miƩrcoles, 11 de mayo de 2016

EspaƱa y Suecia: crisis similares, respuestas divergentes

Mauricio Rojas

IntroducciĆ³n
EspaƱa vive aĆŗn bajo el impacto de la profunda crisis desencadenada el aƱo 2008. Algo ha mejorado la situaciĆ³n pero al paĆ­s todavĆ­a le queda mucho por andar para llegar a superar su difĆ­cil situaciĆ³n. Para ello deberĆ” llevar a cabo una agenda de reformas mucho mĆ”s audaz que la emprendida hasta ahora. En esta perspectiva puede ser de interĆ©s hacer un paralelo con la situaciĆ³n que atravesĆ³ Suecia hace poco mĆ”s de veinte aƱos, cuando se vio enfrentada a una serie de retos que tienen una cierta similitud con los actuales desafĆ­os espaƱoles. Esto puede ser aĆŗn mĆ”s relevante si constatamos el notable Ć©xito alcanzado por Suecia en superar la crisis para luego transformarse en un ejemplo de estabilidad y dinamismo econĆ³mico. Esto quedĆ³ recientemente de manifiesto, cuando Suecia mostrĆ³ una gran capacidad de sortear con Ć©xito la crisis internacional que devastĆ³ a tantos otros paĆ­ses, ubicĆ”ndose a partir de entonces a la cabeza de los paĆ­ses desarrollados en tĆ©rminos de crecimiento econĆ³mico (OECD 2014).
GĆ©nesis y desarrollo de la crisis
La crisis que afectĆ³ a Suecia en los aƱos 90 y la que se desencadenĆ³ en EspaƱa a partir de 2008 tienen una serie de semejanzas pero tambiĆ©n diferencias importantes. Para analizarlo podemos partir de un diagrama comparativo sobre su desarrollo.
Diagrama 1
VariaciĆ³n porcentual del PIB: Suecia (1987-1997) y EspaƱa (2005-2015*)


*2014 y 2015 pronĆ³stico de la OCDE. Fuentes: Banco Mundial (2014) y OECD (2014)



Como se observa, la crisis espaƱola es mucho mĆ”s abrupta y dilatada que la sueca, cayendo desde niveles de crecimiento mĆ”s altos y hundiĆ©ndose con mayor profundidad en 2009, para volver a caer en 2012-2013. A su vez, su recuperaciĆ³n es mucho mĆ”s dĆ©bil que la sueca. Ello apunta a significativas diferencias existentes entre las economĆ­as de EspaƱa y Suecia de pre crisis. Una diferencia importante fue, sin duda, la existencia del euro, que en el caso espaƱol cerrĆ³ la puerta de la devaluaciĆ³n de la divisa como medio de restablecer la competitividad internacional sin bajar nominalmente los precios internos. EspaƱa ha debido, por ello, seguir el duro camino del ajuste a la baja de los precios internos, especialmente del trabajo y la vivienda. En el caso sueco, la devaluaciĆ³n de la corona tuvo un papel clave en el rĆ”pido restablecimiento de la fuerza competitiva de una economĆ­a muy dependiente de sus exportaciones. Pero mĆ”s allĆ” de este aspecto monetario tenemos algunas diferencias estructurales de gran significaciĆ³n.
El modelo espaƱol de crecimiento fue fundamentalmente extensivo, es decir, basado en la incorporaciĆ³n masiva de capital y trabajo pero con una productividad total de los factores (PTF) estancada o, incluso, decreciente. La singularidad espaƱola a este respecto queda de manifiesto en el siguiente diagrama.
Diagrama 2
VariaciĆ³n anual media de la productividad, 2001-2007

Fuente: MarĆ­n y Bote (2014)
Los motores de este crecimiento –tan anĆ³malo en la Ć©poca moderna donde el crecimiento intensivo, es decir, con mejoras de productividad, es la regla– fueron un gran flujo de capital a bajo coste y una verdadera avalancha de trabajo relativamente poco calificado, obra de un boom migratorio sin precedentes. Se fortalecieron con ello las ramas tradicionales de la economĆ­a, pero su competitividad fue mermando rĆ”pidamente dado el fuerte incremento salarial del perĆ­odo. El autoestrangulamiento de la competitividad espaƱola se ilustra fĆ”cilmente mediante la figura que sigue, en la que se compara el aumento del coste unitario de la hora trabajo con el de su productividad entre 1996 y 2007 en EspaƱa, Alemania y Suecia.
Diagrama 3
VariaciĆ³n porcentual acumulada del coste y la productividad de la hora de trabajo, 1996-2007

Fuente: OECD (2014)
Existen muchas otras diferencias estructurales entre la economĆ­a sueca de los aƱos 80 y la espaƱola de la primera dĆ©cada del 2000. Entre ellas cabe destacar, por su importancia clave, la que se refiere al funcionamiento del mercado laboral. Comparando con Suecia se advierte, en primer lugar, un grado muy bajo de incorporaciĆ³n de la poblaciĆ³n en edad activa al mercado de trabajo y una tasa aĆŗn mĆ”s baja de ocupaciĆ³n. AsĆ­, la tasa de empleo entre las personas de 15 a 64 aƱos llegĆ³ en Suecia a 83,1 por ciento en 1990, mientras que en EspaƱa sĆ³lo se alcanzĆ³ el 66,6 por ciento en el punto mĆ”s Ć”lgido del ciclo de expansiĆ³n econĆ³mica (2007). Por otra parte, el desempleo llegĆ³ en EspaƱa a un mĆ­nimo en 2007 con una tasa de 8,3 por ciento, mientras que en Suecia se habĆ­a reducido al 1,8 por ciento en 1990. Por su lado, el aumento del desempleo fue proporcionalmente mĆ”s alto en Suecia durante la crisis (5,6 veces mientras que en EspaƱa fue de 3,1 veces) pero, dado el alto punto de partida espaƱol, no llegĆ³ ni cerca de los niveles de paro alcanzados por EspaƱa (10 por ciento en Suecia en 1993 contra 26 por ciento en EspaƱa en 2013 segĆŗn los datos de la OCDE).
Esto no quiere decir que la estructura del mercado laboral de Suecia no sea problemĆ”tica, pero lo es en un nivel muy diferente a aquel en que se ubica EspaƱa. Esto se hace evidente estudiando el informe 2013-2014 sobre competitividad global del Foro EconĆ³mico Mundial. AllĆ­ se destaca que el mercado laboral es, dejando de lado el tamaƱo del mercado interno, el segundo punto de mayor debilidad comparativa tanto de EspaƱa como de Suecia. Pero Suecia ocupa el lugar 18 en calidad del mercado de trabajo mientras que EspaƱa se ubica en el lugar 115 (World Economic Forum 2014).
En este contexto tal vez no sea baladĆ­ indicar que segĆŗn el mismo informe la mayor fortaleza de EspaƱa es la infraestructura, mientras que ese Ć­tem es la mayor debilidad de Suecia. Se trata, diciĆ©ndolo en cristiano, de un contraste notable entre el despilfarro que caracterizĆ³ la gestiĆ³n pĆŗblica espaƱola durante los aƱos anteriores a la crisis y la sobriedad nĆ³rdica, pero en este caso mĆ”s porque los suecos supieron aprender de sus propios excesos del pasado que por cuestiones culturales (que tampoco habrĆ­a que negar).
