altos niveles
educativos, por sus muy buenos modales y por sus cuidadas vestimentas”).
En nuestro país, mucho antes de los
fenómenos de los textos obligatorios de “Evita me ama” y los engendros
de La Cámpora, surgen elementos clave que permiten bucear en el problema
educativo. En la referida obra, Escudé revela con documentación de gran
calado que el eje central de la educación estatal mostraba que las
tareas educativas estaban (y están) dirigidas a “subordinar el individuo
al Estado” donde “el Estado no es la defensa del individuo y
sus derechos” situación en la que “el individuo vive para servir a su
Patria [generalmente con mayúscula]; así y no al revés, se define la
relación esencial entre el individuo y estado-nación”.
Todo el desbarajuste educacional -a
contramano de las ideas, principios y valores alberdianos- comenzó a
manifestarse con crudeza durante la tiranía rosista. Más adelante, la
revista “El Monitor de la Educación Común” fundada en 1881 y distribuida
gratuitamente a todos los maestros, fue paulatinamente aumentando su
nacionalismo e intervensionismo estatal en la educación que rodearon al
Primer Congreso Pedagógico de 1882. Incluso la ley de Educación Común
(la 1420) de 1884 subraya la importancia de la educación obligatoria y
gratuita.
En los sucesivos artículos de la
mencionada revista se advierte sobre la “desnacionalización que sufría
la Argentina” diagnóstico que logró imponer una ley en 1908 “de
ingeniería social” al efecto de “deseuropeizar” el país, “pero el
objetivo primordial del proyecto educativo argentino, más que impulsar
el progreso, fue el de adoctrinar a la población en un argentinismo
retórico y esencialmente dogmático y autoritario, cuando no militarista”
anticipada por la Ley de Residencia de 1902 por la que podía expulsarse
a inmigrantes sin juicio previo y las arbitrariedades del creado
Consejo Nacional de Educación que incluso tenía las facultades de
reglamentar los programas de las escuelas privadas por medio de la Ley
Lainez de 1905.
Las ideas vertidas en esa revista (“una
paranoia”, dice Carlos Escudé) eran las de “el espíritu de raza”
(Ernesto Quesada), “la pureza del lenguaje” (Mario Velazco y Arias), los
inconvenientes de las escuelas de comunidades extranjeras “como la
galesa” (Raúl B. Díaz), “homogenizar los estudios” (José María Ramos
Mejía), “forjar una intensa conciencia nacionalista” y “el
individualismo anárquico es un peligro peligro en todas las sociedades
modernas, reagravóse como tal en la República Argentina por la afluencia
del extranjero inmigrante” (Carlos Octavio Bunge), ”en la conversación,
en todos los grados, incluir con frecuencia asuntos de carácter
patriótico” y “el extranjero que incesantemente nos invade” (Pablo
Pizzurno), el “catecismo patriótico” en el que se leía el siguiente
diálogo: “maestro-¿cuáles son los deberes de un buen ciudadano, alumno-
el primero el amor a la patria, maestro- ¿antes que a los padres?,
alumno- ¡antes que todo!” (Ernesto A. Bavio), el “Canto a la Patria” de
Julio Picarel sobre el que Escudé aclara que “cito estos pésimos versos a
riesgo de alinear al lector” y agrega el poeta de esta xenofobia que
“los sonidos ejecutados por una banda militar llegan al oído del niño
como un lenguaje fantástico y fascinador”, “el Honorable Consejo
Nacional de Educación, al inaugurar la bien meditada serie de medidas
tendientes a fortificar el alma de los niños argentinos, el sentimiento
augusto de la Patria y a convertir la escuela en el más firme e
indiscutible sostén del ideal nacionalista” (Leopoldo Correijer), “la
escuela argentina tiene un carácter completamente definido, ella es el
agente de nuestra formación nacional” (Juan G. Beltrán), “formemos con
cada niño un idólatra frenético por la República Argentina” (Enrique de
Vedia), “la escuela oficial, única que mantiene puro el espíritu de la
nacionalidad en pugna con la particular cuyo florecimiento es de
profusión sospechosa” (Bernardo L. Peyret), “quienes no están conformes
con la orientación nacionalista que el Consejo ha dado a la enseñanza,
deben tener la lealtad de renunciar al puesto que desempeñan en el
magisterio” (Ángel Gallardo), nacionalismo solo realizado eficazmente
“en la escuela porque es allí donde hemos de realizar la unidad moral de
la raza argentina” (Ponciano Vivanco), “el amor a la patria para ser
fecundo debe tener carácter de una religión nacional y ese culto a la
Patria no se concibe sin la fuerza nacional” (Francisco P. Moreno).
Por supuesto que a la abundante lista
referida por Escudé -casi todos antisemitas- no faltan los nombres de
los nacionalistas Ricardo Rojas (“las escuelas privadas son uno de los
factores activos de la disolución nacional”), Manuel Carlés, ambos con
escritos absolutamente contrarios al cosmopolitismo y al respeto
recíproco adornados como es el caso de este último autor con cánticos
inauditos como el del “Himno a la Nueva Energía” a lo que deben añadirse
los numerosos escritos del nacionalsocialista y judeofóbico Manuel
Gálvez.
A los nombres mencionados cabe agregar
todavía muchos otros como los de Carlos Ibarguren, el sacerdote ultra
nazi Julio Meinvielle, Leopoldo Lugones y tantos otros que sentaron las
bases para que luego penetrara el cepalismo, el keynesianismo, el
marxismo y todas las variantes totalitarias y planificadores de las
vidas y haciendas ajenas donde “lo nuestro” es siempre un valor y lo
foráneo siempre un desvalor por lo que se incita a la pesadilla de un
sistema de cultura alambrada. Una vez que se idolatra la patria
escindida del respeto recíproco y las libertades individuales, está
preparado el camino para que el mesías del momento indefectiblemente
encarne la patria.
Es de esperar que la revolución
tecnológica que abarca el delicado terreno educativo sirva para
abandonar en gran medida los designios de las reparticiones de control
de aparatos estatales desbordados.
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