Algo de Dostoyevki
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Tiene
que ser “algo” porque es imposible captar todo el majestuoso volumen
espiritual de este personaje de tantas facetas, a veces contradictorias,
por momentos desconcertantes, en ocasiones violentas, pero las más de
las veces inyectan una fuerza enriquecedora de proporciones mayúsculas.
Stefan
Sweig propone definiciones contundentes: “la magnitud y el peso de este
hombre único reclaman una medida nueva”, “un cosmos con astros propios
en las órbitas propias y una música de las esferas jamás oída”,
“impenetrable como las estepas de su patria”, “este paisaje de bronce es
demasiado fuerte para las miradas de todos los días”, “solo de muchacho
tuvo amigos, ya de hombre fue siempre un solitario: parecíale mengua de
su amor a la humanidad entregarse a unos pocos”, “los ardientes
alambres de los nervios lo agitan y convulsionan sin cesar” y “sus obras
pueden contrastarse con las más elevadas y las más imperecederas de la
literatura universal”.
Geir
Kjetsaa en su célebre biografía muestra las diversas caras de
Dostoyesvki, una vida disipada de a ratos en la que sobresale el juego
(novela sobre el tema que estampó en gran medida como autobiografía),
castigado por enfermedades horribles siendo la epilepsia la que más lo
persiguió, destaca su fuerza espiritual que una vez puesta en marcha se
convertía en una aleccionadora llamarada incontenible de bondad que todo
lo abarcaba.
Desde Noches blancas,
su primer libro, se hizo famoso, congraciado por ávidos lectores con
quienes mantenía asidua correspondencia y alabado por sus pares como es
el caso de Tolstoi quien estimó que La carne de los muertos era
“la mejor obra de toda la literatura rusa moderna”. Hay sin embargo un
misterioso blanco en la obra del gran Isaiah Berlin, puesto que no
incluye a Dostoyevski en su justificadamente aclamado y tan difundido Los pensadores rusos.
En El idiota
desenmascara la hipocresía y la falsedad que se ilustra bien cuando el
personaje central se encuentra con un general del régimen en una reunión
social y le pregunta porqué luce tantas medallas si no ha participado
en ninguna contienda bélica…descubrimientos de sinceridad que a los
serviles les desagrada sobremanera. Pero en esta nota periodística donde
el espacio es siempre escaso, es pertinente aludir brevemente a dos
segmentos de dos de sus escritos más conocidos. Me he referido antes a
estas dos secuencias que reitero en esta ocasión.
En primer lugar, el quinto capítulo de la quinta sección de Los hermanos Karamasov que lleva el título de “El Gran Inquisidor” donde se revela por parte de representantes de la Iglesia una
arrogancia y una malicia de tal envergadura que lo condenan a Cristo
por haberse comportado como lo hizo frente a las tres célebres
tentaciones en vísperas de su crucifixión.
Como
es sabido, la primera tentación consistió en que, en pleno ayuno,
Cristo sintió hambre por lo que el diablo sugirió que convierta las
piedras en pan. Esto fue rechazado puesto que no debe venderse la
libertad, la posibilidad de elegir el propio camino por pan (“no solo de
pan vive el hombre”). La segunda, ubicado en el alero del templo en la
cuidad santa, le dicen a Jesús que se arroje de allí y muestre como los
ángeles lo protegen, lo cual fue también rechazado alegando que la
comprensión de los principios no debe hacerse por el mal uso de milagros
sino por el libre albedrío y la razón (“no tentarás al Señor tu Dios”).
Por último, es conducido a un monte alto y le dicen que dominará al
mundo y todos los reinos serán de quien adora al diablo, propuesta
naturalmente negada puesto que el verdadero poder radica en acatar la
voluntad de Dios (“al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto”).
Fedor
Dostoyevski escribe que el Gran Inquisidor lo acusa a Cristo y le dice
“Tu quieres ir al mundo con las manos vacías, con cierta promesa de
libertad que los hombres por su simplicidad y su depravada naturaleza,
no pueden siquiera concebir, y que, además, temen con pavor, pues para
el hombre y la sociedad humana no existe ni ha existido nunca nada más
insoportable que la libertad ¿Ves esas piedras del desierto árido y
tórrido? Conviértelas en panes y detrás de ti correrá la humanidad como
un rebaño, agradecido y sumiso, aunque siempre estremecido por el temor
de que retires tu mano y se queden sin pan. Pero tu no quisiste privar
al hombre de libertad y rechazaste la proposición”. Y más adelante sigue
el inquisidor “Pero lo que el hombre busca es inclinarse ante algo que
sea indiscutible, tanto que todos los hombres lo acepten de golpe y
unánimemente [...] ¿Acaso has olvidado que la tranquilidad y hasta la
muerte con más caros al hombre que la libre elección en el conocimiento
del bien y del mal?”.
