Jorge Valín
Suficientes
veces se ha dicho ya que el neoliberalismo es una forma despectiva de
llamar al liberalismo. En realidad, no hay ninguna escuela económica que
se defina a sí misma como neoliberal. Intelectualmente es un
error, pero a pesar de ello muchos grupos anticapitalistas usan el
término para definir un fenómeno político, y no económico, que
aparentemente conlleva un mayor grado de libertad de mercado.
Los grupos anticapitalistas suelen estar contra el
neoliberalismo porque favorece las grandes instituciones políticas
supranacionales, como el FMI, el Banco Mundial, los bancos centrales,
los cabildeos empresariales, etcétera, en detrimento de la sociedad
civil. Curiosamente, los liberales compartimos, en líneas generales, el
mismo principio.
El gran problema es la tergiversación que sufrieron algunas
palabras en el siglo XX, como ya nos había avanzado el economista
Friedrich A. von Hayek al referirse a expresiones como "democracia",
"igualdad" o "liberalismo". En realidad, se suele confundir el término
"neoliberalismo" con el de "capitalismo corporativista" o "capitalismo
corporativo", uno de los rasgos esenciales de la economía del fascismo,
impulsada principalmente por Benito Mussolini.
Para James Ostrowski, el capitalismo corporativista consiste en
"privar a las personas de su libertad y concentrar el poder en manos de
unas pocas organizaciones [políticas y privadas]". Fíjese en que, para
muchos, el neoliberalismo entra perfectamente en la definición que nos
proporciona Ostrowski.
El
avance del capitalismo corporativista lo vemos de forma clara cuando el
Gobierno proclama estar privatizando. El Gobierno no tiene interés
alguno en otorgar libertad al ciudadano ni a la sociedad civil, sino al
revés, por eso esclaviza al ciudadano con leyes innecesarias, hace
lavados de cerebro masivos que llama "campañas de concienciación" y
emprende guerras, que eufemísticamente llama "misiones de paz", enviando
"tropas de pacificación".
La liberalización que practica el Estado significa, simplemente,
que se desprende de cierta participación en una empresa semiprivada o
que introduce a dedo empresas en un sector considerado monopolístico,
pero manteniendo siempre el control. Esto no es liberalizar, porque la
presión gubernamental sigue siendo feroz y, por tanto, el mercado sigue
sin ser libre.
Liberalizar significa eliminar la intervención del Estado de
sectores enteros: abolir leyes, impuestos, barreras de entrada,
etcétera. Como afirma Ostrowski, la "liberalización" que practica el
Estado no es más que "concentrar el poder en manos de unos pocos"; no es
ningún cambio de paradigma, sino un maquillaje que oculta el mismo
monopolio anterior bajo una ilusión de competencia. En España tenemos
como muestra la partidista liberalización de las comunicaciones, o la de
la energía, que ha dejado el panorama peor que antes, ya que se ha
regulado aún más.
La creación de competencia no es un fin, sino una consecuencia de
la libre iniciativa del mercado y del orden espontáneo de los actores
económicos, ya sean consumidores, accionistas o empresarios. Crear
competencia de forma artificial, mantener la legislación económica,
erigir comités paraestatales como la Comisión Nacional de Energía o la
Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones, montar tribunales de la
competencia y colocar "a dedo" amigos del Gobierno en las empresas
privadas no significa más libertad para el consumidor, el empresario o
el accionista, sino más poder para el Estado, de forma indirecta u
oculta. La reciente disputa por la OPA de Endesa ha sido una muestra
ejemplar.
Si el Gobierno controla aunque sea la más pequeña parte de la
actividad económica privada, eso será siempre capitalismo
corporativista, por más que algunos se empeñen en inventar palabras
carentes de sentido, como "neoliberalismo".
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