jueves, 26 de mayo de 2016

El control de armas de fuego en la Alemania nazi

Por Audrey D. Kline

[Gun Control in the Third Reich: Disarming the Jews and “Enemies of the State” Stephen P. Halbrook • Independent Institute, 2014 • 364 páginas]
No faltan teorías ni escritos relacionados con el auge del Tercer Reich y el posterior Holocausto. El libro de 2013 de Stephen Halbrook, Gun Control in the Third Reich ofrece una explicación convincente e importante del papel de la prohibición de armas de fuego en ayudar a los objetivos de Hitler de exterminar a los judíos y otros “enemigos del estado”. Aunque muchas de las primeras prohibiciones de armas de fuego se crearon supuestamente con buenas intenciones, Halbrook detalla cuidadosa y meticulosamente cómo un cambio en el régimen político facilitó manipular algunas leyes bienintencionadas de registro de armas y otras prohibiciones para usarlas de formas inconcebibles.

 
Estudiosos de historia, así como entusiastas de la Segunda Enmienda considerarán fascinante este libro y encontrarán paralelismos entre la prohibición de armas de fuego en la Alemania pre-nazi y nazi y los intentos de prohibir hoy las armas de fuego en Estados Unidos. El clima actual de Estados Unidos en torno a la prohibición de armas de fuego, combinado con un presidente que usa su cargo para imponer órdenes ejecutivas de formas históricamente poco comunes da pausa a muchos ciudadanos, especialmente cuando ven la época del Tercer Reich. Aunque ciertos estados han impuesto recientemente leyes de registro de armas, siguen sin quedar clara la aplicación de las leyes.
Aunque Halbrook tiene cuidado en apuntar que una combinación de factores llevó a los acontecimientos del Holocausto, no se niega que muchas de las actividades prebélicas contribuyeron a la capacidad de Hitler de desarmar grupos concretos, particularmente a los judíos. El rápido ritmo al que Hitler desmanteló al pueblo en Alemania es asombroso. El relato de Halbrook, sin embargo, es fascinante y está lleno de documentación legal, llevando al lector a través de los cambios, incluso diarios, en las prohibiciones de armas de fuego que hicieron avanzar el programa de Hitler. Finalmente, las prohibiciones aplicadas por el régimen nazi llevaron a un control monopolístico de las armas de fuego por parte de los nazis y eliminaron la capacidad de defensa de muchos grupos en la sociedad. Un progreso similar en la sociedad contemporánea relacionado con el control público de las armas de fuego y el sector de las armas de fuego es una preocupación actual para muchos poseedores de armas en Estados Unidos.
En la Parte I del libro, el telón de fondo es una Alemania caótica tras la Primera Guerra Mundial, un tiempo en que no había políticas ni leyes establecidas respecto de la propiedad de armas de fuego. La preocupación por las armas de fuego no apareció hasta después de la guerra y los conflictos entre grupos extremistas y el gobierno llevaron a la implantación de leyes de control de armas. Sin embargo, las disposiciones bienintencionadas en las leyes fueron posteriormente utilizadas para proporcionar al gobierno un completo control de la posesión de armas, creando registros de propiedad de armas y munición, que acabaron cayendo en manos de los nazis. Estas listas fueron usadas metódicamente para desarmar a los ciudadanos. A lo largo de los tres primeros capítulos del libro, Halbrook realiza un trabajo magistral detallando las políticas de control de armas constantemente cambiantes, yendo de las más extremas (ejecución en el acto) a la ‘relajación’ falsa de las leyes de control de armas que permitían la posesión de armas largas muy caras que no habrían sido asequibles para la mayoría de la población.
La Parte II del libro, se inicia con el nombramiento de Hitler como canciller de Alemania a finales de enero de 1933 y la inmediata utilización de las políticas de control de armas de Weimar para empezar la campaña nazi para requisar armas y erradicar los llamados “enemigos del estado” (todos los cuales fueron calificados como comunistas). Como consecuencia, menos de un mes después, Hitler y Goering convencieron al presidente Hindenburg de que se necesitaba un decreto de emergencia, que acabó dando a los nazis la capacidad de eliminar las garantías constitucionales de libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de reunión y el derecho a la privacidad en las comunicaciones personales. Además, se autorizaba el registro y expropiación de viviendas. Esta carta blanca de registro y expropiación se convirtió esencialmente en el modus operandi del Tercer Reich.
A finales de marzo, Hitler había conseguido aprobar la “Ley Habilitante”, que le daba la capacidad de crear leyes a voluntad, sin requerimientos de consulta. Tras esto aumentó la confiscación de armas. Se informó a los gobiernos municipales que las armas y munición militares tenían que entregarse a fínales de marzo. El siguiente objetivo fueron los judíos, con una gran campaña en Berlín Este el 4 de abril de 1933. A los judíos no se les prohibió poseer armas de fuego hasta 1938, pero al campaña llevó a confiscaciones y arrestos. La Ley de Armas de Fuego de 1928 se utilizó para identificar a los llamados enemigos del estado, localizarlos, entrevistarlos y posteriormente confiscar sus armas, aumentando así el control nazi y eliminando la propiedad privada de armas de fuego para la mayoría de la sociedad.