Este Ćŗltimo punto nos invita a analizar lo que es el eje central de ambas crisis: la gestiĆ³n pĆŗblica y, sobre todo, el gasto fiscal desbocado y las promesas insostenibles propias del populismo del Estado del bienestar hechas durante los aƱos de vacas gordas pero que se deben cumplir en los aƱos de vacas flacas. Esto es lo que desencadena los crecientes desequilibrios y dĆ©ficits fiscales –en EspaƱa el gasto pĆŗblico aumenta de un 39 a un 46 por ciento del PIB entre 2007 y 2009, mientras que el ingreso cae del 41 al 35 por ciento– que terminan hundiendo todo el entramado econĆ³mico bajo el peso de un endeudamiento pĆŗblico galopante que finalmente debe llevar, a fin de contenerlo, a la adopciĆ³n de fuertes medidas recesivas en pleno perĆ­odo de contracciĆ³n econĆ³mica.
El diagrama siguiente ilustra este proceso mostrando la evoluciĆ³n del balance de las cuentas pĆŗblicas en ambos paĆ­ses. Como se observa, la similitud entre Suecia y EspaƱa es palmaria y nada casual.
Diagrama 4
EvoluciĆ³n del balance fiscal: Suecia (1987-1997) y EspaƱa (2005-2015*)

*2014 y 2015 pronĆ³stico de la OCDE. Fuente: OECD (2014)
La caĆ­da espaƱola es mĆ”s abrupta y se desencadena ya en 2008, que es un aƱo de transiciĆ³n hacia la crisis que todavĆ­a muestra un leve crecimiento econĆ³mico. Sin embargo, ambos paĆ­ses alcanzarĆ”n un dĆ©ficit rĆ©cord muy similar (ligeramente superior al 11 por ciento del PIB), pero Suecia emprenderĆ” entonces un proceso decidido y eficiente de reducciĆ³n del mismo que ya en 1998 transformarĆ” el dĆ©ficit fiscal en superĆ”vit, cosa que no estĆ” prevista que ocurra en EspaƱa durante los aƱos prĆ³ximos. Estas diferencias tienen que ver, en gran parte, con la estructura misma de las administraciones pĆŗblicas, caracterizadas en EspaƱa por una descentralizaciĆ³n caĆ³tica y conflictiva, impulsada por los apetitos localistas, el caciquismo y el nacionalismo que fomentan la irresponsabilidad financiera, las duplicidades, el despilfarro y la corrupciĆ³n. Esto es lo que el ex presidente del Tribunal Constitucional, Ɓlvaro RodrĆ­guez Bereijo (2013:25), ha descrito como una alocada "carrera hacia la igualaciĆ³n competencial que culminarĆ” en la ‘burbuja polĆ­tica’ de diecisiete fragmentos de Estado emulando mimĆ©ticamente la arquitectura institucional del Estado y todos sus aparatos".
Tanto en el caso sueco como en el espaƱol tenemos, ademĆ”s, una situaciĆ³n anterior a la crisis con superĆ”vits fiscales, pero no porque los respectivos gobernantes fuesen austeros y previsores sino porque la bonanza econĆ³mica llenaba las arcas pĆŗblicas de tal manera que ni siquiera el despilfarro mĆ”s evidente lograba vaciarlas. Fue el momento de los rĆ­os de miel y leche, y quienes gobernaban –socialistas en ambos casos– repartieron generosamente la ilusiĆ³n del cafĆ© para todos y los derechos sin fin.
La consecuencia de los dĆ©ficits fiscales fue el rĆ”pido aumento de la deuda pĆŗblica y su pesada carga de intereses. El desarrollo comparativo de Suecia y EspaƱa es, al respecto, plenamente coincidente tanto en cuanto al punto de partida como a la evoluciĆ³n durante los cuatro primeros aƱos de incremento de la deuda, pero luego se hace fuertemente divergente. Esto es lo que muestra el siguiente diagrama, que incluye el pronĆ³stico del Fondo Monetario Internacional sobre el desarrollo de la deuda espaƱola de 2014 a 2018.
Diagrama 5
EvoluciĆ³n de la deuda pĆŗblica en porcentaje del PIB: Suecia (1990-2001) y EspaƱa (2007-2018*)

*2014-2018 estimaciones del FMI. Fuentes: OECD (2014), Eurostat (2014) y IMF (2014)
Este diagrama nos lleva a la diferencia crucial entre el desarrollo posterior a la crisis de Suecia y EspaƱa: la capacidad del sector pĆŗblico de reducir rĆ”pidamente su dĆ©ficit y poder con ello, primero, contener el aumento de la deuda y, luego, reducirla decididamente. Esto le permitiĆ³ a Suecia recortar el pago de intereses por la deuda pĆŗblica de mĆ”s del 6 por ciento del PIB a mediados de los 90 a menos del 2 por ciento diez aƱos mĆ”s tarde hasta situarse bajo el 1 por ciento en 2012-2013. Al mismo tiempo, su impacto en el presupuesto fiscal tambiĆ©n disminuĆ­a sensiblemente, tal como se puede observar a continuaciĆ³n. AllĆ­ se exhibe tambiĆ©n el desarrollo de EspaƱa entre 2006 y 2013, que muestra un notable paralelo con el desarrollo de Suecia, si bien su alza es mucho mĆ”s pronunciada. AdemĆ”s, dada la evoluciĆ³n previsible de la deuda pĆŗblica, poco hace suponer que EspaƱa podrĆ” curvar la evoluciĆ³n de la parte del gasto fiscal dedicada a pagar por la misma de una forma que sea comparable a la de Suecia. Esto no obsta para suponer que su peso se modere ya en 2014, al caer significativamente la prima de riesgo y, por ende, el coste de la deuda.
Diagrama 6
EvoluciĆ³n del porcentaje del gasto pĆŗblico* destinado a pagar por los intereses de la deuda: Suecia (1989-2001) y EspaƱa (2006-2013)

*Operaciones no financieras. Fuentes: SCB (2014) y SEPG (2014)
Resumiendo lo dicho, la crisis espaƱola ha superado en intensidad y, sobre todo, en duraciĆ³n a la sueca. Ello tiene que ver con diversos factores, entre los que se cuentan una mayor debilidad estructural de la economĆ­a espaƱola, que crece sin mejoras de productividad; una fuerte inflaciĆ³n de costes, en particular salariales, que debiĆ³ ser corregida sin poder recurrir a la devaluaciĆ³n de la propia divisa; y un mercado laboral que tiende a generar niveles inusualmente altos de paro. A ello se le sumĆ³, en este caso en ambos paĆ­ses, un gasto pĆŗblico que desbordĆ³ ampliamente su base sostenible de financiamiento provocando tanto un fuerte dĆ©ficit fiscal como un aumento de enormes proporciones de la deuda pĆŗblica que, sin embargo, Suecia supo poner bajo control con mucha mĆ”s decisiĆ³n y eficiencia que EspaƱa.
Dos formas de afrontar los retos de la crisis
El diagnĆ³stico anterior indica que tanto Suecia (a partir de 1990) como EspaƱa (desde el 2008) estaban frente al doble reto de reducir drĆ”sticamente el dĆ©ficit fiscal e iniciar reformas estructurales enfocadas a resolver sus problemas de fondo. La necesidad de cambios era, como se ha visto, mĆ”s intensa en EspaƱa dada la mayor vulnerabilidad de su modelo de crecimiento y su estructura estatal fragmentada. Con todo, la diferencia decisiva no radica a mi juicio en ello sino en la capacidad de generar un consenso nacional en torno a la urgencia y orientaciĆ³n de las reformas a realizar.
