Contra la ideología
Por Alberto Benegas Lynch (h)
He apuntado en otros escritos que el uso
generalizado de la expresión “ideología” no calza con la definición del
diccionario de conjunto de ideas (también en el sentido utilizado
primeramente por Destutt de Tracy en 1786), ni con la marxista de
“falsa conciencia de clase” sino de algo terminado, cerrado e
inexpugnable, en otros términos, una pseudocultura alambrada. Como
también he escrito, esta última acepción, la más común, es la antítesis
del espíritu liberal puesto que esta tradición de pensamiento requiere
de puertas y ventanas abiertas de par en par al efecto de incorporar
nuevo conocimiento ya que éste demanda debates entre teorías rivales
puesto que el conocimiento es siempre provisorio abierto refutaciones.
Una vez precisado lo anterior, conviene
enfatizar que, al contrario de lo que sostienen algunos profesionales de
la economía en cuanto a que hay que “manejarse con los hechos”, en
ciencias sociales, a diferencia de las físico-naturales, no hay hechos
con el mismo significado de éste último campo de estudio fuera del
andamiaje conceptual que interpreta los diversos sucesos. Sin duda que
las físico-naturales también requieren de interpretación pero en un
sentido distinto debido a que, como decimos, los llamados “hechos” son
de naturaleza distinta.
No es que se patrocine el relativismo
epistemológico en ciencias sociales debido a la interpretación de
fenómenos complejos. Muy por el contrario, quienes mejor interpreten
esos fenómenos estarán más cerca de la verdad, lo cual se va puliendo en
un azaroso camino que, como señalamos, es de corroboraciones
provisorias y refutaciones. En un proceso abierto de competencia, los
estudiosos que mejor interpreten y mejor explican esos fenómenos serán
los de mayor rigor. Esto no solo sucede con los economistas y cientistas
sociales, sino también con los historiadores.
Esta cuestión de confundir planos
científicos en las ciencias sociales empujan a que se aluda a los
“hechos” como si se tratara de constatar la mezcla de líquidos en un
tubo de ensayo del laboratorio puesto que, a diferencia del campo de las
ciencias físicas, se trata de acción humana (las piedras y las rosas no
tienen propósito deliberado).
El premio Nobel en economía Friedrich Hayek en su ensayo titulado “The Facts of the Social Sciences” (Ethics, octubre, 1943 y expandido en tres números sucesivos de Economica)
explica que los llamados hechos en ciencias sociales “no se refieren a
ciertas propiedades objetivas como las que poseen las cosas o las que el
observador puede encontrar en ellas, sino a las visiones que otros
tienen sobre las cosas […] Se deben abstraer de todas las propiedades
físicas de las cosas. Son instancias de lo que se suelen llamarse
conceptos teleológicos, esto es, se pueden definir solamente indicando
la relación entre tres términos: un propósito, alguien que mantiene ese
propósito y el objeto que la persona considera apropiado como medio para
ese propósito”. Por eso cuando el historiador “explica porque se hace
esto o aquello se refiere a algo que se encuentra más allá de lo
observable” nos explica Hayek en el mismo ensayo en el que concluye que
“la teoría social […] es lógicamente previa a la historia”. Es decir,
prestamos atención a los fenómenos basados en un esqueleto teórico
previo ya que no se trata de cosas que se miran en el mundo físico sino
de nexos causales subyacentes e inseparablemente unidos a la
interpretación de los sujetos actuantes.
Lo dicho en modo alguno permite suponer
que el buen historiador interponga sus juicios de valor en la
descripción de lo que interpreta. Ludwig von Mises destaca (en Theory and History,
Yale University Press, 1957) que resulta impropio que en la descripción
histórica se pasen de contrabando los valores del que describe.
Entonces, una cosa es la subjetividad presente en la selección de los
fenómenos y su respectiva interpretación y otra bien distinta es el
incrustar juicios de valor, sin desconocer, claro está, que la
declaración de esforzarse con seriedad y honestidad intelectual por
realizar una interpretación adecuada constituye en si mismo un juicio de
valor.
Como se ha dicho, cuando se trasmite la
noticia circunscripta a que fulano murió esto corresponde al campo de
las ciencias naturales (un fenómeno biológico), pero si se notifica que
fulano dejó una carta antes de morir estamos ubicados en el territorio
de las ciencias sociales donde necesariamente cabe la interpretación de
la referida misiva y todas las implicancias que rodean al caso. En
realidad, no cabe la refutación empírica para quien sostenga que la
Revolución Francesa se originó en los estornudos de Luis XVI, solo se
puede contradecir en el nivel del razonamiento sobre interpretaciones
respecto a las conjeturas sobre los propósitos de los actores presentes
en ese acontecimiento. En ciencias sociales, no tiene sentido referirse a
“los hechos” extrapolando la idea de las ciencias físico-naturales.
