Las convulsiones de América Latina: tres mitos
Por Moisés Naím
El País, Madrid
El mundo no está interpretando
correctamente los cambios que están ocurriendo en América Latina. En
particular, se han popularizado tres ideas que, si bien tienen algún
asidero en la realidad, no reflejan adecuadamente lo que está sucediendo
en esa región.
1) América Latina repudió a la izquierda y giró a la derecha.
No es así. Los votantes latinoamericanos
no han experimentado una profunda mutación ideológica, sino una
profunda desilusión económica. Los Gobiernos de izquierda que rigieron
los destinos de América Latina desde comienzos del siglo XXI contaron
con el dinero generado por los altos precios internacionales de las
materias primas que exportan para estimular masivamente el consumo.
Esto, obviamente, los hizo muy populares. Al caer el precio de las
exportaciones y, por tanto, la capacidad del Estado para seguir
financiando el consumo, colapsó el apoyo popular a esos mandatarios. La
familia Kirchner dejó el poder en Argentina y su candidato perdió las
elecciones.
En Brasil, Dilma Rousseff está fuera y Lula da Silva,
desprestigiado. En Venezuela, el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro,
preside una inédita catástrofe económica y política. En Perú, Pedro
Pablo Kuczynski, un empresario, será el próximo presidente. En Bolivia,
Evo Morales fue derrotado en su intento de cambiar la Constitución para
poder optar a un nuevo periodo presidencial.
Pero estas élites políticas de
“izquierda”, ahora desplazadas, no estarán fuera de juego para siempre.
Las correcciones a la política económica que se verán obligados a hacer
los nuevos Gobiernos latinoamericanos serán impopulares y crearán
oportunidades para los políticos que sepan capitalizar la nostalgia por
los buenos tiempos de Chávez, Kirchner y Lula.
2) Se acabó el populismo.
No. La propensión de los políticos a
decir lo que los votantes quieren oír nunca se acaba. Esta es una
práctica de la izquierda y de la derecha, de laicos y religiosos, de
verdes e industrialistas. Ningún político se puede dar el lujo de
desdeñarla y por eso el populismo existe en todas partes, de Estados
Unidos a Sudáfrica. El populismo se vuelve un problema cuando los
políticos pierden todo reparo en proponer lo que saben que no podrán
cumplir, en promover seductoras políticas que en la práctica son tóxicas
o en lanzar iniciativas que dividen a la sociedad. Y por supuesto, un
problema aún mayor que la deshonestidad de unos cuantos políticos
populistas es la ingenuidad de los millones de seguidores que se creen
sus atractivas mentiras.
La abundancia económica que vivió
América Latina a comienzos de este siglo permitió que el populismo “de
siempre” se transformara en “super populismo”, alcanzando así los
niveles sin precedentes que vimos en la Venezuela de Chávez y en la
Argentina de los Kirchner. Ese populismo desbocado es lo que se acabó.
No porque la gente ya no crea en las malas pero atractivas ideas
promovidas por los populistas, sino porque ya no hay dinero para
financiarlas. Así, volverá el populismo “normal”.
3) América Latina por fin está luchando contra la corrupción.
En parte sí. Pero… No hay duda que la
defenestración política de la presidenta de Brasil tiene mucho que ver
con el gigantesco escándalo de corrupción que ha ocurrido durante su
mandato y el de su predecesor, Lula da Silva. El presidente de Guatemala
también fue destituido y está en la cárcel acusado de corrupción. En
México, el Gobierno de Enrique Peña Nieto está muy debilitado por los
escándalos que implican a varios de sus principales líderes. Michelle
Bachelet en Chile también se ha visto afectada por un escándalo que ha
alcanzado a su hijo y a su nuera. En Argentina, la expresidenta Cristina
Fernández y personas de su entorno más cercano enfrentan graves
acusaciones.
Las marchas multitudinarias de protesta
contra la corrupción se han hecho comunes en muchos países de
Latinoamérica. El repudio popular a la corrupción también ha servido de
apoyo a nuevos protagonistas que están marcando una diferencia en esta
lucha: jueces, fiscales y magistrados valientes que se están enfrentando
con éxito a los corruptos, incluso a los que por su poder político o
económico parecían intocables.
Esta nueva intolerancia a la corrupción
es tan bienvenida como los éxitos de los jueces “caza-corruptos”. Pero
hay que tener cuidado. La lucha contra la corrupción no debe depender de
la buena voluntad o la valentía de individuos, sino de la existencia de
instituciones y reglas que desincentiven la corrupción, eliminen la
impunidad y aumenten la transparencia en los actos de gobierno. Poner
los presupuestos públicos en Internet y permitir que todos sepan cómo se
gastan los dineros públicos, reducir el número de decisiones
discrecionales que pueden tomar los funcionarios públicos o desarrollar
un marco legal eficiente y confiable son ejemplos de maneras más serias
de luchar contra la corrupción que apostar a la aparición de un
presidente honesto o un juez valiente.
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