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lunes, 13 de junio de 2016

Lecciones de México

Lecciones de México


Por Álvaro Vargas Llosa
Han dado más importancia a las elecciones mexicanas en Estados Unidos y Europa que en América Latina. Error: lo sucedido allí tiene mucho que ver con el resto de la región.
Estaban en juego 12 gobernaciones en teoría, pero en realidad lo que se definía es el “standing” de los partidos y líderes de cara a las presidenciales de 2018. El resultado -derrota cataclísimica del gobierno, resurrección milagrosa del PAN, o sea la centro derecha, consolidación del populista López Obrador como tercera fuerza- implica muchas cosas. Sobre todo el fin del proyecto de reformas que entusiasmó a tantos cuando asumió Peña Nieto el mando ha muerto y la constatación de que, al  igual que en el resto de América Latina, el populismo choca hoy con el hastío de los votantes.


La impopularidad de Peña Nieto -el PRI perdió cuatro gobernaciones que nunca habían conocido el gobierno de otro partido y sólo ganó cinco de las 12 en disputa- no es difícil de explicar. Los casos de violación de los derechos humanos, en especial la desaparición de 24 estudiantes de una escuela que forma maestros en 2014, y los escándalos familiares se suman a una economía que no despega (el crecimiento ha sido 0,8% en los dos primeros trimestres de 2016). A pesar de que el año pasado Peña Nieto logró la mayoría en el Congreso y todo indicaba que las reformas sobrevivirían a los embates mencionados, la administración se concentrará ahora en mantener al PRI con vida de cara a 2018 antes que en seguir haciendo reformas.
En el caso del PAN, el éxito ha sido inesperado. Desde la salida de Calderón del poder en 2012, la centro derecha ha experimentado un desgarro interno, el desencanto de los electores y la falta de peso suficiente en el Congreso. Lo que cabía esperar en estos comicios es que el partido que preside Ricardo Anaya fuera vapuleado por el populismo de izquierda, hoy encarnado no tanto en el PRD como en Morena, el grupo escindido de aquella organización y que López Obrador ha convertido en partido. Sin embargo, el PAN ganó en siete de los doce estados en juego, incluyendo el emblemático Veracruz, mientras que López Obrador no ganó ninguno, aunque sí se impuso en la capital, tradicional bastión de la izquierda, donde se eligió una asamblea constituyente que habrá de diseñar una constitución para darle mayor autonomía al D.F.
Una clave estuvo en que el PAN se alió, en un pacto “a la griega”, con el PRD en varios estados. Lo cual suscita la pregunta del millón: ¿se repetirá la experiencia en 2018 para que derecha e izquierda vayan con una candidatura común? Margarita Zavala, esposa de Felipe Calderón, aspira a ser candidata, algo que despierta reticencias dentro de un sector de su partido pero sobre todo en la izquierda, enemiga acérrima del ex Presidente. En circunstancias normales, el PRD no se inclinaría por pactar con el PAN, pero estos son tiempos de emergencia: Morena ha eclipsado al PRD y ya es la tercera fuerza (en Veracruz llegó segundo, por ejemplo, desplazando al tercer lugar al PRI).
La otra opción es que el PRD y Morena abandonen su encarnizada rivalidad. Pero es más difícil imaginar al PRD aceptando la candidatura de López Obrador, el traidor, que la de Margarita, la adversaria ideológica.
En resumidas cuentas, los electores han sido sabios: si había que castigar al PRI, hacerlo entronizando a López Obrador, un fuerza tenazmente destructiva en el México de hoy, habría enviado pésimas señales al mundo  (y al propio México, claro).

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