Michael Spence
Michael Spence, a Nobel laureate in
economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business,
Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations,
Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic
Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
HONG
KONG – No es ningún secreto que las economías emergentes se enfrentan a
graves problemas, mismos que socavaron su crecimiento que alguna vez
fue explosivo y debilitaron sus perspectivas de desarrollo. La
posibilidad de que estas economías regresen a la senda que las conduzca a
la convergencia con las economías avanzadas dependerá, en gran medida,
de la forma en la que ellas aborden un entorno económico cada vez más
complejo.
Por
supuesto, la senda de desarrollo de estas economías nunca fue simple o
llana. Sin embargo, dicha senda se mostró relativamente clara durante la
mayor parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, incluso
hasta hace unos diez años atrás. Los países necesitaban abrir sus
economías a un ritmo razonable; tenían que aprovechar la demanda y las
tecnologías a nivel mundial; debían especializarse en sectores con
posibilidades de actividad comercial; tenían que ir tras una gran
cantidad de inversión (alrededor del 30% del PIB); y debían promover la
inversión extranjera directa en conjunción con disposiciones apropiadas
para la transferencia de conocimientos.
A
lo largo de este proceso, las economías emergentes han reconocido la
importancia de permitir que los mecanismos de mercado funcionen,
garantizando los derechos de propiedad, y preservando la estabilidad
macroeconómica y financiera. Quizás lo más importante sea que ellas
sabían que debían centrarse en la generación de empleo, sobre todo en
las zonas urbanas y en los sectores modernizadores; y, de manera más
amplia, debían centrarse en la inclusión e integración.
A
medida que iban tras el logro de este programa, las economías
emergentes experimentaron inicios titubeantes y numerosas crisis, todo
ello a menudo asociado con un nivel de endeudamiento excesivo, trampas
en el ámbito de las divisas y una alta inflación. Y, una vez que
alcanzaban niveles de ingresos medios, los países enfrentaban fallas
estructurales y de política, que son las que acompañan a la transición a
un estado de ingresos altos. No obstante, en un entorno mundial cada
vez más abierto, caracterizado por un fuerte crecimiento (y una fuerte
demanda) en las economías avanzadas, las economías emergentes lograron
un enorme y rápido progreso.
Todo
eso cambió después de la crisis financiera mundial del año 2008. Sin
lugar a dudas, el núcleo del programa de desarrollo sigue siendo el
mismo. Sin embargo, dicho programa se hizo mucho más complicado.
Un
conjunto de complicaciones surge de los desequilibrios externos a
escala mundial, de las distorsiones y de la mayor volatilidad en los
flujos de capital, los tipos de cambio y los precios relativos. Si se
toma en cuenta que tales desafíos son esencialmente nuevos, no hay
ninguna hoja de ruta a seguir que garantice superarlos. Al fin y al
cabo, las economías desarrolladas no habían participado anteriormente en
el tipo de política monetaria no convencional que se ha visto en los
últimos años – un período caracterizado por tasas de interés ultrabajas y
flujos de capital transfronterizos ultrarrápidos.
Para
las economías emergentes, con sus mercados financieros relativamente
poco líquidos, tales tendencias estimulan el exceso de dependencia en el
capital externo de bajo costo, que puede ser retirado en un abrir y
cerrar de ojos. Los bajísimos costos de los préstamos también estimulan
una dependencia excesiva del apalancamiento, debilitando la voluntad
para llevar a cabo reformas necesarias con el propósito de impulsar el
crecimiento potencial – y, exacerbando aún más la vulnerabilidad de la
economía frente a un cambio en las tasas de interés o en las
inclinaciones de los inversores.
Para
empeorar las cosas para las economías emergentes ricas en recursos, los
precios de las materias primas se desplomaron en picada a partir del
año 2014. Después de un período prolongado de aceleración del
crecimiento de la demanda, especialmente de China, los gobiernos
llegaron a considerar los altos precios de materias primas como
semipermanentes – una suposición que los llevó a sobreestimar sus
ingresos futuros. Ahora que los precios cayeron, estos países se
enfrentan a enormes desequilibrios y tensión fiscal. Y, los gobiernos no
están solos; el sector privado, a su vez, cimentó sus pronósticos en
supuestos optimistas para justificar, imprudentemente, altos niveles de
apalancamiento.
