La Fantasía Monetaria Moderna
Por Ignacio Moncada
Bryan Caplan decía
que las discusiones sobre economía en ocasiones son como una tarta con
múltiples capas. Hay cuestiones que nos provocan una primera opinión
inmediata e impulsiva: la capa superficial. Cuando lo analizamos más a
fondo, aparece una segunda capa en la que parece que esa primera opinión
era ingenua, poco sofisticada e incorrecta. Pero a menudo ocurre que si
seguimos profundizando encontramos una tercera capa que resulta
coincidir con la primera. Al final la segunda capa, aunque revestida de
sofisticación, era la equivocada: la primera impresión resulta ser la
que había dado en la diana.
Un claro ejemplo de este fenómeno lo
pudimos ver hace unos días en una serie de tuits sobre teoría monetaria
que publicó Eduardo Garzón, asesor económico del Ayuntamiento de Madrid y
uno de los economistas en alza de la izquierda española. Decía
Garzón, entre otras cosas, que un Estado con soberanía monetaria “jamás
puede quedarse sin dinero, por lo que, si se lo propone, jamás puede
quebrar”. Además añadía que un Estado que emite la moneda que utiliza “no necesita recaudar impuestos para poder gastar”.
La reacción inmediata de las redes
sociales fue burlarse de las afirmaciones publicadas por Eduardo Garzón
como si de un completo ignorante se tratara: “tontería”, “estupidez” o
“delirante teoría” es sólo una pequeña muestra de los calificativos y
críticas que cosechó aquella tarde. Sin embargo estas afirmaciones de
Garzón no son ocurrencias que se sacara de la manga de manera
irreflexiva, sino que forman parte de la doctrina de la denominada Teoría Monetaria Moderna
(MMT por sus siglas en inglés). De hecho, las opiniones de Garzón son
casi extractos literales de publicaciones de los principales teóricos de
la MMT, como son Randall Wray o Warren Mosler.
Un análisis algo más pausado de los
desarrollos de Garzón, Wray o Mosler revelan esa segunda capa de la
tarta en la que se percibe que, en realidad, estas afirmaciones no son
tan disparatadas o, al menos, no son estrictamente falsas. Es cierto que
un Estado que emite su propia moneda siempre podría pagar sus deudas en
términos nominales con nuevas emisiones de dicha moneda. De igual
manera, no hace falta que un Estado recaude impuestos para gastar, pues
en efecto puede hacerlo con emisiones monetarias. Sin embargo, el
objetivo de los impulsores de la MMT no es ver si este tipo de frases
son estrictamente ciertas o falsas, sino que buscan trasladar a sus
lectores la idea de que deberíamos ponerlas en práctica: que nuestros
Estados deberían romper con los compromisos de credibilidad que se
autoimponen en la actualidad los bancos centrales, y ponerse a emitir
moneda de manera enérgica para gastarla en aquello que consideren
oportuno.
La cuestión, como ellos mismos admiten,
es que esto no puede hacerse de forma ilimitada sin sufrir severas
consecuencias. Por un lado, el mero hecho de romper con las reglas de
prudencia a la emisión monetaria minará la credibilidad del Estado para
mantener estable el valor de la moneda, por lo que su demanda tenderá a
caer. Por otro, un aumento de la emisión de moneda fiat que no vaya
acompañada de un aumento proporcional de la demanda de dicha moneda
tenderá a deteriorar su valor. El efecto en ambos casos se traduce en
pérdida de poder adquisitivo de la unidad monetaria. Es decir, que la
tercera capa de la tarta revela que la típica crítica superficial,
inmediata e impulsiva que recibió Garzón era en el fondo correcta:
dichas prácticas a la larga tenderían a provocar inflación. Y esto
implica que si bien un Estado no puede quebrar en términos nominales, sí
puede volverse incapaz de hacer frente a sus pagos en términos reales,
que al fin y al cabo es lo relevante.
Eduardo Garzón suele replicar a esta
crítica que, aunque es cierto que emitir moneda fiat en exceso provoca
inflación, mientras exista capacidad ociosa en la economía no habrá
inflación, y que además dicho gasto elevará la demanda agregada y
generará riqueza y bienestar en la economía. Pero como explica Juan
Ramón Rallo en su libro “Contra la Modern Monetary Theory”,
esta opinión, que también sostiene Mosler, se debe a una mala teoría de
la producción agregada. La aparente capacidad ociosa que no encuentra
demanda no se debe a que no existan suficientes medios de pago en
circulación, sino a que existe una descoordinación generalizada entre la
oferta y la demanda. Lo que se logra emitiendo nueva moneda para
gastarla en cualquier cosa es, precisamente, evitar que dicha
descoordinación se corrija, e incluso provocar adicionales distorsiones
en la estructura productiva. Rallo concluye en su libro: “En la medida
en que el Estado desconozca las preferencias variadas y dinámicamente
cambiantes de los agentes económicos a propósito de qué debe producirse,
cuándo debe producirse y con qué nivel de riesgo debe producirse, el
Estado no debería “promover la actividad económica” gastando, pues en
realidad sólo estará despilfarrando”.
Los partidarios de la MMT al final
suelen llegar a una contradicción. Por un lado dicen que el Estado puede
gastar de forma ilimitada y que no puede quebrar. Por otro, cuando se
les pregunta por la consecuencia de que la moneda empiece a perder su
valor y se dispare la inflación, afirman que es imprescindible poner
límites a la emisión para evitar que la moneda pierda su capacidad de
compra. Pero el caso es que si se pone dicho límite, ya no es cierto que
el Estado pueda emitir y gastar sin límite hasta el punto de no quebrar
nunca; y si no se le pone, el Estado podrá nominalmente emitir moneda
fiat y gastar sin límite, pero dicha moneda dejará de tener valor y
perderá la capacidad de compra en términos reales. En definitiva, las
típicas afirmaciones impactantes que hacen los seguidores de la Teoría
Monetaria Moderna, en función de cómo las interpretemos, bien pueden ser
ciertas pero enormemente destructivas por la ausencia de límites, o
bien son directamente falsas por la existencia de dichos límites. Creer
que pueden ser a la vez afirmaciones verdaderas y prácticas aconsejables
es abandonar el ámbito de la teoría económica y pasar al de la
fantasía.
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