Por Audrey D. Kline
[Gun Control in the Third Reich: Disarming the Jews and “Enemies of the State” Stephen P. Halbrook • Independent Institute, 2014 • 364 páginas]
No
faltan teorías ni escritos relacionados con el auge del Tercer Reich y
el posterior Holocausto. El libro de 2013 de Stephen Halbrook, Gun Control in the Third Reich
ofrece una explicación convincente e importante del papel de la
prohibición de armas de fuego en ayudar a los objetivos de Hitler de
exterminar a los judíos y otros “enemigos del estado”. Aunque muchas de
las primeras prohibiciones de armas de fuego se crearon supuestamente
con buenas intenciones, Halbrook detalla cuidadosa y meticulosamente
cómo un cambio en el régimen político facilitó manipular algunas leyes
bienintencionadas de registro de armas y otras prohibiciones para
usarlas de formas inconcebibles.
Estudiosos
de historia, así como entusiastas de la Segunda Enmienda considerarán
fascinante este libro y encontrarán paralelismos entre la prohibición de
armas de fuego en la Alemania pre-nazi y nazi y los intentos de
prohibir hoy las armas de fuego en Estados Unidos. El clima actual de
Estados Unidos en torno a la prohibición de armas de fuego, combinado
con un presidente que usa su cargo para imponer órdenes ejecutivas de
formas históricamente poco comunes da pausa a muchos ciudadanos,
especialmente cuando ven la época del Tercer Reich. Aunque ciertos
estados han impuesto recientemente leyes de registro de armas, siguen
sin quedar clara la aplicación de las leyes.
Aunque
Halbrook tiene cuidado en apuntar que una combinación de factores llevó
a los acontecimientos del Holocausto, no se niega que muchas de las
actividades prebélicas contribuyeron a la capacidad de Hitler de
desarmar grupos concretos, particularmente a los judíos. El rápido ritmo
al que Hitler desmanteló al pueblo en Alemania es asombroso. El relato
de Halbrook, sin embargo, es fascinante y está lleno de documentación
legal, llevando al lector a través de los cambios, incluso diarios, en
las prohibiciones de armas de fuego que hicieron avanzar el programa de
Hitler. Finalmente, las prohibiciones aplicadas por el régimen nazi
llevaron a un control monopolístico de las armas de fuego por parte de
los nazis y eliminaron la capacidad de defensa de muchos grupos en la
sociedad. Un progreso similar en la sociedad contemporánea relacionado
con el control público de las armas de fuego y el sector de las armas de
fuego es una preocupación actual para muchos poseedores de armas en
Estados Unidos.
En
la Parte I del libro, el telón de fondo es una Alemania caótica tras la
Primera Guerra Mundial, un tiempo en que no había políticas ni leyes
establecidas respecto de la propiedad de armas de fuego. La preocupación
por las armas de fuego no apareció hasta después de la guerra y los
conflictos entre grupos extremistas y el gobierno llevaron a la
implantación de leyes de control de armas. Sin embargo, las
disposiciones bienintencionadas en las leyes fueron posteriormente
utilizadas para proporcionar al gobierno un completo control de la
posesión de armas, creando registros de propiedad de armas y munición,
que acabaron cayendo en manos de los nazis. Estas listas fueron usadas
metódicamente para desarmar a los ciudadanos. A lo largo de los tres
primeros capítulos del libro, Halbrook realiza un trabajo magistral
detallando las políticas de control de armas constantemente cambiantes,
yendo de las más extremas (ejecución en el acto) a la ‘relajación’ falsa
de las leyes de control de armas que permitían la posesión de armas
largas muy caras que no habrían sido asequibles para la mayoría de la
población.
La
Parte II del libro, se inicia con el nombramiento de Hitler como
canciller de Alemania a finales de enero de 1933 y la inmediata
utilización de las políticas de control de armas de Weimar para empezar
la campaña nazi para requisar armas y erradicar los llamados “enemigos
del estado” (todos los cuales fueron calificados como comunistas). Como
consecuencia, menos de un mes después, Hitler y Goering convencieron al
presidente Hindenburg de que se necesitaba un decreto de emergencia, que
acabó dando a los nazis la capacidad de eliminar las garantías
constitucionales de libertad de expresión, libertad de prensa, libertad
de reunión y el derecho a la privacidad en las comunicaciones
personales. Además, se autorizaba el registro y expropiación de
viviendas. Esta carta blanca de registro y expropiación se convirtió
esencialmente en el modus operandi del Tercer Reich.
A
finales de marzo, Hitler había conseguido aprobar la “Ley Habilitante”,
que le daba la capacidad de crear leyes a voluntad, sin requerimientos
de consulta. Tras esto aumentó la confiscación de armas. Se informó a
los gobiernos municipales que las armas y munición militares tenían que
entregarse a fínales de marzo. El siguiente objetivo fueron los judíos,
con una gran campaña en Berlín Este el 4 de abril de 1933. A los judíos
no se les prohibió poseer armas de fuego hasta 1938, pero al campaña
llevó a confiscaciones y arrestos. La Ley de Armas de Fuego de 1928 se
utilizó para identificar a los llamados enemigos del estado,
localizarlos, entrevistarlos y posteriormente confiscar sus armas,
aumentando así el control nazi y eliminando la propiedad privada de
armas de fuego para la mayoría de la sociedad.
