Qué puede pasar con Trump
Por Carlos Mira
Donald Trump se encamina a conseguir el
número mágico de 1.237 delegados republicanos a la Convención del
partido que consagrará al candidato a presidente. Ese número es igual a
la mitad más uno de los delegados totales, que suman 2.472. Los
demócratas eligen casi el doble de delegados a su Convención (4.764),
con lo que el candidato que quiera ganar necesita 2.383 delegados.
Normalmente se llega a las convenciones
con un candidato que ha ganado claramente las primarias, que reúne el
número de delegados mínimo para consagrarse. Pero si eso no ocurre, la
nominación entra en un cono de incertidumbre por la conducta que podrían
seguir los llamados superdelegados, que no tienen atado su voto a un
candidato determinado, como los delegados normales. Cada estado envía un
número diferente de superdelegados, de acuerdo con las disposiciones de
cada partido en cada estado.
La Convención Republicana tendrá lugar
entre el 18 y el 21 de julio en Cleveland. Las primarias terminan el 14
de junio en Washington D. C., la capital.
Desde su arrasador triunfo en
Indiana, Trump está intentando unir al Partido Republicano detrás de su
figura pero el trabajo no le resulta sencillo. Recientemente,
Jeb Bush, una figura prominente y de peso por apellido y por su propio
pasado como precandidato, desairó a Trump diciendo concretamente que no
apoyará su candidatura. Su padre y su hermano, ambos ex presidentes,
habían dicho lo mismo hace sólo unas semanas atrás. Trump tampoco ahorró
sarcasmos para con ciertos senadores que avalaron lo dicho por Bush, en
una muestra de que sigue cortándose solo, sin atender a las
formalidades del partido. En tiempos modernos, no se recuerda una
situación similar en un partido de los dos principales en los Estados
Unidos.
Trump ha conseguido hasta ahora 1.064
delegados, de los cuales 1.014 votarán en la Convención sí o sí por él.
Los otros 50 no aparecen atados a hacerlo. Sin embargo, con el
retiro de Ted Cruz, el último contendiente interno que quedaba, el
millonario neoyorquino parecería no tener rivales en su camino a la Casa
Blanca.
El establishment del partido podría
convocar a lo que se llama una convención abierta, en donde los estados
votan al candidato a viva voz y pueden elegir a quien se les ocurra,
incluso a personas que no compitieron en las primarias. Pero no hay
dudas de que eso dependerá de que se forme una ola anti-Trump muy
considerable, que desafíe el voto interno que viene teniendo lugar desde
febrero.
Trump basó su campaña en posiciones muy
particulares sobre la inmigración y el comercio exterior. Partidario de
—casi diríamos— un capitalismo salvaje en lo interno (acaba de anunciar
que piensa eliminar el salario mínimo federal), propone en lo exterior
un cierre de las fronteras comerciales norteamericanas con un freno
ostensible a la firma de tratados de libre comercio y con el
levantamiento de medidas arancelarias para proteger a las industrias
locales.
Si bien la guerra de Trump contra la
burocracia de su partido le ha servido para solidificar el apoyo de
ciertos republicanos detrás de su candidatura, lo más seguro es que
complique su situación en la elección general, frente a una trama
compleja de votantes, incluyendo a moderados republicanos.
Por otro lado, el magnate ya adelantó
que para la elección de noviembre no pondrá un peso más de su fortuna
personal, con lo que necesariamente deberá caer en las manos de los
tradicionales financistas del partido. Si sigue en su tesitura de
enfrentarse con esos capitostes, tendrá dificultades.
Otro de esos figurones es el presidente
de la Cámara de Representantes (diputados), Paul Ryan, que sigue
manifestando sus dudas públicas sobre Trump, mientras uno de sus
principales asesores, Dan Senor, reconoce que la altanería de Trump para
con otros republicanos podría perjudicarlo severamente en la Convención
y eventualmente en la elección de noviembre.
Trump es tan arrogante que, pese a todas
estas dudas de figuras principales de su partido, aseguró que no está
dispuesto a endosar la agenda política de Ryan, que es poco menos que la
figura con cargo político actual más encumbrada que tiene el partido.
Paradójicamente, la mejor noticia que tiene Trump de su lado es que la probable contendiente es Hillary Clinton.
Con cualquier otro oponente demócrata estaría terminado. Pero Hillary,
que pese a todo lleva la delantera en las encuestas que simulan que ella
y Trump serán los adversarios finales en noviembre, tiene muchísimos
inconvenientes, desde investigaciones del FBI hasta problemas para
ganarle claramente a Bernie Sanders las primarias de algunos estados.
Es más, algunos sugieren que,
justamente, la mejor noticia para Clinton también es tener a Trump del
otro lado, porque perdería con cualquier otro candidato republicano
potable.
Estados Unidos ha llegado a esta
situación (de tener dos probables candidatos que nadie quiere) por
diferentes motivos. Trump porque representa el hartazgo de cierta parte
de la sociedad que ve al país como al servicio del resto del mundo todo
el tiempo. Clinton porque rememora los dulces tiempos de los noventa,
cuando su marido navegaba por aguas de abundancia, consumo y
tranquilidad.
Para la Argentina, particularmente, Trump sería, según el famoso dicho norteamericano, un auténtico “pain in the ass”. Ahora
que el país produjo un cambio político interno proclive a una mejor
relación con Occidente y en particular con los Estados Unidos, que
llegue a la Casa Blanca una persona que ha dado muestras de que ni se
enteró de que dicho cambio se produjo y que sigue creyendo que Argentina
está aliada con Venezuela, sería una verdadera mala suerte.
Con Clinton podría esperarse,
especialmente en el terreno del comercio exterior, otra modalidad,
aunque si su resultado con Sanders es ajustado en las primarias, no
sabemos qué condiciones estará dispuesta a hacer frente a un socialista
antiglobalización, en aras de unir al partido detrás de ella.
Habrá que esperar, entonces, pero
mientras tanto el Gobierno de Macri debería estar diseñando planes de
alternativa, según el resultado de noviembre consagre a Trump o a
Clinton. Sería muy desafortunado que los planetas que parecieron
alinearse con la visita de Barack Obama queden patas para arriba por el
designio de las casualidades.
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