El precio por viajar en este tren puede ser perder una pierna, ser abusado sexualmente o secuestrado
La Bestia es el apodo con el que es conocido el tren de carga que une los 3.200 kilómetros que separan a la localidad de Tapachula –en el estado de Chiapas, al sur de México– con la frontera norte del país. A pesar de tratarse de una mole de acero y hierro que pesa varios miles de toneladas, el apodo no se debe a su imponente tamaño. La Bestia, es una máquina que literalmente fagocita las esperanzas de los migrantes que la montan de forma ilegal, viajando en sus estribos o en el techo en tramos de 6 a 14 horas de viaje durante más de 20 días.
Quedarse dormido tras varios días de desvelo, o resbalar al momento de intentar subirse a La Bestia, puede significar perder un brazo o las piernas. Tal como le sicedió a Mario Josué, un inmigrante hondureño. Durante un día lluvioso en el que intentaba domar a la bestia, resbaló, y la máquina que nunca perdona le rebanó una pierna. Las cifras oficiales de muertos y mutilados suman un total de 1.300 víctimas, según el Instituto Nacional de Migración mexicano, pero cuando se trata de La Bestia nunca hay certezas.
El registro de las muertes no puede ser preciso, porque muchos de los cuerpos de sus víctimas mortales se descomponen al costado de las vías, mientras otros son enterrados en fosas comunes en el cementerio de Tapachula sin ser identificados, sin que sus familiares sepan siquiera acerca de su destino final. Son los “sin nombre”, los “invisibles”. Nadie puede conocer su identidad porque suelen viajar sin documentos, una estrategia para retrasar su deportación en el caso de ser atrapados.
Migrantes en el tren denominado “La Bestia”. Fuente: José Alberto Donis Rodríguez
Pero si de pesadillas hablamos, sin dudas las que más sufren en estos viajes son las mujeres. Seis de cada diez de ellas son abusadas sexualmente. La ingesta de anticonceptivos antes de subirse al tren es habitual entre las migrantes femeninas, algunas para evitar embarazos en caso de ser violadas, otras porque saben que tendrán que ofrecer favores sexuales a cambio de protección o de superar los controles migratorios.
Sobrevivir los más de 20 días que dura el trayecto, cuyo costo monetario es cero, aunque muchas veces se paga muy caro, no es certeza de nada. Antes de llegar a la “tierra prometida”, la posibilidad de que los coyotes –como son conocidos aquellos que facilitan la migración ilegal desde México hacia Estados Unidos– los terminen estafando y dejando sin fondos para cruzar hacia el otro lado siempre estará latente.
La pobreza extrema, la inseguridad y la falta de oportunidades son algunas de las adversidades con las que tienen que batallar aquellos que deciden arriesgarse a buscar un futuro mejor. Pero ningún obstáculo es mayor que la legislación que restringe el libre tránsito de personas. Bryan Caplan, economista de la Universidad George Mason y promotor de las fronteras abiertas, señala que “los que apoyan las restricciones migratorias en el primer mundo son moralmente responsables de la pobreza del tercer mundo”. Para Caplan, las trabas migratorias impiden que los ciudadanos de los países más pobres puedan escapar de la pobreza, y violan el derecho básico de ofrecer su trabajo a quienes están dispuestos a emplearlos.
En efecto, la libre migración podría resolver una parte importante de los problemas relativos a la pobreza y aliviar la situación de cientos de millones de personas. La única consecuencia positiva de esas líneas imaginarias –y sobre todo arbitrarias– llamadas fronteras, ha sido concentrar el poder político en un territorio determinado. Por el otro lado, han creado las barreras migratorias, una de las trabas más perjudiciales para el progreso de la humanidad.
En este sentido, el escritor argentino Jorge Luis Borges señaló que “desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología particular, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras.” Sin dudas, Borges tenía razón. Las personas etiquetadas como ilegales lo saben desde hace mucho tiempo.
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