La
Parte III del libro detalla episodios de aplicación y expansión de la
prohibición de armas de fuego por el régimen de Hitler. Para celebrar el
primer aniversario del poder de Hitler, se aprobó la Ley de
Reconstrucción del Reich en enero de 1934, que centralizaba el control
sobre la policía y llevó al reemplazo de las SA (Sturm Abteilung o
camisas pardas) por las SS. Tras la muerte del presidente Hindenburg,
Hitler asumió también la presidencia, dándole la capacidad de gobernar
por decreto. Hitler podía ahora declarar leyes a voluntad y no había
derecho a apelar por parte de los arrestados. Los militares juraban
lealtad a Hitler y se instruía a la ciudadanía para que siguiera los
decretos de Hitler.
Las
armas de fuego confiscadas se redistribuyeron a la policía y los
guardias de los campos de concentración. El número de registros y
arrestos continuó aumentando, y con la adopción de las Leyes de
Núremberg en septiembre de 1935, los alemanes o aquellos con ‘sangre
similar’ se consideraron como ciudadanos, dejando a los judíos sin
ciudadanía y, consecuentemente, sin derechos civiles. Se redactó una
nueva ley de armas en noviembre que también prohibiría a los judíos
trabajar en el sector del armamento. Aunque no se había aprobado
todavía, el borrador abrió la puerta al robo de la empresa fabricante de
armas de fuego, Simson & Co., por parte de Hitler, que afirmaba que
los propietarios judíos eran culpables de fraude. Se dieron otras
explicaciones para la explotación de diversos incidentes para llevar
adelante la campaña nazi contra los judíos.
El
control del Partido Nazi del uso y propiedad de armas de fuego se
implantó rápidamente y con un largo alcance, con continuos retoques a la
Ley de Armas durante los años siguientes. Finalmente, en abril de 1938,
se obligó a los judíos a registrar sus activos personales si se
valoraban por encima de los 5.000 marcos. Solo unos pocos meses después,
se obligó a los judíos a registrarse en las comisarías locales de
policía para recibir tarjetas de identificación. Los judíos empezaron a
huir de Berlín y otras partes de Alemania en cuanto podían hacerlo.
En la sección final del libro se detalla la Reichskristallnacht
(noche de los cristales rotos). Se había desarmado sistemáticamente a
los judíos y sus identidades y domicilios estaban ahora archivados en
las policías locales. Era simplemente cuestión de tiempo que empezara la
de deportación y exterminio de judíos a plena marcha. Los registros
apoyaban que se realizara entonces una campaña para arrestar legalmente a propietarios judíos de armas de fuego, junto con el impulso de los nazis para presionar a los judíos para abandonar Alemania.
La
completa confiscación de armas de judíos en ese momento se vio desatada
por el intento de asesinato de un diplomático alemán el 7 de noviembre,
supuestamente por un adolescente judío polaco en la embajada de París.
La noche de los cristales rotos se produjo pocos días después. Se
confiscaron todas las armas judías (incluyendo cosas como abrecartas) y
todas las organizaciones judías fueron consideradas ilegales. Con los
judíos desarmados, los planes de Hitler podían llevarse a cabo con un
pueblo indefenso. La mayoría de la población alemana no judía estaba
sorprendida por lo que había ocurrido, pero tenía demasiado miedo como
para protestar. Hubo casos aislados de resistencia, como el famoso caso
de Oskar Schindler. Cuando comenzaron las deportaciones en octubre de
19141, se investigaron las posesiones de los judíos por parte de la
Gestapo en busca de algo de valor y desarmando completamente a los
judíos. Los peligros de los testigos silenciosos se conocen hoy
perfectamente.
Como
está bien documentado, los judíos fueron atacados metódicamente, con
sus hogares, negocios y sinagogas saqueados y quemados. Más de 30.000
judíos fueron arrestados. Cualquier judío que se resistiera al arresto
era ejecutado en el acto. Los ataques a los judíos iban a realizarlos
las SA, sin interferencia de la policía. Los judíos arrestados iban a
ser enviados a campos de concentración hasta 20 años. El pogromo fue tan
intenso que casi fueron arrestados todos los judíos varones adultos de
la edad apropiada en Stuttgart. Con la población atemorizada y
desarmada, Hitler podía proceder con poca preocupación acerca de la
resistencia. El Tribunal recalcó que no hacía falta revisión judicial
para actividades de la Gestapo.
Halbrook
concluye señalando que menos regulación pública y una tradición de
rechazo a la tiranía podrían haber llevado a un resultado distinto en
Alemania. Por el contrario, la creación y manipulación sistemática de
los registros y regulaciones de armas de fuego, junto con la
aniquilación de los derechos individuales de los ciudadanos, permitieron
la dictadura de Hitler y la matanza de millones de judíos y ciudadanos
de países ocupados por los nazis, así como de decenas de miles de
alemanes inocentes. Nos corresponde a todos preguntarnos qué podría
haber pasado si la gente hubiera rechazado registrar sus armas de fuego.
De hecho, todos deberíamos tomar nota y no olvidarlo nunca.
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