Todo esto nada tiene que ver con la
objetividad del mundo que nos rodea, es decir, que posee una naturaleza,
propiedades y atributos independientemente de lo que los sujetos
consideren que son. Es otro plano de debate. Lo que estamos ahora
considerando son las apreciaciones y las evaluaciones respecto a las
preferencias, gustos y propósitos de seres humanos.
Es por cierto también paradójico que
resulte muy frecuente que los partidarios de sistemas autoritarios
tilden de “ideólogos” a los que se inclinan por la sociedad abierta que
son, por definición, los que promueven procesos pluralistas en el
contexto de debates en los que se exploran y contrastan todas las
tradiciones en libertad, cuando en realidad aquellos, los autoritarios,
son por su naturaleza ideólogos impermeables a otras ideas en libertad
debido a su cerrazón mental. Hay que distinguir con claridad los que
reclaman que entre aire fresco a una habitación con un pesado tufo a
encierro, de los que pretenden mantener y acrecentar esa situación hasta
la asfixia total.
Robin Collingwood (en The Idea of History.
Oxford Univesity Press, 1956) escribe que “en la investigación
histórica, el objeto a descubrir no es el mero evento sino el
pensamiento expresado en el” y en su autobiografía (Fondo de Cultura
Económica, 1939/1974) subraya que a diferencia de la historia “las
ciencias naturales, tal como existen hoy y han existido por casi un
siglo, no incluyen la idea de propósito entre las categorías con que
trabajan […] el historiador debe ser capaz de pensar de nuevo, por si
mismo, el pensamiento cuya expresión está tratando de interpretar” y, en
ese contexto rechaza “la historia de tijeras y engrudo donde la
historia repite simplemente lo que dicen las ´autoridades´ [… ] El ser
humano que en su capacidad de agente moral, político y económico, no
vive en un mundo de ´estrictos hechos´a los cuales no afectan los
pensamientos, sino que vive en un mundo de pensamientos que cambian las
teorías morales, políticas y económicas aceptadas generalmente por la
sociedad en que él vive, cambia el carácter de su mundo”.
Por todo esto es que Umberto Eco (en su
disertación “Sobre la prensa” en el Senado romano y dirigido a
directores de periódicos italianos, en 1995) consigna que “con excepción
del parte de las precipitaciones atmosféricas [que son del área de las
ciencias naturales], no puede existir la noticia verdaderamente
objetiva” en el sentido a que nos hemos referido en las ciencias
sociales, a lo que agregamos que dado que en las ciencias sociales
tiene un gran peso la hermenéutica, debe destacarse que la comunicación
no opera como un scaner en el sentido de que el receptor recibe sin más el mensaje tal como fue emitido.
En resumen -y esto no es un juego de
palabras- podrá decirse que la objetividad precisamente consiste en la
adecuada interpretación subjetiva de los fenómenos bajo la lupa…pero,
insistimos, hay que tener bien en cuenta que no es objetiva en
la acepción habitual del término, en cuyo contexto las deliberaciones
en las que hemos incursionado aquí tal vez sirvan para poner en
perspectiva las consecuencias y la importancia de separar
metodológicamente las ciencias naturales y las sociales, al efecto de no
confundir planos y no llegar a conclusiones apresuradas.
Entonces, es del todo inconducente
mantener que el economista, el historiador o el cientista social “no
hacen ideología” (en un sentido irónico y peyorativo) para referirse
impropiamente al antedicho andamiaje conceptual, sino que se basan en
“los hechos” como si esto tuviera algún sentido en ciencias sociales,
tal como subraya Hayek y tantos otros filósofos de la ciencia.
El ideólogo es por naturaleza un
dogmático clausurado a las contribuciones de nuevas ideas y teorías que
explican de una mejor manera el fenómeno estudiado. Al ideólogo no le
entran balas ni es capaz de contra-argumentar, se encapricha en
circunscribir lo que recita sin someter a revisación ninguna parte de su
verso que machaca hasta el hartazgo.
Solo a través del estudio crítico y el
debate abierto es que resulta posible el progreso en el conocimiento,
tal como lo han puesto de manifiesto autores de la talla de Karl Popper.
Por su parte, cientistas sociales empecinados en “guiarse solo por los
hechos” demuestran su ignorancia supina en la materia que pretenden
conocer, con lo que contribuyen a difundir un ejercicio metodológico
incompatible con su propio campo y así, en definitiva, introducen una
férrea ideología.
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