La Parte III del libro detalla episodios de aplicación y expansión de la prohibición de armas de fuego por el régimen de Hitler. Para celebrar el primer aniversario del poder de Hitler, se aprobó la Ley de Reconstrucción del Reich en enero de 1934, que centralizaba el control sobre la policía y llevó al reemplazo de las SA (Sturm Abteilung o camisas pardas) por las SS. Tras la muerte del presidente Hindenburg, Hitler asumió también la presidencia, dándole la capacidad de gobernar por decreto. Hitler podía ahora declarar leyes a voluntad y no había derecho a apelar por parte de los arrestados. Los militares juraban lealtad a Hitler y se instruía a la ciudadanía para que siguiera los decretos de Hitler.
Las armas de fuego confiscadas se redistribuyeron a la policía y los guardias de los campos de concentración. El número de registros y arrestos continuó aumentando, y con la adopción de las Leyes de Núremberg en septiembre de 1935, los alemanes o aquellos con ‘sangre similar’ se consideraron como ciudadanos, dejando a los judíos sin ciudadanía y,  consecuentemente, sin derechos civiles. Se redactó una nueva ley de armas en noviembre que también prohibiría a los judíos trabajar en el sector del armamento. Aunque no se había aprobado todavía, el borrador abrió la puerta al robo de la empresa fabricante de armas de fuego, Simson & Co., por parte de Hitler, que afirmaba que los propietarios judíos eran culpables de fraude. Se dieron otras explicaciones para la explotación de diversos incidentes para llevar adelante la campaña nazi contra los judíos.
El control del Partido Nazi del uso y propiedad de armas de fuego se implantó rápidamente y con un largo alcance, con continuos retoques a la Ley de Armas durante los años siguientes. Finalmente, en abril de 1938, se obligó a los judíos a registrar sus activos personales si se valoraban por encima de los 5.000 marcos. Solo unos pocos meses después, se obligó a los judíos a registrarse en las comisarías locales de policía para recibir tarjetas de identificación. Los judíos empezaron a huir de Berlín y otras partes de Alemania en cuanto podían hacerlo.
En la sección final del libro se detalla la Reichskristallnacht (noche de los cristales rotos). Se había desarmado sistemáticamente a los judíos y sus identidades y domicilios estaban ahora archivados en las policías locales. Era simplemente cuestión de tiempo que empezara la de deportación y exterminio de judíos a plena marcha. Los registros apoyaban que se realizara entonces una campaña para arrestar legalmente a propietarios judíos de armas de fuego, junto con el impulso de los nazis para presionar a los judíos para abandonar Alemania.
La completa confiscación de armas de judíos en ese momento se vio desatada por el intento de asesinato de un diplomático alemán el 7 de noviembre, supuestamente por un adolescente judío polaco en la embajada de París. La noche de los cristales rotos se produjo pocos días después. Se confiscaron todas las armas judías (incluyendo cosas como abrecartas) y todas las organizaciones judías fueron consideradas ilegales. Con los judíos desarmados, los planes de Hitler podían llevarse a cabo con un pueblo indefenso. La mayoría de la población alemana no judía estaba sorprendida por lo que había ocurrido, pero tenía demasiado miedo como para protestar. Hubo casos aislados de resistencia, como el famoso caso de Oskar Schindler. Cuando comenzaron las deportaciones en octubre de 19141, se investigaron las posesiones de los judíos por parte de la Gestapo en busca de algo de valor y desarmando completamente a los judíos. Los peligros de los testigos silenciosos se conocen hoy perfectamente.
Como está bien documentado, los judíos fueron atacados metódicamente, con sus hogares, negocios y sinagogas saqueados y quemados. Más de 30.000 judíos fueron arrestados. Cualquier judío que se resistiera al arresto era ejecutado en el acto. Los ataques a los judíos iban a realizarlos las SA, sin interferencia de la policía. Los judíos arrestados iban a ser enviados a campos de concentración hasta 20 años. El pogromo fue tan intenso que casi fueron arrestados todos los judíos varones adultos de la edad apropiada en Stuttgart. Con la población atemorizada y desarmada, Hitler podía proceder con poca preocupación acerca de la resistencia. El Tribunal recalcó que no hacía falta revisión judicial para actividades de la Gestapo.
Halbrook concluye señalando que menos regulación pública y una tradición de rechazo a la tiranía podrían haber llevado a un resultado distinto en Alemania. Por el contrario, la creación y manipulación sistemática de los registros y regulaciones de armas de fuego, junto con la aniquilación de los derechos individuales de los ciudadanos, permitieron la dictadura de Hitler y la matanza de millones de judíos y ciudadanos de países ocupados por los nazis, así como de decenas de miles de alemanes inocentes. Nos corresponde a todos preguntarnos qué podría haber pasado si la gente hubiera rechazado registrar sus armas de fuego. De hecho, todos deberíamos tomar nota y no olvidarlo nunca.

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