El
crecimiento más lento de las economías avanzadas también ha debilitado
los flujos comerciales, añadiendo fuerza a los vientos en contra. Tal
como observóMohamed El-Erian,
en la economía mundial, el vecindario que tiene una determinada
economía – es decir las economías con las que tiene vínculos económicos o
financieros – reviste importancia. Esto es aún más cierto en el caso de
las economías emergentes, mismas que se han tornado en altamente
dependientes de sus vecinos.
En
resumen, las economías emergentes se han visto desafiadas por cambios
macroeconómicos generados externamente, políticas monetarias no
convencionales, volatilidad generalizada y un lento crecimiento en los
mercados desarrollados. Ya que no cuentan con nada que se asemeje a un
libro de directrices para guiarlas, no es sorprendente que su capacidad
para hacer frente a estos desafíos varíe considerablemente.
En
general, aquellas economías que han obtenido mejores resultados, como
por ejemplo la de la India, han combinado sólidos fundamentos de
crecimiento y reformas con medidas pragmáticas y activistas para
contrarrestar las fuentes externas de volatilidad. Por supuesto, India
también se benefició de los precios más bajos del petróleo.
Las
economías exportadoras de materias primas, como ser Brasil, han luchado
mucho más, pero no sólo por la caída de los precios de los recursos
naturales. De hecho, la caída de los precios, junto con la reversión de
los flujos de capital, develaron debilidades en sus patrones de
crecimiento subyacentes, debilidades que previamente estuvieron
disimuladas por las condiciones favorables.
En
la actualidad hay, además, un nuevo desafío, que se está creciendo año
tras año. Sea cual sea la senda que las economías emergentes elijan para
hacer frente a estos desafíos, ellas también deben tomar en cuenta el
cambio fundamental impulsado por las tecnologías digitales intensivas en
capital. Si bien las tecnologías digitales han creado nuevos tipos de
puestos de trabajo en sectores de alta tecnología y en la economía
colaborativa, entre otros sectores, estas tecnologías han estado
reduciendo y quitando la intermediación de puestos de trabajo de cuello
blanco y de cuello azul considerados como “rutinarios”.
En
este aspecto, los rápidos avances en la robótica son especialmente
prominentes, ya que máquinas cada vez más sofisticadas amenazan con
suplantar a la mano de obra de bajo costo en una variedad de sectores.
Los altos costos fijos y los bajos costos variables de estas tecnologías
significan que una vez que los robots se tornen en más rentables en
comparación con la mano de obra humana, la tendencia no se va a
revertir, sobre todo teniendo en cuenta que el montaje automatizado
puede estar situado cerca de los mercados, en lugar de se lo ubique en
los lugares donde la mano de obra es más barata.
Los
puestos de trabajo en montaje de componentes electrónicos, que
desempeñan un papel enorme en el comercio mundial y que ha ayudado a
impulsar el crecimiento en muchas economías emergentes – de manera
destacada en la economía de China – son los que están en una situación
especialmente vulnerable. Si bien las actividades que involucran costura
– por ejemplo, textiles, fabricación de prendas de vestir, manufactura
de zapatos – aún no se encuentran muy automatizadas, probablemente sólo
es cuestión de tiempo antes de que lo estén.
A
medida que las fuentes clásicas de la ventaja comparativa temprana
mengüen, los países – en especial los países en desarrollo que se
encuentran en las primeras etapas – tendrán que implementar políticas
que ofrezcan de manera más prominente servicios (incluyendo servicios
comerciables); también tendrán que ajustar su inversión en capital
humano. Queda por verse si esto se traduce en la eliminación de los
peldaños inferiores de la escalera del desarrollo. El patrón de
crecimiento relativamente poco convencional en la India, con su énfasis
inicial en los servicios, podría contener lecciones importantes.
De
todas formas, los países en desarrollo – y especialmente las economías
emergentes – claramente tienen entre manos mucho con lo que deben
lidiar. A medida que estas economías suman elementos – como ser,
protegerse de la volatilidad, luchar contra las condiciones externas
desfavorables, y adaptarse a tendencias tecnológicas de gran alcance – a
sus programas fundamentales de crecimiento estructural, dichas
economías, infaliblemente, van a cometer errores, e incluso van a
tropezar. Esto producirá una gran variación en su desempeño al comparar
un país con otro, y probablemente, reducirá el ritmo promedio de
convergencia. Pero, en mi opinión, no va a descarrillar la convergencia
en su totalidad.
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