Este aspecto es esencial si se toma en consideraciĆ³n que los cambios requeridos en ambos paĆ­ses han sido de tal magnitud que fĆ”cilmente pueden desencadenar una ola de confrontaciones a todo nivel de no existir una voluntad clara de hacer causa comĆŗn, proponiendo un derrotero consistente e intentando contener la conflictividad social. En este aspecto la diferencia entre Suecia y EspaƱa no puede ser mĆ”s patente. En Suecia, la crisis fue el detonante de una paz social sin precedentes en las Ćŗltimas dĆ©cadas, mientras que en EspaƱa no ocurriĆ³ nada similar. Para ilustrarlo baste mostrar la evoluciĆ³n del nĆŗmero de huelgas en ambos paĆ­ses en torno a sus respectivas crisis.
Diagrama 7
EvoluciĆ³n del nĆŗmero de huelgas: Suecia (1986-2000, eje derecho) y EspaƱa (2004-2013, eje izquierdo)

Fuentes: SCB (2014) y Ministerio de Empleo y PrevisiĆ³n Social (2014)
Como se observa, la conflictividad laboral cae abruptamente en Suecia al desencadenarse la crisis. De hecho, el nĆŗmero de huelgas se reduce en mĆ”s de un 80 por ciento entre 1990 y 1991. En tĆ©rminos de la cantidad de trabajadores involucrados, la caĆ­da es aĆŗn mayor (un 93 por ciento), pasando de 73.159 a 5.013 trabajadores. En la segunda mitad de los aƱos 90 prĆ”cticamente desaparecen los conflictos laborales, con 8 huelgas y 6.241 trabajadores involucrados en ellas como promedio anual. El contraste respecto de la situaciĆ³n anterior a la crisis es notable, ya que entre 1986 y 1990 el promedio anual de trabajadores en huelga habĆ­a sido de 56.366. Este desarrollo no puede dejar de sorprender al observador forĆ”neo, especialmente tomando en consideraciĆ³n que el aƱo 1997 fue el mĆ”s crĆ­tico en tĆ©rminos de empleo y que se trata de los aƱos en que el gobierno socialdemĆ³crata aplicĆ³ el durĆ­simo programa de recortes que rĆ”pidamente restableciĆ³ el equilibrio de las cuentas fiscales.
Lo que observamos en el caso espaƱol es bien distinto. SegĆŗn la estadĆ­stica del Ministerio de Empleo, el nĆŗmero de huelgas se incrementa un 23,6 por ciento entre 2008 y 2009 y la cantidad de trabajadores en conflicto pasa de 542.508 a 653.483. Ambas cantidades se reducen sensiblemente en 2010 y 2011, para volver a aumentar nuevamente en 2012 y llegar en 2013 a 448.024 trabajadores en huelga. Ahora bien, hay que recordar que este nivel de conflictividad no es nada nuevo en la EspaƱa contemporĆ”nea. Como ilustraciĆ³n, seƱalemos que entre 1996 y 2002 el promedio anual de trabajadores envueltos en huelgas fue de 1,6 millones.
Este recrudecimiento de las disputas laborales, que tanto contrasta con la notable paz laboral que se instaura en Suecia a partir de la crisis, es parte de un clima general de disenso y conflictividad que ha conducido a un fuerte incremento tanto de las movilizaciones sociales como de las reivindicaciones nacionalistas. AsĆ­, segĆŗn el Anuario del Ministerio del Interior (2013), en 2012 se registraron mĆ”s de 44.000 manifestaciones, duplicando la cifra de 2011 y cuadruplicando la de los aƱos anteriores a la crisis.
Explicar esta forma autodestructiva de encarar la crisis, donde en vez de la unidad se fomenta la discordia y la defensa cerrada de los intereses propios, harĆ­a necesaria una profundizaciĆ³n, que excede los marcos de este trabajo, en una cultura polĆ­tica muy confrontativa, formada por una larga historia de conflictos y divisiones fratricidas. EspaƱa tiende, lamentablemente, a enfrentarse consigo misma cuando mĆ”s necesita la unidad y parece ser incapaz de aprender de su pasado. Por ello resaltan tanto, como contraste, esos Pactos de la Moncloa que en 1977 supieron darle a la transiciĆ³n a la democracia un marco de cordura y entendimiento que fue el garante de su Ć©xito. Fue un momento extraordinario y, al parecer, difĆ­cil de repetir.
Por su parte, el DNA polĆ­tico sueco funciona exactamente al revĆ©s: el peligro o la crisis une a un pueblo que en su memoria histĆ³rica no tiene el recuerdo de guerra civil alguna y cuya cultura estĆ” dominada por la idea fuerza de comunidad. En este sentido, los suecos han hecho plenamente suya la vieja moraleja de Esopo: "Unidos estamos de pie, divididos caemos". Al mismo tiempo, este fuerte sentimiento de comunidad genera la necesidad de buscar acuerdos pragmĆ”ticos, alejados del ideologismo y la defensa obtusa de intereses particulares que, de ser mantenidos a rajatabla, pondrĆ­an en peligro la supervivencia misma de la comunidad.
En todo caso, mĆ”s allĆ” de sus posibles causas estas formas tan opuestas de reaccionar frente a la crisis tienen consecuencias decisivas respecto de la posibilidad de afrontarla con todo el vigor y la continuidad de propĆ³sito que se requieren para superarla. En ello, el factor realmente decisivo en Suecia fue la actitud de la socialdemocracia que, de hecho, depuso su defensa principista y maximalista del viejo Estado benefactor propia de la era de Olof Palme. AsĆ­, los socialdemĆ³cratas no sĆ³lo aceptaron reformas antes impensables llevadas a cabo por el gobierno liberal-conservador de Carl Bildt (1991-94) sino que lideraron el duro proceso que en pocos aƱos saneĆ³ las cuentas pĆŗblicas y reestructurĆ³ de raĆ­z el sistema de pensiones. Esta actitud proactiva y responsable juega, por cierto, un papel determinante a la hora de explicar tanto la conducta del movimiento sindical –fuertemente dominado por la socialdemocracia– como, en general, los bajĆ­simos niveles de conflictividad social que siguen al estallido de la crisis.
Un hecho que ilustra la forma sueca de encarar el reto de la crisis son los acuerdos acerca de las medidas de austeridad requeridas para afrontarla suscritos entre el gobierno de centroderecha y la socialdemocracia en septiembre de 1992. Se trataba de un momento extremadamente crĆ­tico y por ello comparecieron, en una conferencia de prensa conjunta, el primer ministro conservador (Carl Bildt) junto al lĆ­der de la socialdemocracia (Ingvar Carlsson) para dar cuenta del primer gran acuerdo, que implicaba recortes presupuestarios equivalentes a mĆ”s del 4 por ciento del gasto fiscal. Era el 20 de septiembre y en 32 minutos de comparecencia conjunta mĆ”s que hacer pĆŗblico el acuerdo lo que pusieron de manifiesto fue la unidad inquebrantable del paĆ­s frente a la adversidad.
Las diferencias con el clima polĆ­tico de EspaƱa y, en especial, con la actitud de los socialistas espaƱoles no pueden ser mĆ”s marcadas. Si bien los socialdemĆ³cratas suecos, tal como sus colegas espaƱoles, negaron inicialmente la existencia de la crisis pasaron luego a reconocerla plenamente y, mĆ”s importante aĆŗn, sacaron la conclusiĆ³n de que el interĆ©s partidario no podĆ­a ser puesto por sobre el de la naciĆ³n. Los tres aƱos que la socialdemocracia pasĆ³ en la posiciĆ³n (de septiembre de 1991 a septiembre de 1994) no serĆ­an de combate sin cuartel ni de agitaciĆ³n irresponsable contra el gobierno, sino de colaboraciĆ³n en la lucha contra la crisis y reflexiĆ³n autocrĆ­tica, entendiendo que para salvar el Estado del bienestar era menester revertir sus excesos y reformular su fundamento estructural, abandonando el dogmatismo estatizante y anti empresarial que el partido habĆ­a seguido desde fines de los aƱos 60. Este redireccionamiento del partido implicĆ³, de hecho, una vuelta a las tradiciones de moderaciĆ³n, pragmatismo, colaboraciĆ³n con el sector empresarial y consenso nacional propias de las primeras dĆ©cadas de gobierno socialdemĆ³crata que van desde los aƱos 30 hasta los 60.
En contraste, parece que los socialistas espaƱoles, usando la cĆ©lebre frase de Talleyrand sobre los Borbones, "no han aprendido nada, ni han olvidado nada". Su incapacidad para hacer frente a la crisis sĆ³lo ha sido superada por su falta de sentido autocrĆ­tico y de responsabilidad frente a una situaciĆ³n de la que, en gran parte, son responsables. En vez de ello, se han dedicado a atizar las tensiones que necesariamente se generan en un contexto de crisis. El resultado estĆ” a la vista: han alentado los vientos del descontento y estĆ”n cosechando una tormenta de la que estĆ”n siendo sus primeras vĆ­ctimas.
En estas condiciones es entendible que el gobierno actual no haya podido plantear una agenda de reformas que vaya mucho mĆ”s allĆ” de lo mĆ”s urgente para que el paĆ­s no naufrague. Ello es particularmente cierto respecto de las Ć”reas mĆ”s necesitadas de reformas de gran calado, como el mercado laboral, los servicios pĆŗblicos, la educaciĆ³n y la estructura misma del Estado.
Una agenda de reformas a la luz de la experiencia sueca
Las reformas que EspaƱa necesita para poder emprender una senda segura de progreso son muchas y tocan aspectos muy diversos. La experiencia sueca da muchas luces al respecto y el lector ya habrƔ sacado sus propias conclusiones leyendo las pƔginas precedentes. Sin embargo, no quisiera dejar pasar la oportunidad para subrayar aquellas que, a mi juicio, son las mƔs relevantes. Por ello, y partiendo siempre de la experiencia de Suecia, he resumido en seis puntos aquellas reformas que me parecen absolutamente decisivas para el futuro de EspaƱa.
1. Estructura del Estado
El Ć©xito de las reformas suecas tuvo su fundamento en una estructura del Estado que combina altos niveles de descentralizaciĆ³n con una reparticiĆ³n clara de las competencias entre las distintas administraciones pĆŗblicas. Es el parlamento unicameral (Riksdag) el que define por ley esta divisiĆ³n de funciones y atribuciones, dĆ”ndole al nivel central o Estado propiamente tal, conducido por el gobierno nacional, la responsabilidad privativa de dirigir la polĆ­tica general del paĆ­s mediante sus directivas y entes especializados en diversas Ć”reas con tareas de supervisiĆ³n y control. Por su parte, las administraciones provinciales y municipales disponen de considerables grados de autonomĆ­a en la gestiĆ³n de las Ć”reas de actividad que les son propias. Esta estructura estĆ” respaldada por un sistema fiscal simĆ©trico, es decir, donde cada nivel administrativo dispone de ingresos tributarios propios con los cuales solventa gran parte de la realizaciĆ³n de sus tareas. Ello se complementa con una cierta redistribuciĆ³n compensatoria a cargo del gobierno nacional a fin de asegurar un nivel relativamente parejo de los servicios pĆŗblicos y garantizar el funcionamiento de la infraestructura bĆ”sica de todo el paĆ­s.
El supuesto fundamental de un sistema asĆ­ es la aceptaciĆ³n general de las reglas del juego y, sobre todo, de la divisiĆ³n competencial existente. Es decir, los tres niveles administrativos suecos no estĆ”n en lucha unos con otros tratando de expandir sus competencias y tendiendo, por ello, a duplicar las funciones de los otros niveles. Nadie cuestiona el derecho del gobierno central a guiar la marcha general del paĆ­s en todas las Ć”reas de relevancia, ni Ć©ste cuestiona el derecho de los gobiernos locales a gestionar con autonomĆ­a la aplicaciĆ³n de sus directivas asĆ­ como de las leyes que aprueba el parlamento. AdemĆ”s, las diversas administraciones se caracterizan por grados muy altos de profesionalidad, probidad y transparencia.
Este sistema ha permitido, por una parte, darle una conducciĆ³n unificada a la marcha del paĆ­s y, por otra, abrir un significativo espacio a la experimentaciĆ³n local. Esto ha dado pie a una diferenciaciĆ³n institucional muy saludable que, como hemos visto, ha sido clave para el desarrollo de la mayorĆ­a de las reformas aquĆ­ estudiadas. Lo que se ha desarrollado en un sistema o mĆ©todo de innovaciĆ³n de "prueba y error", donde los experimentos se hacen primero a escala local generalizĆ”ndose luego al probar su eficacia y ganar adhesiĆ³n en otras partes de Suecia. El resultado ha sido, por una parte, la maximizaciĆ³n de la cantidad de los experimentos realizados y, por otra, la limitaciĆ³n de los costes de los eventuales fracasos.
La estructura del Estado espaƱol es, como se sabe, radicalmente distinta, siendo el resultado de un largo proceso de "competencia por las competencias" y, en muchos casos, de cuestionamiento mĆ”s o menos abierto de la unidad del paĆ­s. Esto ha dado origen a una diferenciaciĆ³n institucional caĆ³tica, conflictiva y altamente dispendiosa, donde han primado la duplicaciĆ³n de funciones y un particularismo que hace que nadie aprenda de nadie y todos se empeƱen en repetir los mismos errores. Por ello, poner fin al desorden competencial es vital para el futuro de EspaƱa. Ello requiere de reformas de nivel constitucional que van mucho mĆ”s allĆ” de las medidas, en sĆ­ loables, propuestas por la ComisiĆ³n para la Reforma de la Administraciones PĆŗblicas (CORA). Sin embargo, para que ello sea posible se requiere de algo mucho mĆ”s importante: la voluntad de unirse y sacrificar los intereses particularistas en aras del bien comĆŗn de EspaƱa. Y es allĆ­ donde aprieta el zapato, ya sea por motivos regionalistas o identitarios, que hoy alcanzan expresiones directamente separatistas, o, simplemente, por el deseo de mantener cuotas de poder que permiten crear feudos personales con sus respectivas clientelas locales.
La base de una reestructuraciĆ³n constitucional debiera ser el cierre definitivo del proceso de disgregaciĆ³n competencial, estableciendo una divisiĆ³n clara y definitiva de las atribuciones y funciones de cada nivel administrativo que reconozca, sin ambigĆ¼edad, la preeminencia del nivel central en la orientaciĆ³n general del paĆ­s pero tambiĆ©n la autonomĆ­a de gestiĆ³n de las administraciones locales. AdemĆ”s, y esto es absolutamente fundamental, este ordenamiento debiera tener como piedra angular los derechos del ciudadano y no de diversas entidades colectivas –llĆ”mense estas culturas, lenguas o identidades–, asegurando por medio de disposiciones de carĆ”cter general que efectivamente se garantice lo que establece la actual ConstituciĆ³n en su artĆ­culo 139: "Todos los espaƱoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado".
2. Estabilidad fiscal
El camino hacia la superaciĆ³n de la crisis pasĆ³ en Suecia por una decidida polĆ­tica de eliminaciĆ³n del dĆ©ficit fiscal y reducciĆ³n de la deuda pĆŗblica en paralelo con una disminuciĆ³n de la carga tributaria total que era de vital importancia para incentivar el trabajo y restablecer el dinamismo de la economĆ­a sueca. Para lograr estos objetivos fue esencial aplicar una polĆ­tica de reducciĆ³n del gasto pĆŗblico que lo llevase a niveles no sĆ³lo inferiores a los alcanzados en plena crisis sino claramente por debajo de aquellos anteriores a la misma. De esta manera se buscaba remediar las causas estructurales de la crisis y no sĆ³lo paliar sus efectos. La crisis habĆ­a demostrado la alta vulnerabilidad de los niveles de gasto pĆŗblico previos a la crisis en base a las condiciones suecas, que por cierto no son las espaƱolas, y obligaba a una fuerte correcciĆ³n a la baja de ese gasto.
Ahora bien, comparando el nivel de vulnerabilidad pre crisis de Suecia y EspaƱa se constatan niveles parecidos a pesar de la diferencia del peso especĆ­fico del gasto fiscal en cada caso. De hecho, el gasto pĆŗblico sube un 21,3 por ciento en Suecia (de 1989 a 1993) a causa de la crisis mientras que en EspaƱa lo hace con 23,1 por ciento (entre 2007 y 2012), y en ambos casos se llega a niveles de dĆ©ficit que superan el 11 por ciento del PIB. Esto indica que EspaƱa, para reducir su vulnerabilidad estructural, deberĆ­a emprender un programa de reducciĆ³n proporcional del gasto fiscal al menos similar al de Suecia. El otro camino, que es intentar restablecer el equilibrio vĆ­a alza de impuestos, deberĆ­a estar excluido ya que, como lo vimos, la tributaciĆ³n espaƱola ha alcanzado niveles contraproducentes, especialmente en lo que respecta al trabajo. Una eventual subida del impuesto al valor aƱadido (IVA), como se le recomienda hoy al gobierno espaƱol, o de otros impuestos deberĆ­a, en todo caso, servir para bajar los impuestos al trabajo y el emprendimiento y no para mantener el nivel actual de gasto fiscal.
Si este razonamiento es vĆ”lido, entonces EspaƱa estarĆ­a frente a una necesidad de reducciĆ³n del gasto pĆŗblico equivalente en porcentaje al que realizĆ³ Suecia para llegar a restablecer su equilibrio fiscal en 1998, es decir, de un 17,8 por ciento (que luego siguiĆ³ aumentando hasta llegar al 28,7 por ciento en 2007). Esto implicarĆ­a reducir su gasto pĆŗblico del 48 por ciento del PIB alcanzado en 2012 a menos del 40 por ciento en un plazo de unos cinco aƱos para estabilizarse mĆ”s a largo plazo en torno al 35 por ciento.
Un esfuerzo semejante va, sin duda, mucho mĆ”s allĆ” de lo que el actual gobierno se ha propuesto y, quĆ© duda cabe, de lo que el clima espaƱol de confrontaciĆ³n permite. Sin embargo, es difĆ­cil ver otra alternativa, en especial si se quiere empezar a reducir el peso de la deuda pĆŗblica y cumplir con las ambiciosas metas propuestas por la Ley de Estabilidad Presupuestaria de 2012, que en gran medida replica la institucionalidad financiera fiscal creada en Suecia a mediados de los aƱos 90.
3. Servicios pĆŗblicos
Las reformas que Suecia emprendiĆ³ a fin de no sĆ³lo restablecer sus equilibrios bĆ”sicos sino transformar el uso mismo de los recursos fiscales abrieron la mayorĆ­a de los servicios pĆŗblicos a la libertad de elecciĆ³n y empresa. Este fue el camino tanto para aumentar el poder ciudadano como para efectivizar un gasto pĆŗblico que, a pesar de su significativo recorte, seguĆ­a teniendo un peso sustancial en la economĆ­a sueca y que, ademĆ”s, cubrĆ­a Ć”reas vitales para el desarrollo conjunto del paĆ­s como la educaciĆ³n y la sanidad.
Es en este terreno donde las reformas suecas han sido mĆ”s innovadoras, dando paso a un nuevo tipo de Estado del Bienestar que pone al ciudadano y su libertad en el centro, brindĆ”ndoles a todos una igualdad bĆ”sica de oportunidades para poder ejercerla. El cambio bĆ”sico fue la separaciĆ³n entre responsabilidad y gestiĆ³n pĆŗblica, entendiendo que el compromiso esencial del Estado del Bienestar es que a nadie le falten ciertos servicios y seguridades sin los cuales se puede caer en una situaciĆ³n social y moralmente inaceptable de privaciĆ³n y exclusiĆ³n. La gestiĆ³n de los mismos es una cuestiĆ³n completamente distinta, que tiene que ver con las preferencias de los usuarios y la eficiencia de los proveedores. Es decir, el Estado del Bienestar no tiene un compromiso con la gestiĆ³n de lo pĆŗblico, sino con el acceso de todos los ciudadanos a todo aquello que consideramos imprescindible para una vida digna. AdemĆ”s, y este es otro de los pilares del cambio emprendido en Suecia, se entendiĆ³ que ese compromiso debe basarse en el mayor respeto posible por la voluntad de cada ciudadano acerca de las formas concretas que el mismo debe asumir. AsĆ­, las opciones especĆ­ficas que garantiza el Estado del Bienestar dejaron de estar decididas desde arriba, es decir, desde las administraciones pĆŗblicas, para pasar a ser decididas desde abajo, esto es, directamente por los ciudadanos. La forma de lograr este empoderamiento fue creando distintos tipos de subsidio a la demanda, entre los cuales el mĆ”s eficiente ha sido el sistema de vales o vouchers del bienestar.
En este terreno, EspaƱa tiene todo por hacer, desde la discusiĆ³n de principios acerca de cuĆ”l es el verdadero compromiso y funciĆ³n del Estado del Bienestar hasta la organizaciĆ³n concreta de un sistema general de libertad de elecciĆ³n y empresa en Ć”mbitos como la educaciĆ³n, la sanidad y otros servicios sociales. Y digo general en la medida en que se trata de asegurar derechos –a decidir y elegir– que todos los espaƱoles deben poder ejercer "en cualquier parte del territorio del Estado", como dice el ya citado artĆ­culo 139 de la ConstituciĆ³n. En este sentido, la ley de libre elecciĆ³n actualmente en vigor en Suecia es un modelo interesante a seguir, especialmente porque este tipo de legislaciĆ³n de aplicaciĆ³n general en todo el paĆ­s se combina con altos niveles de autogestiĆ³n de los servicios bĆ”sicos del bienestar a nivel regional y local.
4. Funcionarios
Como se habrĆ” entendido, el punto anterior es irrealizable de mantenerse el actual sistema funcionarial espaƱol que le da a ciertas categorĆ­as laborales el derecho a gestionar de manera monopĆ³lica los servicios pĆŗblicos bajo un rĆ©gimen laboral especial que de hecho les confiere la inamovilidad en sus cargos. La apertura de los servicios pĆŗblicamente garantizados a un sistema como el de los vales o cheques del bienestar suecos basados en la libertad de elecciĆ³n y empresa, comporta una situaciĆ³n de competencia donde es evidente que una parte de los proveedores de gestiĆ³n pĆŗblica pueden verse forzados, tal como ha ocurrido en Suecia, a cerrar sus puertas por falta de usuarios interesados en sus servicios. Ello implica que una cierta cantidad de trabajadores debe abandonar el empleo pĆŗblico para pasar a desempeƱarse en el sector privado, ya sea como emprendedores o empleados. Esto no tuvo ningĆŗn dramatismo ni mayor oposiciĆ³n en el caso sueco debido a la estructura homogĆ©nea de su mercado laboral, donde pasar del sector pĆŗblico al privado no comporta un cambio de estatus ni menos aĆŗn dejar un empleo asegurado de por vida para pasar a uno dependiente del desempeƱo propio y la viabilidad de la empresa o entidad en que uno trabaja.
