¿Puede Trump ganarle a Clinton?
Por Álvaro Vargas Llosa
Primero dijeron los entendidos que
Donald Trump era una golondrina de verano. Luego, que tenía un techo de
30%. Finalmente, que Ted Cruz había logrado hacerse querer por el
establishment republicano al que tanto ha denostado porque el objetivo
común de parar a esa bala perdida que es Trump prevalecía sobre lo
demás. Hasta que Trump -como esta columna vaticina desde hace
semanas- se ha convertido en el candidato de facto. Llegará a la
Convención con los delegados suficientes para ser nominado en primera
votación.
Ahora se dice que no hay forma de que
Trump derrote a Hillary Clinton y de que es el rival ideal para la
demócrata, a la que cualquier otro republicano, visto el descrédito de
la pareja Clinton, a la que se percibe como parte de un tinglado de
intereses politico-financieros ajeno a la experiencia cotidiana de la
gente, habría derrotado. Pero ¿podemos estar seguros?
Es cierto que las elecciones son, desde
hace algunas décadas, mucho más fáciles para los demócratas, que tienen
el control de 18 estados y la capital, que para los republicanos, que
sólo tienen 13 estados seguros. También es cierto que Trump tendría que
arrebatarle a Clinton, digamos, Colorado y Virginia, así como
Pennsylvania y Michigan, para dar un golpe de timón parecido al que dio
Ronald Reagan en 1980. Recordemos que las victorias de George W. Bush
fueron por puesta de mano.
Para más dificultad, Trump, que carga
con un voto negativo de 65% por ciento, nueve puntos superior al de la
demócrata, tendría que ampliar su base considerablemente, captando
mujeres con educación superior, hispanos y afroamericanos, tres
segmentos que huyen de él como el gato del agua.
Pero este análisis, con ser
cierto, pierde de vista tres factores de esta elección: la recomposición
del electorado, la revolución al interior del Partido Republicano y la
apatía del votante demócrata que no está con Sanders, ese hueso que Clinton sigue tratando de roer para acabar de resolver las primarias demócratas.
La recomposición del electorado hace que
hoy muchos independientes proteccionistas y asistencialistas se hayan
inscrito en el Partido Republicano o hayan participado en las primarias
de algunos estados sin inscribirse como tales. Votantes blancos, con
escasa educación académica, generalmente varones, receptivos al mensaje
nacionalista y aislacionista, se han volcado con Trump. Curiosamente, la
sociología del voto de Sanders, nada desdeñable en el Partido
Demócrata, es parecida. El odio de este electorado por Clinton puede ser superior a su renuencia a votar por un candidato republicano.
En cuanto a la revolución del
partido de Reagan: el triunfo de un discurso proteccionista,
intervencionista, aislacionista y nacionalista es la negación lo que
Goldwater, primero, y Reagan después, inculcaron a las huestes
republicanas. Se trata de una reacción al trastorno que ha
supuesto en ciertos sectores la globalización, a la multiplicación de
amenazas mundiales y los embrollos continuos en que la política exterior
participativa coloca a Estados Unidos y, por supuesto, la crisis de
2008, que hizo surgir una clase de indignados contra le elite
político-financiera.
Por último está la apatía del
votante demócrata, excepto el de Sanders. Hay casi 30% menos de
electores demócratas en las primarias de algunos estados de los que hubo
hace cuatro años. Quedarse en casa el día de las elecciones
es, en la política estadounidense, una de las armas más potentes de
protesta social. Un enemigo que Clinton teme tanto o más que a Trump.
Resumo: Clinton es favorita a pesar de
todos sus defectos electorales. Pero en el año de las cosas raras nadie
puede descartar que la más rara de todas acabe sucediendo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario