domingo, 8 de mayo de 2016

¿Puede Trump ganarle a Clinton?

¿Puede Trump ganarle a Clinton?

Por Álvaro Vargas Llosa
Primero dijeron los entendidos que Donald Trump era una golondrina de verano. Luego, que tenía un techo de 30%. Finalmente, que Ted Cruz había logrado hacerse querer por el establishment republicano al que tanto ha denostado porque el objetivo común de parar a esa bala perdida que es Trump prevalecía sobre lo demás. Hasta que Trump -como esta columna vaticina desde hace semanas- se ha convertido en el candidato de facto. Llegará a la Convención con los delegados suficientes para ser nominado en primera votación. 

 
Ahora se dice que no hay forma de que Trump derrote a Hillary Clinton y de que es el rival ideal para la demócrata, a la que cualquier otro republicano, visto el descrédito de la pareja Clinton, a la que se percibe como parte de un tinglado de intereses politico-financieros ajeno a la experiencia cotidiana de la gente, habría derrotado. Pero ¿podemos estar seguros?
Es cierto que las elecciones son, desde hace algunas décadas, mucho más fáciles para los demócratas, que tienen el control de 18 estados y la capital, que para los republicanos, que sólo tienen 13 estados seguros. También es cierto que Trump tendría que arrebatarle a Clinton, digamos, Colorado y Virginia, así como Pennsylvania y Michigan, para dar un golpe de timón parecido al que dio Ronald Reagan en 1980. Recordemos que las victorias de George W. Bush fueron por puesta de mano.
Para más dificultad, Trump, que carga con un voto negativo de 65% por ciento, nueve puntos superior al de la demócrata, tendría que ampliar su base considerablemente, captando mujeres con educación superior, hispanos y afroamericanos, tres segmentos que huyen de él como el gato del agua.
Pero este análisis, con ser cierto, pierde de vista tres factores de esta elección: la recomposición del electorado, la revolución al interior del Partido Republicano y la apatía del votante demócrata que no está con Sanders, ese hueso que Clinton sigue tratando de roer para acabar de resolver las primarias demócratas.
La recomposición del electorado hace que hoy muchos independientes proteccionistas y asistencialistas se hayan inscrito en el Partido Republicano o hayan participado en las primarias de algunos estados sin inscribirse como tales. Votantes blancos, con escasa educación académica, generalmente varones, receptivos al mensaje nacionalista y aislacionista, se han volcado con Trump. Curiosamente, la sociología del voto de Sanders, nada desdeñable en el Partido Demócrata, es parecida. El odio de este electorado por Clinton puede ser superior a su renuencia a votar por un candidato republicano.
En cuanto a la revolución del partido de Reagan: el triunfo de un discurso proteccionista, intervencionista, aislacionista y nacionalista es la negación lo que Goldwater, primero, y Reagan después, inculcaron a las huestes republicanas. Se trata de una reacción al trastorno que ha supuesto en ciertos sectores la globalización, a la multiplicación de amenazas mundiales y los embrollos continuos en que la política exterior participativa coloca a Estados Unidos y, por supuesto, la crisis de 2008, que hizo surgir una clase de indignados contra le elite político-financiera.
Por último está la apatía del votante demócrata, excepto el de Sanders. Hay casi 30% menos de electores demócratas en las primarias de algunos estados de los que hubo hace cuatro años. Quedarse en casa el día de las elecciones es, en la política estadounidense, una de las armas más potentes de protesta social. Un enemigo que Clinton teme tanto o más que a Trump.
Resumo: Clinton es favorita a pesar de todos sus defectos electorales. Pero en el año de las cosas raras nadie puede descartar que la más rara de todas acabe sucediendo.

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