El asunto es radicalmente distinto en EspaƱa, donde ni la existencia ni el estatus de excepciĆ³n de los funcionarios conocen hoy cuestionamiento serio alguno dentro del Ć”mbito polĆ­tico, considerĆ”ndose ese estatus como la garantĆ­a mĆ”s sĆ³lida contra una politizaciĆ³n de los servicios pĆŗblicos que podrĆ­a terminar transformĆ”ndolos –como alguna vez lo fueron– en cotos de caza de los polĆ­ticos de turno y sus clientelas.
Esta no es, por cierto, una objeciĆ³n baladĆ­ en el contexto espaƱol, con sus rampantes problemas de caciquismo, corrupciĆ³n y amiguismo. MĆ”s de alguien podrĆ” decir, no sin razĆ³n, que una cosa es no tener funcionarios en una sociedad caracterizada por la probidad, la transparencia y el respeto al mĆ©rito, como la sueca, y otra muy distinta es hacerlo en una sociedad que como la espaƱola tiende, lamentablemente, a destacarse justamente por lo contrario. El argumento serĆ­a entonces que estamos condenados a optar por el mal menor, que en este caso serĆ­a mantener el estatus funcionarial mayoritario de una serie de categorĆ­as laborales del sector pĆŗblico que en Suecia no lo tienen como, por ejemplo, los trabajadores de la sanidad y la educaciĆ³n.
Ahora bien, mĆ”s allĆ” de la eventual validez de este argumento tenemos el hecho puro y duro de que, por razones claramente corporativas, ni los actuales funcionarios ni quienes esperan serlo parecen estar dispuestos a permitir que se cuestione el estatus funcionarial. La experiencia del gobierno de la Comunidad de Madrid es aleccionadora al respecto. Los planes de externalizar la gestiĆ³n de seis hospitales y una serie de centros pĆŗblicos de salud dieron pie a una prolongada batalla –que fue desde la calle y los platĆ³s de televisiĆ³n hasta los tribunales de justicia– que dejĆ³ muy en claro lo difĆ­cil que es avanzar por la senda de la desfuncionarizaciĆ³n de los servicios pĆŗblicos.
Es en esta perspectiva que uno aprecia en toda su magnitud la ventaja que desde el punto de vista de la realizaciĆ³n de las reformas brindĆ³ en Suecia la ausencia de una clase funcionarial semejante a la espaƱola. Esta misma constataciĆ³n nos obliga a pensar, por una parte, en soluciones de transiciĆ³n que vayan desfuncionarizando paulatinamente el sector pĆŗblico y, por otra parte, en formas de evitar que el clientelismo y la amigocracia devasten los servicios de gestiĆ³n pĆŗblica. En el apartado siguiente, dedicado a la educaciĆ³n, se propondrĆ”n algunas medidas concretas para avanzar en ese sentido
5. EducaciĆ³n
Entre las reformas mĆ”s urgentes y decisivas que EspaƱa tiene por delante estĆ”, sin duda, la de su educaciĆ³n en todos sus niveles. Los resultados comparativos del sistema educativo espaƱol, desde la enseƱanza bĆ”sica a la superior, son muy poco satisfactorios a pesar de que los recursos destinados al mismo superan o igualan los de paĆ­ses como Finlandia o Corea del Sur, con rendimientos educativos muy superiores a los espaƱoles (OCDE 2013).
En cuanto a la educaciĆ³n superior, es conocida, entre otros indicadores preocupantes, la ausencia de universidades espaƱolas entre las mejores del mundo y tambiĆ©n lo son las causas de una situaciĆ³n tan problemĆ”tica para el desarrollo del paĆ­s. La ComisiĆ³n de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario EspaƱol (2013), convocada por el ministro JosĆ© Ignacio Wert, apuntĆ³ con toda razĆ³n a la endogamia acadĆ©mica como una causa fundamental del fracaso comparativo de la educaciĆ³n superior espaƱola. Este factor estĆ” indudablemente asociado al estatus funcionarial de mĆ”s de la mitad del personal acadĆ©mico de las universidades pĆŗblicas, incluyendo al de mĆ”s alto rango. A lo que hay que sumarle las trabas del sistema de acreditaciĆ³n vigente, que mĆ”s parecen expresar una defensa corporativa de los insiders o grupos establecidos que otra cosa. El mismo informe de la comisiĆ³n citada indica una serie de medidas para avanzar hacia universidades mĆ”s acordes con las necesidades del paĆ­s, entre las que destacan aquellas destinadas a impedir la endogamia y desfuncionarizar la educaciĆ³n superior. Este es sin duda el camino a seguir pero poco o nada ha pasado en este terreno reflejando claramente la fuerza intimidatoria que tiene el establishment universitario espaƱol.
AquĆ­ hay mucho que aprender de la universidad sueca en la que, por cierto, no existe la clase funcionarial y donde una estrecha colaboraciĆ³n con el sector empresarial ha permitido alcanzar altĆ­simos niveles de excelencia, particularmente en el terreno de la investigaciĆ³n y, no menos, de la innovaciĆ³n, tal como queda reflejado en los rankings internacionales sobre patentes. AsĆ­, segĆŗn la estadĆ­stica de la OrganizaciĆ³n Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) sobre familias de patentes trĆ­adicas, en 2011 Suecia ocupaba, en tĆ©rminos per cĆ”pita, el tercer lugar despuĆ©s de JapĆ³n y Suiza, superando nada menos que en 20 veces el nivel de EspaƱa.
Dejando ahora de lado la educaciĆ³n universitaria tenemos, como se sabe, una serie de indicadores comparativos muy preocupantes sobre la situaciĆ³n escolar espaƱola, entre ellos, por ejemplo, el alto porcentaje de jĆ³venes que abandonan la enseƱanza sin completarla, que en 2013 era el mĆ”s elevado de la UniĆ³n Europea y triplicaba al de Suecia (23,6 por ciento en EspaƱa contra 7,1 por ciento en Suecia, segĆŗn los datos de Eurostat). A su vez, constatamos que de acuerdo al estudio PISA 2012 los resultados tanto de EspaƱa como de Suecia dejaban mucho que desear, haciendo evidente que ambos paĆ­ses han estado afectados por un mal similar: la escuela progre. Esto ya ha sido analizado anteriormente y la lecciĆ³n de Suecia en este sentido trata, fundamentalmente, de lo difĆ­cil que es revertir la fuerza destructiva de aquellas ideas y modelos pedagĆ³gicos que casi sin contrapeso reinaron durante varias dĆ©cadas en ambos paĆ­ses. Ello pone en claro que se requerirĆ” mucho mĆ”s que una LOMCE (nueva Ley OrgĆ”nica de EducaciĆ³n), por mĆ”s loable que esta sea, para enrumbar a la educaciĆ³n espaƱola hacia un puerto que no sea el de la mediocridad. Se trata, nada menos, que de un cambio cultural de gran magnitud sobre la escuela como instituciĆ³n social que debe impregnar la formaciĆ³n misma del profesorado asĆ­ como su funciĆ³n docente.
Lo dicho no obsta para emprender reformas del tipo realizado en Suecia destinadas a incrementar la libertad de elecciĆ³n, la diversidad, la competitividad y la equidad del sistema educacional. De esta manera se pondrĆ­a, finalmente, en manos de los padres y los educandos la tarea de ir reformando, desde abajo y mediante su decisiĆ³n soberana, la escuela espaƱola.
