Gasto público en Argentina: ¿cambiar o continuar?
Por Roberto Cachanosky
Si bien soy un ferviente partidario del
equilibrio fiscal, confieso que prefiero un gobierno que tenga un
déficit fiscal del 0,5% del PBI con un gasto público del 10% del PBI a
un gobierno con equilibrio fiscal pero con un gasto público del 50% del
PBI. Y mucho menos quiero tener un gasto del 50% de PBI con un déficit
fiscal del 7% del PBI que nos dejó de regalito el kirchnerismo.
Puesto en otras palabras, el problema
fiscal no pasa solo por tener las cuentas equilibradas sino que, además,
el nivel de gasto público es clave para evitar que el estado se
convierta en un estorbo para el crecimiento de los países.
Este punto viene a cuento porque el PRO
no parece estar muy entusiasmado por bajar el gasto público. Días
pasados, Andrés Ibarra, Ministro de Modernización, sostenía que
&"nuestro objetivo con las cesantías no es producir un ahorro
presupuestario, sino que el gasto del Estado sea eficiente y productivo
para la ciudadanía”, agregando: “No queremos achicar el Estado, sino que
éste pueda prestar mejores servicios.&"
Con un gasto público, sumando nación,
provincias y municipios, que es equivalente a casi el 50% del PBI, lo
que nos propone mi amigo Andrés Ibarra es que sigamos soportando una
carga tributaria sideral porque ellos saben mejor que nosotros cómo
asignar los recursos que generamos. O, en su defecto, que tomarán deuda
para financiar un nivel de gasto público que no podemos financiar con
nuestros impuestos. El problema es que ese endeudamiento de hoy son
impuestos de mañana cuando haya que pagar la deuda más sus intereses.
El punto al que quiero llegar es que
dominar el déficit fiscal dejado por el kirchnerismo, que obviamente
nadie está pidiendo que sea eliminado de un día para otro, no es el
único problema. El mayor problema, siempre hablando del flanco fiscal,
es el enorme gasto público que dilapida los recursos que genera la gente
con gran esfuerzo. Hoy día, no hay ninguna relación o contrapartida
entre en nivel de gasto público, carga tributaria y servicios que recibe
el sufrido contribuyente.
Las finanzas públicas de la economía
argentina son como esos edificios en que las expensas son altísimas pero
no funciona el ascensor, no hay luz en la escalera y los pasillos están
sucios. Aquí pagamos impuestos altísimos pero el estado no cumple con
las funciones básicas para las cuales fue creado: asegurar el derecho a
la vida, a la libertad y la propiedad. Se dedica a fundamentalmente a
repartir el dinero de los contribuyentes entre gente que no ha generado
riqueza, ya sea porque vive de los mal llamados planes sociales o bien
por empleados del sector público que cubren cargos que no tienen ningún
sentido de existir en un sistema republicano con un gobierno limitado.
Me parece que el gobierno debería rever
su posición frente al gasto público. No estoy diciendo que lo baje de un
día para otro, pero creo que los gobiernos que marcan puntos de
inflexión en la historia de los países son aquellos que cambian la
tendencia decadente. Los estadistas no miran las encuestas para tomar
decisiones. Lideran el cambio. Los estudios de marketing son para vender
jabones, no para reconstruir países. Los países se reconstruyen con una
dirigencia política audaz que se anima a iniciar un camino de progreso.
Puedo entender que resolver la herencia
que dejó el kirchnerismo es realmente muy pesada y llevará tiempo
revertir el destrozo que hizo en esos 12 años en que avasallaron las
instituciones y destruyeron la economía. Pero conformarse con dejar el
gasto público en los niveles actuales bajo el argumento de administrar
mejor los recursos no va muy de acuerdo con la idea de cambiar. Más bien
sería un continuar con la explotación del contribuyente con el
argumento que ahora hay una explotación más eficiente gracias a una
mejor gestión.
No me parece que ese sea el camino de
cambio en serio que necesita Argentina. Gestionar bien lo ineficiente no
genera crecimiento ni prosperidad.
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