Juan Ramón Rallo estima que el costo anual
impuestos por los sindicatos a los trabajadores españoles alcanza 1.200
millones de euros o 150 euros anuales por empleado.
Pese a que la mayoría de ciudadanos cree que esos 1.200 millones de euros son un gasto que se extrae de los beneficios empresariales, en realidad son una carga que soportan los trabajadores en sus nóminas. Al cabo, cuando un empresario se plantea incorporar a un nuevo empleado a su plantilla, tiene muy presente que, en las compañías con más de diez trabajadores, esa contratación lleva aparejada por ley horas de representación sindical: horas cuyo coste, en consecuencia, imputa y deduce del salario máximo que puede abonarle a cada trabajador. Puesto que unos ocho millones de empleados están trabajando en empresas con más de diez trabajadores (aquellas obligadas a sufragar horas de representación sindical), los delegados sindicales imponen una mordida media de 150 euros anuales a cada uno de esos ocho millones de empleados.
Esos 150 euros anuales por empleado constituyen un auténtico impuesto sindical sobre los trabajadores: un impuesto que debería desaparecer de inmediato, por mucho que organizaciones enteras (como Confederación Sindical de Comisiones Obreras -CCOO- y Unión General de Trabajadores -UGT-) financien su entramado burocrático gracias a ellas y por mucho que otras organizaciones incipientes (Somos) quieran apropiarse de ese pastel. Por desgracia, no parece que vayamos en la dirección de suprimir tan injustificable impuesto sindical: de hecho, Podemos ya ha prometido extenderlo a las empresas con menos de diez empleados. Siempre pensando en los más débiles.
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