Una reforma integral del sistema espaƱol de enseƱanza inspirada en las reformas suecas deberƭa, a mi juicio, hacer hincapiƩ en los siguientes puntos:
  • Dar a los usuarios plena libertad de elecciĆ³n del centro educativo, sea este de gestiĆ³n pĆŗblica o privada, mediante la creaciĆ³n de un vale escolar que sea igual para todas las escuelas tomando eso sĆ­ en consideraciĆ³n las condiciones y necesidades especĆ­ficas de los educandos.
  • Establecer la libertad de creaciĆ³n de centros de enseƱanza autorizados con o sin fines de lucro que compitan, en igualdad de condiciones, por la demanda ciudadana respaldada por los vales o vouchers educacionales.
  • Conceder libertad a todas las escuelas para perfilar su oferta educacional, con independencia de quiĆ©n sea su gestor, sin por ello dejar de cumplir con los requisitos mĆ­nimos del programa educacional vigente para todo el paĆ­s.
  • Desfuncionarizar la educaciĆ³n de gestiĆ³n pĆŗblica, elaborando para ello vĆ­as de transiciĆ³n donde el abandono del estatus de funcionario sea optativo y se ofrezcan importantes estĆ­mulos econĆ³micos para ello. La creaciĆ³n, por ejemplo, de escuelas gestionadas por los mismos docentes que abandonen el estatus funcionarial deberĆ­a ser potenciada, brindando un fuerte apoyo financiero y profesional a la creaciĆ³n de ese tipo de centros. TambiĆ©n se deberĆ­a apostar por una especie de charter schools, en las que, a condiciĆ³n de abandonar la calidad de funcionarios, se delega la gestiĆ³n del centro a su personal con amplia autonomĆ­a y posibilidades de retener, para beneficio propio, el excedente econĆ³mico generado por una buena gestiĆ³n.
  • Establecer un sistema general de certificaciĆ³n y control de calidad de los centros educativos, con independencia de quiĆ©n los gestione y de la parte del territorio espaƱol en que se ubiquen. Este sistema deberĆ­a estipular niveles mĆ­nimos de rendimiento para que el centro educativo, de gestiĆ³n pĆŗblica o privada, mantenga su autorizaciĆ³n. SimultĆ”neamente, debieran establecerse premios de excelencia para aquellas escuelas o institutos que, ponderando las caracterĆ­sticas de su alumnado, sobrepasen notablemente los niveles medios de rendimiento.
  • Liberar la enseƱanza del intervencionismo y el localismo polĆ­ticos. Para lograrlo es esencial que el sistema educacional estĆ© regulado a nivel de todo el paĆ­s por normas comunes bĆ”sicas que dejen un amplio margen de libertad a los centros para darse un perfil educativo propio. Fuera de estas normas comunes no debe haber mĆ”s intervenciĆ³n polĆ­tica en los contenidos y formas de la enseƱanza. Esta liberaciĆ³n de la injerencia polĆ­tica serĆ­a, en las condiciones espaƱolas, una de las vigas maestras para poner la educaciĆ³n al servicio de los ciudadanos y no de las elites polĆ­ticas.
6. Mercado laboral
A nadie le cabe duda de que uno de los elementos mĆ”s disfuncionales de la economĆ­a espaƱola es su mercado de trabajo. Se trata de fallas estructurales, como bien lo ponen de manifiesto sus tasas de paro que son excepcionalmente altas con independencia de la coyuntura econĆ³mica. En este sentido, y dada la magnitud del problema, si bien la reforma de 2012 y sus complementos posteriores dieron algunos pasos significativos en la direcciĆ³n correcta, quedaron muy lejos de dar una respuesta satisfactoria a los grandes retos que EspaƱa tiene en este terreno.
Estos retos hacen, en lo fundamental, a cuatro aspectos que resaltan claramente al contrastarlos con la experiencia de Suecia y su batalla por mejorar el funcionamiento de un mercado laboral que, sin ser ideal, estƔ a aƱos luz del espaƱol.
El primero de ellos es la dualidad estructural del mercado de trabajo de EspaƱa, entre sectores con fuerte regulaciĆ³n y protecciĆ³n del empleo (situaciĆ³n que abarca desde el empleo de hecho vitalicio de los funcionarios hasta los trabajadores con contrato indefinido) y aquellos altamente desregulados y desprotegidos (que van desde el trabajador contratado temporalmente al informal). Es decir, el mercado laboral espaƱol tiene un nĆŗcleo muy rĆ­gido y una amplia periferia muy flexible, a lo que se debe sumar una alta rigidez salarial determinada por la primacĆ­a del nĆŗcleo organizado en la fijaciĆ³n de los niveles salariales. Esta dualidad explica, entre otros rasgos, la altĆ­sima tasa espaƱola de empleo temporal, ya que de esta manera se ha buscado compensar la rigidez laboral del nĆŗcleo de insiders. Si ademĆ”s se incluyese, como se debe, la tasa de informalidad o trabajo en la economĆ­a sumergida, la realidad dual del mercado de trabajo espaƱol se harĆ­a aĆŗn mĆ”s patente.
El segundo aspecto problemĆ”tico, ya tocado tangencialmente en el punto anterior, es la asimetrĆ­a existente entre la limitada extensiĆ³n de la organizaciĆ³n sindical y la amplia cobertura de sus negociaciones. SegĆŗn MarĆ­n y Bote (2014) la "densidad sindical" llegaba en 1996-2010 al 15,6 por ciento de la fuerza laboral legal, mientras que sus negociaciones salariales cubrĆ­an al 81,3 por ciento de la misma. Esta asimetrĆ­a le permite al nĆŗcleo organizado dictar condiciones laborales a su conveniencia, pero que pueden ir en detrimento del conjunto de la fuerza laboral y de las empresas incapaces de sostener los niveles salariales establecidos, encarecidos ademĆ”s por un coste tributario que, como ya lo vimos, ha aumentado sensiblemente durante los Ćŗltimos aƱos. Esto, tomado en su conjunto, constituye el motor mĆ”s poderoso que propulsa tanto la alta tasa de paro como de informalidad reinante en EspaƱa.
En este aspecto, el contraste con Suecia en muy notable, ya que en ese paĆ­s existe una gran simetrĆ­a entre densidad sindical y cobertura de los acuerdos colectivos. SegĆŗn MarĆ­n y Bote (2014) la sindicalizaciĆ³n abarcaba al 75,8 por ciento de la fuerza de trabajo sueca entre 1996 y 2012 (la mĆ”s alta registrada en un paĆ­s democrĆ”tico) y los convenios colectivos regulaban el 92,2 por ciento de los salarios. Esta estructura simĆ©trica reduce el riesgo de que el sector organizado adopte conductas irresponsables ya que ello, de llegar a daƱar la marcha general de la economĆ­a, afectarĆ­a inevitablemente a sus propios miembros. Esto se ajusta perfectamente a las reflexiones teĆ³ricas sobre esta materia, donde los dos modelos Ć³ptimos son simĆ©tricos, es decir, con una baja tasa de sindicalizaciĆ³n y negociaciones a nivel de empresa (modelo descentralizado) o con un alto nivel de sindicalizaciĆ³n y negociaciones de cobertura nacional (modelo centralizado). EspaƱa vive, en este sentido, en "el peor de los mundos posibles", con un sistema asimĆ©trico que ha demostrado ser altamente daƱino para el conjunto de la sociedad.
Los aspectos reciĆ©n mencionados determinan el tercer aspecto problemĆ”tico que caracteriza al mercado de trabajo espaƱol, que no es otro que su rigidez, tanto en lo salarial como en lo referente a la estabilidad y condiciones laborales de su nĆŗcleo. Esta rigidez estĆ” determinada, como se mencionĆ³, por la amplitud de la validez de las negociaciones colectivas pero tambiĆ©n por la fijaciĆ³n legal del salario mĆ­nimo interprofesional y, sobre todo, por los altos niveles de indemnizaciĆ³n en caso de despido. En este sentido, cabe destacar que en Suecia ni existe el salario mĆ­nimo legal ni se paga indemnizaciĆ³n alguna por el despido justificado.
Los principales efectos de este conjunto de elementos que conforman la estructura dual, asimĆ©trica y rĆ­gida del mercado laboral espaƱol son una alta tasa estructural de paro y una dinĆ”mica de ajuste coyuntural mediante la destrucciĆ³n masiva de empleo desprotegido o, en general, de corta duraciĆ³n, que afecta sobremanera a los jĆ³venes y a los inmigrantes, es decir, a los grupos mĆ”s vulnerables de la fuerza laboral.
Por Ćŗltimo, tenemos un cuarto aspecto en el que EspaƱa y Suecia contrastan fuertemente: el sistema de prestaciones y apoyo al desempleado. A partir de la crisis de los 90 Suecia reestructurĆ³ drĆ”sticamente este sistema, incrementando el grado de exigencias y controles para el acceso y uso tanto de las prestaciones de paro y enfermedad como de la pensiĆ³n anticipada. TambiĆ©n se reorientĆ³ la prestaciĆ³n por desempleo de formas preferentemente pasivas a aquellas ligadas a programas de reinserciĆ³n laboral. Todo ello, junto con fuertes incentivos econĆ³micos dados por las rebajas tributarias al trabajo, condujo a una dramĆ”tica reducciĆ³n del uso de los diversos tipos de subsidios y prestaciones asĆ­ como a un vigoroso incremento del empleo. En este terreno es indudable que queda mucho por hacer en una EspaƱa caracterizada por la laxitud de sus sistemas de prestaciones y la carencia de apoyos eficientes a la activaciĆ³n y reincorporaciĆ³n laboral.
Estos razonamientos comparativos sugieren la necesidad de evolucionar hacia un sistema laboral caracterizado por los siguientes rasgos:
  • RĆ©gimen laboral homogĆ©neo y formas contractuales unificadas.
  • DescentralizaciĆ³n de la negociaciĆ³n colectiva a nivel de la empresa.
  • EliminaciĆ³n de la indemnizaciĆ³n en caso de despido justificado y mejoramiento compensatorio de la prestaciĆ³n por desempleo.
  • Prestaciones por enfermedad y desempleo con controles rigurosos y ligadas, desde el primer momento, a medidas de rehabilitaciĆ³n y reactivaciĆ³n laboral asĆ­ como, de prolongarse el desempleo, a tareas de utilidad social.
Palabras finales
MĆ”s allĆ” de las reformas concretas realizadas en Suecia y de lo que de ellas se pueda aprender existen ciertas lecciones fundamentales de la experiencia de ese paĆ­s que quisiera, cortamente, resaltar a manera de conclusiĆ³n.
La primera trata del sentido general de las reformas emprendidas. Su norte no fue desmontar el Estado del bienestar sino, muy por el contrario, darle formas mĆ”s sostenibles reduciendo su tamaƱo excesivo, rompiendo sus monopolios de gestiĆ³n de "lo pĆŗblico" e invirtiendo la relaciĆ³n Estado-sociedad civil, de manera tal que sea el Estado el que estĆ© al servicio de los ciudadanos y no al revĆ©s.
La segunda hace a la definiciĆ³n misma del Estado del Bienestar, cuya responsabilidad esencial no es hacer ni financiar todo aquello que asegura nuestro bienestar, sino velar porque a nadie le falte el acceso a ciertos servicios y seguridades imprescindibles para poder vivir dignamente y participar en el desarrollo social.
La tercera lecciĆ³n es que el ejercicio de esta responsabilidad solidaria nada tiene que ver con una forma determinada de gestiĆ³n de los servicios del bienestar. El compromiso pĆŗblico es con los ciudadanos y su bienestar, no con la gestiĆ³n pĆŗblica de determinados servicios.
La cuarta lecciĆ³n tiene que ver con la conformaciĆ³n concreta de los servicios pĆŗblicamente garantizados y la gestiĆ³n de los mismos, pero toca la relaciĆ³n misma entre Estado y sociedad civil. El cĆ³mo se cumple con la responsabilidad pĆŗblica debe ser determinado desde abajo, mediante las decisiones soberanas de los ciudadanos y no desde arriba, es decir, desde las cĆŗpulas polĆ­ticas y tecnocrĆ”ticas.
La quinta lecciĆ³n es que la forma mĆ”s eficaz de empoderar al ciudadano que no tiene recursos se logra mediante vales del bienestar, es decir, cubriendo, total o parcialmente, el coste de su demanda de servicios bĆ”sicos pero sin por ello coartar su libertad de elecciĆ³n.
La sexta lecciĆ³n es que la libertad de elecciĆ³n ciudadana encuentra su mejor aliado en la libertad de empresa, que amplĆ­a la oferta de alternativas entre las que el ciudadano empoderado puede optar. Ello implica superar los supuestos antagonismos del pasado entre Estado, mercado y sociedad civil para, en su lugar, pasar a instaurar una relaciĆ³n colaborativa entre los mismos con el fin de potenciar la libertad ciudadana.
La sĆ©ptima lecciĆ³n hace a la necesidad de volver a entender la importancia vital de una serie de relaciones que han sido enturbiadas por ese tipo de retĆ³rica populista que tanto daƱo le ha hecho a la sostenibilidad de nuestro bienestar comĆŗn. Se trata de la relaciĆ³n entre trabajo y bienestar, deberes y derechos, responsabilidad y libertad. Suecia cayĆ³ en la trampa de las promesas irresponsables sobre un bienestar, unos derechos y unas libertades que parecĆ­an fluir de la varita mĆ”gica del polĆ­tico de turno y no del trabajo, los deberes y la responsabilidad de los ciudadanos. Para volver a la senda del progreso hubo que restablecer la relaciĆ³n causal que existe entre unos y otros, fomentando no sĆ³lo la cultura del deber y el esfuerzo sino creando tambiĆ©n sistemas que claramente los incentivan.
Finalmente, pero no por ello menos importante, tenemos la gran lecciĆ³n de unidad y realismo que fue la base de todo el proceso que hizo nuevamente de Suecia un paĆ­s admirado internacionalmente. Izquierdas y derechas hicieron un notable esfuerzo por encontrar las bases de un nuevo consenso en torno a la creaciĆ³n de un Estado solidario del bienestar que actualmente se destaca en el contexto europeo como una alternativa pujante y esperanzadora frente a los Estados benefactores de viejo cuƱo.
OjalĆ” que EspaƱa sea capaz de seguir una senda de unidad y realismo similar a la de Suecia. Lo hizo hace ya casi cuarenta aƱos, dĆ”ndole asĆ­ un cauce de estabilidad a la transiciĆ³n a la democracia. Hoy hay que afrontar una nueva transiciĆ³n, hacia una sociedad sostenible del bienestar, y derrotar nuevas amenazas a la unidad de los espaƱoles. Es un momento que exige coraje y generosidad, pero no para quedarse en el pasado sino para avanzar hacia un futuro que serĆ” todo lo grande y promisorio que los espaƱoles sepan hacerlo.

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