Lecciones de México
Por Álvaro Vargas Llosa
Han dado más importancia a las
elecciones mexicanas en Estados Unidos y Europa que en América Latina.
Error: lo sucedido allí tiene mucho que ver con el resto de la región.
Estaban en juego 12
gobernaciones en teoría, pero en realidad lo que se definía es el
“standing” de los partidos y líderes de cara a las presidenciales de
2018. El resultado -derrota cataclísimica del gobierno, resurrección
milagrosa del PAN, o sea la centro derecha, consolidación del populista
López Obrador como tercera fuerza- implica muchas cosas. Sobre
todo el fin del proyecto de reformas que entusiasmó a tantos cuando
asumió Peña Nieto el mando ha muerto y la constatación de que, al igual
que en el resto de América Latina, el populismo choca hoy con el hastío
de los votantes.
La impopularidad de Peña Nieto -el PRI
perdió cuatro gobernaciones que nunca habían conocido el gobierno de
otro partido y sólo ganó cinco de las 12 en disputa- no es difícil de
explicar. Los casos de violación de los derechos humanos, en especial la
desaparición de 24 estudiantes de una escuela que forma maestros en
2014, y los escándalos familiares se suman a una economía que no despega
(el crecimiento ha sido 0,8% en los dos primeros trimestres de 2016). A
pesar de que el año pasado Peña Nieto logró la mayoría en el Congreso y
todo indicaba que las reformas sobrevivirían a los embates mencionados,
la administración se concentrará ahora en mantener al PRI con vida de
cara a 2018 antes que en seguir haciendo reformas.
En el caso del PAN, el éxito ha
sido inesperado. Desde la salida de Calderón del poder en 2012, la
centro derecha ha experimentado un desgarro interno, el desencanto de
los electores y la falta de peso suficiente en el Congreso. Lo
que cabía esperar en estos comicios es que el partido que preside
Ricardo Anaya fuera vapuleado por el populismo de izquierda, hoy
encarnado no tanto en el PRD como en Morena, el grupo escindido de
aquella organización y que López Obrador ha convertido en partido. Sin
embargo, el PAN ganó en siete de los doce estados en juego, incluyendo
el emblemático Veracruz, mientras que López Obrador no ganó ninguno,
aunque sí se impuso en la capital, tradicional bastión de la izquierda,
donde se eligió una asamblea constituyente que habrá de diseñar una
constitución para darle mayor autonomía al D.F.
Una clave estuvo en que el PAN se alió,
en un pacto “a la griega”, con el PRD en varios estados. Lo cual suscita
la pregunta del millón: ¿se repetirá la experiencia en 2018 para que
derecha e izquierda vayan con una candidatura común? Margarita Zavala,
esposa de Felipe Calderón, aspira a ser candidata, algo que despierta
reticencias dentro de un sector de su partido pero sobre todo en la
izquierda, enemiga acérrima del ex Presidente. En circunstancias
normales, el PRD no se inclinaría por pactar con el PAN, pero estos son
tiempos de emergencia: Morena ha eclipsado al PRD y ya es la tercera
fuerza (en Veracruz llegó segundo, por ejemplo, desplazando al tercer
lugar al PRI).
La otra opción es que el PRD y Morena
abandonen su encarnizada rivalidad. Pero es más difícil imaginar al PRD
aceptando la candidatura de López Obrador, el traidor, que la de
Margarita, la adversaria ideológica.
En resumidas cuentas, los
electores han sido sabios: si había que castigar al PRI, hacerlo
entronizando a López Obrador, un fuerza tenazmente destructiva en el
México de hoy, habría enviado pésimas señales al mundo (y al propio
México, claro).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario