Stefan Gerlach
Stefan Gerlach is Chief Economist at
BSI Bank in Zurich and Former Deputy Governor of the Central Bank of
Ireland. He has also served as Executive Director and Chief Economist of
the Hong Kong Monetary Authority and as Secretary to the Committee on
the Global Financial System at the BIS.
El sistema financiero global tiene las defensas bajas
ZÚRICH
– Un mes de mayo, pero hace ochenta y cinco años, se produjo el
derrumbe del que era por entonces el mayor banco austríaco,
Credit-Anstalt. Ese mismo año, llegado julio, bancos de Alemania,
Egipto, Hungría, Letonia, Polonia, Rumania y Turquía habían
experimentado corridas. En agosto se desató un pánico bancario en
Estados Unidos (aunque es posible que se originara por causas internas).
En septiembre, bancos del Reino Unido enfrentaron grandes retiradas de
dinero. Los paralelismos con el derrumbe del banco de inversiones
estadounidense Lehman Brothers en 2008 son claros, y cruciales para
comprender los riesgos a los que hoy está expuesto el sistema
financiero.
Para
empezar, ni el colapso de Credit-Anstalt ni el de Lehman Brothers fueron
causa de todo el caos financiero global que siguió. Tanto la caída de
los bancos como los problemas posteriores fueron síntomas de una misma
enfermedad: un sistema bancario débil.
En la
Austria de 1931, el problema se originó en la disolución del Imperio
Austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial, la hiperinflación de
principios de los años veinte y la excesiva exposición de los bancos al
sector industrial. Cuando Credit-Anstalt se derrumbó, el mundo llevaba
dos años de recesión profunda, los sistemas bancarios de varios países
se habían vuelto frágiles y las tensiones se transmitían fácilmente a
través de las fronteras nacionales, mientras el patrón oro agravaba la
vulnerabilidad financiera al limitar la capacidad de acción de los
bancos centrales.
En
2008, todo el sistema financiero también estaba excesivamente expuesto
por una combinación de deficiente gestión interna de riesgos y falta de
regulación y supervisión estatal adecuadas. Lehman Brothers no fue sino
el eslabón más débil en una larga cadena de empresas financieras
frágiles.
¿Podría
suceder hoy una crisis como las iniciadas por las caídas de
Credit-Anstalt y Lehman Brothers? A primera vista, uno diría que no. Al
fin y al cabo, la economía global y el sistema financiero parecen estar
recuperándose; la toma de riesgos en el sector privado se redujo; y se
han encarado grandes (aunque gravosas) mejoras regulatorias. En
conjunto, todos estos hechos apuntan a un sistema financiero estable.
El
problema con este razonamiento es que las crisis financieras tienden a
revelar líneas de falla antes invisibles. El sector financiero maneja
los riesgos que reconoce, no necesariamente todos los que corre. Y no
hay que confiar demasiado en el poder de prevención de crisis del nuevo
entorno regulatorio, que es como una autopista nueva: técnicamente es
más segura que un camino vecinal, pero también atrae más autos que andan
mucho más rápido, así que sigue habiendo accidentes.
Si
no podemos descartar que suceda una crisis nueva, ¿cómo estamos de
preparados para enfrentarla? La respuesta corta es: no muy bien.
Lo
cierto es que si hoy se produjera una crisis financiera, sus
consecuencias para la economía real podrían ser incluso peores que en el
pasado. Es verdad que como ahora los bancos centrales
reconocen que sus responsabilidades no se agotan en estabilizar los
precios, sino que también incluyen prevenir y gestionar tensiones
financieras, sin duda responderían velozmente a cualquier perturbación
con una batería de operaciones de mercado. Pero de producirse una
crisis, las herramientas con que cuentan los bancos centrales para
prevenir una deflación y el derrumbe de la economía real son
insuficientes, especialmente hoy.
A principios del siglo XX, los bancos centrales podían devaluar todos juntos sus monedas
respecto del oro, para así aumentar el nivel de precios y evitar una
deflación de deudas. Es exactamente lo que hicieron nueve países (entre
ellos el Reino Unido) en 1931; y otros ocho países (entre ellos Estados
Unidos) en el transcurso de los cinco años siguientes. Pero hoy, la
devaluación es un juego de suma cero.
Sin
la opción de devaluar todos juntos, los bancos centrales respondieron a
la crisis de 2008 con recortes de tasas (de alcance, magnitud y
velocidad inéditos) y compras masivas de títulos a largo plazo
(“flexibilización cuantitativa” o FC). Estas medidas fueron eficaces.
Pero las tasas siguen en valores extremadamente bajos (incluso negativos
en algunos países), y la FC ya se llevó casi hasta el límite, a la par
que se desvanece el apoyo público a la política. De modo que la
capacidad de estas herramientas para proteger a una economía de nuevas
perturbaciones está seriamente limitada. Y aunque la estrategia de los
bancos centrales de dar indicios de sus medidas futuras ayudó, tampoco
es probable que sirva de protección efectiva contra una nueva
perturbación.
Nada
de lo dicho debe interpretarse como anuncio de otra crisis financiera
global inminente. Por el contrario, las economías de todo el mundo están
recuperándose del desastre de 2008, y la suba de tasas de la Reserva
Federal de los Estados Unidos el pasado diciembre es señal de que el
ciclo global de los tipos de interés está entrando en una nueva fase. Es
buena noticia.
Pero no se
puede descartar el peligro de que haya otra crisis financiera. Al
contrario, hay que tomárselo muy en serio, porque la capacidad de los
bancos centrales para enfrentar perturbaciones financieras seguirá muy
limitada por varios años más. Hoy es demasiado arriesgado pecar de
exceso de confianza
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