domingo, 15 de mayo de 2016

Revolución doctrinal

Federico Reyes Heroles
 

Revolución doctrinal

Podría parecer otra expresión retórica, sin consecuencias, incluso distractora. No es el caso, no hay vuelta atrás. “Adiós a la no intervención”, fue la cabeza de Excélsior. Correspondió a la canciller Ruiz Massieu dar el viraje formal. Es el inicio de una nueva etapa de la inserción de México en la comunidad internacional. Habremos de dejar la ficción para aceptar la realidad global.





Ficción, porque basta con revisar algunas posiciones adoptadas por México en el siglo XX para reconocer que lo era. Qué hizo nuestro país frente al franquismo sino ejercer su derecho de calificar a la atroz dictadura. La crítica se dio en los hechos, al romper relaciones, al abrir las puertas a los refugiados, al reconocer a la República en el exilio. Qué ocurrió con el golpe de Pinochet. De nuevo México adoptó de inmediato una postura, rompió relaciones y facilitó el exilio. Pero claro, en la declaración de principios se mantuvo la no intervención como un cómodo subterfugio que nos permitía cerrar un ojo frente a otras realidades que se pensaban convenientes, como Cuba. Arropados en la no intervención sorteamos mañosamente muchas encrucijadas del mundo bipolar. El acuerdo era claro, no hablo de ti, no hables de mí.
La contraparte era utilizar la no intervención como escudo para descalificar a quien osara opinar sobre México. Pero el mundo fue cambiando. Entramos a una nueva etapa de intensa globalización política, como lo fueron el Renacimiento o la Revolución Francesa. En la segunda mitad del siglo XX la universalización de los derechos humanos incomodó a muchos países, lo sigue haciendo, México incluido. La CNDH es una respuesta a esa presión. La lista de países con problemas era infinita, desde República del Congo a Argentina con sus desaparecidos por los golpistas de los setenta. México tenía su propia historia con la llamada “guerra sucia”. Parte de la revolución doctrinal provino de organizaciones ciudadanas internacionales como Freedom House, fundada en 1941, o como Amnistía Internacional, fundada en 1961, o Greenpeace, de 1971. Ellas derribaron muros construidos con artificio diplomático, dieron cauce a críticas globales severas para las cuales la idea de frontera ya no tenía sentido.
La globalización supuso admitir que ciertas discusiones eran del interés de todos: los derechos humanos, la libertad de prensa, el medio ambiente, el armamentismo, las reglas democráticas, el uso de la energía atómica, la libertad de creencias, la defensa de las minorías y una larga lista. Las áreas de exclusividad nacionalista fueron desapareciendo. Las “intervenciones” se convirtieron en algo muy común e incontenible, pues eran los propios ciudadanos del mundo global los que iban en la avanzada haciendo señalamientos de todo tipo. Los gobiernos tuvieron que expresar sus preocupaciones por temas denunciados desde sus sociedades. Transparencia Internacional surge en 93 en esa ola globalizadora para exhibir la corrupción. Imposible detener esa globalidad temática que desnudaba temas y realidades de interés general. La exclusividad nacionalista se desmoronó.
La globalización económica hizo su parte. Los múltiples tratados comerciales normaban la supervisión en los procesos y condiciones productivas. Los consumidores tienen derechos, Nike se sacudió por la contratación de menores. Volkswagen está en la mira global. A los gobiernos se les exige interna y externamente. Las mutilaciones sexuales o el genocidio son responsabilidad de todos. Los reclamos aparecerán en Londres o en Nueva York. La denuncia globalizada es un gran acicate de la política internacional. México lo vivió en carne propia en el 94, el Ejército Zapatista descubrió al mundo nuestra realidad indígena.
La no intervención dejó de ser realista, aun más grave. La no intervención restaba a México capacidad para ejercer una política de principios. Detrás de la relevante declaración de la canciller está la necesidad de dar a esos principios congruencia, vitalidad y eficacia. Las recientes reformas constitucionales en materia de derechos humanos son un reconocimiento a la validez de los nuevos principios internacionales que se han ido extendiendo y profundizando. Cómo hablar de no intervención cuando somos signatarios de la Convención Americana desde el 69, miembros de la Corte Penal Internacional, entre muchos otros ordenamientos jurídicos de carácter global.
La canciller abrió un debate complejo, pues no sólo se trata de opinar sobre los otros a partir de principios, la contraparte es aceptar que nuestras realidades son materia de la opinión de otros. Es un apasionante proceso civilizatorio que enloqueció para bien los aletargados relojes de la doctrina. Bienvenido el cambio.

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