“La
única igualdad con la que se puede estar de acuerdo es la igualdad ante
la Ley, y siempre que esta sea para preservar los derechos
individuales” (María Marty, Argentina).
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Imaginá el siguiente escenario. Te
despertás una mañana como cualquier otra, sos el mismo, con todos tus
conocimientos, recuerdos e historia. Pero te encontrás en la Tierra
nuevamente en su estado natural. Virgen de todo tipo de tecnología,
construcciones, medios de transporte, de comunicación, medicinas, etc,
etc. No hay nada de nada, excepto la ropa con la que dormiste la noche
anterior y lo que traes dentro de tu cabeza.
Me puse a pensar cuánto tiempo podría
sobrevivir con mis conocimientos. No mucho. ¿Y cuánto podría aportar al
planeta? ¡Menos! Ni siquiera este artículo, porque no sabría ni cómo
hacer un lápiz (aunque leí Yo el Lápiz varias veces) ni cómo obtener papel donde escribirlo. Ni hablar de una computadora. Y ya no cuento con Google para averiguarlo.
Rodeada de bombas eléctricas, autos,
aviones, vacunas, microondas, edificios, ascensores, etc., vivo mi vida
sin tener demasiada idea de cómo funcionan. Las doy por sentadas, como
si fueran parte de la geografía.
Volvamos a nuestro viaje imaginario al
paleolítico. Supongamos que descubro que tengo a mi lado a Henry Ford,
Benjamin Franklin, los hermanos Wright, Thomas Edison y otras tantas
mentes brillantes que nos ha dado la humanidad. Y aquí la pregunta del
millón: ¿Querría que fueran como yo? ¿O estaría agradecida por sus
diferencias? ¿Les demandaría igualdad o les rogaría, mientras les
preparo una fogata para que sus cerebros entren en calor, que inventaran
nuevamente todas las cosas que hicieron mi vida más simple, más
eficiente, más confortable, más segura, más entretenida?
No hay dos personas iguales en este
planeta. Cada uno de nosotros viene con su propia receta, con variables
naturales y contextuales. Eso no está bien ni está mal. No es justo ni
injusto. Simplemente es.
Igualar implica modificar. Simple de ver
en números: Si 4 ≠ 2, para igualarlos, 4 debe ceder 1 a favor de 2 para
obtener la igualdad 3 = 3. Lo mismo pasa con los seres humanos. ¿Y en
ese intento de igualar, adivinas quién sale perdiendo siempre? El que
tuvo que ceder, entregar, achicarse en algun aspecto para poder igualar a
quien no tenía modo o ganas de crecer, excepto a costa de otro.
Es difícil encontrar discursos de
hombres independientes reclamando igualdad. En general, quienes reclaman
igualdad son quienes desean obtener algo de ellos. Ese reclamo ha
venido rodeado de un halo romántico, idealista, benévolo. Pero en
realidad, y exceptuando a algunos pocos inocentes, sólo esconde dos
rasgos: resentimiento e hipocresía.
El resentido piensa que no tiene nada
para ofrecer al mundo y, por ese motivo, envidia profundamente a quien
sí tiene algo bueno para dar. La grandeza ajena lo hace sentir pequeño e
inválido. Prefiere que nadie se destaque y busca generar entornos donde
nadie pueda hacerlo. A la pregunta del millón, planteada arriba, el
resentido respondería: “sí, prefiero que sean como yo. Prefiero vivir
sin autos, heladeras, luz y música. Prefiero incluso una vida miserable
con tal de que nadie viva mejor que yo”. Sobran ejemplos de resentidos
en nuestra Latinoamérica.
El hipócrita es un pícaro (término muy
suave). No iría a vivir a Cuba ni a Venezuela, aunque se tatúe en el
pecho al Che y se llene la boca con halagos para Fidel. Vive en sistemas
que permiten la existencia de los Ford, de los Jobs y de todos los
productos y servicios que estas mentes ofrecen. Luego proclama su
derecho a parte de lo que nunca creó y reclama su distribución.
Cuando la frase “donde existe una
necesidad existe un derecho” empieza a ser parte del discurso
político, puedes estar seguro de que estás en manos de resentidos o de
hipócritas.
El hipócrita no dice “oye, Henry, dado
que no puedo ser tan productivo como vos, bajá tu productividad para
igualarte a mi”. No. Espera a que produzca mucho y luego exige una
porción. Dado que no puede amputar parte del cerebro o de la habilidad
de Ford (y ya no sonaría muy noble y romántico), amputa el producto de
su cerebro o habilidad. En definitiva es lo mismo. Mejor aún, porque así
el trabajo lo hace el otro. Escuchen los discursos de los candidatos a
presidente de Argentina, escuchen los discursos del Papa, escuchen a los
gremialistas del mundo, escuchen a la mayor parte de la gente…. y verán
que el Club de Hipócritas cuenta con el número más grande de socios.
Pero ambos casos (el resentido y el
hipócrita) esconden una cuota importante de perversidad. Mientras el
primero intenta liquidar los cerebros ajenos, el segundo intenta
robarlos.
Hay un tercer reclamo por igualdad, el único honesto y válido: el reclamo por Igualdad ante la Ley.
Una ley cuya única función sea garantizar el respeto por el derecho a
la vida, a la libertad y a la propiedad de todos los individuos por
igual, sin importar sus diferencias reales.
Cuando la ley no es usada para proteger
esos derechos, sino para proteger a determinados grupos; cuando el
Gobierno roba legalmente a 4 para darle a 2 e igualarlos; cuando la
frase “donde existe una necesidad, existe un derecho” empieza a ser
parte del discurso político, podés estar seguro de que tu vida está en
manos de un grupo de resentidos o de un grupo de hipócritas.
Es la igualdad ante la ley y el respeto
por los derechos individuales lo que ha permitido a las personas, en sus
diferencias, florecer y generar la enorme cantidad de bienes y
servicios con las que contamos hoy en día, lujos imposibles de obtener
en el pasado. Y si bien eso no nos ha igualado, nos ha permito a todos
vivir mejor. Incluso la desigualdad puede ser actualmente mayor. Pero
¿qué importa? Si Jobs (que en paz descanse) tiene 100 y yo tengo 10,
¿acaso no es mucho mejor que tener 3 cada uno? Porque estén seguros de
que si pretendemos igualar en 50, muy pronto ambos tendremos 3.
Afortunadamente mi viaje al paleolítico
fue sólo imaginario. Puedo escribir este artículo desde mi casa en mi
computadora, sabiendo que se publicará en cuanto lo haya terminado,
gracias a Internet. Luego voy a calentar mi comida en un minuto y darme
una ducha caliente a 10 metros de distancia. A la noche planeo ver The
Voice y disfrutar de las distintas voces divinas ajenas junto a mis dos
hijos que tuve por cesárea, sin pensar si iba a poder sobrevivir al
parto y sin un ápice de dolor.
Claramente no quiero igualdad ni reclamo
mi derecho sobre la mente y habilidad de nadie. Pero sí reclamaré hasta
la muerte por la Igualdad ante la Ley, porque gracias a ella, las
diferencias y las habilidades de los demás han hecho a mi vida, y a la
de la mayor parte de los seres de esta Tierra, dignas de ser vividas.
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