Respecto
de la segunda tentación quien condena a Cristo le espeta que “el hombre
no busca tanto a Dios como al milagro [...] anhelabas una fe libre, no
milagrosa. Anhelabas un amor libre no el servil entusiasmo del esclavo
ante un poderío que les aterrorizara de una vez para siempre [...]
enseñar a los hombres que lo importante no es la libre elección de los
corazones y el amor, sino el misterio, al que deben someterse
ciegamente, incluso a pesar de su conciencia. Eso es lo que hemos hecho.
Nosotros hemos rectificado tu obra y la hemos basado en el milagro, en
el misterio y en la autoridad. Los hombres se han puesto muy contentos
al verse conducidos otra vez como rebaño”.
Por
último en relación a la tercera tentación referida al poder, escribe el
autor de marras siempre en boca del autócrata de la iglesia: “¿Por qué
rechazaste este último don?. Si hubieras aceptado este último consejo
del espíritu poderoso, habrías proporcionado al hombre cuanto busca en
la tierra, es decir, un ser ante el que inclinarse, un ser al que
confiar su conciencia, y también la manera de que todos se unan, al fin,
en un hormiguero indestructible, común y bien ordenado”.
En segundo lugar, transcribo un párrafo de Crimen y castigo:
“Si
a mi, por ejemplo, se me dice ´ama a tus semejantes´ y pongo este
concepto en práctica ¿qué resultará? -se apresuró a decir Ludjin con
demasiado calor- rasgaría mi capa y daría la mitad a mi prójimo y los
dos nos quedaríamos medio desnudos...todo el mundo está fundado en el
interés personal. Si usted no ama más que a usted mismo, hará de un modo
conveniente sus negocios y su capa quedará entera. Añade la economía
política que cuantas más fortunas privadas surjan en una sociedad, o en
otros términos, cuantas más capas enteras hay, más sólida y felizmente
está organizada la sociedad. Así pues, al trabajar únicamente para mi,
trabajo también para todo el mundo; y resulta en última instancia que mi
prójimo recibe más de la mitad de la capa y no solamente gracias a las
liberalidades privadas e individuales, sino como consecuencia del
progreso general”.
Dostoyevski
escribió esto en 1866. Las consideraciones que formula a través de su
personaje responden a alguien que indudablemente ha meditado sobre el
tema. No hay constancias claras pero es muy probable que haya tenido
acceso a las obras de Adam Smith, especialmente La riqueza de las naciones,
puesto que allí, en 1776, el autor escocés explica como el comerciante
al buscar su propio interés, como una consecuencia no directamente
buscada, beneficia grandemente a su prójimo al asignar factores de
producción en libertad y en competencia al efecto de satisfacer los
requerimientos del consumidor para poder prosperar. Hoy diríamos que se
trata de externalidades positivas: al maximizar las tasas de
capitalización se incrementan salarios e ingresos de terceros. Y no es
que no esté incluida en el interés personal la benevolencia tal como
apunta Adam Smith en las primeras líneas de su libro de 1759, es que
este incentivo es el que mueve la producción.
Otra
conjetura a raíz de una investigación aún inconclusa que llevé a cabo
sobre dos jóvenes rusos que seguidamente menciono, consiste en que tal
vez más probable que la lectura de los originales de Smith, haya sido
que la influencia de este autor le llegara vía los destacados
intelectuales rusos enviados por Isabel I y luego apoyados por Catalina
la Grande a estudiar en Glasgow por seis años en la cátedra de Adam
Smith, en 1761, cuando, precisamente, el escocés estaba preparando su
obra cumbre que ejercitaba en el dictado de sus clases. Aquellas dos
personas fueron Semyon E. Desnitsky y Ivan A. Tretyakov, quienes, a su
regreso, enseñaron en la recientemente creada Universidad de Moscú y
publicaron diversos trabajos y propusieron reformas sustanciales, las
cuales fueron primeramente bien acogidas pero, en definitiva, los firmes
opositores a la introducción de ideas liberalizadoras dentro y fuera de
la Universidad lograron el cometido que los expulsen de esa casa de
estudios. En todo caso, la difusión de los principios smithianos es muy
probable que le hayan llegado a Dostoyevski a través de los mencionados
autores.
He
aquí un pantallazo parcial de algunos de los múltiples aspectos de este
gigante de la pluma que sigue encandilando a tantos estudiosos de las
aristas y laberintos de aspectos morales, mundanos, psicológicos,
religiosos y sociológicos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario