lunes, 16 de mayo de 2016

LAS DOS CARAS DE LA MONEDA



Alberto Mansueti
Una de las diferencias entre el “Socialismo del siglo XXI” y el socialismo del siglo XX, es que el del siglo pasado era de “partido único”, el socialista oficial; y todos los demás, incluso socialistas, eran prohibidos por ley, o casi. Pero el de ahora es un socialismo de varios partidos, que hasta compiten en elecciones, y se turnan en el poder, ¡pero todos son socialistas!


En la Alemania de Hitler, su Partido Nacional Socialista era el único legal; y lo mismo en la Italia del socialista Benito Mussolini: su Partido Nacional Fascista, adherido al Socialismo “con características nacionales”, había aplastado a los demás. Lo propio en la Rusia de Lenin y Stalin con el Partido Comunista, y tras la ocupación soviética de 1948, en todos los países de Europa Oriental.

Este sistema de partido único sigue vigente hoy día en Cuba, China, Corea del Norte, Laos, Vietnam, Zimbabwe, Angola y otros países de socialismo duro o comunismo, aún cuando en China la economía es en gran parte capitalista. Pero en la gran mayoría de países socialistas ahora, como por ej. Venezuela, México, Brasil y Argentina, partidos de “izquierda dura” conviven con uno o más partidos de izquierda blanda. Son distintas caras de la misma moneda. Y la moneda es falsa.

Recuerda que un país es socialista cuando ha aplicado todos y cada uno de los 10 Puntos del Programa del Manifiesto Comunista de 1848, y por tanto el Estado es propietario o controla casi todos los sectores de la economía, y la educación, además de la atención médica, y las jubilaciones y pensiones, a través de las leyes malas, cobrando altos impuestos para mantener a la Nomenklatura.

Y no olvides la otra gran diferencia entre el socialismo modelo siglo XX y el de este siglo XXI: hoy las izquierdas aplican “marxismo cultural”, o sea que embisten contra la vida y la familia de modo frontal y directo, impulsando el aborto, la “ideología de género”, y la intolerancia religiosa y racial, además de la “lucha de clases” en el orden económico.

En Venezuela, tenemos el PSUV oficialista, y la MUD, coalición opositora, controlando la Asamblea Nacional, y varios Estados y municipios. Las dos caras de la moneda: el socialismo rudo, chabacano, agresivo, adherido al Foro de Sao Paulo; y el socialismo “democrático”, como con soda, adherido a la Internacional Socialista. Lo mismo en México: el duro es López Obrador, con su partido “Morena”; y la otra cara es la “tecnocrática” de la izquierda blanda, aliada con la derecha mala mercantilista en el “Pacto Por México”, acuerdo suscrito por cuatro partidos, tras el socialismo “no autoritario”, o “progresista” como le dicen: “no populista”, de corbata y sin malos modales.

En Brasil tenemos el Partido de los Trabajadores, oficialista, de Lula y Dilma; y en la oposición hay dos partidos socialistas: el socialdemócrata PSDB (“tucanos”), y el Partido Democrático, que se dice “de centro” pero sus ideas son más socialistas que las de Lenin y Gramsci juntos. En Argentina han votado contra el peronismo, la rama local del socialismo “puro y duro”, y por Macri, que tiene ideas casi igual de socialistas que Cristina, pero es empresario (mercantilista), y de ojos azules.

Tema delicado: el racismo. Todas las izquierdas promueven siempre la “lucha de clases” como método para conquistar, conservar y aumentar el poder, lo único que les interesa. Y lo logran: en los cuatro países mencionados, la pugna es feroz entre ambas izquierdas, y hay mucho encono entre la clase popular, que apoya al socialismo duro, y la clase media, que favorece al otro polo, al “progresismo”.

En este panorama, ya muy feo de por sí, hay dos agravantes, ambos introducidos por el marxismo cultural: (1) el contenido antireligioso de este neo-comunismo extremo que promueve el aborto, el matrimonio homosexual y otros puntos afines, y que salvo excepciones (siempre las hay), los apoya también el socialismo de clase media; (2) y la pelea tiene ahora el ingrediente del odio racial.

En los cuatro países, el socialismo virulento fomenta el racismo antiblanco en la clase popular, un racismo que no es menos repugnante e inhumano que el racismo blanco. Y en este odio no hay tregua entre los bandos enfrentados, como en general sí hay “consenso” en el odio contra la religión.

¿Pero es nuevo este odio racial? No; es muy viejo. Por eso su resurgimiento implica un retroceso histórico de siglos: hace 150 o 200 años, en días de nuestras Guerras independentistas y civiles, los más violentos y radicales incitaban siempre a la plebe apelando a su condición de negros, mestizos, zambos y mulatos. Hoy hacen lo mismo. E igualmente a lo que pasó un siglo y medio o dos atrás, la provocación irresponsable, totalmente injustificada, y de consecuencias nefastas aunque previsibles, ha generado una ola de indisimulado racismo blanco en la clase media. Las dos caras de la moneda, ahora son la blanca y la oscura.

Los ánimos están tan encrespados, que en las elecciones ya no hay votos sino “antivotos”: hoy ya no se vota por un candidato, sino contra otro candidato. Por eso todas las campañas ahora son “sucias”: más que hablar bien de un postulante, te hablan los horrores de su oponente. Y la gente es cínica: sabe que “su” candidato es una porquería, y en confianza te lo admite. ¿Y por qué vota por ese? Porque “¡el otro es muchísimo peor!” Es el “voto útil”, te dicen, por “el mal menor”.

Los liberales clásicos estamos muy en contra de estas viciosas prácticas, de allí que en general no votamos, o votamos en blanco, o anulando el voto. Pero no somos por eso “negativos”; tenemos un Proyecto político, muy en positivo: las Cinco Reformas, muy completo e integral, aunque a mediano plazo, sobre el cual puedes buscar información en Internet.

Disculpa, la lectura de este artículo, ¿te hizo bajar a la realidad? Si fue así, siento decirte, cumplió su cometido. ¡Hasta el próximo, si Dios quiere!

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